La gran mayoría tenemos
amistades de cuando éramos pequeños con las que hemos perdido el contacto. No
hubo peleas, no hubo enfados, no hubo nada, simplemente la vida nos lleva por
caminos diferentes y acabamos perdiéndonos la pista. Por eso cuando un par de meses
atrás, mi antiguo amigo José Antonio, al que todos llamábamos Josan, me llamó,
me sorprendió bastante. Fue una sorpresa agradable, me comentó que había visto
a unos amigos, que había preguntado por mí, que le pasaron mi teléfono, y que
como estaba cerca le apetecía que nos viésemos tras más de veinte años, lo que
me pareció buena idea.
Así, un par de días
después quedamos a tomar un café. Estuvimos hablando de los viejos tiempos, de
los nuevos amigos y de nuestra vida actual, por supuesto. Josan me contó que
vivía en Cuenca junto a su mujer Marta, a lo que yo le dije que en un par de
semanas tenía previsto estar allí por trabajo, que qué casualidad, y él me contestó
que nos teníamos que ver, que me presentaría a su mujer y a sus amigos para salir
un rato por allí, es más, me insistió tanto diciéndome que había espacio de
sobra, que al final decidí alojarme en su casa, cosa que celebró.
Tras ello, Josan me habló
de la relación con su mujer, con la que llevaba casado casi veinte años, aunque las
cosas ya no andaban muy bien entre ellos. Me contó que todo se empezó a torcer
cuando unos años atrás tuvieron un accidente de coche. Él, que iba conduciendo,
salió ileso, pero perdieron al hijo de tres años que tenían, además de que
Marta tuvo lesiones importantes, aunque tras un buen tiempo en el hospital
salió recuperada, salvo por la pérdida de sus dos ovarios, motivo por el que ya
no podían tener hijos.
Yo, cariacontecido, le
dije que sentía lo sucedido. Él me lo agradeció y me dijo que son las cosas que
a veces nos regala la vida. También me contó que es algo difícil de superar y
que lo que peor llevaba él, era no poder tener más hijos, pues le hacía mucha
ilusión tenerlos. Ante la posibilidad de adoptar y demás, me dijo que para nada
que no era lo mismo, por lo que no insistí. Josan me siguió contando sobre su
situación, que con Marta apenas compartía ya nada, incluso que el sexo con ella
era muy esporádico, a pesar de que la seguía viendo muy atractiva, pero la
miraba y ya no sentía lo mismo. Le pregunté el motivo por el que no lo dejaban,
si estaban tan mal, y él me contestó que no le quería hacer daño, que no era
culpa suya la situación, y que de vez en cuando echaba una canita al aire al
salir de marcha con los amigos, pues se lo montaba con alguna amiga.
Sus palabras me dejaron
perplejo, no le quería hacer daño a su mujer, pero le ponía los cuernos para no
hacerlo. No me pareció una gran excusa para ser infiel, la verdad, pero bueno,
fue la segunda sorpresa de la velada y la prueba de que las personas cambian,
pues él de pequeño era un amigo leal, pero había pasado mucho tiempo. La
primera sorpresa se dio nada más llegar, pues en mis recuerdos Josan llevaba
una preciosa melena rubia, y ahora era calvo como una bombilla, no por decisión
propia, porque lo único que se rapaba eran sienes y nuca.
Tras un rato más de
charla nos despedimos y quedamos en vernos en Cuenca, para quedarme en su casa
y salir por allí con él, después de terminar con el trabajo que me llevaba a su
ciudad. Realmente pensé en decirle que no me quedaba en su casa en ese momento,
por la situación tensa que me podría encontrar allí, pero decidí pensármelo
hasta que llegase el momento.
Y el momento llegó… La
reunión de trabajo con los compañeros de Cuenca la tendría un viernes, por lo
que el jueves previo lo llamé y quedé en que, tras la reunión, iría a comer a
su casa con ellos. Preparé la maleta y me fui a la cama pronto, pues para ir en
coche debía madrugar. Eso sí, me costó dormirme un poco pensando en cómo iría
todo, pero decidí que, si no lo veía claro, pues con las mismas me volvía a
casa, que pocas ganas tenía yo de lío…
El viernes me desperté
pronto, cargué la maleta en el coche y salí para Cuenca. Llegué con tiempo a la
reunión, que fue bien sin más, arreglamos lo que había que arreglar para seguir
adelante y poco más, por lo que antes de mediodía ya estaba libre. Sin más llamé
a Josan para decirle que podía venir a buscarme:
—¡Hola Josan! Yo ya estoy
libre. ¿Cómo te viene pasar a por mí ahora?
—¡Hola! —contestó desde
el otro lado del móvil—. Pues en este momento me es imposible. Voy a avisar a
Marta para que se ponga en contacto contigo y te recoja.
—Perfecto —le respondí—,
espero su llamada.
—Ok, nos vemos en un rato —añadió justo antes de colgar.
No tuve que esperar
mucho, unos minutos después recibí una llamada de un número desconocido.
Contesté intuyendo quién sería:
—¿Sí? ¿Quién es?
—¡Buenas! —respondió una
dulce voz femenina—, soy Marta, la mujer de Josan…
—¡Hola Marta! Encantado
de hablar contigo —le contesté.
—Encantada igualmente —dijo
Marta—. Me ha llamado Josan para decirme que tenía un poco de lío y que
tardaría un poco, pero yo estoy pendiente de la comida por lo que tampoco puedo
ir. ¿Qué te parece si te mando la ubicación por WhatsApp y vienes tú para acá?
—No hay problema —le
respondí agradecido—. Envíamela y voy con mi coche para vuestra casa.
—De acuerdo pues, ahora
mismo te la mando. Si tuvieras algún problema me llamas, pero no creo, es
sencillo. ¡Hasta ahora! —se despidió Marta.
—Muy bien y gracias —contesté
antes de que colgase.
Unos instantes después
recibí el mensaje con su ubicación y la dirección de la casa, la trasladé al
GPS, arranqué y salí con mi coche tranquilamente pues, dado que Josan iba a
tardar un rato, no tenía mucha prisa por llegar. Vi que me iba dirigiendo hacia
las afueras, en dirección a la carretera de Valencia, hasta que, por una calle
con árboles a ambos lados y en la mediana, llegué. No sé nada del precio de la
vivienda por Cuenca, pero sin duda que económicamente les iba bien la cosa,
porque vivían en un bonito adosado con jardín. Una vez en la puerta toqué el
timbre y esperé hasta que me Marta abrió saludándome:
—¡Hola! Veo que no te ha
sido complicado llegar, ¿verdad?
—¡Hola de nuevo! Para
nada —le contesté mientras nos dábamos dos besos—, con lo que me has mandado
sencillísimo, es fácil circular por estas calles anchas.
—Sí, pero pasa, pasa, no
te quedes ahí, que ya empieza a hacer calor y tengo que vigilar la comida —añadió
Marta mientras me invitaba a pasar con sus gestos.
—Gracias, te sigo —le
dije antes de entrar con mi maleta.
Mientras se giraba la
pude ver bien, Josan no me había mentido era una mujer realmente atractiva.
Tendría unos cuarenta años, con buen tipo, como dejaba ver su ceñido y corto
vestido blanco, que le marcaba un culo prieto y un pecho que parecía generoso,
delgada y con unas piernas finas y bonitas. Además, de cara me pareció guapa,
con un rostro ovalado enmarcado por una media melena negra. Sus ojos eran
pardos, brillantes y llenos de vida, además de grandes, de esos que dan luz
cuando los miras, su nariz pequeña y sus labios finos, pero también bonitos. En
definitiva, me pareció una mujer físicamente estupenda, como Josan me había
dicho.
Seguí a Marta por un
pequeño pasillo mientras me decía que no me podía enseñar la casa en ese
momento por estar pendiente de que no se le quemase el morteruelo que estaba
preparando, así que cuando llegamos a la cocina me ofreció una silla para
sentarme, lo que le agradecí:
—Gracias Marta. Si
necesitas que te eche una mano en algo, me lo dices, no hay problema.
—No te preocupes, que yo
puedo —me contestó—, lo único es estar pendiente de que no se queme esto mientras
voy preparando el atascaburras.
—¿Atascaburras? —pregunté
sorprendido.
—Sí —me respondió ella—,
es una especie de ajoarriero típico de aquí, como el morteruelo que estoy
preparando. Josan me dijo que así probabas los platos de nuestra cocina. Por
cierto, ¿te apetece un vinito para ir haciendo boca?
—Claro, un vino siempre
viene bien —le contesté riendo—. Si me dices dónde lo tienes, voy sirviéndolo
yo.
A lo que Marta me dijo
indicándome con el dedo:
—Pues mira, hay un blanco
que ya estará frío en la nevera, las copas están en ese armario de arriba y el
sacacorchos en este cajón.
Cogí un par de copas del
armario, abrí el vino y lo serví, ofreciéndole una a ella, que chocándola con
la mía brindó por las nuevas amistades, a lo que yo asentí, para, a
continuación, sentarme mientras llegaba Josan. Marta y yo estuvimos hablando
mientras preparaba la comida, sorbo de vino va sorbo de vino viene. Entre otras
cosas me contó que ella era cocinera de un restaurante, que estaba cerrado por
reformas aprovechando que era temporada baja, añadiendo que así podría
disfrutar de un menú degustación conquense sin gastarme un euro. Como suele
pasar, el vino ayudaba a que todo pareciera más gracioso, pero sin duda que
Marta tenía buen sentido del humor y simpatía, además de ser atractiva. Me
costaba entender que Josan hubiera dejado de sentir deseo por ella, porque yo,
de no haber sido la mujer de mi antiguo amigo habría pasado al ataque. Pero
también es verdad que cada pareja es un mundo, y solamente ellos sabrían los
problemas reales que habrían enfriado tanto su relación, que seguro que lo que
me contó Josan no era lo único.
A eso de las dos menos
cuarto, apareció Josan. Entró en la cocina sonriente, saludando a grito pelado.
Me levanté y nos dimos un abrazo. Nada más soltarnos dijo él entre risas:
—¿Has visto como no te
engañé? Está bien buena, ¿eh? Y mira el vestidito tan sexy que se ha puesto
para recibirte…
Marta se ruborizó a la
vez que cambiaba su expresión a una más seria para decir:
—Ya hace calor Josan, es
un vestido muy fresco y además ya tiene su tiempo, si me lo manchaba aquí en la
cocina tampoco pasaba nada, que hay que decirlo todo.
—No, si yo no digo nada —le
respondió él—, y bueno, ¿me habéis dejado algo de vino?
—Sí —le contesté mientras
me dirigía al armario para sacarle una copa—, ahora te sirvo, que aún queda.
—No —me replicó él—, mejor
te acompaño para enseñarte tu habitación y el resto de la casa, que aún tienes
aquí la maleta…
Acepté y me fui con él.
Era una bonita casa de dos plantas. Mi habitación estaba en la primera, donde
dejé la maleta y seguimos el paseo. Al salir de mi habitación, tras un pequeño
pasillo había una coqueta sala de estar y al otro lado un aseo, que me dijo que
es el que podría usar sin ningún problema. En la segunda planta había otro aseo
y dos habitaciones, la de ellos y otra en la que si habían tenido mal día a
veces se iba Marta, si no se bajaba a la mía, para no estar juntos, cada vez me
sorprendía más su relación. Y por supuesto, la planta baja que ya había visto,
donde estaba la cocina. Tras el paseo, volvimos y dispusimos todo para comer.
Antes de ello, me acerqué a mi habitación para sacar de la maleta un par de
botellas de vino tinto y se las ofrecí como detalle, aunque ellos dijeron que
no era necesario, pero a mí nunca me gusta presentarme con las manos vacías.
Abrimos y servimos una de ellas para comer.
La comida transcurrió
estupendamente, con una conversación amena, sin golpes bajos ni discusiones, y
muchas risas, con anécdotas del pasado de Josan y mío. Aproveché para felicitar
a Marta por la estupenda comida, que realmente estaba deliciosa, además regada
con un buen tinto, que hizo más amena si cabe la velada soltando las lenguas. También
di las gracias a ambos tanto por dejar que me quedase en su casa, como por la
compañía. Ellos me dijeron que no tenía importancia, que era un buen invitado y
que el vino estaba muy bueno, que así podía visitarles cuantas veces quisiera.
Durante la comida vi que realmente eran muy agradables y que no parecía haber
ningún problema entre ellos, aunque bien sabía que no era así.
Tras la comida y un rato
de animada sobremesa, Josan me propuso irme con él para tomar un café con sus
amigos y así conocerlos. Marta me animó a irme diciendo que lo pasaría bien,
pero que ella se subía a su habitación a dormir la siesta, por lo que nos
despedimos. Josan me acompañó a mi habitación para que yo cogiera mis cosas.
Allí me dijo que su mujer nunca iba porque era una sosa que prefería quedarse
sola en casa, además de que no soportaba a sus amigos, aunque yo pensé que con
comentarios así a quien no soportaría sería a él. A continuación, me senté
sobre la cama y le comenté que me encontraba cansado por el viaje y la reunión,
por lo que prefería echarme un rato a descansar, que en cuanto me levantara le
llamaba, y me decía dónde estaban para que yo fuera andando porque no quería
conducir tras beber alcohol, aunque no hubiera sido mucho. Él puso cara de
circunstancias y me dijo que bien, quedábamos así, añadiendo que él no tenia
problemas para conducir y se iba en su coche. Nos despedimos y me quedé
pensando en que Josan seguía siendo un inconsciente, pues en la adolescencia
llevaba su moto como un loco, subí con él una vez y nunca más lo hice, ni
ganas…
Pensando en eso, me dormí
sobre la cama, sin quitarme la ropa ni nada, pues realmente estaba cansado, el
madrugón, conducir, el tinto que también ayudó… Un rato después me desperté con
ganas de ir al baño, por lo que cogí mi neceser de la maleta y me dirigí al
aseo a arreglarme para salir. Recordaba que estaba al pasar la salita, así que
entré en ella y lo que vi me dejó perplejo, pues sobre el sofá estaba Marta
masturbándose en ropa interior, no pude evitar verlo.
—Perdón —dije consternado
mientras volvía sobre mis pasos saliendo de la salita—. No sabía que estarías
ahí así, lo siento…
—No te preocupes, no
podías saberlo —me contestó con voz nerviosa—. De haber sabido yo que estabas
aquí abajo, no habría estado haciendo esto aquí, sino arriba en mi habitación.
—No tienes que decirme
nada, es tu casa, faltaría más —le respondí—, tampoco hacías nada malo, me
sorprendió mientras iba al aseo, eso es todo.
—Bueno, no pasa nada —añadió
Marta—, ya puedes pasar…
Entré a la salita y vi
que Marta se había tapado con una mantita, le volví a pedir disculpas a lo que
ella negó con la cabeza, como diciendo que no pasaba nada. Entré al aseo
cerrando la puerta tras de mí. Mientras orinaba y me lavaba pensaba en lo que
había visto, nada del otro mundo, una mujer que se masturbaba en soledad, yo
también lo hacía, pero a mis pensamientos se añadió el cuerpazo de Marta
cubierto únicamente por un sujetador y unas braguitas negras de encaje, con su
mano moviéndose en la entrepierna, y mi sangre se empezó a alterar,
removiéndose mi pene, ya de por sí de erección fácil. Traté de apartar esos
pensamientos de mi mente para no salir empalmado, porque la otra forma de no
salir así era masturbarme, pero ella se daría cuenta…
—¡Oye! —escuché desde el
otro lado de la puerta—. ¿No le comentarás esto a Josan? ¿No? Como tú bien has
dicho, no hacía nada malo, simplemente me has visto hacerlo.
—Tranquila Marta, ni
palabra le diré —le contesté mientras abría la puerta del aseo para salir.
—Gracias —continuó ella—,
pero hay que reconocer que también tiene su morbo…
Ya delante de ella,
mirándola le dije:
—Sin duda que sí Marta,
pero ¿qué quieres decir con eso?
—Que me daría mucho morbo
que alguien me mirase mientras me masturbo, tú por ejemplo —me contestó ella
pícaramente.
—Sí, tiene mucho morbo,
pero yo no le pienso poner los cuernos a Josan —le dije un poco agobiado.
—¿Quién ha hablado aquí
de cuernos? —preguntó Marta—. Únicamente me gustaría que me vieras pajearme,
solamente eso. Además, si fuéramos a hablar de cuernos, sé de buena tinta que
él me los ha puesto, pero no voy a ser ahora una infiel como él, eso sí, ten
claro que se los merece…
—No sé, eso ya es cosa
vuestra —le repliqué—, deberíais hablarlo y arreglarlo o tomar una decisión al
respecto.
—Tal vez, pero no ahora —sentenció
ella—. Ahora lo que me apetece es masturbarme y que tú me veas hacerlo, que me
pongo cachonda de pensarlo… ¿Es que no te gusta ver a una mujer caliente
disfrutar?
—Claro, y no sería la
primera vez —le contesté—, pero es jugar con fuego en este caso.
—El único fuego es el que
tengo ahora entre mis piernas —dijo Marta—, así que no se hable más.
Tras decir esto apartó la
manta de un tirón y quedó de nuevo en ropa interior ante mí, empezando a
acariciar su entrepierna por encima de la tela negra. Mientras lo hacía sus
brillantes ojos pardos se clavaban en los míos, que variaban entre devolverle
la mirada y mirar a su entrepierna, con su mano tocándose, adelante y atrás,
lentamente. Dejé caer mi neceser. Ver eso no me dejaba indiferente, al
contrario, me estaba poniendo más que caliente. Sentía cómo mi pene iba
creciendo dentro de mi bóxer y mis vaqueros, tanto que ya sería evidente para
ella que yo estaba cachondo, y que mis prejuicios se habían anulado de golpe.
Marta seguía
masturbándose despacio, sonriendo mientras me miraba. Yo no le quitaba ojo a
toda ella. Tal y como había supuesto con la ayuda del vestido, que ya no
llevaba, sus pechos eran grandes. Sus pezones se marcaban ya duros a través de
la tela de encaje de su sujetador, y su mano seguía acariciando, rozando,
presionando, sobre la tela que cubría su vulva, con sus piernas cada ve más
abiertas. Yo estaba sintiendo mucho calor, tanto que no pude evitar empezar a
desabrocharme los primeros botones de la camisa negra que llevaba. Al verlo,
Marta se mordió su labio inferior, y yo sentí que mi miembro iba a explotar
dentro del vaquero por el empalme que llevaba.
—Vamos, sigue —me animó—,
que yo también quiero ver.
—No sé —le contesté—, si
sigo desnudándome no me voy a poder parar, y no quiero ponérselos —añadí
sintiendo de nuevo que me volvían los prejuicios.
—Te aseguro que no vas a
convertir a Josan en cornudo —me dijo sin dejar de acariciarse—. Tú solamente
mira cómo disfruto. Estoy a mil con esta situación, pero tranquilo, no va a haber
cuernos, ni siquiera me vas a tocar…
—Bueno, sigamos —acerté a
esbozar torpemente.
Uno a uno desabroché los
botones de la camisa que me quedaban ante la atenta mirada de Marta, hasta que
me la quité, con un fuerte suspiro por su parte. Ella empezó a acariciar sus
pechos por encima del sostén, sin dejar de masturbarse, dejando escapar algún
suspiro más. Yo la imité, con una mano acariciaba mi torso desnudo, y con la
otra apretaba mi dura polla por encima del vaquero. Era una situación harto
inesperada pero que me estaba calentando sobremanera. Por supuesto, seguí
acariciando mi verga así, pues lo que veía me impedía parar. Marta empezó a acariciarse,
entre suspiros, un pecho por debajo de la tela, apartándola para atrás, de
forma que pude ver su areola amarronada, y su duro pezón, entre sus dedos… Pero
también me fijé en su anillo de casada, moviéndose sobre su pecho, por lo que,
con remordimientos, paré y dije:
—Lo siento, pero no
puedo. No está bien. Veo tu anillo que me recuerda que le voy a poner los
cuernos a Josan, y no puedo. De verdad que no está bien, creo que es mejor que
me marche…
—No creo que el bulto que
se marca en tu entrepierna esté de acuerdo con la tontería que acabas de decir —me
replicó Marta—. ¿Es por el anillo? Pues me lo quito, total, a estas alturas apenas
representa nada —y se lo sacó del dedo, metiéndolo bajo un cojín del sofá,
antes de continuar—. ¿Vamos a poder seguir? Estoy cachonda, y quiero acabar lo
que he empezado, e insisto, yo no le voy a poner los cuernos a mi marido
contigo aquí a ahora. Vamos…
—Lo que estamos haciendo,
¿no son cuernos? —volví a preguntar.
—¡Que no!, ¡para nada! —me
gritó—. ¿A ti te parece que estemos follando? ¿Verdad que no? ¡Eso es poner
cuernos! Y no que me esté masturbando y tú me mires hacerlo, como si quieres
pajearte conmigo por la calentura, ¡eso no son cuernos! Pregúntaselo a Bill
Clinton, que él dijo que una mamada no era sexo, pero tú ni me vas a follar, ni
te la pienso chupar. Y no lo voy a decir más, solamente quiero disfrutar, si te
largas lo haré sola, pero lo haré pensando en la mirada de vicio que tenías
hasta hace un momento, en ti, así que…
Dicho esto, siguió acariciándose
de nuevo, con más intensidad, como si pensase que yo me iba a largar y no le
iba a dar tiempo a correrse en mi presencia. Pero no, no me pensaba largar, yo
estaba tan caliente como ella, volví a desterrar mis prejuicios, para seguir
jugando con ella. La mano que pajeaba su entrepierna no paraba, adelante y
atrás, mientras ella disfrutaba entre suspiros. La mía tampoco estaba quieta,
pero por comodidad, desabroché mi correa y el pantalón vaquero. Marta no se perdía
detalle, por lo que me animó más:
—Sigue, sigue, no te
quedes en eso…
Yo no paré, me bajé el
pantalón hasta casi las rodillas mientras ella se relamía. Empecé a acariciar
mi verga sobre la tela de mi bóxer azul marino. Marta aprovechó también para
bajar su sujetador dejando sus dos hermosas tetas a mi vista. Tenía unos
pezones duros y gordos, de esos que apetece mordisquear, pero como no quería
cuernos, decidí que no, aunque no por ello aparté la idea de mi mente. Además,
dejando escapar algún gemido masajeó sus tetas, las apretó, estiró un poco de
sus pezones, como habría hecho yo con mi boca, hasta que, alzando su tronco,
soltó por detrás su sostén y lo tiró al lado. Realmente sus tetas eran
tremendas, grandes, pero en su sitio, qué ganas de saltar a por ellas, pero no,
aun así, mi polla dio un respingo dentro del bóxer, sonriendo Marta con agrado
al darse cuenta.
Ella siguió a lo suyo,
pajeándose con más intensidad, jadeando por momentos, hasta que bajó la segunda
mano a su entrepierna. Con ella apartó su braguita y pude ver su vulva,
depilada, rosada y húmeda, aunque eso último ya lo sabía porque momentos antes
había visto brillar la tela que la cubría al paso de sus dedos. Yo tampoco aguanté
más y me bajé el bóxer hasta la altura del pantalón. Con ese movimiento mi
polla dura saltó y quedó temblando en el aire, hasta que mi mano la agarró para
empezar a acariciarla, arriba y abajo, más que caliente por lo que estaba
viendo.
—Así me gusta —susurró
Marta—, bien dura por mí y con las venas marcadas estás cachondo tú también,
para que luego digas…
—Sí —le respondí—, es
inevitable, lo que veo me tiene a tope, necesitaba dejarla libre ya, para
empezar a pajearme, porque como has dicho, pajearnos juntos no son cuernos,
¿no? —añadí con una sonrisa socarrona.
—No, veo que ya lo vas entendiendo —me contestó—. Y si te acercas un poco hacia mí tampoco serán cuernos.
Me acerqué, a cámara
lenta por el poco movimiento que me permitían los pantalones en mis muslos,
mientras ella me hacía avanzar más haciéndome un gesto con su dedo índice,
hasta que estuve justo ante el sofá, entre sus piernas. Ella, masturbándose de
nuevo, seguía relamiéndose mirando mi dura verga a la vez que yo me pajeaba,
acelerando mis movimientos de subida y bajada por todo el tronco. Paró de
tocarse un momento y separó los dedos de su coño, mostrándome un hilillo que
salía de él hasta sus dedos. Hizo como que lo recogía, y llevó sus dedos a su
boca lamiéndolos con gusto, con sus ojos clavados de nuevo en los míos,
mientras con la otra mano separaba sus pliegues y me mostraba su agujero
meloso, junto a su clítoris que sobresalía del capuchón. Mi mano se puso a
subir y bajar por mi polla con más intensidad, imitándome ella, pues volvió a
llevar la mano a su coño para rozarse con más ganas.
Los gemidos empezaban a
acompañar nuestros movimientos, sobre todo los suyos, que ya eran más fuertes. Yo
tenía ganas de sobar todo lo que estaba viendo, desde esas tetas que se
columpiaban suavemente al compás del movimiento de su mano, hasta ese coño jugoso
que sonaba cada vez que decidía meterse un par de dedos, por lo que ya cachondo
perdido, le pregunté:
—Marta, si te acaricio esos
muslos, ¿serían cuernos?
—Claro que no —me
contestó—. Cuando me has dado dos besos al entrar a casa me has acariciado la
espalda, y Josan no se ha dado con sus cuernos contra el marco al entrar,
¿verdad? Pues esto es igual.
—Tienes toda la razón —dije
llevando mi mano izquierda a su muslo.
La piel de su pierna era
suave y cálida. Con mis dedos la rozaba arriba y abajo, arrancando algún nuevo
gemido a Marta. Ella seguía pajeándose sintiendo mi roce, disfrutando, dejando
escapar suspiro tras suspiro, mientras mi mano subía y bajaba por mi dura polla
sin descanso. Pero de repente apartó mi mano y alzó su pelvis. Con un
movimiento rápido de manos estiro de su braguita deslizándola por sus piernas
hasta que la sacó por sus pies, quedando completamente desnuda ante mí, tan
deseable, tan voluptuosa, tan empotrable…
Bajó sus piernas hasta
quedar como estaba antes de sacarse su última prenda y volvimos a masturbarnos
intensamente. Ella con una mano rozaba su clítoris y sus labios, mientras que
con la otra acariciaba sus pechos. Yo avanzaba y retrocedía mi mano por toda la
verga, apretando su muslo con la otra mano. Los gemidos resonaban en la salita,
hasta que Marta paró y dijo:
—Si tú me puedes tocar y
no son cuernos, yo también a ti…
Asentí con la cabeza y
ella alzó su tronco para llevar su mano a mi abdomen. Me acarició arriba y abajo
mientras mi mano seguía haciendo lo mismo sobre mi polla. Pero su mano decidió
bajar más, y apartando la mía, deslizó sus dedos por mi duro miembro, hasta que
me la agarró, poniéndose a pajearme ella. Solté un fuerte gemido mientras ella
seguía con su mano adelante y atrás, con sus ojos clavados en los míos,
llevándome al límite, hasta que tras unos movimientos más paró y puso su dedo
en la punta de mi ya amoratado glande. Hizo lo mismo que ya había hecho antes,
pero ahora conmigo. Puso la yema de su dedo en mi orificio y lo separó arrastrando
con él un hilillo de mis fluidos, pues mi polla empezaba a babear. Tras ello lo
llevó a su boca y lo saboreó poniendo cara de placer. Yo no pude evitar volver
a pajearme viendo tal escena, hasta que con un grito me paró:
—Oye, para un momento,
¿me harías un favor?
—Pues me gustaría
follarte, pero hemos acordado que no lo haríamos, porque no hay cuernos —le contesté
jocoso.
—No va por ahí —me
replicó con sorna mientras cogía su móvil—, ¿podrías hacerme una foto donde se
vea tu polla y yo debajo? Es para tener una imagen de la que partir en mis
futuros dedos…
Cogí su móvil y aunque me
pareció raro le hice caso. Puse mi mano izquierda en la base de mi verga dura,
y saqué una foto en la que se veía ella debajo. Había que reconocer que la foto
en sí tenía morbo, pero es que por lo visto Marta destilaba aún más morbo por
cada uno de sus poros. ¡Qué mujer más caliente! Además, con todas las
interrupciones y preguntas sobre cuernos ya llevábamos un buen tiempo masturbándonos,
eso era buena señal.
Tras volver a dejar el
móvil sobre el sofá, ella me volvió a mirar fijamente, empezando a masturbarnos
otra vez, despacio en los primeros movimientos, con intensidad instantes
después. Pero no dejé pasar mucho tiempo antes de apartar la mano con la que se
pajeaba:
—Si los roces no son
cuernos, el roce de nuestros puntos de máximo placer tampoco lo será —le dije
maliciosamente.
Marta asintió, por lo que
yo llevé mi polla a su entrepierna. Agachándome un poco empecé a restregarla
adelante y atrás entre sus pliegues, en un placentero roce sobre su clítoris
que empezó a arrancarle más y más gemidos.
—Sí, sí, siiiiiiiiii… —gritaba
entre jadeos.
Seguí moviéndome adelante
y atrás sobre su mojado coño, como follándola sin follarla, como poniéndole los
cuernos a Josan pero sin ponérselos, hasta que me separé provocando una maligna
mirada de Marta. Cogí mi verga con la mano y acerqué mi capullo a su clítoris,
para empezar a rozarlo así, adelante y atrás, una y otra vez. Ella, para ayudar
a sentirlo mejor, abrió las piernas todo lo que pudo y con ambas manos separó
sus labios. Yo seguía rozándola con mi glande mojado, avanzando y
retrocediendo, una y otra vez, adelante y atrás, sin descanso, mientras la veía
disfrutar. Sus ojos ya no estaban mirándome siempre, pues los cerraba y los
abría con la mirada perdida. Su respiración agitada y sus gemidos cada vez más
continuos me anunciaban que estaba muy próxima al orgasmo, por lo que yo seguía
rozándola, cada vez con más intensidad, hasta que de nuevo gritó:
—¡Jodeeeeeer!
Siiiiiiiiii, estoy a punto, siiiiii, ¡mírame!
Y sorprendentemente me
apartó con sus pies, empujándome hacia atrás, de forma que casi me caigo. Ella
apoyó sus pies en la punta del sofá y alzó la pelvis. Llevó su mano derecha a
su coño y empezó a rozar su clítoris como una posesa, mientras que con la otra
mano pellizcaba y estiraba de sus pezones. Yo admiraba el espectáculo sin dejar
de pajearme, subiendo y bajando la mano por toda mi polla dura. Marta empezó a
agitarse, sus caderas subían y bajaban, su mano no daba cuartel a su clítoris,
sus gemidos ya eran gritos, así que paré para verla correrse:
—¡Dioooooooooooooos! Sí, sí,
siiiii, yaaaaaaaaaaaaaa…
El cuerpo de Marta se
arqueó aún más antes de caer a plomo sobre el sofá, fruto de su tremendo
orgasmo. Su pecho subía y bajaba a toda velocidad, seguía jadeando con los ojos
en blanco y sus mejillas rojas. Sin duda el placer había sido muy intenso, no
muchos había visto así. Yo me puse a pajearme nuevamente, quería correrme
también, con ella mirándome, disfrutar de la misma intensidad que ella si me
era posible. Mi mano se movía sin descanso adelante y atrás, hasta que Marta,
cuando recuperó el resuello, me paró de nuevo:
—Imagino que estás cerca
ya, pero espera, te haré sufrir un poco más. Siente mi corrida.
Cuando terminó de decir
esto, se alzó un poco para volver a agarrar mi dura polla y la restregó por
todo su empapado coño, arriba y abajo, rozándose bien.
—Siente mi jugo —me dijo
mientras paseaba mi verga con su mano—, siente mi intensa corrida, por tu
culpa, por tu mirada… Pero eso sí, no empujes, no me puedes follar, no queremos
cuernos, siente mi corrida, siéntela. Ahora tú, te toca.
Separó mi capullo de su
coño y fue ella la que se puso a masturbarme, salvajemente, llevando su mano de
arriba abajo a toda velocidad, rozándome el glande con sus dedos, presionándolo.
Yo no podría aguantar ya mucho así, empecé a gemir de nuevo, con fuerza, mi
vientre se alzaba y bajaba, estaba muy cerca. Pero entonces soltó mi verga y me
dijo:
—Sigue tú, que yo estoy a
mil de nuevo, uffff… Pajéate, quiero ver cómo te corres sobre mí, ¿sí?
—Sí, no voy a tardar en
soltarte mi leche no —le contesté entre jadeos mientras me masturbaba
furiosamente.
Marta volvió a hacerlo
también, con una mano rozaba su excitado clítoris nuevamente mientras que con
la otra se metía y sacaba los dedos de su coño, hasta tres llegué a ver dentro.
Estaba empapada, escuchaba su chapoteo, tan morboso, como el que haría mi polla
follándomela. Pero no, no me la follaba no, me estaba pajeando y ya estaba al
límite, con mi mano atrás y adelante, apretando, adelante y atrás, una y otra
vez, mientras con la otra mano me acariciaba los huevos y el perineo desde
atrás. Me faltaba el aire, jadeaba, pero entre gemidos pude gritar:
—No puedo más Marta, me
voy a correr yaaaaaaaa, siiiiiiii…
—¡Hazlo! ¡Hazlo! Empápame
con tu leche caliente, yo creo que me voy a correr otra vez, ¡jodeeeeeer! —dijo
Marta entre jadeos sin dejar de masturbarse como una posesa con ambas manos.
Yo, como ella, pajeándome
hasta el límite, no podía más, arriba y abajo, rozando mi capullo, arriba y
bajo, por toda la polla, hasta que acercándome al máximo a ella grité:
—Siiiiiiiiiiiiiiii, toma
mi leche caliente, me corroooooooo, siiiiiii.
Marta paró de masturbarse
y llevó las manos a sus tetas, apretándolas para mí. Sus deseosos ojos pardos
clavados en los míos, hasta que mis disparos empezaron a caer sobre su vientre,
uno y otro, alcanzando sus pechos, otro, y otro más, mis disparos caían sobre
ella mientras yo gemía con mi pecho agitándose, jadeando, hasta que mi polla
dejó de soltar leche.
—Ummmmm, siiiiiiii —dijo
Marta— ¡qué rica y calentita! Sobre mí, siiiii. Ahí voy de nuevo...
Y otra vez llevó sus manos
a su coño para masturbarse con toda su energía, rozando su clítoris, metiendo y
sacando sus dedos, agitándose de placer mientras los chorros de mi lecha
resbalaban por su abdomen. Yo iba recuperando el aliento mientras la observaba,
apretando mi verga, exprimiéndola, como si después de la importante corrida que
acababa de soltar sobre su cuerpo me quedase algo dentro, pero sí, así seguía,
y ella también, cada vez más rápida, cada vez más intensa, hasta que otra vez
gritó entre gemidos:
—¡Diooooooooooooooooooooos!
Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.
Se agitó sintiendo su
orgasmo, no tan intenso como el que acababa de tener poco antes pero también
fuerte. Su pelvis subía y bajaba, su respiración seguía acelerada, sus mejillas
nuevamente coloradas, sus ojos en blanco, y su mano rozando suavemente su clítoris.
Poco a poco dejó de moverse y apartó la mano, pude ver cómo de su jugoso coño
manaba su néctar blanquecino, espeso… Solté mi miembro y acerqué mis dedos a su
entrepierna diciendo:
—Bueno, tampoco serán
cuernos si saboreo tu placer, sin meterme en ti, cogiendo solamente parte de lo
que sale.
Ella sonrió y me contestó
aún sin recuperarse del todo:
—No, yo también lo pienso
hacer, saborear tu rica leche que me ha calentado por fuera.
Dicho y hecho. Con mis
dedos rocé su coño y me llevé parte de su jugo del placer a la boca. Estaba
delicioso, y así se lo exprese con una mirada de aprobación. Ella no se quedó
atrás, se restregó los restos de mi corrida sobre su piel, y se llevó los dedos
a sus labios, lamiéndolos uno a uno, saboreándolos, mirándome también con cara
de satisfacción. Eso hizo dar un nuevo respingo a mi verga, todavía dura a
pesar del tiempo que llevaba así, pero ya decayendo.
Estuvimos sintiendo esas
miradas de placer, y también de deseo, uno en el otro un poco más, hasta que subiéndome
la ropa le dije:
—Bueno Marta, he disfrutado
mucho contigo sin ponerle los cuernos a Josan, pero creo que ahora debo
llamarlo ya para decirle que voy a buscarlos, si no es capaz de presentarse
aquí, que han pasado ya un par de horas desde que se fue.
—Yo también lo he
disfrutado, ya hacía tiempo que no lo pasaba tan bien. Que se presente si
quiere, ahora ya no hay nada que ver —me contestó—. Es más, puede estar
tranquilo porque no hay cuernos sobre su frente, no como en la mía…
—¿Que no hay nada que
ver? —pregunté—. Y eso que te chorrea, ¿no es digno de verse?
—Sí —me respondió—, pero
con una ducha quedo con la piel reluciente de nuevo y aquí no ha pasado nada. Además —añadió levantando el cojín del sofá bajo el que había puesto el anillo, para
cogerlo—, me coloco esto y ya tan decente como antes, ¿no?
Nos reímos por sus
palabras antes de que yo le hiciera otra pregunta:
—Sí, sí, ya con el anillo
en su dedo no hay problema. Una cosa, dices que tienes claro que te ha puesto
los cuernos, pero tú vales mucho en todos los aspectos. Por esto y por alguna
cosa que me ha contado, sin embargo, él no te valora, ¿por qué soportas esta
situación? Si me permites la pregunta, si no quieres no la contestes…
—Es cierto —se sinceró
Marta—, desde el accidente, que imagino que te habrá contado —asentí—, nuestra
situación no hace más que empeorar. Apenas me busca, parece que no me desea, y
cada vez que trato de hablar con él rehúye el tema, pero bueno, aunque no lo
parezca vivo bien, me centro en mi trabajo, llevo una buena vida y me siento
libre. Yo también salgo con mis amigas, aunque no le sea infiel como él. Y sexualmente,
pues como has visto me masturbo y disfruto, además tengo mis juguetes y una
buena imaginación.
—Bueno —le dije—, no sé
si yo podría hacer como tú en tu situación, pero yo no estoy viviéndola, tú
sabrás.
—Exacto, yo sabré —me
contestó tajantemente Marta—. Venga llama a mi maridito y dile que vas. Eso sí,
no le vayas a contar nada de esto, ¿eh?
Negué con la cabeza para
que tuviera claro que no iba a saber nada de lo sucedido, ni de lo comentado.
Cogí la camisa y el neceser del suelo antes de dirigirme a mi habitación. Una
vez allí llamé a Josan mientras abría la maleta para ponerme otra camisa.
—¡Hombre! —me respondió
Josan—. Ya era hora, pensaba que no venías…
—Sí, perdona —le contesté
un poco compungido—, es que estaba realmente cansado, pero ahora que ya me he relajado
voy para allá.
Según decía esto, vi a
Marta ante la puerta, desnuda con el móvil y su ropa interior en una mano,
mientras con la otra pasaba sus dedos sobre su entrepierna y los llevaba a su
boca jocosamente. A mí, un escalofrío me recorrió toda la espalda desde la
nuca, hasta el pene, que se removió de deseo nuevamente. Tragué saliva y atendí
la conversación telefónica.
—Bien, pues te mando la
ubicación por WhatsApp —dijo Josan—, pero no tardes mucho porque estamos ya de
copas y no tardaremos en movernos. Como vienes andando, te esperamos unos
quince minutos, ¿de acuerdo?
—Sí, perfecto, ¡hasta ahora! —me despedí y colgué la llamada.
Marta se me acercó, nos
dimos dos besos como cuando llegué a su casa a mediodía y se despidió diciendo
que subía a ducharse. Me pidió que cerrase de golpe la puerta al salir, que ya
pasaría el cerrojo ella después de la ducha. La vi marcharse, así desnuda, con
un culo precioso y prieto, que me hizo mirarla con deseo de nuevo. ¡Qué mujer
más increíble!, pensé para mis adentros. Me puse una camisa blanca, me retoqué
un poco el pelo, un poco de perfume y salí disparado para el lugar donde
estaban, siguiendo la ubicación que acababa de recibir. Lo que sucedió desde
entonces lo contaré en la segunda parte de la historia.
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