martes, 5 de julio de 2016

La mejor forma de tratar lesiones



Es en los peores momentos, esos en que uno se encuentra mal, cuando alivia mucho que lo traten bien. Esto, que en general vale para todo, en particular vale también para los problemas físicos, es decir, para las lesiones. Por ello, cuando tuve una grave caída dañándome un hombro y la espalda, tenía claro dónde acudir para recuperarme, a la clínica de mi fisioterapeuta Isabel. Llevo prácticamente toda mi vida corriendo, por lo que he tenido unas cuantas lesiones ya, y con ella es con quien más rápidamente mejoro, además de por su trato agradable. Por eso, tras acudir a mi médico llamé para pedir cita con Isabel, la recepcionista me decía que era imposible hasta una semana después, pero tras insistirle mucho en que era urgente, lo habló con Isabel y me dio hora para el final de la tarde.


Cuando aparecí por allí y me vio entrar caminando encorvado por el dolor de espalda, Isabel me preguntó:


- Pero chico, ¿qué te ha pasado? Si vas que no puedes…


- Una caída tonta. – Le contesté. – Resbalé por la montaña con la mala suerte de caer de espaldas contra una piedra enorme haciéndome un daño terrible. Como luego me iba para abajo me agarré como pude y también me lastimé el hombro izquierdo. Esas cosas que me pasan a mí últimamente.


- Y tanto que sí. – Siguió Isabel. – Parece que te haya mirado un tuerto.


- Ya te digo. – Respondí de nuevo. - ¡Menuda racha llevo! Esta mañana he ido a mi médico, me ha mandado analgésicos y antiinflamatorios, además de decirme que me ponga calor sobre la contractura que llevo aquí, - me señalé por la espalda, - pero yo he pensado que tú seguro que me alivias más.


- Bueno, bueno, tampoco me hagas la pelota. – Dijo riendo. – Vamos a ver que se puede hacer. Entra a la habitación del fondo a la izquierda y quítate la camiseta, que ya sabes que las normas prohíben estar con el torso desnudo en la sala general. Yo en un momento voy.



Para allá que me fui caminando con dificultad por el enorme dolor de espalda. Entré cerrando la puerta tras de mí, me saqué la camiseta, la colgué en el perchero y me senté en la camilla para esperar a que viniese Isabel.


Un rato después entró ella. Cerró la puerta y me pidió que me tumbase boca abajo. La obedecí y me puse así sobre la camilla. Según me tumbaba me vi en el espejo del fondo. Siempre me he preguntado sobre la utilidad de esos espejos, que pienso que sirven para hacer bien ciertos ejercicios mirando tu propia imagen ahí. El caso es que yo me vi en él, con mi pantalón negro de deporte por única prenda, porque las chanclas las dejé en el suelo. 


Después vi cómo se acercaba Isabel hacia mi espalda dolorida. Como casi siempre llevaba unos zapatos clogs verde hospital, por así llamarlo, junto a un pantalón y una chaqueta blancos. Sin mucho más, porque a través de la tela se insinuaban sus prendas interiores negras, su sujetador y lo que me parecía un culote. Me vio mirarla a través del espejo y me sonrió. La verdad es que Isabel seguía siendo muy atractiva a pesar de rondar los 50 años, aunque no los aparentase. Su pelo negro, largo y rizado, sus ojos negros también, tremendamente expresivos, como los míos, sus labios grandes, y su bonita silueta esculpida a base de horas de fitness y spinning, la convertían en una mujer muy deseable, con su ropa interior negra tan sexy, pero dejé de pensar en eso y le devolví la sonrisa.


- Esto te va a doler un poco. – Me avisó.


Así fue. Tras ponerse a mi lado, Isabel localizó la zona de la contractura y empezó a darme un fuerte masaje con sus dedos ahí. El dolor era insoportable. No atravesé la camilla con mis dedos de milagro, pero poco faltó para que me llevase dos trozos del tablero entre mis manos. No sé cómo ahogué un grito, lo que no hice cuando caí, pero ella se dio cuenta y paró mientras me decía:


- Tienes una contractura bestial. ¡Menudo golpe te has dado! Mejor paso del masaje decontracturante hoy y te hago algo más suave.


Yo se lo agradecí con la mirada. Isabel me separó las piernas y se subió a la camilla por detrás de mí, poniéndose en cuclillas. Me echó un gel sobre la zona dolorida para masajearme, eso sí, por los alrededores, sin tocarme el punto más doloroso, lo que era un alivio. Notaba la sensación fresca del gel junto al calor que transmitían sus manos por mi espalda. Pero no era lo único que sentía, ya que también notaba la presión de sus pechos sobre mi trasero, lo que también era una sensación cálida, pero de otro modo. Miré al espejo y vi a Isabel dándome en el masaje. Su cara transmitía el esfuerzo que estaba realizando, aunque por la manera de abrir y cerrar la boca según se echaba adelante y atrás, me puse a pensar que parecía otra cosa, que daba la sensación que estaba suspirando mientras disfrutaba de un buen polvo. Eso junto a ver su escote inclinado, en el que podía apreciar perfectamente todo su canalillo, con sus pechos sobresaliendo del sujetador negro, me estaban calentando, pero no la espalda, sino la entrepierna. No entendía muy bien cómo, pero con el dolor que sentía me estaba empalmando. 


La visión de su cara junto a la de su escote moviéndose adelante y atrás, además de seguir sintiendo la presión de sus pechos sobre mi culo fue haciendo que mi pene creciese dentro del pantalón de deporte. Como estaba boca abajo la cosa quedaba bastante disimulada. Aun así, traté de pensar en cosas que no tuviesen que ver con el sexo, pero dada mi sangre caliente, me fue imposible. El bamboleo de su pecho, la presión, el bamboleo… Era imposible no asociar esa cadencia de movimiento a algo que me era muy familiar, las embestidas de una suave follada. Estuvo un rato masajeándome así, aliviándome el dolor de espalda a la vez que notaba algo de dolor ya en mi polla empalmada, por estar presionada contra la camilla, y con Isabel encima. Cuando terminó, se levantó y bajó de un salto al suelo, desde donde me preguntó:


- ¿Qué tal? ¿Sientes algo de alivio en la espalda? ¿Mejor?


- Sí, - le respondí, - al principio me ha dolido bastante, pero con el cambio de masaje me siento bastante mejor, ya no lo noto tan rígido como antes.


- Me alegro. – Añadió Isabel. – Luego te pondré corrientes con el electroestimulador, bastante suaves, para que te vayas sin mucho dolor, y ya mañana veremos cómo vuelves. Pero antes vamos a echarle un vistazo al hombro. Date la vuelta, ¿puedes no?


Yo tardé en darme la vuelta porque mi verga seguía empalmada, no del todo, pero resultaría muy evidente con el pantalón que llevaba. Traté de dejar pasar algo de tiempo, hasta que Isabel me insistió dándome una palmada en el muslo:


- Venga, gírate, que no tenemos todo el día…


No tuve más remedio que darme la vuelta. Lo hice con cuidado para no lastimarme, pero conseguí ponerme boca arriba. Cuando ya lo estuve miré al pantalón y vi lo evidente, el bulto se alzaba demasiado, era imposible no darse cuenta de lo que pasaba debajo de la tela. Por supuesto vi a Isabel mirar ahí, se había dado cuenta, por lo que avergonzado le dije:


- Lo siento Isabel. Es la primera vez que me pasa. No sé cómo, porque sobre todo siento dolor, pero me ha pasado. Notarte sobre mí, ver tu pecho adelante y atrás por el escote, sabiéndote tan buena, pues… De nuevo lo siento, en nada se me pasará, disculpa.


Ella se llevó una mano al pecho y notó que llevaba el último botón desabrochado. Eso era lo que había ayudado a que yo tuviese una visión más indiscreta de su anatomía superior, aunque tampoco se lo abrochó en ese momento. Me dijo:


- No te preocupes. No es algo muy habitual, pero a veces pasa. Relájate. Tengo un trabajo con demasiado roce, aunque sea de forma profesional, je, je.


Verla reír me tranquilizó. Le di las gracias sonriendo. Noté cómo el bulto de mi entrepierna empezaba a menguar. Luego Isabel cogió un taburete y se sentó a mi izquierda.


- Vamos a ver ese hombro. – Me dijo mientras me estiraba el brazo arriba y hacia atrás, hasta que se oyó un leve chasquido. – No te preocupes esto no es grave. Tras unos días con masaje y corrientes, ¡como nuevo!


Me bajó el brazo dejándolo a mi lado sobre la camilla. Se inclinó y se puso a masajearme el hombro. De nuevo notaba la presión de sus pechos sobre mi brazo, y por más que trataba de no mirar hacia su escote, no lo podía evitar. Me estaba empalmando otra vez. Isabel no se dio cuenta, seguía masajeándose sin más hasta que se oyó una voz a lo lejos:


- ¡Isa nos vamos! Ya cierras tú. Te quedas sola, que nosotras hemos terminado. ¡Hasta mañana!


Eran sus compañeras, fisioterapeutas también, pues conocía sus voces. Isabel les contestó:


- ¡Vale! Yo me encargo. ¡Hasta mañana!


Por un rato siguió dándome el masaje en el hombro. Mi empalme seguía ahí desafiante porque el roce y la vista de su escote no habían desaparecido claro. Lo peor es que mi mente ya estaba disparada, por lo que así era difícil que me bajase la calentura. Cuando terminó el masaje, Isabel me dijo:


- Voy a por las corrientes. Te dejo aquí mientras yo…


No pudo acabar la frase. Al girarse volvió a ver el enorme bulto de mi entrepierna y me miró diciendo:


- ¿Otra vez?


- De verdad que lo siento. – Le respondí. – No sé qué me pasa hoy, debo ser masoquista, porque con el dolor que tengo en la espalda… No me había pasado nunca y nos conocemos de tiempo. Siempre me has parecido una mujer muy sexy y atractiva, pero no esperaba llegar a esto nunca. Subirte encima y ver tu canalillo me ha excitado, de verdad que lo siento. Disculpa de nuevo, me voy a poner la camiseta y me marcho.


Ella dijo que no con la cabeza y me acarició el pecho con su mano. Vi que unas lágrimas asomaban de sus ojos, por lo que puse mi mano sobre la suya y la apreté diciendo:


- Jo, lo siento mucho. Me marcho. El próximo día pediré cita con alguna de tus compañeras para…


- ¡No! – Me cortó. – Si no es eso. El problema es que llevo mucho tiempo sin ver una muestra así de deseo, y has tenido que ser tú en lugar de mi marido, que no me hace caso, ya no me siento deseada, por eso algo que podría ser ofensivo, me ha parecido un piropo en tu caso, voy necesitada de deseo…


- Eeeeeem. – Balbuceé yo mientras Isabel seguía hablando.


- Llego a pasearme delante de él con lencería y nada, que si los niños, que si aquello, todo son excusas. Pienso de mí que ya no excitaría nadie, y llegas tú y te empalmas sin más, sin verme como me muestro a él, me dices que estoy buena, que soy sexy… De verdad, no sabes lo bien que me ha venido tu incorrección de hoy.


- Pues gracias. Me alegro de que haya sido algo positivo. – Le dije apretándole la mano otra vez. – Pero es verdad que eres una mujer tremendamente atractiva. Si no supiese la edad que tienes por nuestras conversaciones no la acertaría. Se te ve buena incluso con esta ropa de trabajo tan ancha. Tu marido debe ser muy tonto para no saber apreciar semejante bocado de dioses.


- Muchas gracias cielo. – Dijo ella mientras soltaba mi mano para llevarla a su ropa y seguir. – Tienes razón esta ropa no me favorece.


Después de hablar Isabel pasó sus manos por su contorno, haciéndome ver su silueta mientras sonreía, para a continuación llevarlas delante y desabrochar todos los botones de la chaqueta. Seguro que debí abrir los ojos como platos al ver por completo su sujetador aguantando sus pechos. Tras sacarse la chaqueta del todo, se desató los cordones del pantalón y sensualmente lo dejó caer hasta sus pies con sus movimientos de cadera. Se giró un par de veces ante mis ojos antes de decirme:


- ¿Ves? Esto es lo que ve mi marido y no hace ni caso, no como tú.


Cuando dijo esto con su dedo señalaba hacia mi entrepierna que ya apuntaba al techo, a la vez que miraba con aprobación mordiéndose el labio inferior. Verdaderamente le gustaba que yo me hubiese excitado con ella. ¿Y cómo no me iba a excitar? La visión de su cuerpo en ropa interior hacía imposible no hacerlo. Tenía unas piernas bien torneadas, un abdomen firme que no hacía pensar que había estado embarazada dos veces, unos pechos prominentes dentro de su sujetador, una espalda preciosa, con unos hombros que apetecía acariciar y un culo muy bien puesto, un poco respingón pero firme. ¿Cómo no podía desearla su marido? Mi polla la deseaba enormemente…


Se acercó hacia mí caminando descalza por el parqué. Se agachó y me besó. Yo le devolví el beso. Nuestros labios se juntaban, se separaban para volverse a juntar de nuevo. La lengua de Isabel se coló entre mis labios y la mía salió a su encuentro. Tras rozárnoslas un poco la sacó por lo que aproveché para mordisquear su labio inferior, apretando un poco. Ella suspiró en señal de que le gustó. Cogió mi mano y la llevó a su pecho. Empecé a acariciarle por encima del sujetador, pero no tardé en meter mis dedos por debajo de la tela. Comprobé el tacto de sus pechos, suaves, blandos, con pezones que se pusieron más duros según se los rozaba, según se los pellizcaba, a la vez que Isabel dejaba escapar nuevos suspiros placenteros. Con tanto manoseo de sus tetas su sujetador se levantó y pude ver sus pezones con su gran areola, de un tono marrón claro, tan duros que daban ganas de ponerse a mamar de ellos y no soltarse. Ella se desabrochó el sujetador y lo dejó caer, con cuidado puso sus manos delante de ellos para tapármelos. Sonrió y se sacó las manos de delante, allí estaban sus dos bonitas tetas, ligeramente caídas, pero todavía manteniendo una forma redondeada. 


Traté de levantarme para lamer sus pechos, pero noté un pinchazo en la espalda. Lo hice demasiado rápido olvidándome del dolor y me hice daño. Isabel me echó para atrás de nuevo diciéndome:


- No, tú quédate tumbado. No hagas nada que estás que no puedes. Yo me encargo de todo. Tú ahí quieto, como si fueses un viejo apolillado.


- No te pases… - Le contesté yo mientras reíamos los dos.


Isabel se giró y llevó sus manos a mi pantalón. Me acarició por encima de la tela para después cerrar la mano y masturbarme así sin quitarme el pantalón. Poco después puso sus manos a ambos lados del pantalón para estirar de él hacia abajo. Alcé un poco la pelvis con algo de dolor y ella estiró de golpe. Mi polla apareció por fin, bien dura ya. Quedó moviéndose adelante y atrás por el tirón del pantalón, parecía un péndulo que poco a poco fue parando hasta quedar en posición vertical. Isabel sacó el pantalón por mis pies para, poniéndose a mi derecha, volver con sus manos a mi duro rabo. Subió y bajó su mano por todo él repetidas veces, despacio, sintiendo todo su tacto, como saboreando el deseo por ella que emanaba de mi polla, era mucho sí, me había excitado sobremanera…


Poco a poco fue acelerando los movimientos de subida y bajada de su mano sobre mi verga. Cuando llegaba arriba me rozaba el glande con el pulgar para volver a bajar, hasta que paró. Con su culo hacia mí se agachó, dejando a mi alcance su poderoso trasero, la vista era de las buenas. Se puso a moverse sobre mi polla adelante y atrás, lo que hacía que sus tetas me la rozasen, dejando yo escapar algún suspiro por el placer que me daba ese cálido roce en mi capullo. 


Llevé mi mano derecha hacia sus muslos. Se los acaricié. Puse mi mano entre sus dos piernas y fui subiendo mientras Isabel iba separando sus piernas. Cuando estaba a punto de llegar arriba, a su entrepierna, saqué la mano para posarla sobre sus nalgas. Se las apreté, metí la mano por debajo de su culote para sentir bien la suavidad de su piel, volví a apretar su culo y luego saqué la mano. La llevé a su entrepierna donde le acaricié su sexo por encima de la tela. Una tela que ya estaba algo mojada por su excitación. Gemí al comprobarlo, antes de ponerme a apretar y rozar su entrepierna, mientras gemía ella. Estuve acariciando su tela mojada un poco, hasta que levantando su espalda se puso vertical y mirándome se sacó el culote negro deslizándolo piernas abajo hasta sacarlo por sus pies.


Yo la miraba de arriba abajo. Me gustaba mi fisioterapeuta. Por primera vez la veía completamente desnuda, salvo el reloj en su muñeca sí. La repasé una vez más para centrarme en su entrepierna. Llevaba algo de vello negro bien recortado en su pubis, pero nada en su rajita, por lo que podía ver bien sus gruesos labios mayores brillantes por lo mojados que estaban. Isabel se pasó una mano por la entrepierna para luego lamérsela lascivamente. Cuando terminó me dijo:


- Bueno, ¿me has visto ya bien? ¿Podemos seguir?


- Claro, es lo que estoy esperando. – Le contesté. – De verdad que no puedo entender que tu marido no te haga caso, con ese cuerpo, con ese coñito húmedo y sediento, con lo caliente que me estás demostrando ser…


- Gracias cielo, eres un encanto. – Me respondió. – Por eso te vas a llevar hoy el premio gordo, ese que mi marido ya ni huele. Además, entre tú y yo, por lo que estoy viendo, no sé quién es más caliente.


Dicho esto, se escupió sobre sus pechos un par de veces. Con una mano en cada una de sus tetas se frotó una contra la otra restregando su saliva entre ellas. Se inclinó y poniendo mi polla entre sus tetas empezó a hacerme una cubana. Para que pudiese ver bien, apartó su rizada melena negra con la mano. Se puso de nuevo a subir y bajar sus pechos rodeando mi polla dura, arriba, abajo, arriba, abajo. Veía cómo mi capullo aparecía y desaparecía entre sus tetas. De vez en cuando sacaba su lengua y me daba un buen lametón, con lo que me arrancaba un gemido placentero. 


Mientras ella me daba ese estupendo tratamiento, yo volví a llevar mi mano a su sexo, ahora ya sin el estorbo de la tela. Noté lo mojado que estaba al pasar mis dedos por toda su raja, así, desde atrás. Empecé a frotar su entrepierna con mis dedos y poco a poco ella empezó a separar sus muslos. Mi caricia se hizo más íntima, pude llegar a rozar su clítoris con mis dedos, lo que hice repetidamente mientras Isabel gemía. Luego metí un dedo en su coño mojado y empecé a follarla con él. Ella había dejado de masturbarme con sus tetas para, inclinándose más, empezar a mamar mi polla. Su lengua acarició mi glande circularmente, se entretuvo con mi agujerito lo que me hizo dar un respingo acompañado de un gemido. 


Yo seguía masturbando su sexo, ya eran dos los dedos que estaba metiendo y sacando de su empapado coño, dentro fuera, dentro, fuera… Ella empezó a acariciarme los huevos con una mano mientras con la otra me sujetaba la polla por la base. Así abrió sus labios y poco a poco se la fue tragando toda. Empezó a subir y bajar su cabeza, por lo que veía aparecer y desaparecer todo mi rabo entre sus labios. Mientras yo no dejaba de penetrarla con mis dedos. Su boca arriba y abajo, mis dedos dentro y fuera…


De repente paró su mamada, se levantó y se subió a la camilla de espaldas a mí. Se arrodilló con una pierna a cada lado de mi cabeza y se volvió a agachar cogiendo mi verga durísima entre sus dedos.

- ¡Cómeme! Lo tengo a punto. – Me gritó Isabel.


Miré bien su entrepierna viéndola realmente mojada, así que le contesté:


- Eso es lo que pensaba hacer.


Le di un lengüetazo por toda su rajita para luego mover mi lengua adelante y atrás por toda ella. Me gustaba su sabor de hembra en celo a la vez que escuchar sus gemidos de placer. Su boca empezó a darme placer en mi polla, subiendo y bajando por todo mi capullo mientras su mano subía y bajaba por mi tronco. Con mis manos separé los pliegues de su coño para que mi lengua pudiese lamerla mejor. La penetré con ella unas veces para luego lamer bien su clítoris. Escuché sus gemidos ahogados por tener mi verga dentro de su boca. No dejaba de mamarme dándome cada vez más placer, hasta que noté que empezaba a mover sus caderas, subiendo y bajando su pelvis rápidamente. Se sacó mi polla de su boca para poder gritar:


- ¡No pares ahora! ¡No pareeeees! Siiiii, siiiiiii, siiiiiiiiii, ¡aaaaaaaaaaaaaaah!


Se corrió sobre mi boca dado que yo no paré. Seguí lamiendo todo su coño mientras saboreaba el fruto de su corrida. Me gustaba su sabor. Volví a meter mi lengua dentro de su sexo mientras ella dejaba de jadear y de agitarse, hasta que de nuevo se llevó mi polla a su boca. Gemí de nuevo. Empezó a chupar mi capullo con más ímpetu, con más ganas, devorándomelo con ansia mientras yo suspiraba de placer. De nuevo empecé a lamer su coño, pasaba mi lengua por toda su raja adelante, atrás, adelante, atrás, tratando de seguir el ritmo que su boca marcaba sobre mi verga.


Tras un rato mamándomela Isabel a la vez que yo me comía todo su coño paró y se levantó. Andando sobre la camilla se puso a la atura de mi entrepierna para agachándose de espaldas a mí decirme:


- La necesito dentro…


- Sí, métetela ahí dentro. – Le contesté. – Siente todo mi deseo por ti justo ahí, disfruta de esa polla dura por tu culpa. 


Cuando escuchó mis palabras Isabel soltó un nuevo gemido. Continuó agachándose hasta que su entrepierna rozó mi glande. Entonces me cogió la polla con una mano y la guio hasta su entrada. Se dejó caer poco a poco sintiendo ambos el placer de esa lenta penetración, hasta que sus nalgas estuvieron sobre mí. Gemimos, para continuar con una guerra de gemidos cuando empezó a subir y bajar, metiéndose y sacándose toda mi verga de su coño. Traté de ayudar en la penetración con pequeñas embestidas de mi pelvis, pero no pude, me dolía la espalda al intentarlo, por lo que dejé que Isabel lo hiciese todo. Lo único que hice fue llevar mis manos a su espalda, se la fui acariciando con mis uñas hacia abajo hasta que llegué a su culo para sobárselo mientras me cabalgaba. Tanto la visión de su culo como ese magreo ayudaban a la excitación que tenía por la follada.


Isabel aceleró sus movimientos. Podía ver como mi polla entraba y salía de su sexo a una velocidad frenética. Arriba, abajo, arriba, abajo… Su culo no paraba, como mis manos de apretárselo. Le di un azote en una nalga, luego otro en la otra, lo que le gustó porque escuché nuevos gemidos con cada nalgada. Siguió cabalgándome un poco más así, hasta que paró, se levantó y se dio la vuelta.


- Quiero ver tu cara de placer mientras te monto. – Me dijo con una sonrisa pícara. 


- Sí, la visión de tu culo subiendo y bajando es explosiva, - le respondí, - pero prefiero ver la expresión de deseo en tus ojos mientras tus pechos bailan al ritmo de tus movimientos.


De nuevo Isabel se fue agachando. Esta vez apoyó las rodillas sobre la camilla y se fue sentando mientras con la mano volvía a guiar mi verga hasta su agujero mojado. Entró con facilidad según se sentaba. Una vez la tuvo toda dentro empezó a mover su pelvis adelante y atrás, restregándose sobre mí. Gemíamos de placer mientras nos mirábamos directamente a los ojos. Seguro que ella veía en mí la misma pasión que yo en sus ojos. 


Llevé mis manos a sus pechos. Se los apreté mientras ella empezaba a cabalgarme otra vez. Podía ver cómo mi polla salía para ser tragada nuevamente por su sexo. Podía ver también su clítoris inflamado por la excitación a la vez que pellizcaba sus duros pezones. Poco después solté sus tetas y llevé mis manos a sus caderas para ayudarla en sus impulsos. Isabel no paraba, arriba, abajo, arriba, abajo. Me estaba cabalgando salvajemente, cada vez más rápido. Gemía, volvía a gemir, como lo hacía yo también mientras veía sus tetas bailar rítmicamente. Y eso me ponía todavía más. Nada como el movimiento de unos buenos pechos rebotando mientras te cabalgan para rematar la excitación. 


Mis gemidos se hicieron más próximos, momento en que ella paró su follada, como para controlar mi tiempo. Se inclinó sobre mí. Llevó su boca a la mía y nos besamos. Nuestros labios, nuestras lenguas, jugaban entre sí mientras Isabel movía su pelvis lentamente, adelante, atrás, adelante, atrás. Oleadas de placer recorrían mi espalda, que ya ni sentía dolorida. Poco después alzó su torso y poniendo sus manos a ambos lados de mis hombros empezó a cabalgarme nuevamente. Subía y bajaba sobre mi polla dura a la vez que veía el bamboleo de sus tetas cerca de mi boca. Por lo que llevé mis labios a ellas. Mientras Isabel seguía moviéndose en su cabalgada, yo lamí uno de sus pechos, para después mordisquear su pezón que se estiro cada vez que ella se alzaba. El mismo tratamiento sufrió su otro pecho. Sus jadeos se mezclaban con mis gemidos nuevamente.


Ella se levantó y apoyando sus manos en mi abdomen recrudeció el ritmo de sus movimientos de subida y bajada. De nuevo me cabalgaba salvajemente, de nuevo sus tetas bailaban ante mí. Nuestros gemidos cada vez eran más fuertes, separados por suspiros placenteros. Pero ella no paraba, arriba, abajo, arriba, abajo. Con mis manos en sus caderas veía aparecer y desaparecer mi polla dentro de su coño, fuera, dentro, fuera, dentro, cada vez más rápido, cada vez más, más, más…


- ¡Estoy a punto! – Le grité con la voz entrecortada.


- ¡Bien! – Me contestó ella entre jadeos. – Córrete dentro, no hay problema, dámelo tu leche caliente, sí, sí, sí…


Fue escuchar sus palabras y no pude aguantar más, por lo que entre espasmos grité ya:


- ¡Ya llega, ya llegaaaa! Siiiiiiiiiii, ¡me corooooooooo! ¡Aaaaaaaaaaaaaah!


Mis chorros de leche caliente salieron disparados dentro de su coño, empapándoselo bien por la densidad de mi corrida. Alcé mi pelvis para ayudar a empujar mientras el semen brotaba de mi polla. Mi respiración no podía estar más agitada acompañada por fuertes gemidos. Ella no había dejado de cabalgarme frenéticamente, en ese momento lo hacía inclinada hacia atrás con sus manos apoyadas en mis muslos. Sus gemidos también eran ya intensos, por lo que poco después de mí, gritó:


- ¡Diooooooooooooooos! ¡Qué gusto sentir tu leche dentro! ¡Me voy otra vez! Siiiiiiiii, ¡aaaaaaaaaaaaaaaaaaaah! ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!


En ese momento noté cómo sus espasmos la hacían apretar y aflojar mi verga dentro de su coño, como para exprimírmela bien. Su pelvis se agitaba nuevamente. Miré a su cara y vi sus mejillas enrojecidas, sus ojos en blanco, su boca abriendo y cerrándose por sus gemidos…


Poco a poco nos fuimos recuperando de tan buena jodienda. Cuando recuperó el aliento se inclinó hacia delante y se pegó a mí. Yo la abracé mientras notaba otra vez la presión de sus pechos sobre mí, la dureza de sus pezones que se clavaba en mí… Nos besamos nuevamente, con pasión como lo hacen quienes han disfrutado del mejor orgasmo posible entre ello. Nos comimos los labios un buen rato mientras mi pene iba decreciendo de tamaño y se salía de su sexo. Hasta que su boca se despegó de la mía y me dijo:


- Bueno, será mejor que nos pongamos en marcha, si no en mi casa se empezarán a preguntar si me ha pasado algo.


Isabel se levantó una vez más y bajó de la camilla. Vi una vez más lo buena que estaba desnuda, mientras iba recogiendo cada una de sus prendas. Y yo la acababa de disfrutar… Cuando lo recogió todo me volvió a besar para después susurrarme al oído:


- Muchísimas gracias por esto. No te imaginas cuánto necesitaba algo así, hacerlo con alguien apasionadamente, sentir que alguien todavía me deseaba tanto como has hecho tú. Gracias… Seguro que el sexo con mi marido ni se parecerá a lo que ha pasado aquí, al menos me quedo con esto.


- Gracias a ti Isabel. – Le respondí yo. – Lo que es inesperado suele saber mejor, y hoy ha sabido muy bien. Eres una mujer muy deseable, eso lo debes de tener muy claro. Y que sepas que follar contigo es el mejor tratamiento para las lesiones, porque ya no me duele, no sé si me podré levantar de aquí, pero ya no me duele…


Reímos los dos y ella se despidió de mí:


- Espero que perdones que hoy no te ponga las corrientes, pero ya es tarde. Vístete y sal, yo me voy a dar una ducha antes de volver a casa. Nos vemos mañana. ¡Chao!


- Me has dado algo mejor que las corrientes. ¡Hasta mañana Isabel!


Ella se fue a ducharse. Yo me hice el ánimo y me levanté, no sin dolor, pero claro era lo normal, el buen sexo tampoco tiene un efecto mágico. Me vestí, me puse mis chanclas y me fui a casa. Ciertamente caminaba mejor que cuando había acudido a la consulta. Por el camino fui pensando en lo sucedido, no me lo podía creer a pesar de haberlo vivido. Lo que más me costaba entender es que una mujer tan atractiva como ella se sintiese así, no deseable. Las mentes a veces juegan malas pasadas.


El día siguiente volví a la clínica después de comer. Me atendió Isabel por supuesto. Con voz baja comentamos un poco lo ocurrido y me dijo que había estado muy bien, que no se arrepentía de nada, pero que no se podía volver a repetir porque fue un momento de debilidad en una mujer casada como ella. Le dije que la entendía y fui acudiendo día tras día para recuperarme de mis lesiones, cosa que sucedió porque ella era muy buena con sus masajes y sus tratamientos. Pero he de reconocer que ninguno de sus tratamientos recuperadores estuvo a la altura del placer sanador que me proporcionó el primer día.

4 comentarios:

  1. Hola Eros! me siento muy identificada con la protagonista a mi me pasa igual no me siento deseada por mi pareja, como no soy masajista no tendré tanta suerte como ella. Me gustan muchísimo tus relatos y me ponen a 1000 y termino siempre en la bañera con una buena masturbación que hace temblar todo mi cuerpo. Besos de alto voltaje

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    1. ¡Hola Venus!
      Lamento leer que tú, como Isabel, tampoco te sientas deseada por tu pareja, es una pena. Seguro que eres una mujer caliente y con ganas de disfrutar y sin embargo tu pareja te deja de lado. Es triste que haya parejas así, ya sean hombre o mujer. El sexo es muy importante y los dos lo deberían entender, sobre todo si uno lo necesita más que el otro. Isabel es fisioterapeuta sí, pero no hace falta tener su trabajo para poder dar rienda suelta a tus fantasías con alguien como tú. Cualquier situación es perfectamente válida para que salte esa chispa sexual...
      Me alegra que te gusten tanto mis relatos y sobre todo que acabes a tope masturbándote en la bañera. Ya que tu pareja no te da lo que quieres, al menos no dejes de disfrutar tú misma.
      ¡Muchísimas gracias por tu comentario Venus!
      Besos morbosos.
      Eros

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  2. Durante un tiempo yo me sentí identificada con tu fisioterapeuta, mi pareja no me seguía el ritmo, pero igual que ella, decidí disfrutar de la vida, que es demasiado corta. Si mi pareja decidía seguir mi ritmo bien, si le parecía mal también. Fue lo segundo y desde entonces me sentí una mujer libre para disfrutar de todo lo que no pude con él. Por cierto, yo también doy muy buenos masajes, tal vez los deberías probar....
    Me gustan tus relatos Eros, son muy reales, muy descriptivos, y eso me pone hasta masturbarme. No dejes de escribirlos.
    Un beso

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    1. ¡Hola Dama!
      ¡Qué bien que te convirtieses en una mujer libre que disfruta de la vida! A veces hay parejas que te arrastran hacia la rutina y la desgana, pero también las hay que te encienden la llama con sólo pensar en lo que pueden haber planeado para cuando la veas nuevamente. A mí las que me gustan son las segundas con diferencia.
      En cuanto a los masajes, nunca vienen mal, je, je.
      Me alegra que te gusten mis relatos y te masturbes con ellos, no sabes lo que me gusta saberlo...
      ¡Muchas gracias por tu comentario Dama!
      Besos morbosos.
      Eros

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