La gran mayoría tenemos
amistades de cuando éramos pequeños con las que hemos perdido el contacto. No
hubo peleas, no hubo enfados, no hubo nada, simplemente la vida nos lleva por
caminos diferentes y acabamos perdiéndonos la pista. Por eso cuando un par de meses
atrás, mi antiguo amigo José Antonio, al que todos llamábamos Josan, me llamó,
me sorprendió bastante. Fue una sorpresa agradable, me comentó que había visto
a unos amigos, que había preguntado por mí, que le pasaron mi teléfono, y que
como estaba cerca le apetecía que nos viésemos tras más de veinte años, lo que
me pareció buena idea.
Así, un par de días
después quedamos a tomar un café. Estuvimos hablando de los viejos tiempos, de
los nuevos amigos y de nuestra vida actual, por supuesto. Josan me contó que
vivía en Cuenca junto a su mujer Marta, a lo que yo le dije que en un par de
semanas tenía previsto estar allí por trabajo, que qué casualidad, y él me contestó
que nos teníamos que ver, que me presentaría a su mujer y a sus amigos para salir
un rato por allí, es más, me insistió tanto diciéndome que había espacio de
sobra, que al final decidí alojarme en su casa, cosa que celebró.