lunes, 31 de octubre de 2016

Recuerdos al cruzarnos



Hoy me he cruzado contigo. Apenas si me has mirado y has pasado de mí, como si no me conocieras, como si no hubiésemos vivido una gran historia juntos. Tal vez ahora tenga tu indiferencia, pero hay recuerdos que nunca podré olvidar, que nunca me podrás quitar…


Recuerdo el momento en que nos conocimos, la forma en que tus ojos se clavaron en los míos, mientras los míos no podían dejar de mirar a los tuyos. Me cautivaron con su color verde que destacaba más gracias a tu rizada melena cobriza. Sentí cómo tu mirada me recorría, pero la mía no era menos. Me entretuve en mirar tus finos labios que imaginé agradables y húmedos para besar. Bajé mi vista hasta tus zapatos, para subir repasando tus estilizadas pantorrillas hasta llegar a medio muslo, donde una minifalda de tono marrón no me dejaba ver hasta la curva de tus caderas. Una fina cintura se apreciaba bajo el comienzo de tu verdosa camiseta de tirantes, que terminaba en un generoso escote, el cual dejaba apreciar dos pechos generosos. Para acabar mi recorrido, unos sexys hombros y un cuello que daba ganas de lanzarse sobre él para lamerlo y mordisquearlo. Te observaba relamiéndome los labios mientras vi cómo el deseo se apoderaba también de ti, pues te mordisqueabas el labio inferior.



Recuerdo que el adosado que me ibas a enseñar tuvo que esperar, pues no pude evitar lanzarme sobre ti, apoyada como estabas en la pared de la entrada. Tus labios buscaron el contacto de los míos mientras dejaban escapar un primer suspiro. Y sí, estaban húmedos como los míos. Nuestras lenguas jugaron y se enroscaron, a la vez que las manos se deslizaban acariciando nuestras espaldas. Mis labios se posaron sobre la piel de tu cuello, la besaron, la mordieron para, a continuación, hacer lo mismo con la de tus hombros mientras te estremecías. Se empezaron a escapar gemidos de tu boca…

Recuerdo cómo no te resististe a llevar una mano a mi entrepierna, acariciándome por encima del vaquero que llevaba, gimiendo de aprobación al notar mi rabo duro. Pero no te conformaste con ello. Con la otra mano me desabrochaste la correa y el botón del pantalón, para así poder deslizar esa misma mano por dentro de mi bóxer acariciando mi pene, cogiéndolo entre tus dedos y notando cómo me crecía por ti. Esa vez fui yo quien dejó escapar un gemido, pero no paraste, al contrario, empezaste a masturbarme suavemente. Por ello yo te tuve que imitar, así que llevé una mano a tu muslo para ir ascendiendo lentamente por él hasta llegar a tu sexo. Lo noté húmedo por encima de la tela, lo acaricié un poco antes de apartar tu tanga con cuidado, para seguir con la caricia de forma mucho más íntima, sintiendo el calor de tu piel al rozar tus labios, sintiéndote mojada al introducir un dedo en ti para moverlo adentro y afuera. Cuando estuvo mojado incluso lo saqué para rozar tu clítoris con suavidad, una vez separados tus pliegues.


Recuerdo que de nuevo gemiste, aunque yo pronto apagué tu gemido con un nuevo beso. Un beso tan apasionado que noté como destilabas un poco más sobre mi mano en tu sexo. Podía sentir el aroma de tu deseo perfectamente. Tu excitación era tan palpable como la mía, presa de ella no pudiste más y me bajaste la cremallera de golpe. Tiraste del pantalón, que bajó de golpe hasta mis pies. Hiciste lo mismo con el bóxer, apareciendo mi dura y gorda polla de golpe. Se quedó temblando en el aire hasta que volviste a agarrarla con tu mano para sentirla entre tus dedos, toda esa excitación que tenía guardada por y para ti. Me pajeaste otra vez, pero esta vez con más vigor, con todas las ganas que tenías de mí.


Recuerdo la forma en que dejaste de masturbarme y me sonreíste pícaramente. Tras soltarme la verga llevaste tus manos a tu camiseta. Te la subiste rápidamente, sacándola por encima de tu cabeza. A continuación, te desabrochaste el sujetador y lo dejaste caer. Por primera vez pude admirar tus grandes senos, ligeramente caídos, pero con una bonita curvatura. Vi tus areolas oscuras rematadas por tus duros pezones. Me agaché para poder llevarme uno a la boca, lamerlo, succionarlo escuchándote gemir. Con mi mano te apretaba el otro pecho y te pellizcaba el pezón suavemente, hasta que cambié de pecho. Noté como tú dejaste caer tu minifalda y poco después tu tanga. Levantaste tus pies, uno a uno, para sacarte ambas prendas, quedando desnuda a excepción de los zapatos. Yo me alcé y te imité desabrochando los botones de mi camisa para sacármela rápidamente. Te echaste sobre mí y lamiste mi pecho suavemente, antes de que nos volviésemos a besar. 


Recuerdo que sentía mi polla palpitar de la enorme excitación que tenía, pero aún más cuando, tras dejar de besarme, me susurraste al oído que no podías más, que necesitabas tenerme dentro, que querías que te follase ya… Lo que hice sin más preámbulos, pues yo también me sentía consumido por el deseo de estar dentro de ti. Dado que en la casa que me ibas a enseñar no había ningún mueble, lo hicimos allí mismo. Te empotré contra la pared de la entrada, con todas mis ganas. Empecé apoyando mi glande en tu sexo para metértelo de golpe mientras gemíamos ambos. Levanté tu pierna derecha, tú pasaste tus brazos sobre mis hombros, aferrándote a mi cuello, y así pude bombear con más comodidad. Dentro, fuera, dentro, fuera, dentro, fuera. Cada vez con más fuerza, mi polla se abría paso en tu mojado coño. Se escuchaba el chapoteo al entrar en ti de lo mojada que estabas, lo que, junto a nuestros gemidos y suspiros, formaba la sinfonía de nuestro deseo. 


Recuerdo haber estado así un rato, embistiéndote cada vez más fuerte, cada vez más rápido, disfrutando enormemente de nuestro primer polvo. En un momento dado levanté también tu otra pierna, quedando tú colgando de mí, pero apoyada contra la pared, de forma que sentías más profundamente cada una de mis embestidas. Yo no cesaba de follarte, mi verga seguía saliendo y entrando de ti, una y otra vez, una y otra vez. Te empujaba contra la pared mientras tú ya no gemías, sino que gritabas del placer que sentías, tan grande como el mío, pues yo también gemía con cada embestida. Unos empujones más y me avisaste de que te ibas a correr, lo que hiciste sin remedio. Sin dejar de follarte fijé mis ojos en los tuyos y vi cómo se quedaban en blanco. También cómo se enrojecían tus mejillas a la vez que tu respiración se descontrolaba. Temblaste sobre mí, agitaste tus piernas y sentí cómo tu coño apretaba y aflojaba sus paredes sobre mi polla. Yo seguía con mi mete saca, pero poco después, sin remedio, me corrí dentro de ti. Noté cómo salían de mí varios chorros de leche caliente y entraban en ti. Según los notabas pusiste una mueca de placer indescriptible, parecida a la que tendría yo según me derramaba dentro de ti.


Recuerdo cómo tras nuestros orgasmos fuimos recuperando el aliento poco a poco hasta que pudimos hablar. En ese momento me separé dejándote caer al suelo con cuidado. Nos vestimos y comentamos lo sucedido, aún sorprendidos por lo inesperado del deseo que nos había asaltado, una especie de deseo a primera vista. Nos habíamos encontrado dos personas ardientes y a la vez necesitadas de placer del bueno, de ese que nos dimos, tanto esa primera vez como todas las que vinieron después. Una vez vestidos me acabaste de enseñar el adosado, pero me recomendaste no comprarlo para que me pudieses seguir mostrando otros pisos y repetir lo sucedido. No lo repetimos en ese momento porque tenías otra cita para enseñar otro piso a una pareja, pero quedamos que al día siguiente me enseñarías otro a mí, que también rechazaría, y al día siguiente otro, y al siguiente, y al siguiente… Cada piso era una excusa para volver a disfrutar uno del otro, para dejarnos llevar por nuestro deseo. Tú y yo ardíamos juntos, desde el primer al último día.


Recuerdo que un día, dado que tú nunca me ibas a vender un piso a mí, porque para mí no fuiste una buena comercial inmobiliaria, lo único que no hiciste bien conmigo, encontré un piso que me gustó. Me acompañaste y a ti te encantó. Una vez estuvo el piso en mi poder decidimos estrenarlo el primer sábado, aún sin muebles por supuesto. Lo hicimos en cada habitación. En la grande, la del fondo a la izquierda, lo hicimos desde atrás. Tú apoyada con las manos en la pared y yo embistiéndote desde atrás hasta que nos corrimos gritando como locos. Una vez repuestos nos fuimos a la habitación de al lado, más pequeña. Allí te tumbaste en el suelo y yo sobre ti, hicimos un misionero épico sin dejar de besarnos hasta que mi leche volvió a inundar tus entrañas. La siguiente habitación fue la cocina. Te sentaste sobre la encimera, abriste las piernas y te comí todo tu coño jugoso hasta que te corriste en mi boca gimiendo como una loca. Después fui yo el que se sentó en la encimera mientras tú me comías la polla a la vez que me masturbabas. El resultado fue que me corrí en tu boca y tú te tragaste toda mi leche. Descansamos para cenar, y luego repetimos en la habitación interior, donde te pusiste a cuatro patas y penetré tu ano hasta llenártelo con mi cálido semen mientras tú te corrías frotando tu clítoris. Tras otro descanso nos fuimos al salón y allí me cabalgaste lentamente, primero de espaldas a mí, admirando yo tu duro culo, y luego de cara a mí mientras apretaba y jugaba con tus pechos hasta que nos corrimos por última vez y quedamos rendidos.


Recuerdo tantos momentos de buen sexo entre tú y yo que no acabaría nunca de contarlos. El tiempo en que vivimos juntos follamos a diario, y no una única vez al día. Necesitábamos más para calmar nuestro fuego, que siempre ardió con pasión, como el día en que te desnudaste para mí y me pediste que te leyese. Yo lo hice como si fuese un invidente que leía Braille sobre tu piel. No me dejé ningún poro de tu piel por leer entreteniéndome mucho a la altura de tus pechos, en tus pezones, pues había mucho texto por leer allí, y a ti te gustaba pues gemías y te retorcías de placer. Pero todavía más cuando me dispuse a leer tu entrepierna, tanto con mis dedos como con mi lengua, pues con tanto texto mis manos no eran suficientes. Te rozaba con los dedos, te metía un dedo, luego dos, te lamía el clítoris cada vez más abultado hasta que tus piernas se agitaron y entre espasmos inundaste mi boca con tus jugos, tus deliciosos jugos que tantas veces probé…


Recuerdo cómo un día en que íbamos en coche a la playa, conduciendo yo, tú te echaste de lado sobre mí, desabrochaste los botones de mi bragueta y sacaste mi pene. Empezaste a acariciármelo mientras me decías que no se me ocurriese parar, que siguiese conduciendo. Poco a poco mi verga se fue poniendo dura, y más aún cuando me bajaste la piel y empezaste a lamerme el capullo con esmero. Yo estaba en la gloria, por lo que me resultaba difícil concentrarme en la conducción. Así que busqué una carretera poco transitada para no cruzarnos con nadie. De camino a ella nos cruzamos con un camión, tengo claro que el conductor vio lo que sucedía en nuestro coche por los bocinazos que dio. Pero a ti no te importó, tú seguías a lo tuyo, ya te habías metido todo mi capullo en la boca y estabas succionando y mamando mi polla dura. Yo suspiraba y gemía por el placer que me dabas, a la vez que aminoraba la velocidad, tanto así que yo creo que circulaba a diez kilómetros por hora por el arcén o menos, cuando te pusiste a masturbarme rápidamente, subiendo y bajando tu mano a la vez que la girabas. Tu boca hacía el movimiento opuesto, bajaba y subía, bajaba y subía, rozándome bien todo el glande, hasta que descargué toda mi esencia en tu boca, sentí cómo disparaba mis chorros a tu boca sin que tú dejases de chupar y tragar, hasta que me dejaste seco.


Recuerdo también aquel viaje que hicimos a Granada, esa ciudad con duende, que nos embrujó de tal manera que íbamos más que calientes paseando por sus calles de la mano. Mientras íbamos caminando nos dábamos algún beso apasionado y nos acariciábamos con disimulo. Me rozabas el paquete, yo a ti te magreaba el culo, los muslos y si nadie miraba, los pechos. Los dos íbamos muy calientes durante todos los paseos, tanto es así que mi polla destilaba jugos sólo de pensar en lo que hacíamos y en cómo follaríamos cuando llegásemos al hotel. Resultó graciosa la forma en que no aguantamos más y salimos casi corriendo de la Alhambra, para llegar lo más pronto posible a nuestra habitación. Una vez allí dimos rienda suelta a nuestro deseo. Nos devoramos con avidez, nuestras bocas se fundieron en un larguísimo beso, nos sobamos metiendo las manos por debajo de la ropa hasta que no pudimos más. Te dejé caer sobre la punta de la cama, te saqué la minifalda que llevabas y luego el tanga bien húmedo. Apoyaste las piernas sobre mis hombros, me desabroché el pantalón, lo dejé caer, como también mi bóxer y te metí toda mi polla de golpe. Diste tal gemido que creí que te habías corrido ya por lo calientes que íbamos, pero no. Es cierto que no aguantaste mucho más. Empecé un mete saca de menos a más, acelerando poco a poco mis movimientos, entrando y saliendo de ti, entrando y saliendo, cada vez con más fuerza. Tus gemidos se intensificaban a la vez, pero yo seguía bombeando, más, más, más... Te agitaste como una posesa, te arqueaste y gritaste que te corrías, sintiendo yo la energía de tu orgasmo sobre mi verga, pues parecía que la querías ordeñar. Seguí embistiéndote, pero tras unas entradas y salidas más no pude más y, entre jadeos, te inundé con mi leche tibia tus entrañas. El placer fue inmenso pese a ser una de las veces que menos tiempo duramos haciéndolo. 


Tantos recuerdos y tan buenos, sin embargo, lo último que recuerdo es a ti en el día de hoy, pasando a mi lado entre la multitud como una más, sin ni siquiera saludarme, sin ni siquiera girar la cabeza para mirarme, como si tú y yo nunca nos hubiéramos conocido. Que sepas que me ha dolido verte pasar sin detenerte mientras yo giraba mi cabeza para mirarte. No creo que pueda olvidar esa mirada fría, esa mirada perdida y ausente, que desgraciadamente me ha recordado la mirada que tenías la última vez que te tuve en mis brazos. Esa mirada que apagué bajándote los párpados con mi mano, cuando dejaste escapar tu último aliento entre mis manos, tras duros años de lucha contra tu enfermedad.

2 comentarios:

  1. Wow!!!! No tengo palabras Eros es hermoso!!! Súper morboso y caliente, y el final me ha dejado boquiabierta, no me lo esperaba, qué historia!!!! Me fascinó....
    Sigue escribiendo por favor que tu pluma es maravillosa

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Hola Diosa Enamorada!
      Me alegra que te haya gustado. No todo va a ser siempre igual, hay que poner algún toque diferente, o sorprendente, como en este caso.
      Creo que me haces la pelota, je, je. No creo que mi pluma sea maravillosa, ni mucho menos, pero lo que sí sabe es expresar todo lo que bulle por mi sangre caliente, eso sí.
      ¡Muchas gracias por tu comentario!
      Besos morbosos,
      Eros

      Eliminar

Si lo que acabas de leer te ha provocado alguna sensación, ¡no lo dudes y cuéntamelo!
Gracias