domingo, 19 de enero de 2020

El arte de la infidelidad


En la primera parte de esta historia, sin comerlo ni beberlo, aunque con plena colaboración por mi parte, exploré con Marta, la mujer de mi antiguo amigo Josan, las diferentes formas de masturbación que se nos ocurrieron. Pero eso sí, sin follar, sin ponerle los cuernos a mi amigo claro, quien me había invitado a pasar el fin de semana en su casa de Cuenca después de unos veinte años sin vernos. Tras ello me vestí y salí disparado hacia el bar donde me esperaba Josan con sus amigos.

Iba todo lo rápido que podía, como si por llegar pronto de su casa al bar, fuese a borrar lo que acababa de suceder entre Marta y yo, que, aunque no hubiesen sido cuernos según nosotros, se parecía bastante. Siguiendo el itinerario con el móvil, gracias a la ubicación que Josan me acaba de enviar, llegué en unos diez minutos al local donde se encontraban. Nada más entrar, me vio y vino hacia mí la mar de efusivo. Tras darme un abrazo me dijo:

—Un poco más y no llegas, ¿qué estarías haciendo bribón? Ya, ya, dormir, ¡menuda siesta!

Según decía esto, yo miré hacia su cabeza, más que nada por si asomaban dos pequeños cuernecitos, pero no. Mientras lo hacía pensaba en que si supiera lo que había estado haciendo de verdad ya no me trataría así, tan agradablemente, pero eso ya no tenía remedio, por suerte para mí.

Josan me llevó a la mesa donde estaban sus amigos y nos presentó. Me parecieron simpáticos de entrada, aunque claro, ellos ya se habían tomado alguna copa por lo que sus lenguas ya estaban disparadas, y sus ganas de cachondeo todavía más.

Nos quedamos ahí mientras apuraban la copa que tenían en la mano y después salimos hacia otro pub, antes de ir a un par más. Me sorprendió lo animados que estaban todos los sitios para ser un viernes por la tarde, es cierto que abundaban los adolescentes y gente muy joven, aunque poco a poco iba llegando la noche.

La primera impresión que habían causado en mí los amigos de Josan se confirmó a lo largo de la velada, eran personas muy divertidas. Estuvimos bailando y riendo todo el tiempo, y Josan era el rey de la fiesta. Se notaba que se lo pasaban muy bien, que eran buenos colegas y, entre copa y copa de ellos porque yo apenas si me tomé una, me hacían sentir uno más. Eso me daba que pensar. Por fuera me reía, pero por dentro estaba meditando en lo que había hecho con Marta, sobre todo cada vez que veía la cara sonriente y feliz de Josan. Aunque siendo sincero, se me pasaba pronto, pues otro pensamiento me dominaba. A mi mente venía la imagen desnuda de Marta, masturbándose para mí, conmigo, y mi entrepierna se empezaba a mover. El deseo por ella crecía en mí, malas ideas pasaban por mi mente teniendo a Josan delante, quizás por el hecho de tenerlo delante sí, pero seguía bailando y la idea de follarme a Marta se me iba de la cabeza, por un rato, porque luego volvía… Pero no, tenía que descartarlo, no le podía hacer eso a un amigo con el que estaba pasándolo genial después de todo, no era tan cabrón, ¿o sí?

Estuvimos un rato más allí bailando y riendo, hasta que alguien gritó:

—¡Eh! Que son ya casi las nueve… ¿No hemos reservado para cenar?

—Tienes razón —contestó Josan también a gritos—. ¡Venga! ¡Vamos tíos!

Salimos todo el grupo del pub donde estábamos para dirigirnos al restaurante en el que íbamos a cenar. Por la calle Josan y sus amigos iban jugando como críos, se les notaba eufóricos. Yo no sabía si eran así todos los días o es que era un día especial para ellos, pero lo cierto es que eran la bomba. Con un gran jolgorio llegamos al restaurante a eso de las nueve y cuarto. Nos sentamos en la mesa que teníamos reservada y, cuando se acercó una camarera a la mesa, pedimos unos entrantes y unos vinos.

La cena transcurría como la tarde, todo risas y buen rollo, si bien, empecé a fijarme en que también había demasiado buen rollo entre la camarera y Josan: miradas furtivas, la mano de Josan que rozaba el muslo de la camarera como el que no quiere la cosa, la mano de la camarera rozaba la nuca de Josan… Eran detalles que pasaban desapercibidos a simple vista, pero para alguien acostumbrado a ver un poco más allá, era muy evidente. Sería una de las canas al aire que me contó que echaba…

Una vez pedimos el plato principal y empezábamos a atacarlo, noté cómo vibraba el móvil en mi bolsillo. Lo saqué y lo miré, eran unos wasaps de un número que no tenía memorizado en la agenda. Aun así, entré y los miré para poder comprobar que eran de Marta. Me había mandado la foto que yo le había hecho cuando nos habíamos masturbado por la tarde, con mi polla dura en primer plano sobre su cuerpo desnudo de fondo, a lo que añadía:

“Para que tú también la tengas y te pongas cachondo al recordar lo que hemos hecho…”

Y sí, consiguió el efecto que buscaba, pues mi pene nuevamente empezó a removerse y a crecer dentro de mi pantalón. Pero, además, había otra foto con sus piernas abiertas, mostrando los pliegues de su vulva abiertos por una mano, brillante en su centro mostrando el fruto de su placer… A la foto, la acompañaba otro mensaje:

“Aquí puedes ver lo mucho que he disfrutado masturbándome mientras pensaba en ti, en mí y en esta tarde…”

Nada más ver y leer eso, me puse duro como el acero, de forma irremediable. Y por el impulso del momento me atreví a responder sus mensajes de esta forma:

“Yo también estoy pensando en lo de esta tarde a cada rato, en tu cuerpo desnudo, en los roces, en tu mirada, en tu coño abierto disfrutando… Estoy pensando tanto en ello, que, si fuera ahora, habría cuernos asegurados, me ha invadido un enorme deseo por ti, y no sabes cómo me encantaría poder satisfacer ese deseo contigo...”

Tras darle a enviar me vino un poco de arrepentimiento, pero ya estaba hecho y no había solución. Además, es importante seguir ciertos impulsos en la vida, y si éste salía bien prometía ser de los buenos, de hecho, ya lo había sido, solamente quedaba mejorarlo. Antes de salir de la app, vi que había visto el mensaje, pero no recibí respuesta, por lo que volví a guardar el móvil y me centré nuevamente en la cena. La suerte estaba echada, ahora únicamente quedaba ver si recibía respuesta favorable por parte de Marta.

En la cena, todo seguía igual, risas, mucha comida y mucho vino. La verdad es que Josan y sus amigos bebían como cosacos, yo estaba mucho más moderado. A mí es que me gusta disfrutar de la sensualidad del vino en la boca, saborearlo, sentirlo, como otras cosas de la vida, pero ellos no, ellos bebían como si no hubiera un mañana. Por ello, no me sorprendió que, en un momento dado, Josan gritara que tenía que cambiarle el agua al canario, y salió disparado al aseo. Lo que sí me sorprendió fue que tardara bastante en volver, que volviera con cara de satisfacción y que poco después de él, la camarera saliera también por la puerta del aseo. Evidentemente, algo había sucedido allí dentro, no sabía si polvo, mamada o qué, pero yo conocía esa situación. Tenía muy claro que a Marta le acababan de poner los cuernos allí dentro, así que yo ya estaba completamente decidido a ponerle los cuernos a Josan, nada me frenaba ya tras lo que había intuido. Por ello volví a mirar el móvil, pero no, desgraciadamente, no tenía respuesta por parte de Marta.

Pero un rato después, mientras seguíamos cenando, llegó la respuesta, en forma de llamada. Me sorprendió que sonase el móvil, pero aún más ver quién me llamaba…

—¡Hola! ¿Sabes quién soy?, ¿no? —me preguntó Marta.

—¡Hola! —le respondí—. Sí, sé quién eres, aunque no pueda decir tu nombre aquí.

—¿Está Josan por ahí cerca? ¿Verdad? —me volvió a preguntar.

—Por supuesto —le contesté bajando la voz un poco—, está justo a mi lado, y sus amigos por aquí también.

—Mejor, porque te voy a proponer algo —añadió Marta—, y lo mejor es que él esté por ahí cerca, para que me respondas mirando a su cara, y no haya ningún tipo de dudas.

—Soy todo oídos, ¿tiene que ver con mi mensaje? —le pregunté.

—Por supuesto que tiene que ver —me respondió ella—. Te hago una proposición que tiene que ver conmigo y contigo. ¿Aceptas sin escucharla?

—¡Sí! —contesté sin más mirando a Josan.

—No esperaba menos —dijo Marta entre risas—. Pues lo que propongo es que estemos juntos tú y yo, ya que tanto lo deseas, y yo también, la verdad. Así que búscate una excusa para salir de allí y venir conmigo, pero no a mi casa, sería demasiado peligroso. Mi familia tiene una casa que no utiliza, y de la que tengo llave, allí no habrá problema, y si mi marido llega a casa antes que nosotros, será más fácil de explicar eso para mí, a que te pille conmigo. Aunque puedes estar tranquilo de que no llegará antes, lo conozco bien, pero prefiero no arriesgarme. Ahora te mando la ubicación por WhatsApp.

—Perfecto, mándamelo y en breve salgo para ya —le pedí yo con deseo.

—Por cierto —añadió—, cuando me has contestado, ¿mirabas a Josan?

—A sus ojos, sí —le contesté.

—Ummm, así me gusta. Te espero, yo ya voy de camino —me dijo antes de colgar.

Me quedé pensativo con la sonrisa en la cara y guardé el móvil en el bolsillo de mis vaqueros. Tenía que encontrar la manera de poder largarme de allí sin quedar mal con Josan y que tampoco notase nada raro. Unos instantes después volví a notar una vibración en mi bolsillo, sin duda era la ubicación que me enviaba Marta, así que no me quedó más remedio que hacer algo desesperado…

—¡Mierda! ¡Joder! —exclamé entre aspavientos mientras el vino que había en mi copa se esparcía por mi camisa blanca, tras haberla golpeado yo mismo para que cayera sobre mí, sin que nadie se diera cuenta claro.

—Pero tío, ¿en qué estabas pensando? —me espetó Josan.

—Pues evidentemente en mi copa de vino no —le respondí—. ¡Qué desastre! Con este manchurrón no puedo estar aquí, me avergüenza que me vean así…

—Tranquilo, a ninguno de estos le va a importar y tampoco te conoce nadie fuera del grupo. Además, nos vamos a ir ya de fiesta —dijo Josan.

—Ya, pero yo mejor voy a tu casa y me cambio pues estará allí tu mujer, y puedo entrar. Aunque la verdad, creo que, ya que voy, me quedaré allí ya para descansar, no me siento hoy con mucho ánimo —añadí—.

—Tío —me respondió—, te has hecho viejo en estos años que no te he visto, ya no aguantas nada…

—Para nada —le repliqué yo—, de viejo nada, ni por dentro ni por fuera, ¡que mi azotea sigue bien cubierta!

—¡Qué cabrón! —me contestó Josan riendo.

—¡Ni te imaginas cuánto! —le solté pensando en lo que pensaba hacer con Marta—. Eso sí, mi pelo no me ha servido para disfrutar de la camarera en el aseo…

Tras decir eso, le cambió la cara, pero me nació de dentro, se lo tenía que soltar, no me podía aguantar eso dentro, y quería que él supiera que yo lo sabía.

—Veo que no se te escapa una —me dijo más serio, antes de volver a sonreír para preguntarme—, ¿no se te escapará ahora?, ¿no?

—Pues no, puedes estar tranquilo, seré una tumba —le dije para tranquilizarle—. Pero los viejos, nos damos cuenta de todo, como ves…

—Ya, ya, ya —contestó jocoso—, pues si vuelves después de cambiarte la camisa, que sepas que la noche va a ser larga y que vendrá ella con sus amigas. Y no serías el primero de mis amigos que se beneficia uno de sus jóvenes chochitos…

—Interesante plan —le contesté yo siguiendo el juego con sus cuernos—, pero la verdad es que mejor no. Yo prefiero a una mujer con más experiencia, que sepa bien lo que quiere y con una mente morbosa que me atraiga, je, je. Te agradezco el ofrecimiento de lo que no es tuyo, pero mejor me quedo con lo tuyo, con tu cama en tu casa.

—En fin, como quieras —me respondió sin pillar lo que le acababa de decirle—, pues ve a casa y descansa. Yo no pienso descansar, hoy como estás viendo, estamos muy animados, hoy no llegaré hasta después de que amanezca, seguro, ¡los jóvenes tenemos eso! Nos veremos mañana, ¿no?

—Claro —aseveré yo—, aunque seguro que te levantarás tarde, pero allí seguiré.

—Pues hasta mañana tío —se despidió dándome un abrazo.

—¡Hasta mañana Josan! —respondí devolviéndole el abrazo.

Me despedí también de todos los demás y salí rápidamente del restaurante. Le envié un wasap a Marta avisándole de que ya iba de camino, a lo que me contestó que me diese prisa y que no parase en una farmacia porque los condones ya los había comprado ella. No pude evitar reír mientras le contestaba que estaba en todo. Siguiendo la ubicación que me había mandado llegué a donde se encontraba en menos de diez minutos. La avisé y me abrió la puerta de la casa, diciéndome:

—Por fin —dijo mientras me saludaba—. Pasa, pero, ¿qué le ha pasado a tu camisa?

—¡Hola Marta! —le contesté una vez dentro—. Pues que me he echado el vino encima, ha sido la manera más rápida que se me ha ocurrido de salir de allí, para ir a tu casa a cambiarme y no volver. Por cierto, que sepas que no tenemos prisa, tu marido no piensa volver hasta que amanezca…

—¿Tanto me piensas follar? —preguntó ella pícaramente.

—Pues hasta que no podamos más —le respondí con rotundidad.

Marta me guiñó el ojo y mordisqueó levemente su labio inferior. Yo no tuve que esperar ninguna señal más para abalanzarme sobre ella justo detrás de la puerta, y plantarle un beso largo y apasionado en sus labios, mientras acariciaba su espalda por encima de su ropa. 

¿Y qué decir de su ropa? Pues que iba vestida de forma realmente sexy. Llevaba una chaqueta de manga larga de color negra, tipo americana, sobre una minifalda negra también. El escote dejaba ver parte de sus grandes pechos y también lencería de encaje, de color rojo. Por debajo de la minifalda, asomaban unos ligueros que enganchaban con unas medias negras moteadas en rojo, y para rematar el conjunto unos zapatos negros con un tacón de vértigo. A mí me pareció realmente explosiva.

Tras el largo beso, le dije:

—Ya sé que te he visto desnuda, pero no hay nada como vestirse de una forma tan sexy como la tuya para provocar más ganas todavía…

—Gracias —me contestó Marta—, para eso lo he hecho —y añadió mientras se abría más el escote y sobaba sus pechos por encima de su roja lencería—, ¿te gustan?

—Me encantan —respondí embelesado.

—Pues ven conmigo —añadió según se dirigía hacia el interior de la casa.

Yo, por supuesto la seguí. Llegamos a una habitación amplia, con la luz encendida, en la que había una cama de matrimonio antigua rodeada por un armario y una cómoda antiguas también. Con su mano me indicó que me sentase en la punta de la cama, y yo le hice caso, mientras ella se apoyaba en la cómoda. Sin previo aviso, alzó una de sus piernas y llevó su pie hacia mi entrepierna, apretándomela por encima de mi vaquero con su zapato de tacón, mientras me decía:

—Vamos a comprobar si de verdad te ha gustado lo que has visto, si de verdad tienes tantas ganas de mí como dices…

A lo que le respondí apretando su pie con mis manos, contra mi pernera:

—Por supuesto, que sí, siéntelo, esto está así por ti.

—Sí, ya lo noto, bien duro como a mí me gusta —me contestó halagada.

Tras decir eso comenzó a mover su pie por encima de mi entrepierna, adelante y atrás. Yo le solté el pie para que se moviese con más libertad y me entretuve mirando sus movimientos, así como también lo que dejaba ver su minifalda, que habiéndose subido me mostraba las tiras rojas del liguero, así como un tanga rojo de encaje por el que podía llegar a ver los labios de su vulva. Decidí alargar yo también mi mano, incorporándome un poco para comprobar su calor. Y sí, su entrepierna ardía, a la vez que estaba húmeda, no podía ser de otra forma…

—Tú también tienes ganas, esta tela roja caliente y mojada así lo demuestra —le dije.

—¿Acaso lo dudabas? —me preguntó atravesándome con su mirada.

—Para nada —le respondí—, pero siempre viene bien comprobarlo…

—Pues comprueba, compruébalo bien —añadió.

Y lo hice, moví mis dedos por encima de la tela, sintiendo más y más su calor, mientras Marta seguía restregando su pie por encima de mi pantalón, por encima de mi pene, cada vez más duro. Hasta que lo apartó, se puso de pie, me echó para atrás con su brazo y empezó a avanzar en cuclillas por encima de mí, con una pierna a cada lado de mi cuerpo, diciéndome:

—Te vas a comer lo que tanto has calentado…

Dicho y hecho. Con sus dedos apartó la tela de su tanga y se sentó sobre mí, dejando su mojado coño a la altura de mi boca. Inevitablemente mi lengua empezó a moverse rozando sus pliegues, subiendo y bajando, deleitándome con su sabor, ese sabor mezcla de placer y deseo que tanto me gusta. Marta suspiraba con los estudiados movimientos de mi lengua, que seguía bajando y subiendo por sus labios, hasta que la dejé arriba, rozando su clítoris con delicadeza, momento en el que se le escapó su primer gemido. 

Se desabrochó la chaqueta y, con toda la sensualidad que pudo, la dejó caer desde sus hombros, a lo largo de sus brazos, antes de lanzarla con fuerza hacia el otro lado de la cama. Eso no le impidió seguir disfrutando de mi lengua sobre su coño, tanto que, tras tirar la chaqueta, agarró mi cabeza y empezó a moverse adelante y atrás, restregando su mojada entrepierna sobre mi boca, una y otra vez, disfrutando enormemente del placer que le daba mi juguetona lengua.

Se notaba que estaba muy caliente pues empezó a gemir al compás de sus movimientos sobre mi boca. Yo trataba de lamer como podía su mojado coño, intentando rozar una y otra vez su ya inflamado clítoris, pero no era fácil con la presión que ejercían sus manos sobre mi cabeza, aun así, no dejaba de mover mi lengua, de rozarla con ella y de hacerla gemir mientras Marta se agitaba adelante y atrás, disfrutando cada vez más, hasta que gritó:

—¡Siiiiiiiii! ¡Qué cachonda estoy! No voy a aguantar más, no pares…

Yo traté de decirle que no pensaba dejar de rozar su clítoris, pero su entrepierna me ahogaba, por lo que solamente podía mover mi lengua, y eso hacía, agitándola, pasándola por todos sus pliegues, una y otra vez, sintiendo bien la humedad de su vulva. Ella no dejaba de moverse, avanzando y retrocediendo sobre mí, intensamente, gimiendo cada vez con más fuerza, hasta que empezó a temblar y pude saborear su placer sobre mis labios:

—¡Jodeeeeeeeer! Sí, sí sí —gritó Marta entre jadeos—. ¡Qué buena lengua tienes cabrón!

Acarició mi pelo mientras yo seguía lamiendo sus flujos, no quería dejarme nada. Me encanta el sabor del placer de una mujer, y el de Marta no iba a ser menos, así que me apliqué en saborearla bien, sin dejarme nada. Cuando se relajó, se levantó y así yo también me pude relajar un poco de su presión. Me miró a los ojos y se agachó para besarme. Mi lengua y la suya se enroscaron en un apasionado beso, compartiendo el sabor de su flujo y dándonos algún que otro mordisco en los labios. Tras ello se volvió a levantar y me dijo:

—Tu lengua se ha portado muy bien, aunque era fácil porque estaba muy caliente. A ver ahora si mantienes el listón. ¿Cómo siguen tus ganas?

—Bien duras por ti —le contesté mientras ella alargaba su mano hasta mi entrepierna, tocándome por encima del vaquero—. ¿Lo ves?

—Sí, la noto bien dura ahí abajo —me respondió clavando sus ojos en los míos—, la quiero ver ya…

—Y ya la vas a ver —añadí mirándola yo también.

Tras ello me levanté de la cama y, ante su atenta mirada, desabroché sensualmente botón a botón mi manchada camisa blanca, para sacármela poco a poco. La tiré al suelo y desabroché la correa y los botones de mi vaquero. Estiré y me bajé de golpe tanto el vaquero como el bóxer, saltando mi dura polla en el aire, liberada de su cautiverio.

—No me mentías, no —dijo Marta.

—Claro que no —le contesté yo mientras seguía bajando el pantalón—, ya ves lo duro que me tienes.
Ella se giró y desabrochó su minifalda para, agachándose de forma estudiada, bajársela mostrándome su soberbio trasero, con la tirita de su tanga entre sus nalgas, enmarcadas por los ligueros.

—¡Qué preciosidad de culo tienes! Verlo así todavía me ha puesto más duro si cabe —le dije.

—Para eso lo he hecho —me contestó riendo—.

Marta acabó de sacarse su minifalda, sentada en la cama, dejándose sus zapatos puestos. Yo, sin embargo, me agaché para sacarme los míos y los calcetines, sentándome a su lado para sacarme tanto los vaqueros como el bóxer, quedando completamente desnudo y empalmado a su lado. Ella, para no ser menos, desabrochó su sujetador de encaje rojo y con suavidad lo dejó caer hacia adelante, cogiéndolo con las manos, hasta que se lo sacó sonriendo. De nuevo pude ver sus generosos pechos desnudos, rematados por sus gordos y duros pezones, por lo que no pude evitar mordisquear mi labio inferior con deseo mientras acariciaba mi dura polla lentamente. Entonces ella se levantó, y se puso ante mí. De pie sobre sus tacones estiró de la cintura de su tanga de encaje y rápidamente lo bajó y se lo sacó, por un pie y luego por el otro. Sin dejar de acariciar mi verga, miré su brillante entrepierna, sin duda jugosa de nuevo, la quería sí, quería estar dentro aún más que por la tarde cuando la vi masturbarse.

Se acercó a mí, tan sexy como estaba, con sus medias, sus ligueros y sus zapatos de tacón, y agarrándome con su mano derecha mi polla, me levantó. Cuando yo estuve de pie y desnudo ante ella, Marta se arrodilló y empezó a lamer mi glande con su lengua, mientras su mano subía y bajaba por toda mi verga suavemente. Su lengua daba vueltas en círculos por todo mi capullo, sin dejar de mirarme. Y cómo me ponían esos ojos tan deseosos, ufff… Su mano seguía pajeándome, incluso cuando sus labios engulleron todo mi capullo empezando a mamarme la polla. 

Estando así, me agaché y, sintiendo el placer que me daban sus labios alrededor de mi polla, acaricié y magreé su culo, antes de darle un suave azote. Marta gimió al sentirlo, pero no por ello dejó de mamar mi dura verga. A continuación, me alcé un poco y lo que sobé fueron sus pechos, primero uno y luego el otro, pellizcando con cuidado sus duros pezones. Más gemidos escaparon de la ocupada boca de Marta, que no paró moverse. Boca arriba, boca abajo, mano adelante, mano atrás, me estaba poniendo a mil. De repente se sacó mi polla de su boca y bajó lamiendo con su lengua todo el tronco, hasta llegar a mis huevos. Con una mano se metió uno en la boca empezando a lamerlo y succionarlo proporcionándome una increíble sensación de placer, luego se lo sacó y se puso el otro, mientras con su otra mano me fijé en que se acariciaba su entrepierna. Hasta que paró, se separó de mi entrepierna, se levantó y se fue hacia la cama. Alzó su pierna derecha, poniendo su rodilla sobre el colchón mientras seguía de pie sobre su otra pierna, y me dijo:

—Estoy muy caliente, necesito tu dura polla ya dentro de mí. Coge un condón de mi bolso, y ¡fóllame ya!

Yo ni rechisté. Si ya había llegado a la casa con unas enormes ganas de follármela, que me lo pidiese así y se me ofreciese en esa posición, todavía me dio más. Con rapidez me puse el preservativo y me coloqué tras ella. Jugué unos instantes con mi polla entre sus nalgas, bajando también a su mojada vulva, la que también rocé sin entrar, hasta que Marta se giró con cara de súplica, por lo que apoyé mi capullo en su húmeda entrada y apreté, entrando en ella lentamente. Ambos gemimos al sentir por fin nuestros sexos en contacto, después de haber deseado eso mismo durante horas…

Poco a poco fui moviéndome en su interior, metiendo y sacando mi polla de su mojadísimo coño. La sacaba lentamente y la metía rápidamente, una y otra vez, acelerando, con una mano apretando su culo para apoyarme bien mientras mordisqueaba su cuello desde atrás. Marta no podía hacer otra cosa que gemir con cada una de mis embestidas, sintiendo a la vez mis mordiscos en la delicada piel de su cuello, aunque eran mordiscos muy suaves, pues a pesar de la pasión del momento, no quería dejarle ninguna marca delatora que pudiera identificar Josan.

Yo seguía empotrándola desde atrás, entrando cada vez con más fuerza en su coño, disfrutando con el placentero roce del vaivén, hasta que decidí parar. Quería seguir follándomela, pero con sus intensos ojos clavados en los míos. Me salí de ella, bien duro como estaba, con el condón mojado y brillante como su coño, y la empujé de lado hacia la cama. Ella lo entendió y se puso boca arriba, mirándome, suplicándome para que le siguiera dando placer. Levantó una pierna, que yo puse encima de mi hombro, con su tacón hacia arriba, y así volví a entrar de golpe en su coño, profundamente, embistiendo con todas mis ganas…

—Siiiiiiiiii, sigue así, así, siiiiiiiii —gritó entre jadeos Marta.

Eso me animó a seguir, bombeando con fuerza, dentro, fuera, dentro fuera, sin parar, sujetándome con mis manos en su muslo para entrar todo lo que podía, como si quisiera atravesarla. Sus grandes y brillantes ojos parecían querer salirse de sus órbitas, me miraba con muchísimo deseo, acompañando de nuevo con sus gemidos cada una de mis embestidas. Pero yo no cesaba mi mete saca, seguía follándomela con todas mis ganas, mientras empezaba también a gemir. Dejé de sujetarme en su muslo y me agarré a sus grandes tetas, las apreté sin dejar de embestirla, una y otra vez, una y otra vez, sin descanso, acelerando cada vez más, sintiendo que el momento de máximo placer se acercaba.

—Creo que no aguantaré mucho más así —grité—, ¡diooooos!

—¡Aún no! —replicó Marta—. ¡Quiero bailar sobre ti antes de que me des tu leche!

Y tras decir esto me apartó con su pierna. Yo me salí de ella, quedando mi durísima polla temblando en el aire. Marta me miró y me dijo:

—Joder, ¡cómo la tienes! ¡Qué venas más gordas! Me encanta…

—Sí, así me tienes sí —le contesté—, a punto de reventar.

—Pues túmbate ya —me pidió ella.

Y por supuesto lo hice. Me tumbé boca arriba en la cama, a su lado, con mi dura verga mirando al techo. Entonces Marta se incorporó y, sin sacarse los tacones, se puso sobre mí, dándome la espalda. Avanzó mientras yo admiraba su precioso culo hasta colocar su entrepierna a la altura de mi polla. Me la agarró con la mano y lentamente se la fue metiendo en su coño. De nuevo el placer me recorrió, ahora con un escalofrío a lo largo de toda mi espalda, pues ya estaba muy sensible.

Marta empezó a moverse con mi verga dentro de ella, tal y como había dicho, bailando sobre mí, moviendo sus caderas adelante y atrás, a izquierda y a derecha, con calma, sintiendo como mi dureza la invadía en cada movimiento, entre suspiros. Poco a poco empezó también a levantarse y dejarse caer, despacio, una y otra vez. Yo puse mis manos en sus caderas para ayudarla en sus movimientos, aunque no le hacía falta, ella se manejaba muy bien cabalgándome, por lo que solté una mano y le di un azote así como estaba. Ella gimió y aceleró. Empezó a subir y bajar sobre mi dura polla, salvajemente, como si me quisiera romper. Era tanto el placer de la jodienda, que mis gemidos empezaron a mezclarse con los suyos, haciéndolo ya al unísono. 

Marta no dejaba de cabalgarme furiosamente, tanto que incluso sus ligueros llegaron a soltarse de sus medias. Apoyó sus manos en mis muslos para levantarse y bajar más ágilmente, así yo podía ver aparecer y desaparecer mi polla en su coño, una y otra vez, una y otra vez, poniéndome cada vez más a tope, más, más, más… Hasta que grité:

—¡No puedo más! ¡Me voy a correr yaaaaaa!

—¡Hazlo! ¡Siiiiiiiiii! —gritó Marta también—. Yo estoy a punto, siiiii…

Tras escucharla no me pude contener más. Agarré con mis manos su cintura, y embestí con fuerza. Sentí cómo mis disparos salían inundando de leche el condón, cómo mi respiración se aceleraba y cómo me invadía un enorme placer al derramarme:

—¡Siiiiiiii! Joder sí, toma mi leche Marta, ¡tómalaaaaa! —grité entre gemidos.

—¡Dámela toda sí! —gritó también ella—. Me corroooooooo, ¡jodeeeer!

Marta se agitó como una posesa, disfrutando de un enorme placer. Gritó y gimió mientras se movía. Sentí las enormes contracciones de su coño sobre mi verga, sin duda que disfrutaba de un tremendo orgasmo, tan fuerte o más que el mío.

Fuimos recuperándonos poco a poco, sus movimientos cesaron, nuestro aliento se recuperó, nuestros pechos dejaron de agitarse, y pudimos volver a articular palabra sin jadear. Marta se levantó y se dejó caer a mi lado. Mirando a mis ojos llevó su mano a mi entrepierna y me dijo:

—Veo que sigue dura, me gusta eso…

—Sí, mis ganas de ti no se han acabado con un solo asalto —le contesté mirándola con malicia.

Ella sonrió lascivamente y con cuidado me sacó el preservativo. Una vez lo tuvo en la mano, lo miró bien y dijo:

—Parece que está bastante lleno, como a mí me gusta, y más con el hambre que me da correrme varias veces.

Tras decir eso se llevó el condón a su boca y, ante mi mirada complacida, lo puso entre sus labios y lo exprimió de arriba a abajo. Yo pude ver cómo mi leche caliente caía en su boca, hasta que lo dejó vacío, relamiéndose los labios. Ante tal visión yo no me quedé quieto y me abalancé sobre ella para besarla. En su boca seguía el sabor de mi corrida, el cual compartimos jugando lengua con lengua, hasta que no quedó nada.

—Eres un guarro —me dijo ella pícaramente —. No sabes lo que me pone eso…

—Sí lo sé —le contesté yo —, a mí me gusta probarlo todo, y mi sabor en tus labios sabe mucho mejor.

Reímos ante la ocurrencia y Marta se levantó para tirar el condón usado. Cuando se dio la vuelta, yo ya estaba de pie también, con mi polla todavía dura. Ella la cogió con su mano derecha y me atrajo hacia sí diciendo:

—Segundo asalto, ¡ding!

Y no hizo falta más. Me lancé sobre ella para besarla de nuevo. Marta me acariciaba la cabeza mientras nos comíamos la boca con avidez. Yo acariciaba su espalda desnuda, sintiendo cómo su piel se estremecía a mi paso. Bajé mis manos a su culo sin dejar de besarla y ella pasó a acariciar mi pecho suavemente. Nos teníamos muchas ganas y eso se notaba, lo que parecía increíble era que hasta unas horas antes no nos conocíamos, porque parecía que nos entendíamos a la perfección con una simple mirada, con una sonrisa… Complicidad de la buena que se llama.

Le di la vuelta y la puse de espaldas a mí. Ella sentía así mi dureza entre sus nalgas, pero yo podía así lamer sus hombros y su cuello, sintiendo el roce de su pelo negro en mi cara. Sin dejar de lamer sus hombros empecé a acariciar sus pechos, apretándolos con ambas manos. Sus pezones seguían bien duros, y al ser tan gruesos era una delicia pellizcarlos, por lo que me puse a hacerlo. Marta no se estuvo quieta, por supuesto, y, entre suspiros nuevamente, llevó su mano a mi entrepierna empezando a pajear mi polla así. Yo bajé también una de mis manos a su entrepierna, por supuesto la sentí mojada, y más cuando mis dedos empezaron a jugar entre sus pliegues, arriba y abajo, hasta que apreté a la altura de su inflamado clítoris. Ella dio un respingo acompañado de un gemido. Aproveché para rozar con unos movimientos más su punto del placer, antes de que se girase.

Cuando lo hizo, me lancé a por sus pechos. Con mis manos los sujeté fuertemente mientras mis labios iban de uno a otro, besándolos, lamiéndolos… Ella suspiraba sin dejar de masturbar mi polla, moviendo su mano arriba y abajo cada vez con mayor intensidad, hasta que empecé a mordisquear sus pezones, estirando suavemente y succionando como si me quisiera amamantar de ellos. Entonces ella soltó mi verga y apretó mi cabeza contra su pecho, gimiendo de satisfacción mientras mi boca iba de pezón en pezón. Me aparté de sus tetas y volví a besar su boca, devolviéndome ella el beso acompañado de un fuerte mordisco en mi labio inferior. Y cuando me solté, acercó su boca a mi oído y me susurró:

—Fóllame la boca…

Marta se arrodilló en el suelo ante mí y yo preparé mi polla, pajeándome, aunque no necesitaba ponérmela más dura para follar sus labios, ya que la erección se mantenía más que bien, es lo que tiene el auténtico deseo, como el que yo sentía por la mujer de mi amigo Josan.

Ella apartó mi mano y se puso a masturbarme con la suya, mirándome con deseo, mientras acercaba su boca a mi verga, para volver a avanzar y retroceder sobre ella, mamándomela nuevamente. Un poco después la paré e hice lo que me había pedido. Agarré su cabeza fuertemente y empecé a meter y sacar mi polla de su boca, follándosela, como ella quería. Primero lentamente, pero viendo que lo soportaba bien, empecé a acelerar mis embestidas, produciéndole alguna arcada. Paré al verlo, pero fue ella misma la que se puso a mamármela nuevamente para que siguiera embistiendo su boca con mi dura verga. Lo hice otra vez, sujetando su cabeza fuertemente mientras ella se agarraba a mis muslos, una y otra vez, hasta que Marta se soltó y se apartó.

—Te estás comportando como una auténtica zorra —le dije—, y eso me gusta.

—Y tú como un auténtico cabrón —me contestó ella—, y eso a mí aún me gusta más.

—Pues este cabrón lo que quiere ahora es que me folles con esas grandes tetas —añadí.

Marta asintió y se las sujetó con ambas manos. Escupió entre sus pechos y masajeó uno contra el otro, facilitando la cubana. Yo me senté en la orilla de la cama y ella se acercó de rodillas, tetas en mano hasta que mi polla quedó entre ellas. Entonces, apretando bien, empezó a subir y bajar sus pechos sobre mi polla, sin descanso, una y otra vez, arriba y abajo, sintiendo yo el enorme placer del roce con su cálida piel. Cuando se le escapó mi verga de entre sus tetas, la agarró con la mano, mientras que con el otro brazo apretaba sus dos pechos sobre ella. De vez en cuando dejaba caer un hilillo de saliva sobre mi polla, para lubricarla más, y eso me ponía a tope. La miraba con ojos de puro deseo, y ella lo sentía así, pues me sonreía perversamente…

Viéndola así me costaba mucho entender que Josan no se entendiera ya en la cama con ella. Marta era una mujer preciosa, con un cuerpo de vicio, y además lo sabía usar todo de cine, era una auténtica leona en la cama, pero yo dejé de pensar en eso, cada pareja sabe lo que ocurre y lo que deja de ocurrir en su alcoba. En ese momento lo único que me interesaba a mí, era disfrutar y hacer disfrutar a la increíble mujer que tenía el privilegio de tener delante.

Y esa mujer paró un momento de subir y bajar sus pechos sobre mi verga, para descansar, por lo que fui yo el que apretó sus tetas y empecé a follármelas subiendo y bajando mi pelvis sobre la cama. Marta, viendo que yo así estaba incómodo, apartó mis manos y ella misma apretó sus pechos, permitiendo que yo se los follase intensamente, gimiendo, sintiendo cómo de vez en cuando su saliva volvía a caer sobre mí, hasta que decidí parar.

—¿Qué pasa? ¿Ya te has cansado? —me preguntó Marta.

—No —le respondí entre jadeos—, pero prefiero follarte algo más húmedo…

—Yo también quiero que lo hagas de nuevo —asintió ella, antes de dirigirse a su bolso a por otro preservativo.

Yo aproveché para tumbarme más adentro en la cama y Marta vino hacia mí con el condón en la mano. Habilidosamente me lo colocó con un rápido movimiento de mano, y saltó sobre mí, para cabalgarme de nuevo, pero esta vez de cara hacia mí. Se metió la polla en el coño con facilidad, se quedó quieta un momento mirándome, y de repente empezó a saltar sobre mí furiosamente. Casi toda mi verga entraba y salía de ella a cada salto, y ella me dijo entre risas:

—Vamos a ver cuánto aguantas así…

Yo la miré y negué con la cabeza sonriendo, haciéndole ver lo increíble que me parecía su comportamiento. Ella siguió cabalgándome así, con fiereza, como si no hubiera un mañana, sin descanso. Con mis manos la incliné hacia mí, de modo que sus pechos bailaban a la altura de mi boca, por lo que aproveché para coger uno con mis manos y lamerlo, y luego el otro. A ella le gustó eso, pues sus suspiros placenteros así me lo indicaron. 

A continuación, empezó a moverse adelante y atrás, metiéndose toda mi polla dentro cada vez que retrocedía, lentamente, sintiéndome bien. Cuando le di un azote en su culazo, volvió a acelerar y pronto empezamos ambos a gemir. Se alzó para volver a cabalgarme, y pude ver de nuevo cómo sus grandes pechos bailaban ante mí, era una visión tremenda, por lo que junto al placer que me daba su coño, realmente me llevó al límite, y así se lo dije:

—Está bien Marta, tú ganas. Como sigas así me voy a correr de nuevo, pero esta vez me gustaría hacerlo en otra posición. ¡Ponte a cuatro!

Y ella sonrió y me hizo caso. Paró sus movimientos y se puso a cuatro patas sobre la cama, mirándome, esperando que yo fuera por detrás y la penetrase. Por supuesto, lo hice, se la metí fuertemente en su coño así, de golpe, desde atrás, ella gritó de placer al sentirlo y yo tras acomodarme bien dentro de ella, empecé a empotrarla sin descanso, adelante y atrás, dentro, fuera, con todas mis ganas, entre gemidos suyos y gemidos míos. Marta se inclinó para ofrecerse aún más, y yo la follé todavía con más fuerza, agarrándome a sus caderas. Vi cómo ella llevaba una mano a su entrepierna y cómo se rozaba su clítoris furiosamente, por lo que tras unas fuertes embestidas más, paré y me salí de ella.

—¿Por qué paras? —me preguntó Marta extrañada.

—Porque te quiero ver bien disfrutando —le contesté—. Date la vuelta, que te quiero follar cara a cara.

Ella me hizo caso y se puso boca arriba, con sus piernas bien abiertas, con los pies apuntando a ambos lados de su cama, enfundados todavía en sus zapatos de tacón. Me miró con desesperación, y yo no me hice de rogar. Me puse sobre ella, y con mis dedos separé sus mojados pliegues, poniendo mi dura polla entre ellos, para empezar a moverme adelante y atrás. Ella empezó a gemir al sentir tan placentero roce, pero pronto me gritó:

—¡Fóllame ya cabrón! No me tengas más así…

Yo retrocedí a apunté mi capullo en su entrada. Apreté y se la metí toda hasta el fondo, empezando a moverme despacio. Antes de acelerar, Marta me preguntó:

—¿Estás sano?

—¿Cómo? —le contesté yo sorprendido por su pregunta.

—Que si estás sano, que si no tienes nada malo —me respondió.

—Claro que sí —le dije yo entendiendo lo que proponía.

—Pues no esperes más y sácatelo —me dijo—, quiero que hagas a Josan cornudo de verdad, quiero que me llenes con tu leche. Ya sabes que conmigo no hay problema.

—Como quieras —le respondí mientras salía de ella y me sacaba el preservativo—, los cuernos de tu marido van a ser de los buenos.

Tras decir eso le metí la polla de golpe, ya sin condón, y empecé a bombear, aumentando el ritmo cada vez más. Lo último que me había dicho Marta me había puesto a mil, y se notaba, pues me la estaba follando con todas mis ganas, entrando y saliendo de su mojado coño a toda velocidad, una y otra vez, gimiendo con cada roce, mientras ella gemía también. Marta, además, llevó su mano otra vez a la entrepierna y se puso a rozar su clítoris otra vez, intensamente. Yo no dejaba de embestirla, con todas mis fuerzas, hasta que ella me avisó:

—No pares, no pares, me voy a correeeeer…

Yo no paré, seguí bombeando con mi polla fuertemente en su coño encharcado, pues yo también estaba a punto, como así le grité:

—¡Yo también me voy a correr Marta! Siiiii…

Ella, separó la mano de su entrepierna y se dejó ir. Su pecho se empezó a agitar entre jadeos, sus caderas empezaron a subir y bajar, vi cómo sus mejillas se enrojecían, cómo sus ojos se quedaban en blanco, hasta que gritó:

—¡Jodeeeeeeer! Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiii, jodeeeeeeeeeeeer…

Y de nuevo sentí como su coño apretaba y aflojaba sobre mi durísima polla, por lo que sin remedio y a la vez que ella empecé a disparar mis chorros de leche caliente en su interior, como ella quería, mientras yo también grité:

—Siiiiiiiiiii, ¡tómala! Toda para ti, siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii…

Seguí moviéndome más lentamente mientras toda mi leche salía dentro de ella, llenándola bien con mi esencia caliente, disfrutando de tan intenso orgasmo, tanto suyo como mío, disfrutando del enorme placer que estábamos sintiendo. Tan fuerte, que caí sobre ella.

Tras unos instantes de reposo, nos recuperamos. Y ella me susurró:

—Quiero más…

—Yo también —le contesté.

—Pero lo malo es que ya es tarde —añadió señalando la hora.

—Sí, ya se ha hecho un poco tarde —le dije—. Aunque por lo que me dijo tu marido, piensa alargar la noche hasta el amanecer.

—Ya —me respondió Marta—, posiblemente así sea, pero no me voy a arriesgar, que tenemos que volver a casa y me tengo que dar una buena ducha antes de que vuelva para quedar sin un solo rastro de lo que hemos hecho.

—Sí bueno, tienes razón —le contesté yo—, vamos a vestirnos y a irnos entonces…

Marta asintió. Se alzó y me dio un cariñoso beso, que nada tenía que ver con los que nos habíamos estado dando antes. Tras ellos recogimos todo, nos limpiamos un poco como pudimos, ya que allí no tenía lista agua caliente para ducharnos en condiciones, y nos fuimos a su coche.

Durante el trayecto, Marta me fue metiendo mano mientras conducía entre risas, provocándome aún más, como si yo lo necesitase. Yo le dije que como siguiera así, al llegar a su casa me la tendría que follar otra vez, pero ella lo negó, me dijo que allí imposible. Ante su respuesta puse cara de circunstancias y aproveché para meterle mano yo también mientras llegábamos. Una vez allí, Marta suspiró aliviada cuando comprobó que Josan aún no había llegado, como era de esperar. Me dio otro beso y las buenas noches, y se subió hacia el piso superior para darse una buena ducha antes de acostarse. Yo hice lo mismo, cayendo rendido en la cama tras un largo y muy placentero día. Tanto que ni me enteré de a qué hora llegó Josan.

Al día siguiente, todos nos despertamos tarde. De hecho, fue Josan el que vino a mi cuarto a despertarme sorprendido de que todavía estuviera dormido.

—Venga campeón —me dijo—, arriba, que es muy tarde.

Yo lo miré y no pude evitar mirar a ver si se le apreciaban los cuernos que le había puesto en su calva cabeza, pero no. Sonreí y le dije:

—Buenos días Josan. ¿Se te dio bien la noche?

—Sí —me contestó—, aunque como ves me he levantado antes que tú, es lo que tiene tener una mujercita que no para de hacer ruido en la habitación.

Le sonreí cariacontecido y me incorporé en la cama.

—Venga, levanta —añadió Josan—. Son casi las dos del mediodía, vamos a salir a comer fuera.

—Perfecto —le contesté.

—¿Al final te vas hoy? —me preguntó.

—Sí —le respondí—. Mañana tarde tengo un compromiso en casa y quiero llegar esta noche para estar descansado.

—Como quieras —añadió—, pero si decides quedarte e irte mañana por la mañana, solamente tienes que decirlo.

Le di las gracias por el ofrecimiento y le dije que mejor no. Josan salió de la habitación y yo aproveché para ir al aseo y arreglarme un poco antes de vestirme. Cuando estuve listo ya me estaban esperando. Así que rápidamente saludé a Marta y nos metimos en su coche para ir a un restaurante a comer. Durante la comida estuvimos charlando de todo un poco, disfrutando de los diferentes platos. Y luego insistieron en darme una vuelta por la ciudad para ver los lugares más pintorescos. Tras un breve paseo, volvimos a su casa, donde hice la maleta y nos despedimos. A Marta le di dos castos besos, como si nada hubiera pasado, y a Josan un fuerte abrazo de amigo, aunque no tenía muy claro que me hubiera comportado con él como tal.

Tras la despedida me subí al coche y me marché camino a casa. Una hora después o así, vi en el manos libres de mi coche que me llamaba Marta, por lo que contesté:

—¡Hola Marta! ¡Cuánto tiempo sin saber de ti!

—¡Qué gracioso! —me contestó ella también con sorna—. Mira, te llamo para despedirme de ti en condiciones, ya que con mi marido delante no hemos podido.

—No te preocupes —le respondí—, no podíamos hacer otra cosa.

—Ya, pero quería comentarte algo —añadió Marta—. He estado muy a gusto contigo, y he disfrutado enormemente de ti, por lo que te he hecho un regalo.

—Gracias —le contesté y sorprendido pregunté—, ¿cómo que me has hecho un regalo?

—Sí —me respondió riendo—, en tu maleta he metido mi tanga rojo de anoche, usado con aroma a mi sexo por supuesto, y quiero que me lo devuelvas con tu esencia en él.

Yo me quedé a cuadros con su respuesta, y le dije:

—Muchas gracias Marta. Cuando llegue a casa me pienso masturbar pensando en lo de ayer y te lo voy a llenar de leche, de hecho, ya me estoy calentando de nuevo…

—Sí —me interrumpió ella—, pero no olvides lo que te he dicho quiero que me lo devuelvas…

Y con una sonrisa en la boca, le contesté:

—Por supuesto, no sé cuándo podrá ser, pero anoche nos quedamos con ganas de más, y así no nos debemos quedar, por lo que cuando tú puedas, avísame y yo iré…

—Eso es —dijo Marta—, es lo que quería escuchar. Entre tú y yo hay distancia, pero nada que el deseo no pueda vencer. ¡Que tengas buen viaje! ¡Un beso!

—Gracias —le agradecí—. Cuídate mucho, espero tu aviso. ¡Un beso para ti también!

Tras ello colgó y yo volví a casa, pensando en lo sucedido, y sin arrepentimiento, esperando que volviera a suceder.

4 comentarios:

  1. Hacía mucho tiempo que no me pasaba por tu blog. Entré a releer algo y me ha sorprendido ver que vuelves a escribir, y que no has perdido tu punto, cosa que me alegra. Para alguien que ha bebido de estas mieles, leer algo así le trae recuerdos de los buenos, y una historia como esta con sus dos partes calienta hasta el orgasmo. He revivido esto como la protagonista de tu historia. Sigue escribiendo Eros, quiero seguir leyéndote otra vez. Besos

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    1. ¡Hola Dama! Me alegra verte por aquí tras un largo tiempo. Sí, estoy tratando de escribir de nuevo más o menos periódicamente, mi propósito es al menos una vez al mes publicar algo, espero poder cumplirlo. He pasado una fase con poco tiempo para dedicarlo a escribir, a ver si ahora que tengo algo más de tiempo lo puedo hacer.
      Me encanta que te hayas identificado con la protagonista, y que te haya gustado, es importante para mí saberlo, pero mucho...
      Me alegra que sigas leyéndome y muchas gracias por tu comentario.
      Besos morbosos.
      Eros

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  2. Me encantaria leerlo en papel. Es posible? Aparte de imprimirlo yo en casa ggrrr

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    1. ¡Hola!
      Pues no es posible leerlo en papel, la verdad es que nunca me lo he planteado. Solamente publico mis historias en el blog, ni tengo previsto de momento publicar como ebook ni en papel. De todas formas, recojo tu sugerencia, y si alguna vez me animo, lo avisaré por aquí.
      Muchas gracias por tu comentario.
      Besos morbosos.
      Eros

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