jueves, 21 de julio de 2016

Confesiones (La deuda de boda 2)



La primera parte de esta historia acabó cuando Mamen, mi sexy y caliente compañera de trabajo, y yo, retomábamos el viaje en coche para ir a la boda de su estúpida prima. Acababa de hacerme una mamada increíble dentro del túnel de lavado, por lo que tanto mi coche como mis bajos iban limpios y secos. Sin embargo, Mamen, dado que su vestido rojo de tipo sirena no me dejó acceder a su entrepierna, seguía caliente. Es más, me había dicho que tenía una deuda con ella, una deuda de orgasmo y que se cobraría cuando ella quisiera.

Teníamos una hora de camino hasta llegar a la iglesia. Durante el trayecto alguna que otra vez pensaba en cómo se cobraría la deuda Mamen y la miraba. Sus pechos destacando apretados por el vestido rojo en su delgado cuerpo, su pelo rubio recogido con las mechas colgando a los lados, sus ojos azul claro que me derretían, sus labios carnosos y su lengua, que me sacaba graciosamente cada vez que me pillaba mirándola, junto a ir pensando en la deuda, hacían que me mantuviese caliente, pero a la vez concentrado en la carretera, no habría estado bien dejar volar mi mente y tener un accidente.

martes, 5 de julio de 2016

La mejor forma de tratar lesiones



Es en los peores momentos, esos en que uno se encuentra mal, cuando alivia mucho que lo traten bien. Esto, que en general vale para todo, en particular vale también para los problemas físicos, es decir, para las lesiones. Por ello, cuando tuve una grave caída dañándome un hombro y la espalda, tenía claro dónde acudir para recuperarme, a la clínica de mi fisioterapeuta Isabel. Llevo prácticamente toda mi vida corriendo, por lo que he tenido unas cuantas lesiones ya, y con ella es con quien más rápidamente mejoro, además de por su trato agradable. Por eso, tras acudir a mi médico llamé para pedir cita con Isabel, la recepcionista me decía que era imposible hasta una semana después, pero tras insistirle mucho en que era urgente, lo habló con Isabel y me dio hora para el final de la tarde.


Cuando aparecí por allí y me vio entrar caminando encorvado por el dolor de espalda, Isabel me preguntó:


- Pero chico, ¿qué te ha pasado? Si vas que no puedes…


- Una caída tonta. – Le contesté. – Resbalé por la montaña con la mala suerte de caer de espaldas contra una piedra enorme haciéndome un daño terrible. Como luego me iba para abajo me agarré como pude y también me lastimé el hombro izquierdo. Esas cosas que me pasan a mí últimamente.


- Y tanto que sí. – Siguió Isabel. – Parece que te haya mirado un tuerto.


- Ya te digo. – Respondí de nuevo. - ¡Menuda racha llevo! Esta mañana he ido a mi médico, me ha mandado analgésicos y antiinflamatorios, además de decirme que me ponga calor sobre la contractura que llevo aquí, - me señalé por la espalda, - pero yo he pensado que tú seguro que me alivias más.


- Bueno, bueno, tampoco me hagas la pelota. – Dijo riendo. – Vamos a ver que se puede hacer. Entra a la habitación del fondo a la izquierda y quítate la camiseta, que ya sabes que las normas prohíben estar con el torso desnudo en la sala general. Yo en un momento voy.