Hoy es un día de esos
en que me gusta recordar fantasías que nunca ocurrieron, como la que disfruté
contigo.
Es la historia de un
día, del instante posterior a la tarde sin entrar aún en la noche, de ese día
en que una vez más hicimos el amor, eso que nos parecía prohibido además de
imposible.
No sé si recuerdas,
pero tras hacerlo te quedaste en la cama, relajada, rendida, exhausta y
satisfecha. Yo sólo me pude quedar un ratito junto a ti, cosa que sabes que me
gusta, pero me tenía que marchar, pues lo prohibido es lo que tiene… Así que me
vestí, despacio, mirando tu cuerpo desnudo sobre la cama, sin creerme que yo
pudiese disfrutar de él, hasta que una vez vestido, me incliné sobre ti, besé
tus labios expuestos y te dije que me marchaba. Tú te quedaste en la cama
descansando, hasta que las obligaciones te hicieron volver a la realidad.
Sé que saliste a la
cocina, decidida a preparar la cena, dada la hora que era ya. Abriste la
nevera, sacaste unas verduras, las lavaste, las dejaste escurrir y, tras
ponerlas en un bol, fuiste con ellas a la mesa, cuchillo en mano para
prepararlas.
Te sentaste en la silla
junto a la mesa con tus piernas hacia dentro, tus pies enfundados en unas
chanclas y tus muslos expuestos por la bata, que al sentarse se había subido,
dejando ver un trocito de tela negra que formaba parte de tus bragas.
Así estabas con las
verduras, confiada, pensando en lo que había pasado esa tarde, cuando sentiste
por el interior de tu muslo la suave caricia de lo que parecían ser las uñas de
unos dedos ávidos de ti. Diste un respingo, por la impresión, por la sorpresa
inesperada de que algo te pudiese tocar tan íntimamente, pero tras el susto
inicial, tus muslos se volvieron a acercar a esa mano que los quería acariciar.
No es difícil intuir
que la mano era la mía, que me encontraba escondido bajo la mesa de la cocina,
esperando pacientemente a que llegases para darte una sorpresa. Por ello había
simulado que me marchaba, aunque la tarde había sido intensa, quería darte más
placer…
Tras acercar de nuevo
mi mano a tus piernas, acaricié el interior de tu muslo izquierdo, acercándome
a tu braguita. Luego hice lo mismo con el derecho, y llegué todavía más cerca
de la tela negra que cubría tu zona íntima, para después pasar mi dedo por
ella, rozándote con cuidado. Reaccionaste, un movimiento de piernas, me mostró
que te gustó.
Volví a pasar mi dedo
sobre la tela, varias veces, hacia arriba, hacia abajo, una y otra vez,
mientras escuchaba como el cuchillo golpeaba sobre la mesa intentando cortar
las verduras. Entonces acerqué mi boca hacia tus bragas, y pasé la lengua sobre
ella. Ya estaba humedecida, pero se mojó un poco más.
Oí el golpe del
cuchillo al dejarlo caer sobre la mesa, ya no podías atender a las verduras, y
no querías cortarte. En lugar de ello te centraste en recibir placer, dando
igual que la cena no estuviese lista para la hora esperada, y haciendo resbalar
tu trasero por encima de la silla hacia la boca que se lo quería comer, entonces
te supe entregada a mí, querías más…
Mi boca respondió,
acerqué mis labios a la tela negra mojada, saqué la lengua y lamí. Siempre me
ha gustado tu sabor íntimo, ese sabor que emana de ti, al que sólo los que
tenemos suerte podemos acceder. Seguí lamiendo, con mi lengua rozando tu tela,
subía por ella luego bajaba, notando como tu respiración se aceleraba. Me
estaba excitando al notarlo, me gustaba, pero yo no había terminado contigo.
Con mi boca comiéndote,
acerqué mi mano derecha. Separé la tela de ti, dejando libre ante mis ojos la
entrada de tu cueva. Tus labios estaban mojados, brillantes, fruto del trato
que estaban recibiendo, y tu clítoris se veía gordito, duro, esperando que se
acordaran de él.
Y eso hice, dedicarle
su tiempo. Acerqué mis labios, los abrí y apreté tu clítoris entre ellos. Noté
tu estremecimiento y un gemido suave se escuchó en la cocina. No paré, lo
apreté más, lo pellizqué con mis labios mientras tus piernas se abrían, para separarme
de él y darle un lametón. Un nuevo gemido llegó a mis oídos, ummmm, me excita
recordarlo…
Durante todo este
tiempo no habíamos hablado, y así quería que siguiese la cosa. Te lo hice
saber. Subí mi mano rozando tu cuerpo, un dedo acariciaba por dentro de la bata
tu abdomen, tu pecho, tu cuello, y llegó a tus labios. Lo intentaste lamer,
pero no te dejé, sólo lo puse delante de ellos, y de mi boca salió un shhhhhh,
que entendiste bien.
El dedo bajó de nuevo,
el roce suave de su yema te gustaba cuando bajaba por tu cuello, por tu pecho…
Al llegar a esa altura paré, separé mi mano de ti, y aún dentro de la bata lo
llevé a tu pecho izquierdo. Lo apreté, lo masajeé y lo magreé, mientras notaba
como tu pezón se erizaba entre mi mano. Un nuevo gemido escapó casi silencioso
de tus labios, mmmmmmmmm, sabía que estabas mordiendo el labio inferior, como a
ti te gusta. Pellizqué tu pezón y noté una sacudida en tus muslos.
Paré, llevé mi mano al
pecho derecho, volviendo a hacer lo mismo, pero ahora además de pellizcarlo,
estiré un poquito y lo retorcí con cuidado. Otro gemido apagado brotó de tus
labios, ummmmm. Me gusta siempre sentirte así deseosa de mí. Subí mi otra mano
rozando tu piel, despacio, hasta llegar al pecho que había dejado libre, y así
con uno en cada mano los acaricié y los apreté, y juntando mis dos dedos apreté
tus pezones a la vez. Sabía que de nuevo ibas a gemir, y lo hiciste, algo más
fuerte esta vez.
Entonces los solté, y
descendí con la punta de mis dedos por cada lado de tu contorno, hasta llegar a
tus caderas. Allí me encontré con el elástico de tus bragas, y estiré para
abajo. Lo entendiste, te las quería quitar y colaboraste alzando tu culo de tu
silla. Las hice deslizar por tus muslos, por tus pantorrillas, hasta que las
saqué por tus pies.
Sólo te quedaba la
bata. Metí mi cabeza por debajo de ella, saqué mi lengua y lamí tu abdomen,
rodeé tu ombligo en mi húmedo paseo y después lo acaricié. Descendí con mi
lengua, despacio, saboreando cada poro tu piel hasta llegar a mi objetivo.
Notaba como tu respiración se iba acelerando, sabías donde iba a llegar y
llegué.
De nuevo lamí tu coñito
mojado, más que antes de dejarlo, y al notar el roce gemiste, abriendo de nuevo
tus piernas. Con mis manos separé tus labios, para tener mejor acceso mientras
seguía lamiéndolo todo. Me entretuve de nuevo en tu botoncito, bien duro ya,
erecto. Lo lamí, pasé mi lengua por él con avidez, rápidamente, una y otra vez.
Tu respiración se aceleraba, tus gemidos cada vez estaban menos distanciados,
mmmmm, mmmmm, mmmmm… Querías más y yo quería dártelo.
Mordisqueé tu clítoris
disfrutando de un nuevo espasmo de tu cuerpo. Tus fluidos asomaban entre los
pliegues de tu coño deseoso, y su agujero me llamaba abriéndose. Llevé a él un
dedo, entró fácil, estaba todo muy húmedo. Lo metí, deslizó, lo saqué, resbaló.
Lo metía y lo sacaba mientras tus gemidos cada vez eran más fuertes y más
seguidos. Te follaba con mi dedo a la vez que mi lengua seguía jugando con tu
clítoris.
Paré, parecías ya estar
a punto de correrte, pero aún no. Saqué mi dedo, y lo llevé a tus labios,
notaste el sabor que me encanta, el tuyo. Lo paladeaste, succionaste mi dedo
como si fuese lo que había estado dentro de ti un rato antes, pero no, ahora no
tocaba…
Cuando lamiste bien mi
dedo, volví a bajar la mano, rápidamente, entre tus pechos, hasta llegar de
nuevo a tu entrepierna. De nuevo separé tus labios, y quedaste ofrecida, aún
así, abriste más tus piernas y acercaste tu coño, buscando mis labios. Los
encontraste, no fue difícil. Te lamí de nuevo, con pasión, con furia, rozaba al
subir y al bajar cada vez más rápido.
Con mis labios de nuevo
apreté tu clítoris. A la vez volví a meter un dedo en tu encharcado agujero,
tras un poco de entrar y salir, metí otro. Te follaba con dos dedos, fuerte ya,
como si fuese mi polla dura, gemías, ummmmm, más, ummmmm, estabas cerca, y ya
no quise parar, necesitaba tu corrida, la quería. Deseaba que tus flujos
inundasen mi boca, como ahora lo deseo.
Seguí follándote con
mis dedos, seguí lamiendo y mordisqueando tu clítoris, ummmm, un poco más… Tu
cuerpo se arqueó, tembló, tus gemidos eran gritos, y te follé más fuerte con
mis dedos, hasta que gritaste, aaaaaaaaaaaaaaaaah. Aparté mis dedos y puse bien
mi boca, lamí y lamí todo tu néctar, escuchando tus gritos de placer desbocado.
Me saciaste, te corriste como nunca. Mientras lo lamía y lo limpiaba todo, veía
como tu pecho se levantaba y bajaba por culpa de tu respiración agitada. Aún
saboreo tu placer en mi mente, relamo mis labios y los muerdo mientras lo
recuerdo…
Así pasó un rato, hasta
que te calmaste. No lo vi, pero estoy seguro que en tus labios se dibujaba una
bonita sonrisa. Terminaron los temblores en tus piernas, y aunque te lo dejé
todo bien limpio con mi lengua, te levantaste y oí como fuiste al aseo a limpiarte.
En ese momento aproveché para salir de mi escondite, coger tus bragas húmedas,
meterlas en un bolsillo, y con mi polla dura dentro del pantalón, salir de la
casa. Mi objetivo sólo fue hacerte sentir como nunca y lo conseguí, no quería
más en ese momento, ya tendría mi premio más tarde.
Luego no sé qué
hiciste. Tal vez volviste a la cocina y me buscaste bajo la mesa, pero no
estaba, y como te diste cuenta tampoco tus bragas negras. Tenías claro que fui yo,
puesto que ese fin de semana, te habían dejado sola en casa, lo que yo
aproveché para disfrutar del placer prohibido. Pero, ¿y si no fui yo?
Nunca lo hablamos,
nunca me preguntaste, es más nunca me pediste tus bragas. Sólo sé que un rato
después toqué al timbre, me abriste, y me besaste, pero no dijiste nada. Yo
disimulé, no saqué el tema, aunque los dos sabíamos lo que había pasado. Habías
terminado la cena, las verduras estaban bien preparadas, nos las comimos y en
la cama volvimos a hacerlo, esta vez sí recibí mi premio.
Y bueno, hasta aquí el
recuerdo de la fantasía que no ocurrió contigo. O tal vez haya sido la fantasía
de unos recuerdos de cosas que imaginé en tu compañía. Ha pasado el tiempo y en
mi memoria hay como una niebla que impide que recuerde lo que tiene que ver
contigo con nitidez.
Pero algo tengo claro,
te deseaba, te deseaba mucho, constantemente, y aún hoy siento un enorme deseo
por ti. Tal vez en mi mente ya no recuerde si te disfruté, pero cuando esto me
pasa, abro el cajón de mi mesilla, y saco una prenda negra, muy íntima… La
acerco a mis labios, la lamo y la huelo, y te siento como si estuviésemos
juntos, mientras me excito. Como ya habrás deducido, sí, esa prenda es tuya, te
la robé, son tus bragas, aquellas que nunca me pediste…
Querido Eros:
ResponderEliminarEs un gran placer leerte de nuevo. Corrijo: esta vez sí ha sido un enorme placer leerte. Me has excitado hasta el punto de mojar mis braguitas, de desear que te colaras debajo de mi mesa y las apartaras tal y como describes en el relato. Es el efecto que produces en mí, pero tenías razón, en cuanto a sensaciones y deseos, no soy objetiva.
Sigue escribiendo, deseo más.
Gracias por leerme Ambar.
ResponderEliminarY gracias por tus palabras. La verdad es que en esta aventura del relato erótico soy un debutante, y bueno, siempre vienen bien las palabras de ánimo para que siga escribiendo...
Me encanta saber que mis palabras han hecho que se mojen tus braguitas, y más aún que te gustaría que yo te hiciese lo que cuento en el relato. Nada me gustaría más, pero sí, recuerda que tras darte ese tratamiento te robaría las braguitas... ¿Estarías dispuesta a ello? Puede que sí, puede que no, pero es el riesgo que hay que correr. Y el morbo con algo de riesgo, pues eso, da más morbo...
Trataré de satisfacer tus deseos.
Esperaré ansiosa la próxima entrega. Si la progresión sigue a mejor en la misma proporción, creo que me derretiré.
EliminarGracias a ti por regalarme tus palabras.
Por cierto, Eros, mis braguitas son tuyas si me las quitas tú...
ResponderEliminar¡Gracias de nuevo Ambar! Pues espero que la progresión te siga pareciendo ascendente y te derritas con mis palabras, pues no tengo otra intención al escribir más que provocar ese tipo de sensaciones en quienes lean esto...
ResponderEliminar¿Estás segura de que quieres que yo te quite las braguitas? No está mal la propuesta para empezar, ja, ja, ja, en lugar de tomar un café.
¡Entonces te las quitaré yo claro!
No me gusta el café...
ResponderEliminarPues entonces Ambar, si no hay café, ¿qué otra cosa se puede hacer? Porque claro, quitarte las bragas así de golpe queda más raro que si es después de una cena, de una comida, etc., ¿no?
ResponderEliminarDesde luego sería un poco raro que me quitaras las bragas en plena calle. -Hola, soy Eros y me voy a quedar con tus braguitas... -una escena así sólo la veo en una peli porno... y echándole imaginación, eh. Siempre podemos quedar en tu cocina, y te preparo unas verduras...
ResponderEliminarBueno, la verdad es que sí, puede que una escena así saliese en una peli porno, pero si no, pues en una de Almodóvar, ja, ja, ja. En mi cocina se podría desarrollar la acción del relato completamente puesto que tengo mesa y sillas, además de cuchillo y verduras en la nevera...
ResponderEliminarPodemos pedirle consejo a Nacho Vidal... jajaja
ResponderEliminarNo sé yo si ése es el más indicado para dar consejo a nadie en estos momentos, ja, ja, ja. Además, nosotros tenemos más imaginación seguro, ¿o no?
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