Hoy me he cruzado
contigo. Apenas si me has mirado y has pasado de mí, como si no me conocieras,
como si no hubiésemos vivido una gran historia juntos. Tal vez ahora tenga tu
indiferencia, pero hay recuerdos que nunca podré olvidar, que nunca me podrás quitar…
Recuerdo el momento en
que nos conocimos, la forma en que tus ojos se clavaron en los míos, mientras
los míos no podían dejar de mirar a los tuyos. Me cautivaron con su color verde
que destacaba más gracias a tu rizada melena cobriza. Sentí cómo tu mirada me
recorría, pero la mía no era menos. Me entretuve en mirar tus finos labios que
imaginé agradables y húmedos para besar. Bajé mi vista hasta tus zapatos, para
subir repasando tus estilizadas pantorrillas hasta llegar a medio muslo, donde
una minifalda de tono marrón no me dejaba ver hasta la curva de tus caderas.
Una fina cintura se apreciaba bajo el comienzo de tu verdosa camiseta de
tirantes, que terminaba en un generoso escote, el cual dejaba apreciar dos
pechos generosos. Para acabar mi recorrido, unos sexys hombros y un cuello que
daba ganas de lanzarse sobre él para lamerlo y mordisquearlo. Te observaba relamiéndome
los labios mientras vi cómo el deseo se apoderaba también de ti, pues te
mordisqueabas el labio inferior.
Recuerdo que el adosado
que me ibas a enseñar tuvo que esperar, pues no pude evitar lanzarme sobre ti,
apoyada como estabas en la pared de la entrada. Tus labios buscaron el contacto
de los míos mientras dejaban escapar un primer suspiro. Y sí, estaban húmedos
como los míos. Nuestras lenguas jugaron y se enroscaron, a la vez que las manos
se deslizaban acariciando nuestras espaldas. Mis labios se posaron sobre la
piel de tu cuello, la besaron, la mordieron para, a continuación, hacer lo
mismo con la de tus hombros mientras te estremecías. Se empezaron a escapar
gemidos de tu boca…
Recuerdo cómo no te
resististe a llevar una mano a mi entrepierna, acariciándome por encima del
vaquero que llevaba, gimiendo de aprobación al notar mi rabo duro. Pero no te
conformaste con ello. Con la otra mano me desabrochaste la correa y el botón
del pantalón, para así poder deslizar esa misma mano por dentro de mi bóxer acariciando
mi pene, cogiéndolo entre tus dedos y notando cómo me crecía por ti. Esa vez
fui yo quien dejó escapar un gemido, pero no paraste, al contrario, empezaste a
masturbarme suavemente. Por ello yo te tuve que imitar, así que llevé una mano
a tu muslo para ir ascendiendo lentamente por él hasta llegar a tu sexo. Lo
noté húmedo por encima de la tela, lo acaricié un poco antes de apartar tu
tanga con cuidado, para seguir con la caricia de forma mucho más íntima,
sintiendo el calor de tu piel al rozar tus labios, sintiéndote mojada al
introducir un dedo en ti para moverlo adentro y afuera. Cuando estuvo mojado
incluso lo saqué para rozar tu clítoris con suavidad, una vez separados tus
pliegues.
Recuerdo que de nuevo
gemiste, aunque yo pronto apagué tu gemido con un nuevo beso. Un beso tan
apasionado que noté como destilabas un poco más sobre mi mano en tu sexo. Podía
sentir el aroma de tu deseo perfectamente. Tu excitación era tan palpable como
la mía, presa de ella no pudiste más y me bajaste la cremallera de golpe.
Tiraste del pantalón, que bajó de golpe hasta mis pies. Hiciste lo mismo con el
bóxer, apareciendo mi dura y gorda polla de golpe. Se quedó temblando en el
aire hasta que volviste a agarrarla con tu mano para sentirla entre tus dedos,
toda esa excitación que tenía guardada por y para ti. Me pajeaste otra vez,
pero esta vez con más vigor, con todas las ganas que tenías de mí.
Recuerdo la forma en que
dejaste de masturbarme y me sonreíste pícaramente. Tras soltarme la verga
llevaste tus manos a tu camiseta. Te la subiste rápidamente, sacándola por
encima de tu cabeza. A continuación, te desabrochaste el sujetador y lo dejaste
caer. Por primera vez pude admirar tus grandes senos, ligeramente caídos, pero
con una bonita curvatura. Vi tus areolas oscuras rematadas por tus duros
pezones. Me agaché para poder llevarme uno a la boca, lamerlo, succionarlo escuchándote
gemir. Con mi mano te apretaba el otro pecho y te pellizcaba el pezón
suavemente, hasta que cambié de pecho. Noté como tú dejaste caer tu minifalda y
poco después tu tanga. Levantaste tus pies, uno a uno, para sacarte ambas
prendas, quedando desnuda a excepción de los zapatos. Yo me alcé y te imité
desabrochando los botones de mi camisa para sacármela rápidamente. Te echaste
sobre mí y lamiste mi pecho suavemente, antes de que nos volviésemos a besar.
Recuerdo que sentía mi
polla palpitar de la enorme excitación que tenía, pero aún más cuando, tras
dejar de besarme, me susurraste al oído que no podías más, que necesitabas
tenerme dentro, que querías que te follase ya… Lo que hice sin más preámbulos,
pues yo también me sentía consumido por el deseo de estar dentro de ti. Dado
que en la casa que me ibas a enseñar no había ningún mueble, lo hicimos allí
mismo. Te empotré contra la pared de la entrada, con todas mis ganas. Empecé
apoyando mi glande en tu sexo para metértelo de golpe mientras gemíamos ambos. Levanté
tu pierna derecha, tú pasaste tus brazos sobre mis hombros, aferrándote a mi
cuello, y así pude bombear con más comodidad. Dentro, fuera, dentro, fuera,
dentro, fuera. Cada vez con más fuerza, mi polla se abría paso en tu mojado
coño. Se escuchaba el chapoteo al entrar en ti de lo mojada que estabas, lo que,
junto a nuestros gemidos y suspiros, formaba la sinfonía de nuestro deseo.
Recuerdo haber estado así
un rato, embistiéndote cada vez más fuerte, cada vez más rápido, disfrutando
enormemente de nuestro primer polvo. En un momento dado levanté también tu otra
pierna, quedando tú colgando de mí, pero apoyada contra la pared, de forma que
sentías más profundamente cada una de mis embestidas. Yo no cesaba de follarte,
mi verga seguía saliendo y entrando de ti, una y otra vez, una y otra vez. Te
empujaba contra la pared mientras tú ya no gemías, sino que gritabas del placer
que sentías, tan grande como el mío, pues yo también gemía con cada embestida.
Unos empujones más y me avisaste de que te ibas a correr, lo que hiciste sin
remedio. Sin dejar de follarte fijé mis ojos en los tuyos y vi cómo se quedaban
en blanco. También cómo se enrojecían tus mejillas a la vez que tu respiración
se descontrolaba. Temblaste sobre mí, agitaste tus piernas y sentí cómo tu coño
apretaba y aflojaba sus paredes sobre mi polla. Yo seguía con mi mete saca,
pero poco después, sin remedio, me corrí dentro de ti. Noté cómo salían de mí varios
chorros de leche caliente y entraban en ti. Según los notabas pusiste una mueca
de placer indescriptible, parecida a la que tendría yo según me derramaba
dentro de ti.
Recuerdo cómo tras
nuestros orgasmos fuimos recuperando el aliento poco a poco hasta que pudimos
hablar. En ese momento me separé dejándote caer al suelo con cuidado. Nos
vestimos y comentamos lo sucedido, aún sorprendidos por lo inesperado del deseo
que nos había asaltado, una especie de deseo a primera vista. Nos habíamos
encontrado dos personas ardientes y a la vez necesitadas de placer del bueno,
de ese que nos dimos, tanto esa primera vez como todas las que vinieron
después. Una vez vestidos me acabaste de enseñar el adosado, pero me
recomendaste no comprarlo para que me pudieses seguir mostrando otros pisos y
repetir lo sucedido. No lo repetimos en ese momento porque tenías otra cita
para enseñar otro piso a una pareja, pero quedamos que al día siguiente me
enseñarías otro a mí, que también rechazaría, y al día siguiente otro, y al
siguiente, y al siguiente… Cada piso era una excusa para volver a disfrutar uno
del otro, para dejarnos llevar por nuestro deseo. Tú y yo ardíamos juntos,
desde el primer al último día.
Recuerdo que un día, dado
que tú nunca me ibas a vender un piso a mí, porque para mí no fuiste una buena
comercial inmobiliaria, lo único que no hiciste bien conmigo, encontré un piso que
me gustó. Me acompañaste y a ti te encantó. Una vez estuvo el piso en mi poder decidimos
estrenarlo el primer sábado, aún sin muebles por supuesto. Lo hicimos en cada
habitación. En la grande, la del fondo a la izquierda, lo hicimos desde atrás.
Tú apoyada con las manos en la pared y yo embistiéndote desde atrás hasta que
nos corrimos gritando como locos. Una vez repuestos nos fuimos a la habitación
de al lado, más pequeña. Allí te tumbaste en el suelo y yo sobre ti, hicimos un
misionero épico sin dejar de besarnos hasta que mi leche volvió a inundar tus
entrañas. La siguiente habitación fue la cocina. Te sentaste sobre la encimera,
abriste las piernas y te comí todo tu coño jugoso hasta que te corriste en mi
boca gimiendo como una loca. Después fui yo el que se sentó en la encimera
mientras tú me comías la polla a la vez que me masturbabas. El resultado fue
que me corrí en tu boca y tú te tragaste toda mi leche. Descansamos para cenar,
y luego repetimos en la habitación interior, donde te pusiste a cuatro patas y
penetré tu ano hasta llenártelo con mi cálido semen mientras tú te corrías
frotando tu clítoris. Tras otro descanso nos fuimos al salón y allí me
cabalgaste lentamente, primero de espaldas a mí, admirando yo tu duro culo, y
luego de cara a mí mientras apretaba y jugaba con tus pechos hasta que nos
corrimos por última vez y quedamos rendidos.
Recuerdo tantos momentos
de buen sexo entre tú y yo que no acabaría nunca de contarlos. El tiempo en que
vivimos juntos follamos a diario, y no una única vez al día. Necesitábamos más para
calmar nuestro fuego, que siempre ardió con pasión, como el día en que te
desnudaste para mí y me pediste que te leyese. Yo lo hice como si fuese un
invidente que leía Braille sobre tu piel. No me dejé ningún poro de tu piel por
leer entreteniéndome mucho a la altura de tus pechos, en tus pezones, pues
había mucho texto por leer allí, y a ti te gustaba pues gemías y te retorcías
de placer. Pero todavía más cuando me dispuse a leer tu entrepierna, tanto con
mis dedos como con mi lengua, pues con tanto texto mis manos no eran
suficientes. Te rozaba con los dedos, te metía un dedo, luego dos, te lamía el
clítoris cada vez más abultado hasta que tus piernas se agitaron y entre
espasmos inundaste mi boca con tus jugos, tus deliciosos jugos que tantas veces
probé…
Recuerdo cómo un día en
que íbamos en coche a la playa, conduciendo yo, tú te echaste de lado sobre mí,
desabrochaste los botones de mi bragueta y sacaste mi pene. Empezaste a
acariciármelo mientras me decías que no se me ocurriese parar, que siguiese
conduciendo. Poco a poco mi verga se fue poniendo dura, y más aún cuando me
bajaste la piel y empezaste a lamerme el capullo con esmero. Yo estaba en la
gloria, por lo que me resultaba difícil concentrarme en la conducción. Así que
busqué una carretera poco transitada para no cruzarnos con nadie. De camino a
ella nos cruzamos con un camión, tengo claro que el conductor vio lo que
sucedía en nuestro coche por los bocinazos que dio. Pero a ti no te importó, tú
seguías a lo tuyo, ya te habías metido todo mi capullo en la boca y estabas
succionando y mamando mi polla dura. Yo suspiraba y gemía por el placer que me
dabas, a la vez que aminoraba la velocidad, tanto así que yo creo que circulaba
a diez kilómetros por hora por el arcén o menos, cuando te pusiste a
masturbarme rápidamente, subiendo y bajando tu mano a la vez que la girabas. Tu
boca hacía el movimiento opuesto, bajaba y subía, bajaba y subía, rozándome
bien todo el glande, hasta que descargué toda mi esencia en tu boca, sentí cómo
disparaba mis chorros a tu boca sin que tú dejases de chupar y tragar, hasta
que me dejaste seco.
Recuerdo también aquel
viaje que hicimos a Granada, esa ciudad con duende, que nos embrujó de tal
manera que íbamos más que calientes paseando por sus calles de la mano.
Mientras íbamos caminando nos dábamos algún beso apasionado y nos acariciábamos
con disimulo. Me rozabas el paquete, yo a ti te magreaba el culo, los muslos y
si nadie miraba, los pechos. Los dos íbamos muy calientes durante todos los
paseos, tanto es así que mi polla destilaba jugos sólo de pensar en lo que
hacíamos y en cómo follaríamos cuando llegásemos al hotel. Resultó graciosa la
forma en que no aguantamos más y salimos casi corriendo de la Alhambra, para
llegar lo más pronto posible a nuestra habitación. Una vez allí dimos rienda
suelta a nuestro deseo. Nos devoramos con avidez, nuestras bocas se fundieron
en un larguísimo beso, nos sobamos metiendo las manos por debajo de la ropa
hasta que no pudimos más. Te dejé caer sobre la punta de la cama, te saqué la
minifalda que llevabas y luego el tanga bien húmedo. Apoyaste las piernas sobre
mis hombros, me desabroché el pantalón, lo dejé caer, como también mi bóxer y
te metí toda mi polla de golpe. Diste tal gemido que creí que te habías corrido
ya por lo calientes que íbamos, pero no. Es cierto que no aguantaste mucho más.
Empecé un mete saca de menos a más, acelerando poco a poco mis movimientos,
entrando y saliendo de ti, entrando y saliendo, cada vez con más fuerza. Tus
gemidos se intensificaban a la vez, pero yo seguía bombeando, más, más, más...
Te agitaste como una posesa, te arqueaste y gritaste que te corrías, sintiendo
yo la energía de tu orgasmo sobre mi verga, pues parecía que la querías
ordeñar. Seguí embistiéndote, pero tras unas entradas y salidas más no pude más
y, entre jadeos, te inundé con mi leche tibia tus entrañas. El placer fue
inmenso pese a ser una de las veces que menos tiempo duramos haciéndolo.
Tantos recuerdos y tan
buenos, sin embargo, lo último que recuerdo es a ti en el día de hoy, pasando a
mi lado entre la multitud como una más, sin ni siquiera saludarme, sin ni
siquiera girar la cabeza para mirarme, como si tú y yo nunca nos hubiéramos
conocido. Que sepas que me ha dolido verte pasar sin detenerte mientras yo
giraba mi cabeza para mirarte. No creo que pueda olvidar esa mirada fría, esa
mirada perdida y ausente, que desgraciadamente me ha recordado la mirada que
tenías la última vez que te tuve en mis brazos. Esa mirada que apagué bajándote
los párpados con mi mano, cuando dejaste escapar tu último aliento entre mis
manos, tras duros años de lucha contra tu enfermedad.
Wow!!!! No tengo palabras Eros es hermoso!!! Súper morboso y caliente, y el final me ha dejado boquiabierta, no me lo esperaba, qué historia!!!! Me fascinó....
ResponderEliminarSigue escribiendo por favor que tu pluma es maravillosa
¡Hola Diosa Enamorada!
EliminarMe alegra que te haya gustado. No todo va a ser siempre igual, hay que poner algún toque diferente, o sorprendente, como en este caso.
Creo que me haces la pelota, je, je. No creo que mi pluma sea maravillosa, ni mucho menos, pero lo que sí sabe es expresar todo lo que bulle por mi sangre caliente, eso sí.
¡Muchas gracias por tu comentario!
Besos morbosos,
Eros