jueves, 11 de octubre de 2012

Y para cenar, verduras...



Hoy es un día de esos en que me gusta recordar fantasías que nunca ocurrieron, como la que disfruté contigo.
Es la historia de un día, del instante posterior a la tarde sin entrar aún en la noche, de ese día en que una vez más hicimos el amor, eso que nos parecía prohibido además de imposible.
No sé si recuerdas, pero tras hacerlo te quedaste en la cama, relajada, rendida, exhausta y satisfecha. Yo sólo me pude quedar un ratito junto a ti, cosa que sabes que me gusta, pero me tenía que marchar, pues lo prohibido es lo que tiene… Así que me vestí, despacio, mirando tu cuerpo desnudo sobre la cama, sin creerme que yo pudiese disfrutar de él, hasta que una vez vestido, me incliné sobre ti, besé tus labios expuestos y te dije que me marchaba. Tú te quedaste en la cama descansando, hasta que las obligaciones te hicieron volver a la realidad.
Sé que saliste a la cocina, decidida a preparar la cena, dada la hora que era ya. Abriste la nevera, sacaste unas verduras, las lavaste, las dejaste escurrir y, tras ponerlas en un bol, fuiste con ellas a la mesa, cuchillo en mano para prepararlas.
Te sentaste en la silla junto a la mesa con tus piernas hacia dentro, tus pies enfundados en unas chanclas y tus muslos expuestos por la bata, que al sentarse se había subido, dejando ver un trocito de tela negra que formaba parte de tus bragas.
Así estabas con las verduras, confiada, pensando en lo que había pasado esa tarde, cuando sentiste por el interior de tu muslo la suave caricia de lo que parecían ser las uñas de unos dedos ávidos de ti. Diste un respingo, por la impresión, por la sorpresa inesperada de que algo te pudiese tocar tan íntimamente, pero tras el susto inicial, tus muslos se volvieron a acercar a esa mano que los quería acariciar.
No es difícil intuir que la mano era la mía, que me encontraba escondido bajo la mesa de la cocina, esperando pacientemente a que llegases para darte una sorpresa. Por ello había simulado que me marchaba, aunque la tarde había sido intensa, quería darte más placer…
Tras acercar de nuevo mi mano a tus piernas, acaricié el interior de tu muslo izquierdo, acercándome a tu braguita. Luego hice lo mismo con el derecho, y llegué todavía más cerca de la tela negra que cubría tu zona íntima, para después pasar mi dedo por ella, rozándote con cuidado. Reaccionaste, un movimiento de piernas, me mostró que te gustó.
Volví a pasar mi dedo sobre la tela, varias veces, hacia arriba, hacia abajo, una y otra vez, mientras escuchaba como el cuchillo golpeaba sobre la mesa intentando cortar las verduras. Entonces acerqué mi boca hacia tus bragas, y pasé la lengua sobre ella. Ya estaba humedecida, pero se mojó un poco más. 
Oí el golpe del cuchillo al dejarlo caer sobre la mesa, ya no podías atender a las verduras, y no querías cortarte. En lugar de ello te centraste en recibir placer, dando igual que la cena no estuviese lista para la hora esperada, y haciendo resbalar tu trasero por encima de la silla hacia la boca que se lo quería comer, entonces te supe entregada a mí, querías más…
Mi boca respondió, acerqué mis labios a la tela negra mojada, saqué la lengua y lamí. Siempre me ha gustado tu sabor íntimo, ese sabor que emana de ti, al que sólo los que tenemos suerte podemos acceder. Seguí lamiendo, con mi lengua rozando tu tela, subía por ella luego bajaba, notando como tu respiración se aceleraba. Me estaba excitando al notarlo, me gustaba, pero yo no había terminado contigo.
Con mi boca comiéndote, acerqué mi mano derecha. Separé la tela de ti, dejando libre ante mis ojos la entrada de tu cueva. Tus labios estaban mojados, brillantes, fruto del trato que estaban recibiendo, y tu clítoris se veía gordito, duro, esperando que se acordaran de él.
Y eso hice, dedicarle su tiempo. Acerqué mis labios, los abrí y apreté tu clítoris entre ellos. Noté tu estremecimiento y un gemido suave se escuchó en la cocina. No paré, lo apreté más, lo pellizqué con mis labios mientras tus piernas se abrían, para separarme de él y darle un lametón. Un nuevo gemido llegó a mis oídos, ummmm, me excita recordarlo…
Durante todo este tiempo no habíamos hablado, y así quería que siguiese la cosa. Te lo hice saber. Subí mi mano rozando tu cuerpo, un dedo acariciaba por dentro de la bata tu abdomen, tu pecho, tu cuello, y llegó a tus labios. Lo intentaste lamer, pero no te dejé, sólo lo puse delante de ellos, y de mi boca salió un shhhhhh, que entendiste bien.
El dedo bajó de nuevo, el roce suave de su yema te gustaba cuando bajaba por tu cuello, por tu pecho… Al llegar a esa altura paré, separé mi mano de ti, y aún dentro de la bata lo llevé a tu pecho izquierdo. Lo apreté, lo masajeé y lo magreé, mientras notaba como tu pezón se erizaba entre mi mano. Un nuevo gemido escapó casi silencioso de tus labios, mmmmmmmmm, sabía que estabas mordiendo el labio inferior, como a ti te gusta. Pellizqué tu pezón y noté una sacudida en tus muslos.
Paré, llevé mi mano al pecho derecho, volviendo a hacer lo mismo, pero ahora además de pellizcarlo, estiré un poquito y lo retorcí con cuidado. Otro gemido apagado brotó de tus labios, ummmmm. Me gusta siempre sentirte así deseosa de mí. Subí mi otra mano rozando tu piel, despacio, hasta llegar al pecho que había dejado libre, y así con uno en cada mano los acaricié y los apreté, y juntando mis dos dedos apreté tus pezones a la vez. Sabía que de nuevo ibas a gemir, y lo hiciste, algo más fuerte esta vez.
Entonces los solté, y descendí con la punta de mis dedos por cada lado de tu contorno, hasta llegar a tus caderas. Allí me encontré con el elástico de tus bragas, y estiré para abajo. Lo entendiste, te las quería quitar y colaboraste alzando tu culo de tu silla. Las hice deslizar por tus muslos, por tus pantorrillas, hasta que las saqué por tus pies.
Sólo te quedaba la bata. Metí mi cabeza por debajo de ella, saqué mi lengua y lamí tu abdomen, rodeé tu ombligo en mi húmedo paseo y después lo acaricié. Descendí con mi lengua, despacio, saboreando cada poro tu piel hasta llegar a mi objetivo. Notaba como tu respiración se iba acelerando, sabías donde iba a llegar y llegué.
De nuevo lamí tu coñito mojado, más que antes de dejarlo, y al notar el roce gemiste, abriendo de nuevo tus piernas. Con mis manos separé tus labios, para tener mejor acceso mientras seguía lamiéndolo todo. Me entretuve de nuevo en tu botoncito, bien duro ya, erecto. Lo lamí, pasé mi lengua por él con avidez, rápidamente, una y otra vez. Tu respiración se aceleraba, tus gemidos cada vez estaban menos distanciados, mmmmm, mmmmm, mmmmm… Querías más y yo quería dártelo.
Mordisqueé tu clítoris disfrutando de un nuevo espasmo de tu cuerpo. Tus fluidos asomaban entre los pliegues de tu coño deseoso, y su agujero me llamaba abriéndose. Llevé a él un dedo, entró fácil, estaba todo muy húmedo. Lo metí, deslizó, lo saqué, resbaló. Lo metía y lo sacaba mientras tus gemidos cada vez eran más fuertes y más seguidos. Te follaba con mi dedo a la vez que mi lengua seguía jugando con tu clítoris.
Paré, parecías ya estar a punto de correrte, pero aún no. Saqué mi dedo, y lo llevé a tus labios, notaste el sabor que me encanta, el tuyo. Lo paladeaste, succionaste mi dedo como si fuese lo que había estado dentro de ti un rato antes, pero no, ahora no tocaba…
Cuando lamiste bien mi dedo, volví a bajar la mano, rápidamente, entre tus pechos, hasta llegar de nuevo a tu entrepierna. De nuevo separé tus labios, y quedaste ofrecida, aún así, abriste más tus piernas y acercaste tu coño, buscando mis labios. Los encontraste, no fue difícil. Te lamí de nuevo, con pasión, con furia, rozaba al subir y al bajar cada vez más rápido.
Con mis labios de nuevo apreté tu clítoris. A la vez volví a meter un dedo en tu encharcado agujero, tras un poco de entrar y salir, metí otro. Te follaba con dos dedos, fuerte ya, como si fuese mi polla dura, gemías, ummmmm, más, ummmmm, estabas cerca, y ya no quise parar, necesitaba tu corrida, la quería. Deseaba que tus flujos inundasen mi boca, como ahora lo deseo.
Seguí follándote con mis dedos, seguí lamiendo y mordisqueando tu clítoris, ummmm, un poco más… Tu cuerpo se arqueó, tembló, tus gemidos eran gritos, y te follé más fuerte con mis dedos, hasta que gritaste, aaaaaaaaaaaaaaaaah. Aparté mis dedos y puse bien mi boca, lamí y lamí todo tu néctar, escuchando tus gritos de placer desbocado. Me saciaste, te corriste como nunca. Mientras lo lamía y lo limpiaba todo, veía como tu pecho se levantaba y bajaba por culpa de tu respiración agitada. Aún saboreo tu placer en mi mente, relamo mis labios y los muerdo mientras lo recuerdo…
Así pasó un rato, hasta que te calmaste. No lo vi, pero estoy seguro que en tus labios se dibujaba una bonita sonrisa. Terminaron los temblores en tus piernas, y aunque te lo dejé todo bien limpio con mi lengua, te levantaste y oí como fuiste al aseo a limpiarte. En ese momento aproveché para salir de mi escondite, coger tus bragas húmedas, meterlas en un bolsillo, y con mi polla dura dentro del pantalón, salir de la casa. Mi objetivo sólo fue hacerte sentir como nunca y lo conseguí, no quería más en ese momento, ya tendría mi premio más tarde.
Luego no sé qué hiciste. Tal vez volviste a la cocina y me buscaste bajo la mesa, pero no estaba, y como te diste cuenta tampoco tus bragas negras. Tenías claro que fui yo, puesto que ese fin de semana, te habían dejado sola en casa, lo que yo aproveché para disfrutar del placer prohibido. Pero, ¿y si no fui yo? 
Nunca lo hablamos, nunca me preguntaste, es más nunca me pediste tus bragas. Sólo sé que un rato después toqué al timbre, me abriste, y me besaste, pero no dijiste nada. Yo disimulé, no saqué el tema, aunque los dos sabíamos lo que había pasado. Habías terminado la cena, las verduras estaban bien preparadas, nos las comimos y en la cama volvimos a hacerlo, esta vez sí recibí mi premio.
Y bueno, hasta aquí el recuerdo de la fantasía que no ocurrió contigo. O tal vez haya sido la fantasía de unos recuerdos de cosas que imaginé en tu compañía. Ha pasado el tiempo y en mi memoria hay como una niebla que impide que recuerde lo que tiene que ver contigo con nitidez.
Pero algo tengo claro, te deseaba, te deseaba mucho, constantemente, y aún hoy siento un enorme deseo por ti. Tal vez en mi mente ya no recuerde si te disfruté, pero cuando esto me pasa, abro el cajón de mi mesilla, y saco una prenda negra, muy íntima… La acerco a mis labios, la lamo y la huelo, y te siento como si estuviésemos juntos, mientras me excito. Como ya habrás deducido, sí, esa prenda es tuya, te la robé, son tus bragas, aquellas que nunca me pediste…

11 comentarios:

  1. Querido Eros:
    Es un gran placer leerte de nuevo. Corrijo: esta vez sí ha sido un enorme placer leerte. Me has excitado hasta el punto de mojar mis braguitas, de desear que te colaras debajo de mi mesa y las apartaras tal y como describes en el relato. Es el efecto que produces en mí, pero tenías razón, en cuanto a sensaciones y deseos, no soy objetiva.
    Sigue escribiendo, deseo más.

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  2. Gracias por leerme Ambar.
    Y gracias por tus palabras. La verdad es que en esta aventura del relato erótico soy un debutante, y bueno, siempre vienen bien las palabras de ánimo para que siga escribiendo...
    Me encanta saber que mis palabras han hecho que se mojen tus braguitas, y más aún que te gustaría que yo te hiciese lo que cuento en el relato. Nada me gustaría más, pero sí, recuerda que tras darte ese tratamiento te robaría las braguitas... ¿Estarías dispuesta a ello? Puede que sí, puede que no, pero es el riesgo que hay que correr. Y el morbo con algo de riesgo, pues eso, da más morbo...
    Trataré de satisfacer tus deseos.

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    1. Esperaré ansiosa la próxima entrega. Si la progresión sigue a mejor en la misma proporción, creo que me derretiré.
      Gracias a ti por regalarme tus palabras.

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  3. Por cierto, Eros, mis braguitas son tuyas si me las quitas tú...

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  4. ¡Gracias de nuevo Ambar! Pues espero que la progresión te siga pareciendo ascendente y te derritas con mis palabras, pues no tengo otra intención al escribir más que provocar ese tipo de sensaciones en quienes lean esto...
    ¿Estás segura de que quieres que yo te quite las braguitas? No está mal la propuesta para empezar, ja, ja, ja, en lugar de tomar un café.
    ¡Entonces te las quitaré yo claro!

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  5. Pues entonces Ambar, si no hay café, ¿qué otra cosa se puede hacer? Porque claro, quitarte las bragas así de golpe queda más raro que si es después de una cena, de una comida, etc., ¿no?

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  6. Desde luego sería un poco raro que me quitaras las bragas en plena calle. -Hola, soy Eros y me voy a quedar con tus braguitas... -una escena así sólo la veo en una peli porno... y echándole imaginación, eh. Siempre podemos quedar en tu cocina, y te preparo unas verduras...

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  7. Bueno, la verdad es que sí, puede que una escena así saliese en una peli porno, pero si no, pues en una de Almodóvar, ja, ja, ja. En mi cocina se podría desarrollar la acción del relato completamente puesto que tengo mesa y sillas, además de cuchillo y verduras en la nevera...

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  8. Podemos pedirle consejo a Nacho Vidal... jajaja

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  9. No sé yo si ése es el más indicado para dar consejo a nadie en estos momentos, ja, ja, ja. Además, nosotros tenemos más imaginación seguro, ¿o no?

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