domingo, 11 de agosto de 2019

El arte de la masturbación


La gran mayoría tenemos amistades de cuando éramos pequeños con las que hemos perdido el contacto. No hubo peleas, no hubo enfados, no hubo nada, simplemente la vida nos lleva por caminos diferentes y acabamos perdiéndonos la pista. Por eso cuando un par de meses atrás, mi antiguo amigo José Antonio, al que todos llamábamos Josan, me llamó, me sorprendió bastante. Fue una sorpresa agradable, me comentó que había visto a unos amigos, que había preguntado por mí, que le pasaron mi teléfono, y que como estaba cerca le apetecía que nos viésemos tras más de veinte años, lo que me pareció buena idea. 

Así, un par de días después quedamos a tomar un café. Estuvimos hablando de los viejos tiempos, de los nuevos amigos y de nuestra vida actual, por supuesto. Josan me contó que vivía en Cuenca junto a su mujer Marta, a lo que yo le dije que en un par de semanas tenía previsto estar allí por trabajo, que qué casualidad, y él me contestó que nos teníamos que ver, que me presentaría a su mujer y a sus amigos para salir un rato por allí, es más, me insistió tanto diciéndome que había espacio de sobra, que al final decidí alojarme en su casa, cosa que celebró.


Tras ello, Josan me habló de la relación con su mujer, con la que llevaba casado casi veinte años, aunque las cosas ya no andaban muy bien entre ellos. Me contó que todo se empezó a torcer cuando unos años atrás tuvieron un accidente de coche. Él, que iba conduciendo, salió ileso, pero perdieron al hijo de tres años que tenían, además de que Marta tuvo lesiones importantes, aunque tras un buen tiempo en el hospital salió recuperada, salvo por la pérdida de sus dos ovarios, motivo por el que ya no podían tener hijos.

Yo, cariacontecido, le dije que sentía lo sucedido. Él me lo agradeció y me dijo que son las cosas que a veces nos regala la vida. También me contó que es algo difícil de superar y que lo que peor llevaba él, era no poder tener más hijos, pues le hacía mucha ilusión tenerlos. Ante la posibilidad de adoptar y demás, me dijo que para nada que no era lo mismo, por lo que no insistí. Josan me siguió contando sobre su situación, que con Marta apenas compartía ya nada, incluso que el sexo con ella era muy esporádico, a pesar de que la seguía viendo muy atractiva, pero la miraba y ya no sentía lo mismo. Le pregunté el motivo por el que no lo dejaban, si estaban tan mal, y él me contestó que no le quería hacer daño, que no era culpa suya la situación, y que de vez en cuando echaba una canita al aire al salir de marcha con los amigos, pues se lo montaba con alguna amiga.

Sus palabras me dejaron perplejo, no le quería hacer daño a su mujer, pero le ponía los cuernos para no hacerlo. No me pareció una gran excusa para ser infiel, la verdad, pero bueno, fue la segunda sorpresa de la velada y la prueba de que las personas cambian, pues él de pequeño era un amigo leal, pero había pasado mucho tiempo. La primera sorpresa se dio nada más llegar, pues en mis recuerdos Josan llevaba una preciosa melena rubia, y ahora era calvo como una bombilla, no por decisión propia, porque lo único que se rapaba eran sienes y nuca.

Tras un rato más de charla nos despedimos y quedamos en vernos en Cuenca, para quedarme en su casa y salir por allí con él, después de terminar con el trabajo que me llevaba a su ciudad. Realmente pensé en decirle que no me quedaba en su casa en ese momento, por la situación tensa que me podría encontrar allí, pero decidí pensármelo hasta que llegase el momento.

Y el momento llegó… La reunión de trabajo con los compañeros de Cuenca la tendría un viernes, por lo que el jueves previo lo llamé y quedé en que, tras la reunión, iría a comer a su casa con ellos. Preparé la maleta y me fui a la cama pronto, pues para ir en coche debía madrugar. Eso sí, me costó dormirme un poco pensando en cómo iría todo, pero decidí que, si no lo veía claro, pues con las mismas me volvía a casa, que pocas ganas tenía yo de lío…

El viernes me desperté pronto, cargué la maleta en el coche y salí para Cuenca. Llegué con tiempo a la reunión, que fue bien sin más, arreglamos lo que había que arreglar para seguir adelante y poco más, por lo que antes de mediodía ya estaba libre. Sin más llamé a Josan para decirle que podía venir a buscarme:

¡Hola Josan! Yo ya estoy libre. ¿Cómo te viene pasar a por mí ahora? 

¡Hola! contestó desde el otro lado del móvil. Pues en este momento me es imposible. Voy a avisar a Marta para que se ponga en contacto contigo y te recoja.

Perfecto le respondí, espero su llamada.

Ok, nos vemos en un rato añadió justo antes de colgar.

No tuve que esperar mucho, unos minutos después recibí una llamada de un número desconocido. Contesté intuyendo quién sería:

¿Sí? ¿Quién es?

¡Buenas! respondió una dulce voz femenina, soy Marta, la mujer de Josan…

¡Hola Marta! Encantado de hablar contigo le contesté.

Encantada igualmente dijo Marta. Me ha llamado Josan para decirme que tenía un poco de lío y que tardaría un poco, pero yo estoy pendiente de la comida por lo que tampoco puedo ir. ¿Qué te parece si te mando la ubicación por WhatsApp y vienes tú para acá?

No hay problema le respondí agradecido. Envíamela y voy con mi coche para vuestra casa.

De acuerdo pues, ahora mismo te la mando. Si tuvieras algún problema me llamas, pero no creo, es sencillo. ¡Hasta ahora! se despidió Marta.

Muy bien y gracias contesté antes de que colgase.

Unos instantes después recibí el mensaje con su ubicación y la dirección de la casa, la trasladé al GPS, arranqué y salí con mi coche tranquilamente pues, dado que Josan iba a tardar un rato, no tenía mucha prisa por llegar. Vi que me iba dirigiendo hacia las afueras, en dirección a la carretera de Valencia, hasta que, por una calle con árboles a ambos lados y en la mediana, llegué. No sé nada del precio de la vivienda por Cuenca, pero sin duda que económicamente les iba bien la cosa, porque vivían en un bonito adosado con jardín. Una vez en la puerta toqué el timbre y esperé hasta que me Marta abrió saludándome:

¡Hola! Veo que no te ha sido complicado llegar, ¿verdad?

¡Hola de nuevo! Para nada le contesté mientras nos dábamos dos besos, con lo que me has mandado sencillísimo, es fácil circular por estas calles anchas.

Sí, pero pasa, pasa, no te quedes ahí, que ya empieza a hacer calor y tengo que vigilar la comida añadió Marta mientras me invitaba a pasar con sus gestos.

Gracias, te sigo le dije antes de entrar con mi maleta.

Mientras se giraba la pude ver bien, Josan no me había mentido era una mujer realmente atractiva. Tendría unos cuarenta años, con buen tipo, como dejaba ver su ceñido y corto vestido blanco, que le marcaba un culo prieto y un pecho que parecía generoso, delgada y con unas piernas finas y bonitas. Además, de cara me pareció guapa, con un rostro ovalado enmarcado por una media melena negra. Sus ojos eran pardos, brillantes y llenos de vida, además de grandes, de esos que dan luz cuando los miras, su nariz pequeña y sus labios finos, pero también bonitos. En definitiva, me pareció una mujer físicamente estupenda, como Josan me había dicho.

Seguí a Marta por un pequeño pasillo mientras me decía que no me podía enseñar la casa en ese momento por estar pendiente de que no se le quemase el morteruelo que estaba preparando, así que cuando llegamos a la cocina me ofreció una silla para sentarme, lo que le agradecí:

Gracias Marta. Si necesitas que te eche una mano en algo, me lo dices, no hay problema.

No te preocupes, que yo puedo me contestó, lo único es estar pendiente de que no se queme esto mientras voy preparando el atascaburras.

¿Atascaburras? pregunté sorprendido.

me respondió ella, es una especie de ajoarriero típico de aquí, como el morteruelo que estoy preparando. Josan me dijo que así probabas los platos de nuestra cocina. Por cierto, ¿te apetece un vinito para ir haciendo boca?

Claro, un vino siempre viene bien le contesté riendo. Si me dices dónde lo tienes, voy sirviéndolo yo.

A lo que Marta me dijo indicándome con el dedo:

Pues mira, hay un blanco que ya estará frío en la nevera, las copas están en ese armario de arriba y el sacacorchos en este cajón.

Cogí un par de copas del armario, abrí el vino y lo serví, ofreciéndole una a ella, que chocándola con la mía brindó por las nuevas amistades, a lo que yo asentí, para, a continuación, sentarme mientras llegaba Josan. Marta y yo estuvimos hablando mientras preparaba la comida, sorbo de vino va sorbo de vino viene. Entre otras cosas me contó que ella era cocinera de un restaurante, que estaba cerrado por reformas aprovechando que era temporada baja, añadiendo que así podría disfrutar de un menú degustación conquense sin gastarme un euro. Como suele pasar, el vino ayudaba a que todo pareciera más gracioso, pero sin duda que Marta tenía buen sentido del humor y simpatía, además de ser atractiva. Me costaba entender que Josan hubiera dejado de sentir deseo por ella, porque yo, de no haber sido la mujer de mi antiguo amigo habría pasado al ataque. Pero también es verdad que cada pareja es un mundo, y solamente ellos sabrían los problemas reales que habrían enfriado tanto su relación, que seguro que lo que me contó Josan no era lo único.

A eso de las dos menos cuarto, apareció Josan. Entró en la cocina sonriente, saludando a grito pelado. Me levanté y nos dimos un abrazo. Nada más soltarnos dijo él entre risas:

¿Has visto como no te engañé? Está bien buena, ¿eh? Y mira el vestidito tan sexy que se ha puesto para recibirte…

Marta se ruborizó a la vez que cambiaba su expresión a una más seria para decir:

Ya hace calor Josan, es un vestido muy fresco y además ya tiene su tiempo, si me lo manchaba aquí en la cocina tampoco pasaba nada, que hay que decirlo todo.

No, si yo no digo nada le respondió él, y bueno, ¿me habéis dejado algo de vino?

le contesté mientras me dirigía al armario para sacarle una copa, ahora te sirvo, que aún queda.

No me replicó él, mejor te acompaño para enseñarte tu habitación y el resto de la casa, que aún tienes aquí la maleta…

Acepté y me fui con él. Era una bonita casa de dos plantas. Mi habitación estaba en la primera, donde dejé la maleta y seguimos el paseo. Al salir de mi habitación, tras un pequeño pasillo había una coqueta sala de estar y al otro lado un aseo, que me dijo que es el que podría usar sin ningún problema. En la segunda planta había otro aseo y dos habitaciones, la de ellos y otra en la que si habían tenido mal día a veces se iba Marta, si no se bajaba a la mía, para no estar juntos, cada vez me sorprendía más su relación. Y por supuesto, la planta baja que ya había visto, donde estaba la cocina. Tras el paseo, volvimos y dispusimos todo para comer. Antes de ello, me acerqué a mi habitación para sacar de la maleta un par de botellas de vino tinto y se las ofrecí como detalle, aunque ellos dijeron que no era necesario, pero a mí nunca me gusta presentarme con las manos vacías. Abrimos y servimos una de ellas para comer.

La comida transcurrió estupendamente, con una conversación amena, sin golpes bajos ni discusiones, y muchas risas, con anécdotas del pasado de Josan y mío. Aproveché para felicitar a Marta por la estupenda comida, que realmente estaba deliciosa, además regada con un buen tinto, que hizo más amena si cabe la velada soltando las lenguas. También di las gracias a ambos tanto por dejar que me quedase en su casa, como por la compañía. Ellos me dijeron que no tenía importancia, que era un buen invitado y que el vino estaba muy bueno, que así podía visitarles cuantas veces quisiera. Durante la comida vi que realmente eran muy agradables y que no parecía haber ningún problema entre ellos, aunque bien sabía que no era así.

Tras la comida y un rato de animada sobremesa, Josan me propuso irme con él para tomar un café con sus amigos y así conocerlos. Marta me animó a irme diciendo que lo pasaría bien, pero que ella se subía a su habitación a dormir la siesta, por lo que nos despedimos. Josan me acompañó a mi habitación para que yo cogiera mis cosas. Allí me dijo que su mujer nunca iba porque era una sosa que prefería quedarse sola en casa, además de que no soportaba a sus amigos, aunque yo pensé que con comentarios así a quien no soportaría sería a él. A continuación, me senté sobre la cama y le comenté que me encontraba cansado por el viaje y la reunión, por lo que prefería echarme un rato a descansar, que en cuanto me levantara le llamaba, y me decía dónde estaban para que yo fuera andando porque no quería conducir tras beber alcohol, aunque no hubiera sido mucho. Él puso cara de circunstancias y me dijo que bien, quedábamos así, añadiendo que él no tenia problemas para conducir y se iba en su coche. Nos despedimos y me quedé pensando en que Josan seguía siendo un inconsciente, pues en la adolescencia llevaba su moto como un loco, subí con él una vez y nunca más lo hice, ni ganas…

Pensando en eso, me dormí sobre la cama, sin quitarme la ropa ni nada, pues realmente estaba cansado, el madrugón, conducir, el tinto que también ayudó… Un rato después me desperté con ganas de ir al baño, por lo que cogí mi neceser de la maleta y me dirigí al aseo a arreglarme para salir. Recordaba que estaba al pasar la salita, así que entré en ella y lo que vi me dejó perplejo, pues sobre el sofá estaba Marta masturbándose en ropa interior, no pude evitar verlo.

Perdón dije consternado mientras volvía sobre mis pasos saliendo de la salita. No sabía que estarías ahí así, lo siento…

No te preocupes, no podías saberlo me contestó con voz nerviosa. De haber sabido yo que estabas aquí abajo, no habría estado haciendo esto aquí, sino arriba en mi habitación.

No tienes que decirme nada, es tu casa, faltaría más le respondí, tampoco hacías nada malo, me sorprendió mientras iba al aseo, eso es todo.

Bueno, no pasa nada añadió Marta, ya puedes pasar…

Entré a la salita y vi que Marta se había tapado con una mantita, le volví a pedir disculpas a lo que ella negó con la cabeza, como diciendo que no pasaba nada. Entré al aseo cerrando la puerta tras de mí. Mientras orinaba y me lavaba pensaba en lo que había visto, nada del otro mundo, una mujer que se masturbaba en soledad, yo también lo hacía, pero a mis pensamientos se añadió el cuerpazo de Marta cubierto únicamente por un sujetador y unas braguitas negras de encaje, con su mano moviéndose en la entrepierna, y mi sangre se empezó a alterar, removiéndose mi pene, ya de por sí de erección fácil. Traté de apartar esos pensamientos de mi mente para no salir empalmado, porque la otra forma de no salir así era masturbarme, pero ella se daría cuenta…

¡Oye! escuché desde el otro lado de la puerta. ¿No le comentarás esto a Josan? ¿No? Como tú bien has dicho, no hacía nada malo, simplemente me has visto hacerlo.

Tranquila Marta, ni palabra le diré le contesté mientras abría la puerta del aseo para salir.

Gracias continuó ella, pero hay que reconocer que también tiene su morbo…

Ya delante de ella, mirándola le dije:

Sin duda que sí Marta, pero ¿qué quieres decir con eso?

Que me daría mucho morbo que alguien me mirase mientras me masturbo, tú por ejemplo me contestó ella pícaramente.

Sí, tiene mucho morbo, pero yo no le pienso poner los cuernos a Josan le dije un poco agobiado.

¿Quién ha hablado aquí de cuernos? preguntó Marta. Únicamente me gustaría que me vieras pajearme, solamente eso. Además, si fuéramos a hablar de cuernos, sé de buena tinta que él me los ha puesto, pero no voy a ser ahora una infiel como él, eso sí, ten claro que se los merece…

No sé, eso ya es cosa vuestra le repliqué, deberíais hablarlo y arreglarlo o tomar una decisión al respecto.

Tal vez, pero no ahora sentenció ella. Ahora lo que me apetece es masturbarme y que tú me veas hacerlo, que me pongo cachonda de pensarlo… ¿Es que no te gusta ver a una mujer caliente disfrutar?

Claro, y no sería la primera vez le contesté, pero es jugar con fuego en este caso.

El único fuego es el que tengo ahora entre mis piernas dijo Marta, así que no se hable más.

Tras decir esto apartó la manta de un tirón y quedó de nuevo en ropa interior ante mí, empezando a acariciar su entrepierna por encima de la tela negra. Mientras lo hacía sus brillantes ojos pardos se clavaban en los míos, que variaban entre devolverle la mirada y mirar a su entrepierna, con su mano tocándose, adelante y atrás, lentamente. Dejé caer mi neceser. Ver eso no me dejaba indiferente, al contrario, me estaba poniendo más que caliente. Sentía cómo mi pene iba creciendo dentro de mi bóxer y mis vaqueros, tanto que ya sería evidente para ella que yo estaba cachondo, y que mis prejuicios se habían anulado de golpe.

Marta seguía masturbándose despacio, sonriendo mientras me miraba. Yo no le quitaba ojo a toda ella. Tal y como había supuesto con la ayuda del vestido, que ya no llevaba, sus pechos eran grandes. Sus pezones se marcaban ya duros a través de la tela de encaje de su sujetador, y su mano seguía acariciando, rozando, presionando, sobre la tela que cubría su vulva, con sus piernas cada ve más abiertas. Yo estaba sintiendo mucho calor, tanto que no pude evitar empezar a desabrocharme los primeros botones de la camisa negra que llevaba. Al verlo, Marta se mordió su labio inferior, y yo sentí que mi miembro iba a explotar dentro del vaquero por el empalme que llevaba.

Vamos, sigue me animó, que yo también quiero ver.

No sé le contesté, si sigo desnudándome no me voy a poder parar, y no quiero ponérselos añadí sintiendo de nuevo que me volvían los prejuicios.

Te aseguro que no vas a convertir a Josan en cornudo me dijo sin dejar de acariciarse. Tú solamente mira cómo disfruto. Estoy a mil con esta situación, pero tranquilo, no va a haber cuernos, ni siquiera me vas a tocar…

Bueno, sigamos acerté a esbozar torpemente.

Uno a uno desabroché los botones de la camisa que me quedaban ante la atenta mirada de Marta, hasta que me la quité, con un fuerte suspiro por su parte. Ella empezó a acariciar sus pechos por encima del sostén, sin dejar de masturbarse, dejando escapar algún suspiro más. Yo la imité, con una mano acariciaba mi torso desnudo, y con la otra apretaba mi dura polla por encima del vaquero. Era una situación harto inesperada pero que me estaba calentando sobremanera. Por supuesto, seguí acariciando mi verga así, pues lo que veía me impedía parar. Marta empezó a acariciarse, entre suspiros, un pecho por debajo de la tela, apartándola para atrás, de forma que pude ver su areola amarronada, y su duro pezón, entre sus dedos… Pero también me fijé en su anillo de casada, moviéndose sobre su pecho, por lo que, con remordimientos, paré y dije:

Lo siento, pero no puedo. No está bien. Veo tu anillo que me recuerda que le voy a poner los cuernos a Josan, y no puedo. De verdad que no está bien, creo que es mejor que me marche…

No creo que el bulto que se marca en tu entrepierna esté de acuerdo con la tontería que acabas de decir me replicó Marta. ¿Es por el anillo? Pues me lo quito, total, a estas alturas apenas representa nada y se lo sacó del dedo, metiéndolo bajo un cojín del sofá, antes de continuar. ¿Vamos a poder seguir? Estoy cachonda, y quiero acabar lo que he empezado, e insisto, yo no le voy a poner los cuernos a mi marido contigo aquí a ahora. Vamos…

Lo que estamos haciendo, ¿no son cuernos? volví a preguntar.

¡Que no!, ¡para nada! me gritó. ¿A ti te parece que estemos follando? ¿Verdad que no? ¡Eso es poner cuernos! Y no que me esté masturbando y tú me mires hacerlo, como si quieres pajearte conmigo por la calentura, ¡eso no son cuernos! Pregúntaselo a Bill Clinton, que él dijo que una mamada no era sexo, pero tú ni me vas a follar, ni te la pienso chupar. Y no lo voy a decir más, solamente quiero disfrutar, si te largas lo haré sola, pero lo haré pensando en la mirada de vicio que tenías hasta hace un momento, en ti, así que…

Dicho esto, siguió acariciándose de nuevo, con más intensidad, como si pensase que yo me iba a largar y no le iba a dar tiempo a correrse en mi presencia. Pero no, no me pensaba largar, yo estaba tan caliente como ella, volví a desterrar mis prejuicios, para seguir jugando con ella. La mano que pajeaba su entrepierna no paraba, adelante y atrás, mientras ella disfrutaba entre suspiros. La mía tampoco estaba quieta, pero por comodidad, desabroché mi correa y el pantalón vaquero. Marta no se perdía detalle, por lo que me animó más:

Sigue, sigue, no te quedes en eso…

Yo no paré, me bajé el pantalón hasta casi las rodillas mientras ella se relamía. Empecé a acariciar mi verga sobre la tela de mi bóxer azul marino. Marta aprovechó también para bajar su sujetador dejando sus dos hermosas tetas a mi vista. Tenía unos pezones duros y gordos, de esos que apetece mordisquear, pero como no quería cuernos, decidí que no, aunque no por ello aparté la idea de mi mente. Además, dejando escapar algún gemido masajeó sus tetas, las apretó, estiró un poco de sus pezones, como habría hecho yo con mi boca, hasta que, alzando su tronco, soltó por detrás su sostén y lo tiró al lado. Realmente sus tetas eran tremendas, grandes, pero en su sitio, qué ganas de saltar a por ellas, pero no, aun así, mi polla dio un respingo dentro del bóxer, sonriendo Marta con agrado al darse cuenta.

Ella siguió a lo suyo, pajeándose con más intensidad, jadeando por momentos, hasta que bajó la segunda mano a su entrepierna. Con ella apartó su braguita y pude ver su vulva, depilada, rosada y húmeda, aunque eso último ya lo sabía porque momentos antes había visto brillar la tela que la cubría al paso de sus dedos. Yo tampoco aguanté más y me bajé el bóxer hasta la altura del pantalón. Con ese movimiento mi polla dura saltó y quedó temblando en el aire, hasta que mi mano la agarró para empezar a acariciarla, arriba y abajo, más que caliente por lo que estaba viendo.

Así me gusta susurró Marta, bien dura por mí y con las venas marcadas estás cachondo tú también, para que luego digas…

le respondí, es inevitable, lo que veo me tiene a tope, necesitaba dejarla libre ya, para empezar a pajearme, porque como has dicho, pajearnos juntos no son cuernos, ¿no? añadí con una sonrisa socarrona.

No, veo que ya lo vas entendiendo me contestó. Y si te acercas un poco hacia mí tampoco serán cuernos.

Me acerqué, a cámara lenta por el poco movimiento que me permitían los pantalones en mis muslos, mientras ella me hacía avanzar más haciéndome un gesto con su dedo índice, hasta que estuve justo ante el sofá, entre sus piernas. Ella, masturbándose de nuevo, seguía relamiéndose mirando mi dura verga a la vez que yo me pajeaba, acelerando mis movimientos de subida y bajada por todo el tronco. Paró de tocarse un momento y separó los dedos de su coño, mostrándome un hilillo que salía de él hasta sus dedos. Hizo como que lo recogía, y llevó sus dedos a su boca lamiéndolos con gusto, con sus ojos clavados de nuevo en los míos, mientras con la otra mano separaba sus pliegues y me mostraba su agujero meloso, junto a su clítoris que sobresalía del capuchón. Mi mano se puso a subir y bajar por mi polla con más intensidad, imitándome ella, pues volvió a llevar la mano a su coño para rozarse con más ganas.

Los gemidos empezaban a acompañar nuestros movimientos, sobre todo los suyos, que ya eran más fuertes. Yo tenía ganas de sobar todo lo que estaba viendo, desde esas tetas que se columpiaban suavemente al compás del movimiento de su mano, hasta ese coño jugoso que sonaba cada vez que decidía meterse un par de dedos, por lo que ya cachondo perdido, le pregunté:

Marta, si te acaricio esos muslos, ¿serían cuernos?

Claro que no me contestó. Cuando me has dado dos besos al entrar a casa me has acariciado la espalda, y Josan no se ha dado con sus cuernos contra el marco al entrar, ¿verdad? Pues esto es igual.

Tienes toda la razón dije llevando mi mano izquierda a su muslo.

La piel de su pierna era suave y cálida. Con mis dedos la rozaba arriba y abajo, arrancando algún nuevo gemido a Marta. Ella seguía pajeándose sintiendo mi roce, disfrutando, dejando escapar suspiro tras suspiro, mientras mi mano subía y bajaba por mi dura polla sin descanso. Pero de repente apartó mi mano y alzó su pelvis. Con un movimiento rápido de manos estiro de su braguita deslizándola por sus piernas hasta que la sacó por sus pies, quedando completamente desnuda ante mí, tan deseable, tan voluptuosa, tan empotrable…

Bajó sus piernas hasta quedar como estaba antes de sacarse su última prenda y volvimos a masturbarnos intensamente. Ella con una mano rozaba su clítoris y sus labios, mientras que con la otra acariciaba sus pechos. Yo avanzaba y retrocedía mi mano por toda la verga, apretando su muslo con la otra mano. Los gemidos resonaban en la salita, hasta que Marta paró y dijo:

Si tú me puedes tocar y no son cuernos, yo también a ti…

Asentí con la cabeza y ella alzó su tronco para llevar su mano a mi abdomen. Me acarició arriba y abajo mientras mi mano seguía haciendo lo mismo sobre mi polla. Pero su mano decidió bajar más, y apartando la mía, deslizó sus dedos por mi duro miembro, hasta que me la agarró, poniéndose a pajearme ella. Solté un fuerte gemido mientras ella seguía con su mano adelante y atrás, con sus ojos clavados en los míos, llevándome al límite, hasta que tras unos movimientos más paró y puso su dedo en la punta de mi ya amoratado glande. Hizo lo mismo que ya había hecho antes, pero ahora conmigo. Puso la yema de su dedo en mi orificio y lo separó arrastrando con él un hilillo de mis fluidos, pues mi polla empezaba a babear. Tras ello lo llevó a su boca y lo saboreó poniendo cara de placer. Yo no pude evitar volver a pajearme viendo tal escena, hasta que con un grito me paró:

Oye, para un momento, ¿me harías un favor?

Pues me gustaría follarte, pero hemos acordado que no lo haríamos, porque no hay cuernos le contesté jocoso.

No va por ahí me replicó con sorna mientras cogía su móvil, ¿podrías hacerme una foto donde se vea tu polla y yo debajo? Es para tener una imagen de la que partir en mis futuros dedos…

Cogí su móvil y aunque me pareció raro le hice caso. Puse mi mano izquierda en la base de mi verga dura, y saqué una foto en la que se veía ella debajo. Había que reconocer que la foto en sí tenía morbo, pero es que por lo visto Marta destilaba aún más morbo por cada uno de sus poros. ¡Qué mujer más caliente! Además, con todas las interrupciones y preguntas sobre cuernos ya llevábamos un buen tiempo masturbándonos, eso era buena señal.

Tras volver a dejar el móvil sobre el sofá, ella me volvió a mirar fijamente, empezando a masturbarnos otra vez, despacio en los primeros movimientos, con intensidad instantes después. Pero no dejé pasar mucho tiempo antes de apartar la mano con la que se pajeaba:

Si los roces no son cuernos, el roce de nuestros puntos de máximo placer tampoco lo será le dije maliciosamente.

Marta asintió, por lo que yo llevé mi polla a su entrepierna. Agachándome un poco empecé a restregarla adelante y atrás entre sus pliegues, en un placentero roce sobre su clítoris que empezó a arrancarle más y más gemidos.

Sí, sí, siiiiiiiiii… gritaba entre jadeos.

Seguí moviéndome adelante y atrás sobre su mojado coño, como follándola sin follarla, como poniéndole los cuernos a Josan pero sin ponérselos, hasta que me separé provocando una maligna mirada de Marta. Cogí mi verga con la mano y acerqué mi capullo a su clítoris, para empezar a rozarlo así, adelante y atrás, una y otra vez. Ella, para ayudar a sentirlo mejor, abrió las piernas todo lo que pudo y con ambas manos separó sus labios. Yo seguía rozándola con mi glande mojado, avanzando y retrocediendo, una y otra vez, adelante y atrás, sin descanso, mientras la veía disfrutar. Sus ojos ya no estaban mirándome siempre, pues los cerraba y los abría con la mirada perdida. Su respiración agitada y sus gemidos cada vez más continuos me anunciaban que estaba muy próxima al orgasmo, por lo que yo seguía rozándola, cada vez con más intensidad, hasta que de nuevo gritó:

¡Jodeeeeeer! Siiiiiiiiii, estoy a punto, siiiiii, ¡mírame!

Y sorprendentemente me apartó con sus pies, empujándome hacia atrás, de forma que casi me caigo. Ella apoyó sus pies en la punta del sofá y alzó la pelvis. Llevó su mano derecha a su coño y empezó a rozar su clítoris como una posesa, mientras que con la otra mano pellizcaba y estiraba de sus pezones. Yo admiraba el espectáculo sin dejar de pajearme, subiendo y bajando la mano por toda mi polla dura. Marta empezó a agitarse, sus caderas subían y bajaban, su mano no daba cuartel a su clítoris, sus gemidos ya eran gritos, así que paré para verla correrse:

¡Dioooooooooooooos! Sí, sí, siiiii, yaaaaaaaaaaaaaa…

El cuerpo de Marta se arqueó aún más antes de caer a plomo sobre el sofá, fruto de su tremendo orgasmo. Su pecho subía y bajaba a toda velocidad, seguía jadeando con los ojos en blanco y sus mejillas rojas. Sin duda el placer había sido muy intenso, no muchos había visto así. Yo me puse a pajearme nuevamente, quería correrme también, con ella mirándome, disfrutar de la misma intensidad que ella si me era posible. Mi mano se movía sin descanso adelante y atrás, hasta que Marta, cuando recuperó el resuello, me paró de nuevo:

Imagino que estás cerca ya, pero espera, te haré sufrir un poco más. Siente mi corrida.

Cuando terminó de decir esto, se alzó un poco para volver a agarrar mi dura polla y la restregó por todo su empapado coño, arriba y abajo, rozándose bien.

Siente mi jugo me dijo mientras paseaba mi verga con su mano, siente mi intensa corrida, por tu culpa, por tu mirada… Pero eso sí, no empujes, no me puedes follar, no queremos cuernos, siente mi corrida, siéntela. Ahora tú, te toca.

Separó mi capullo de su coño y fue ella la que se puso a masturbarme, salvajemente, llevando su mano de arriba abajo a toda velocidad, rozándome el glande con sus dedos, presionándolo. Yo no podría aguantar ya mucho así, empecé a gemir de nuevo, con fuerza, mi vientre se alzaba y bajaba, estaba muy cerca. Pero entonces soltó mi verga y me dijo:

Sigue tú, que yo estoy a mil de nuevo, uffff… Pajéate, quiero ver cómo te corres sobre mí, ¿sí?

Sí, no voy a tardar en soltarte mi leche no le contesté entre jadeos mientras me masturbaba furiosamente.

Marta volvió a hacerlo también, con una mano rozaba su excitado clítoris nuevamente mientras que con la otra se metía y sacaba los dedos de su coño, hasta tres llegué a ver dentro. Estaba empapada, escuchaba su chapoteo, tan morboso, como el que haría mi polla follándomela. Pero no, no me la follaba no, me estaba pajeando y ya estaba al límite, con mi mano atrás y adelante, apretando, adelante y atrás, una y otra vez, mientras con la otra mano me acariciaba los huevos y el perineo desde atrás. Me faltaba el aire, jadeaba, pero entre gemidos pude gritar:

No puedo más Marta, me voy a correr yaaaaaaaa, siiiiiiii…

¡Hazlo! ¡Hazlo! Empápame con tu leche caliente, yo creo que me voy a correr otra vez, ¡jodeeeeeer! dijo Marta entre jadeos sin dejar de masturbarse como una posesa con ambas manos.

Yo, como ella, pajeándome hasta el límite, no podía más, arriba y abajo, rozando mi capullo, arriba y bajo, por toda la polla, hasta que acercándome al máximo a ella grité:

Siiiiiiiiiiiiiiii, toma mi leche caliente, me corroooooooo, siiiiiii.

Marta paró de masturbarse y llevó las manos a sus tetas, apretándolas para mí. Sus deseosos ojos pardos clavados en los míos, hasta que mis disparos empezaron a caer sobre su vientre, uno y otro, alcanzando sus pechos, otro, y otro más, mis disparos caían sobre ella mientras yo gemía con mi pecho agitándose, jadeando, hasta que mi polla dejó de soltar leche.

Ummmmm, siiiiiiii dijo Marta ¡qué rica y calentita! Sobre mí, siiiii. Ahí voy de nuevo...

Y otra vez llevó sus manos a su coño para masturbarse con toda su energía, rozando su clítoris, metiendo y sacando sus dedos, agitándose de placer mientras los chorros de mi lecha resbalaban por su abdomen. Yo iba recuperando el aliento mientras la observaba, apretando mi verga, exprimiéndola, como si después de la importante corrida que acababa de soltar sobre su cuerpo me quedase algo dentro, pero sí, así seguía, y ella también, cada vez más rápida, cada vez más intensa, hasta que otra vez gritó entre gemidos:

¡Diooooooooooooooooooooos! Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.

Se agitó sintiendo su orgasmo, no tan intenso como el que acababa de tener poco antes pero también fuerte. Su pelvis subía y bajaba, su respiración seguía acelerada, sus mejillas nuevamente coloradas, sus ojos en blanco, y su mano rozando suavemente su clítoris. Poco a poco dejó de moverse y apartó la mano, pude ver cómo de su jugoso coño manaba su néctar blanquecino, espeso… Solté mi miembro y acerqué mis dedos a su entrepierna diciendo:

Bueno, tampoco serán cuernos si saboreo tu placer, sin meterme en ti, cogiendo solamente parte de lo que sale.

Ella sonrió y me contestó aún sin recuperarse del todo:

No, yo también lo pienso hacer, saborear tu rica leche que me ha calentado por fuera.

Dicho y hecho. Con mis dedos rocé su coño y me llevé parte de su jugo del placer a la boca. Estaba delicioso, y así se lo exprese con una mirada de aprobación. Ella no se quedó atrás, se restregó los restos de mi corrida sobre su piel, y se llevó los dedos a sus labios, lamiéndolos uno a uno, saboreándolos, mirándome también con cara de satisfacción. Eso hizo dar un nuevo respingo a mi verga, todavía dura a pesar del tiempo que llevaba así, pero ya decayendo.

Estuvimos sintiendo esas miradas de placer, y también de deseo, uno en el otro un poco más, hasta que subiéndome la ropa le dije:

Bueno Marta, he disfrutado mucho contigo sin ponerle los cuernos a Josan, pero creo que ahora debo llamarlo ya para decirle que voy a buscarlos, si no es capaz de presentarse aquí, que han pasado ya un par de horas desde que se fue.

Yo también lo he disfrutado, ya hacía tiempo que no lo pasaba tan bien. Que se presente si quiere, ahora ya no hay nada que ver me contestó. Es más, puede estar tranquilo porque no hay cuernos sobre su frente, no como en la mía…

¿Que no hay nada que ver? pregunté. Y eso que te chorrea, ¿no es digno de verse?

me respondió, pero con una ducha quedo con la piel reluciente de nuevo y aquí no ha pasado nada. Además añadió levantando el cojín del sofá bajo el que había puesto el anillo, para cogerlo, me coloco esto y ya tan decente como antes, ¿no?

Nos reímos por sus palabras antes de que yo le hiciera otra pregunta:

Sí, sí, ya con el anillo en su dedo no hay problema. Una cosa, dices que tienes claro que te ha puesto los cuernos, pero tú vales mucho en todos los aspectos. Por esto y por alguna cosa que me ha contado, sin embargo, él no te valora, ¿por qué soportas esta situación? Si me permites la pregunta, si no quieres no la contestes…

Es cierto se sinceró Marta, desde el accidente, que imagino que te habrá contado asentí, nuestra situación no hace más que empeorar. Apenas me busca, parece que no me desea, y cada vez que trato de hablar con él rehúye el tema, pero bueno, aunque no lo parezca vivo bien, me centro en mi trabajo, llevo una buena vida y me siento libre. Yo también salgo con mis amigas, aunque no le sea infiel como él. Y sexualmente, pues como has visto me masturbo y disfruto, además tengo mis juguetes y una buena imaginación.

Bueno le dije, no sé si yo podría hacer como tú en tu situación, pero yo no estoy viviéndola, tú sabrás.

Exacto, yo sabré me contestó tajantemente Marta. Venga llama a mi maridito y dile que vas. Eso sí, no le vayas a contar nada de esto, ¿eh?

Negué con la cabeza para que tuviera claro que no iba a saber nada de lo sucedido, ni de lo comentado. Cogí la camisa y el neceser del suelo antes de dirigirme a mi habitación. Una vez allí llamé a Josan mientras abría la maleta para ponerme otra camisa.

¡Hombre! me respondió Josan. Ya era hora, pensaba que no venías…

Sí, perdona le contesté un poco compungido, es que estaba realmente cansado, pero ahora que ya me he relajado voy para allá.

Según decía esto, vi a Marta ante la puerta, desnuda con el móvil y su ropa interior en una mano, mientras con la otra pasaba sus dedos sobre su entrepierna y los llevaba a su boca jocosamente. A mí, un escalofrío me recorrió toda la espalda desde la nuca, hasta el pene, que se removió de deseo nuevamente. Tragué saliva y atendí la conversación telefónica.

Bien, pues te mando la ubicación por WhatsApp dijo Josan, pero no tardes mucho porque estamos ya de copas y no tardaremos en movernos. Como vienes andando, te esperamos unos quince minutos, ¿de acuerdo?

Sí, perfecto, ¡hasta ahora! me despedí y colgué la llamada.

Marta se me acercó, nos dimos dos besos como cuando llegué a su casa a mediodía y se despidió diciendo que subía a ducharse. Me pidió que cerrase de golpe la puerta al salir, que ya pasaría el cerrojo ella después de la ducha. La vi marcharse, así desnuda, con un culo precioso y prieto, que me hizo mirarla con deseo de nuevo. ¡Qué mujer más increíble!, pensé para mis adentros. Me puse una camisa blanca, me retoqué un poco el pelo, un poco de perfume y salí disparado para el lugar donde estaban, siguiendo la ubicación que acababa de recibir. Lo que sucedió desde entonces lo contaré en la segunda parte de la historia.

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