Cada cierto tiempo me
gusta hacer un pequeño viaje para mí mismo, sin compañía, con la intención de descansar
de todo. Me gusta perderme por la naturaleza, buscar rutas, caminar y correr
por la montaña, siempre que me sea posible. Por ello, tras una temporada
lesionado y con muchas ganas de recuperar el tiempo perdido, me busqué una
pequeña casa rural por el norte de España para las pasadas vacaciones. Eso sí,
previamente ya había hecho rutas por mi zona para prepararme un poco antes de
irme al norte, no soy tan inconsciente de ir sin preparación. Una vez allí,
tenía previsto hacer unas cuantas rutas, eso sí, sin forzar la máquina, primero
andando y si los últimos días me encontraba con fuerzas, pues corriendo.
Cuando me establecí en la
casa, dejé aparcado el coche en el garaje, sin intención alguna de tocarlo
durante la semana que iba a permanecer allí. Esa misma tarde ya salí a hacer
unos cuantos kilómetros. Cuando regresé, tras una buena ducha, me puse a
preparar una ruta para el día siguiente, unos cuarenta kilómetros, con algunos
picos y rodeado de verde. Era un buen plan y tenía muchas ganas de probarme con
una ruta de cierto nivel, por lo que me dormí plácidamente pensando en ello.
Tras despertarme pronto
al día siguiente, me di una ducha refrescante, me tomé un buen desayuno y me
vestí. Me puse un pantalón de deporte negro junto a una camiseta transpirable
verde fosforito, por supuesto también calcetines y zapatillas, no me iba a
pegar semejante tute descalzo claro. Después lo preparé todo en la mochila: agua,
comida, cortavientos, chubasquero, batería externa, todo lo que dejé listo por
la noche. Cuando estuve preparado, activé la ruta en mi móvil y salí caminando,
tranquilamente, pues la distancia era larga. A la hora de parar a comer ya llevaba
más de la mitad del recorrido. Pero luego la cosa se complicó, sobre todo cuando
me topé con una senda cortada que no pude franquear de ninguna manera, por lo
que me dispuse a dar un rodeo.