lunes, 13 de junio de 2016

Congreso de infieles



Cuando Andrés, el jefe de grupo del momento, nos pidió, a mi compañero Tony y a mí, que le acompañásemos a un congreso a exponer el nuevo proyecto en que estábamos trabajando, ambos nos miramos con complicidad. Sabíamos que eso significaba pasar cuatro o cinco días fuera, en un buen hotel, con buena comida y, por supuesto, con buena diversión. Por lo que aceptamos al instante. Estaba claro que tendríamos que trabajarnos una buena presentación, pero había compensación de sobra.

Tony y yo trabajamos duro a la vez que planificamos qué hacer en nuestro tiempo libre. Al final sólo íbamos a estar tres días en Barcelona, donde se celebraba el congreso, pero pensábamos aprovecharlos muy bien. Sin embargo, un par de días antes de irnos Tony se puso enfermo, cogió un virus que lo dejó en cama, por lo que nuestros planes se fastidiaron. Andrés me comunicó que, dado que ningún otro miembro del grupo podría encargarse de la presentación, lo haríamos entre él y yo. También me dijo que, como ya había pagado la habitación doble para Tony y para mí, además de la individual para él, se llevaría a su mujer Silvia. Ellos se quedarían en nuestra doble y yo pasaba a su individual. Pensé que serían tres días de ponencias y poco margen de diversión, pues, aunque ya conocía a Silvia de anteriores reuniones y siempre me había parecido una mujer preciosa, era la mujer del jefe, por lo que cuando Andrés asistiese a reuniones a las que yo no tenía que ir, no iba a llevármela a ella de marcha. Así que eché en mi maleta mi portátil junto a unos libros para quedarme descansando, leyendo, y tal vez escribiendo en la habitación.


Andrés y Silvia se fueron un día antes a Barcelona, por lo que al final me fui yo solo en tren la tarde anterior al comienzo del congreso. Tras coger un taxi, llegué al hotel casi a la hora de cenar. Me instalé en mi habitación y bajé para encontrarme con ellos en el comedor. Cenamos los tres mientras charlábamos de todo un poco, pero sobre todo de mi presentación del día siguiente. Andrés parecía preocupado, como si no confiase en que yo lo hiciese bien, lo que me molestó un poco, pues después del tiempo que llevábamos juntos debía saber que yo no fallo en los momentos clave.

Después de cenar me fui directamente a dormir para estar fresco por la mañana y hacer una buena presentación, como así hice. Fue un auténtico éxito. Cuando la terminé, hubo muchos asistentes que le pidieron a Andrés reunirse con él esa misma tarde al estar muy interesados en el proyecto, por lo que, tras felicitarme, me dio la tarde libre. Eso sí, antes tuvimos una comida de trabajo con unos de los más interesados, y en ella me pidió que, si tenía tiempo, podía tratar de arreglarle a Silvia el problema que estaba teniendo con su portátil, así dejaría de enviarle mensajitos a él, de que se aburre y casi no puede hacer nada, por la tarde como había hecho por la mañana. Me pareció un poco grosero por su parte que me hablase así de su mujer, pero bueno, tampoco le contesté. La gente se ha acostumbrado a pedirme ese tipo de cosas, ya que, aunque yo no sea informático, es algo que se me da bien. Le dije que sí, que encontraría un ratito, lo que Andrés me agradeció.

Después de comer dormí una merecida siesta, no muy larga. Cuando desperté miré la hora y decidí ir a ver a Silvia a ver qué le pasaba con su portátil. Me di una ducha rápida para despejarme. Luego me puse ya por fin ropa informal, como a mí me gusta, unos vaqueros desgastados y una camiseta negra, rematados con unas sandalias también negras. Me revolví un poco el pelo ante el espejo, justo antes de salir hacia la habitación de Silvia.

Toqué a su puerta y esperé, pero como no me respondió, insistí. Entonces ya la escuché responderme desde dentro:

- ¡Ay! No sé para qué tocas, pasa de una vez…

Me quedé perplejo por su respuesta, pero abrí la puerta y entré, cerrando la puerta tras de mí. Silvia estaba sentada en una silla, mirando la pantalla de su ordenador. Tenía las piernas estiradas, con los pies sobre la mesa. Tanto los pies como sus estilizadas piernas iban enfundados en unas medias blancas. Sobresaliendo por la parte trasera de su silla caía su larga melena de color castaño. Era una imagen realmente sexy, pero, era la mujer del jefe, así que al instante deseché los malos pensamientos que en seguida tiene la gente de sangre caliente, como yo. Para rematar el conjunto, su mano izquierda sujetaba una copa con vino tinto, sin duda servida de la botella abierta que tenía también sobre la mesa. Con su otra mano me hizo un gesto para que me acercase, lo que hice, a la vez que la saludaba:

- ¡Hola Silvia! ¿Cómo estás?

Según me acerqué me fijé en la pantalla de su ordenador, más que nada para ir viendo el problema, pero lo que vi me sorprendió enormemente. Estaba viendo un vídeo en el que varias mujeres en ropa interior, estaban pasando sus pies por la cara de un hombre vestido, tumbado en el suelo. Seguro que abrí mis ojos como platos. ¡Silvia viendo un vídeo de fetichismo de pies! Todo esto lo pensé muy rápido, más o menos a la misma velocidad a la que vi cómo ella trataba de cerrar su navegador sin acierto, y, bajando sus piernas, se giraba para mirarme sorprendida con sus ojos de color miel tremendamente abiertos, así como sus bonitos labios. Para tratar de calmarla le dije:

- Tranquila Silvia, yo no he visto nada. 

- Sí… - Empezó a hablarme de forma entrecortada a la vez que sombras de rubor asomaban por sus mejillas. – Es que no te esperaba a ti. Acababa de mandarle unos mensajitos a Andrés para que viniese a hacerme un poco de compañía. Poco después has tocado tú, y pensé que eras él, pero no, él sigue sin contestar y tampoco vendrá. Disculpa… 

- No me pidas perdón. – Le contesté. – Quién esté libre de haber sido pillado mirando porno, ¡qué tire la primera piedra! Yo tampoco puedo tirarla.

Mi último comentario sirvió para que ambos riésemos y se disipase parte de la tensión que tenía Silvia. Luego añadí:

- Andrés me había pedido que te echase una mano ya que tenías algún problema con el portátil, por eso he venido. Aunque ya veo que te funciona, al menos para ver vídeos, aunque sean un poco raritos…

El vídeo seguía avanzando. Ahora el hombre estaba metiéndose en la boca el pie de una de las mujeres, mamando su dedo gordo como si le fuese la vida en ello. Silvia giró la cabeza y lo miró, para después girarse hacia mí y ponerse a hablar:

- Bueno, la verdad es que lo único que trataba es de buscar cosas nuevas que poder hacer con Andrés. Nuestra vida sexual no pasa por sus mejores momentos, por ello busco cosas para salir de la rutina. Lo malo, siéndote sincera, es que no me sirve de nada. Yo acabo caliente mientras le enseño vídeos de prácticas que nunca hemos realizado, y él la mayor parte de las veces pasa de mí, y si no hay un polvo de lo más rutinario, he de acabar yo sola masturbándome en el aseo. Disculpa que te haya contado esto, será por el vino. – Añadió señalando la copa. – Y bueno, el portátil funciona bien, salvo alguna aplicación, bueno, salvo algún juego que no sé por qué se me cuelga desde que he llegado a este lugar de aburrimiento.

Tras escucharla me acerqué al portátil, minimicé su navegador y me fui directo a la configuración de la tarjeta gráfica, por si era un problema con alguna actualización. Cambié un par de cosas que no me parecía que estuvieran bien mientras Silvia seguía hablando:

- Nunca me ha importado ser segundo plato, como en este caso por la enfermedad de Tony, pero esta vez, la verdad es que Andrés se está pasando. Lo único que hemos hecho juntos es cenar contigo anoche, ya que el día anterior estuvo organizando cosas, apenas lo vi. La verdad es que no sé para qué me ha invitado a venir esta vez. Mira, que yo llamé a mi madre rápidamente para colocarle a los niños, pero nada, vamos a seguir como últimamente, yo luchando y él pasando de mí. – Silvia tomó un sorbo de la copa de vino para seguir hablando mientras yo terminaba de configurarle lo que no me gustaba. - ¿Sabes? Ya me estoy cansando de la situación, no sé cuánto voy a aguantar sin buscarme otra cosa, porque una tiene sus necesidades… Cuando nació nuestro segundo hijo me lo demostró todo. Le pedí a Andrés que mamase de mis pechos, que bebiese la leche que yo tenía, ¿y sabes qué me contesto? ¡Que si estaba loca! En ese momento debí haberme dado cuenta de que no era el hombre que yo necesitaba, buena persona sí, pero yo necesito a un hombre más aventurero, con más pasión, con sangre en las venas… A ver, ¿tú que habrías hecho si te hubiese pedido que me mamases?

Cuando escuché su pregunta tragué saliva y dejé de trastear sobre el teclado, girándome para mirarla. Silvia dio un nuevo sorbo a su copa, mientras yo pensaba que no me vendría mal a mí otra copa para enfrentar la situación. Tras meditarlo un poco le respondí:

- Pues Silvia, yo creo que sí. Si mi pareja me hubiese pedido que me bebiese la leche de sus pechos lactantes, lo habría hecho sin pensar. Por dos razones, porque me gusta experimentarlo todo, y porque a mí me gusta cumplir todas las fantasías de mi pareja. No me suelo preguntar si es más o menos rara, tan sólo veo el morbo que tendrá lo que ha imaginado ella. Sólo con eso me caliento y lo disfruto.

- ¿Ah sí? – Dijo Silvia. – Eso es algo que podemos comprobar…

Se bebió un nuevo trago de vino y a continuación llevó uno de sus pies a mi entrepierna, comenzando a acariciarme por encima del vaquero.

- Vamos a ver si te da morbo el trabajito con los pies, como en el vídeo que estaba viendo. – Añadió.

Pensé. Volví a pensar en lo peligroso de la situación. Aunque Silvia siempre me había parecido una mujer preciosa y la tenía caliente ante mí, no dejaba de ser la mujer de mi jefe. Sí, la mujer del jefe, pero un jefe que pasaba de su mujer, por lo que ella buscaba guerra conmigo. Su morbo me calentaba, como el movimiento de su pie, por lo que decidí que tal vez había llegado el momento de cambiar de trabajo, de ser mi propio jefe, si es que nos pillaba claro. Así que apagué el cerebro de arriba y me dejé de llevar por las ganas del de abajo. Silvia se merecía disfrutar de una vez…

Llevé mis manos a su pie y lo acaricié. Lo apreté contra mi entrepierna ayudando a su masaje. Ya notaba cómo mi polla empezaba a crecer. No podía ser de otra forma, pues las situaciones peligrosas siempre me han producido un morbo especial. Seguí masajeando su pie, hasta que decidí subirlo para llevármelo a la boca. Lo lamí por encima de la media pasando mi lengua por él. Como acababa de ver en el vídeo, me metí su dedo gordo en la boca y lo chupé, succionando. Silvia me miraba complacida, con cara de placer y satisfacción. Llevó su otro pie a mi entrepierna para seguir masajeándome mientras yo chupaba su pie. Se desabrochó el cinturón del albornoz dejándolo caer a ambos lados, por lo que pude ver su cuerpo casi desnudo.

Silvia llevaba un culote negro y blanco que combinaba con un sujetador con los mismos tonos. Su cuerpo para nada aparentaba los casi cincuenta años que yo sabía que tenía, sin duda pasaba sus buenos ratos en el gimnasio, pues a pesar de haber tenido dos hijos, no tenía nada que envidiar a chicas de la mitad de su edad. La miraba y la veía totalmente seductora sin dejar de lamer su pie. A ella le gustaba, pues llevó un dedo a sus labios y lo lamió mirándome. Pero más me gustó cuando llevó su otra mano a su entrepierna y empezó a acariciarse por encima de la tela. La dureza de mi polla seguro que ya era evidente incluso para la planta de su pie, que seguía moviéndose sobre mí. Yo seguía a lo mío, disfrutando de lamer tanto los dedos como la planta de su exquisito pie con mis ojos fijos en los suyos.

Cambié de pie llevándome el otro a mi boca para lamerlo con las mismas ganas que el anterior. En ese momento Silvia separó sus piernas y con la mano apartó la tela de su culote. Por vez primera vi su rajita, la que me pareció que ya brillaba por su calentura. Tras apartar la tela empezó a masturbarse, a la vez que soltaba algún gemido placentero. Sin dejar de frotarse, elevó la pierna que había separado para llevar de nuevo su pie a mi entrepierna. De nuevo se puso a rozarme y a apretarme la polla por encima del vaquero, lo que me daba más placer del que yo pensaba. Quería desabrocharme el pantalón para liberar mi verga, pero primero liberé sus pies. Alargué mis manos hacia su muslo y estiré de su media hacia mí. Lentamente la fui arrastrando hasta sacarla por la punta de sus dedos. Me puse a comerme su pie ya desnudo ante su mirada picarona. Le gustaba lo que le hacía, conmigo estaba experimentando como le habría gustado hacer con Andrés, pero él no estaba allí, por lo que yo me aprovechaba de ello.

Cuanto más la veía masturbar su coño con el culote apartado, más cachondo me ponía, por lo que con más ansias le lamía su pie. Chupaba un dedo, luego otro, y así, hasta lamérselos todos. Lamía también su planta, incluso llegué a meterme los cinco dedos de su pie a la vez en la boca, evidentemente porque su pie era pequeño claro. En un momento dado, Silvia dejó de rozar su coño para, apoyando los dos brazos en la silla, acercar a mi boca su otro pie. Yo solté el primero y me dediqué al segundo de igual forma. También llevé mis manos a su muslo para sacar lentamente toda su media por sus dedos y acabar lamiéndole ese otro pie con la misma pasión que había puesto en el primero. Me estaba gustando mucho ese juego con sus pies.

Silvia bajó la primera pierna volviendo a abrirla de lado. De nuevo quedó su rajita a mi vista, brillante, sabrosa… De buena gana me habría arrodillado delante de ella para comerme ese coño que pedía mi polla a gritos, pero no, seguí lamiendo su pie mientras ella se masturbaba de nuevo. Movía su mano arriba y abajo sin parar, con firmeza, pero con suavidad también, lo que la estaba haciendo disfrutar pues empezó a gemir de nuevo. Yo seguía lamiendo y chupando su pie sin parar, desde el talón a la punta, entreteniéndome en sus dedos, hasta que ella me dijo:

- Veo que estás disfrutando de mis pies. Me gusta cómo me los chupas. Tienes una buena lengua, tendré que comprobar si es igual de buena en más sitios. – Y señalándome el suelo con sus dedos añadió. – Ven, túmbate aquí, boca arriba, así, con la cabeza cerca de la silla.

Le hice caso y me tumbé. Desgraciadamente lo hice vestido, ya que no me dijo que me quitase la ropa. Pero yo tenía unas ganas enormes de liberar a mi polla dura de la presión del vaquero, me tuve que aguantar. 

Cuando me tumbé, Silvia levantó sus pies y empezó a restregarlos por mi cara, sí, como en el vídeo también. Llevaba uno adelante, el otro atrás. Mientras con uno acariciaba mi pelo, me ponía el otro sobre la boca, por lo que yo aprovechaba para lamérselo, hasta que decidió que era suficiente. Se levantó sacándose el albornoz por sus brazos, para dejarlo caer con gracia sobre la silla. Una vez de pie desabrochó su sujetador. Se lo sacó con cuidado poniendo un brazo delante de sus pechos, de manera que, aunque estaba de cara hacia mí, apenas se los podía ver. Cuando con la otra mano se lo sacó del todo y lo tiró a la silla, se puso a masajeárselos con las dos manos, todavía sin dejarme verlos. Hasta que por fin separó sus manos y pude ver sus tetas. Me encantaron, eran grandes, sin excesos, con unas areolas pequeñas, de color chocolate y rematadas por unos pezones durísimos, prueba de su excitación. Las tenía ligeramente caídas, pero dada su edad, eran un par de tetas estupendas. A continuación, se puso a caminar pavoneándose. Cuando estuvo de espaldas a mí, se bajó su culote, y así inclinada pude admirar también su espectacular culo. La verdad, es que cuando la vi desnuda no pude evitar pensar en que estaba mucho más buena de lo que yo había imaginado, preciosa seguía siendo, pero con un cuerpo de fábula, y más teniendo en cuenta su edad.

Silvia se giró mientras su culote se deslizaba piernas abajo. Levantó un pie y luego el otro para sacarse su prenda y lanzarla a la silla. Quedó totalmente desnuda delante de mí, que seguía vestido en el suelo. A continuación, pasó su pierna por encima de mía y avanzó andando con una pierna a cada lado de mi cuerpo. Cuando llegó a la altura de mi cabeza pude ver bien su coño húmedo y deseoso. Pero lo vi mejor cuando, sin mediar palabra se puso en cuclillas dejando su rajita mojada sobre mi boca. 

Lógicamente me puse a lamer bien ese coño caliente. Agarré sus muslos con mis manos para apretarla contra mí y empecé a lamer con avidez. Llevaba mi lengua adelante y atrás rozando bien toda su raja, sin descanso, adelante, atrás, adelante, atrás… Silvia volvió a gemir de nuevo. Suspiraba cada vez más fuerte por el roce de mi lengua. Llevó una de sus manos a su entrepierna y se abrió bien los pliegues para que la lamiese mejor. Su clítoris me quedó así ofrecido, por lo que tras lamerla un poco más llevé a él mi lengua. Lo empecé a frotar con rapidez mientras los gemidos de Silvia iban aumentando de volumen. Volví a llevar mi lengua lamiendo hacia atrás por todo su coño y al llegar a su entrada la metí un poco. Se la metí y la saqué, se la volví a meter para sacarla a continuación, una vez y otra, y otra, y otra… Ella gemía más y más. Volví a llevar la lengua a su clítoris para empezar a rozárselo con ella circularmente, con rapidez. Los gemidos de Silvia eran tan seguidos que me anunciaban que su orgasmo estaba próximo, por lo que seguí lamiendo intensamente. Cuando paré y le mordisqueé su clítoris, ella dio un fuerte respingo y gritó:

- Sí, sí, siiiiiiiiiiiiii, me corro, me corroooooooooo, ¡qué lengua!, dioooooooooooos…

A la vez que gritaba me cogió del pelo y me apretó contra su entrepierna. Movía su pelvis adelante y atrás sobre mi cara, frotándose mientras jadeaba. Yo iba recibiendo el flujo fruto de su corrida en mi boca. Me pareció un manjar delicioso, y saborearlo ayudó a que tuviese la sensación de que mi verga iba a reventar la cremallera del vaquero de lo dura que la sentía.

Cuando Silvia se relajó, se levantó y pasó los dedos por toda su raja mojada, para, a continuación, agacharse y metérmelos en mi boca, diciendo:

- Sí, así me gusta. Disfruta bien de mi sabor más íntimo y personal.

Yo lo hice, lamí, chupé y succioné sus dedos a conciencia. Cuando se los dejé bien limpios, se los volvió a restregar por su coño, pero ahora los llevó a su boca, siendo ella la que los lamió poniendo una auténtica cara de guarrilla satisfecha.

Después se volvió a sentar en la silla para llevar nuevamente las plantas de sus pies sobre mi cara. Empezó a restregarme con ellos los restos de su corrida. Notaba el masaje de sus pies por toda mi cara, a la vez que notaba también algo de dolor en mi polla encerrada. De repente, levantó un pie y me abofeteó con él. Me quedé sorprendido, pero lo volvió a hacer. Es más, luego lo hizo con su otro pie. Sentí sus bofetadas sobre mis mejillas y tras ellas me dijo riendo:

- Un buen masaje siempre debe acabar con unos buenos golpes. Ahora vuélveme a lamer mis cansados pies, ¡chúpame los dedos!

Por supuesto, yo le hice caso. Se los lamí de nuevo, me metí otra vez sus dedos en la boca y se los chupé uno a uno. Desde mi posición podía ver cómo Silvia se volvía a masturbar de nuevo, moviendo lentamente la mano sobre su coño. Llevó otra mano a su pecho para masajear sus tetas. Vi cómo las apretaba, las acariciaba, incluso se pellizcó sus pezones duros como escarpias. Todo eso mientras mi lengua seguía lamiendo sus dedos.

- ¿Qué te parecen mis pies? ¿Te gustan? ¿A qué saben? – Me preguntó.

Saqué sus dedos de mi boca y le respondí:

- Sí, son unos pies preciosos, suaves al tacto de mi lengua. Me encantan. Saben a ti, a deseo, a mujer cachonda.

- ¿Ah sí? – Me respondió. – Vamos a ver si esto mejora su sabor…

Tras decir eso levantó sus pies sobre mi cara, cogió la botella de vino de la mesa y derramó un chorro sobre cada pie. El vino iba mojando sus pies, resbalando por ellos hasta caer sobre mi cara. Tragué el que caía sobre mi boca, mientras noté como el resto resbalaba por mi cara, por mi cuello, llegando hasta el suelo, incluso mojó mi camiseta.

- ¡Vamos! ¡Vuélvemelos a lamer! – Me gritó.

La obedecí y se los lamí de nuevo. Podía notar la mezcla del sabor del vino tinto con el de su piel suave. Vi cómo Silvia se ponía a masturbarse de nuevo, por lo que decidí que ya tenía suficiente sufrimiento, yo también necesitaba placer. Así que, sin dejar de chupar sus pies, llevé mis manos hacia abajo. Desabroché mis vaqueros, bajé la cremallera e hice hacia atrás tanto los pantalones como mi slip elevando la pelvis. Mi verga saltó fuertemente, por fin liberada. Quedó temblando en el aire hasta que llevé mi mano derecha a ella. Empecé a subirla y bajarla pajeándome lentamente, mientras mi lengua lamía la planta de sus pies.

- ¡Qué desperdicio! – Exclamó Silvia. – Es pecado haber tenido eso ahí escondido, eso tan duro, eso tan gordo y con esa vena tan hinchada que parece que va a estallar, uffff.

Me gustó que le encantase mi rabo duro. Ella siguió masturbándose, abrió sus labios con una mano para poder frotarse mejor con la otra, entre suspiros. Yo la observaba disfrutar y, sin dejar de chupar sus pies, me masturbaba placenteramente, subiendo y bajando mi mano por todo el tronco, desde la base al capullo, apretando, disfrutando la paja como ella lo hacía. Estuvimos masturbándonos así un rato hasta que Silvia me gritó:

- ¡Para!

Aparté la mano de mi polla al instante, que quedó dura y desafiante apuntando al techo. Ella se levantó de la silla. Avanzó. Puso un pie sobre mi cuello y apretó dejando caer parte de su peso sobre mi nuez. Yo notaba la fuerte presión, parecía que me quería ahogar con su pie.

- Me encanta esta sensación. – Dijo Silvia. – Me siento poderosa, digo cosas y me obedeces. Incluso tengo el poder de acabar con tu vida si así me place, sólo tengo que dejarme caer hacia delante y aplastar del todo tu cuello. Pero tranquilo, no lo haré, no sin antes disfrutar bien de eso tan duro que tienes ahí.

Levantó su pie de mi garganta y caminó hacia mi entrepierna, donde apoyó un pie. Me pisó la polla para luego empezar a frotármela con la planta de su pie. Me acarició los huevos con sus dedos, después todo el tronco lentamente, antes de cambiar de pie para repetir lo mismo. Me estaba gustando la caricia con sus pies, no era como masturbarme yo con mi mano, pero también era placentero, y diferente. Vi cómo se lamía los dedos de su mano y los llevaba a su coño, el que empezó a frotar con fuerza, eso sí, sin dejar de masturbarme el rabo con su pie. De repente se giró, pasó una pierna por encima de mí para ponerse en cuclillas. Me cogió la polla con la mano, y según se agachaba la guio hasta su entrada. Después, me la soltó, se dejó caer de golpe, y se la metió entera. Ambos dejamos escapar un fuerte gemido cuando sus nalgas golpearon mis muslos.

Nos miramos compartiendo una mirada llena de deseo. Con toda mi verga dentro de ella, empezó a moverse hacia atrás y hacia adelante, frotándose sobre mí. Con sus manos me levantó la camiseta y me acarició el abdomen. Poco después para ponerse a cabalgarme furiosamente. Silvia empezó a subir y bajar su cuerpo sobre el mío con fuerza, veía mi polla aparecer y desaparecer dentro de su coño mojado. A cada uno de sus movimientos se nos escapaba un gemido. Ella no bajaba el ritmo, seguía cabalgándome salvajemente la verga, mientras veía el sensual baile de sus tetas, una para acá, otra para allá, arriba, abajo, arriba, abajo… Silvia jadeaba y yo empecé a gemir con más fuerza. Entonces ella paró de golpe.

- No, aún no. – Me dijo con la voz entrecortada. – No quiero te corras dentro de mí. Ahora levanta, quiero que me chupes el culo.

Silvia se alzó de golpe notando yo la placentera salida de mi polla. Fue hacia la silla, apoyó sus manos en el respaldo y una rodilla en el asiento.

- ¡Vamos! – Me apremió. – Cómeme todo esto.

- Voy. – Le contesté.

Me levanté, y con los pantalones a medio muslo me acerqué por detrás. La vista era espectacular, lo que mi verga agradeció. Veía su espalda, sus tetas que colgaban, sus piernas, pero sobre todo su soberbio culo ofrecido, rematado por una rajita brillante. Me puse de rodillas tras ella y llevé mis manos a su trasero. Apreté sus nalgas, se las magreé bien, para acabar dándole un par de nalgadas. Silvia gruñó con aprobación. Llevé mis labios a su culo para lamer sus nalgas, se las besé, se las chupé sin dejar de apretárselas…

- Sí, sí, sí, juega con mi culo, chúpamelo. – La escuché decir.

Separé sus nalgas con mis manos y quedó ofrecido su ano. Rápidamente llevé allí mi lengua empezando a lamérselo, a ensalivárselo, a meter un poco mi lengua en su agujero. Silvia gemía de nuevo, por lo que yo no paré de chupar. Me amorré bien a su trasero aplastando incluso mi nariz contra su culo. Ella llevó una mano a mi cabeza y me la apretó más aún. A la vez noté como la pierna que tenía sobre la silla se empezaba a mover, de nuevo la planta de su pie me rozaba la polla, hacia atrás y adelante, suavemente. 

Estuvimos así un rato hasta que llevé mis manos a su entrepierna. Le mordí sus nalgas a la vez que con una mano por delante y otra por detrás le acariciaba su mojado coño. Con una mano le rozaba su clítoris y con la otra toda su rajita, llegando a meter un par dedos. Ella dejó de masajearme la polla con el pie y, girándose un poco, levantó la otra pierna, dejándome su coño a la altura de mi cara bien ofrecido. La entendí rápidamente, por lo que llevé mi lengua a su raja para lamérsela adelante y atrás, sin dejar de frotar su clítoris con los dedos. Silvia se puso a suspirar moviendo sus caderas adelante y atrás mientras yo le seguía comiendo su sabroso coño. Poco después se plantó para darse la vuelta y se sentó. Como sus pechos quedaron cerca de mi boca aproveché para lamérselos y morder esos pezones a los que ya les tenía ganas. Ella llevó una mano a la barbilla para levantarme la cara. Cuando mi boca estuvo cerca de la suya me besó apasionadamente, yo le devolví el beso, metiéndole mi lengua hasta la campanilla. Enroscamos nuestras lenguas, nos mordimos los labios y nos miramos con un enorme deseo.

Entonces Silvia se separó para acomodarse mejor en la silla. Yo aproveché y en unos segundos me saqué la camiseta, para luego bajarme los vaqueros y el slip hasta los tobillos. Quería metérsela hasta el fondo en esa posición, romperle el coño, demostrarle que yo también tenía fuego dentro. Pero según me acercaba, ella me dijo:

- ¡Quieto! No te muevas, hay algo más que quiero probar.

Me quedé de pie delante de Silvia. Sentada como estaba levantó sus piernas y llevó los pies a mi polla, dejándola entre ellos. Parecía un perrito caliente, pero con una salchicha bien dura en medio. Se ensalivó una mano y la restregó por todo mi rabo para lubricármelo. No contenta con eso, alzó uno de sus pies hasta mi boca para que le lamiese la planta. Lo hice poniendo mucha saliva. Lo bajó y subió el otro para que repitiese la operación. Tras hacerlo, volvió a poner sus pies a los lados de mi polla empezando a mover las piernas hacia delante y hacia atrás. Siguió masturbándome con los pies hasta que, poco después se cansó, y me empujó la polla hacia arriba, frotándomela contra mi abdomen. No dejé que siguiese mucho antes de ayudarla. Llevé mis manos a sus pies para sujetárselos juntos. Volví a poner mi polla en medio y le follé sus pies, moviéndome adelante, atrás, adelante, atrás, sin parar. La embestía como si le estuviera follando el coño, pero no, era algo más áspero y menos húmedo. La miré, se estaba masturbando de nuevo, bajando y subiendo la mano por toda su raja mojada. De su boca volvían a escapar gemidos. Su cara me mostraba una satisfacción indescriptible, estaba sonriendo a la vez que se pajeaba.

- ¿Cambiamos? – Le pregunté.

No sé qué entendió, porque yo me refería a que abriese las piernas para joderla salvajemente, pero ella se levantó y me hizo sentar a mí en la silla. Se acercó, se arrodilló ante mí, me escupió sobre la polla para luego ponerla entre sus tetas. Me la masajeó entre ellas subiéndolas y bajándolas varias veces. Me lamía el capullo cada vez que quedaba libre. Poco después se hizo atrás llevando su boca a mi verga. Abrió sus labios y la fue engullendo toda, para después empezar a mamármela. Yo veía su cabeza arriba y abajo, moviéndose por todo mi rabo. Cada vez más rápido, con ansia, con ganas. Tanto fue así, que pronto empezó a gemir nuevamente, empezaba a tener ganas de correrme, después de tanto tiempo. Pero ella me miró y tras un par de succiones más, paró. Se levantó, apartó el portátil de la mesa y se sentó en ella, en el borde. Abrió sus piernas ofreciéndome toda su raja abierta, veía como sus labios estaban gruesos, al igual que su clítoris. Ella también tenía ganas de correrse.

Se dio unas palmadas en la entrepierna invitándome a ir, por lo que me arrodillé delante de ella para volver a lamer todo su coño. Masajeaba sus pechos de manera acompasada a los movimientos de mi lengua. Si yo aceleraba, ella también, cuando de nuevo empezó a jadear me apartó la cabeza de su entrepierna diciéndome:

- Siéntate, quiero que me eches tu corrida caliente sobre los pies a la vez que yo me corro.

Me senté de nuevo. Ella acercó sus piernas y puso otra vez los pies a ambos lados de mi polla. Con las manos apoyadas en la mesa volvió a masturbarme con ellos. Veía el balanceo de sus pechos a la vez que su coño entreabierto. Ella subía y bajaba sus pies a lo largo de todo mi rabo. El roce de la piel de sus pies con mi capullo, no era lo más agradable, pero cada vez me gustaba más. Eso sí, no tenía claro que me pudiese correr así. Viendo Silvia que me costaba me preguntó:

- ¿Vas bien? ¿Te gusta? Quiero que lances tu leche sobre ellos.

- Me gusta, pero aún no estoy listo. – Le contesté.

Entonces ella saltó de la mesa y vino hacia mí. Se agachó para meterse la polla en la boca a la vez que me la cogía con la mano y me la masturbaba. Su mano acompañaba el movimiento de su boca sobre mi verga. Cada vez me apretaba más, cada vez lo hacía más rápido, tanto fue así, que volví a suspirar según me succionaba el capullo. Mis suspiros se convirtieron en gemidos, por lo que paró. Se volvió a subir a la mesa, y en la misma posición de antes, volvió a pajearme con sus pies.

Tras un poco, vi que así no iba bien la cosa, por lo que le separé sus pies de mi polla y los apoyé en mis muslos. Silvia abrió sus piernas poniéndose a pajearse frenéticamente. Su mano acariciaba su clítoris a gran velocidad, sus gemidos también iban siendo cada vez más fuertes. Yo la imité. Me masturbaba la polla con fuerza, velozmente, para correrme con ella, que parecía estar a punto ya por la fuerza de sus jadeos.

Cuando le dije que estaba cerca, me dio una patada en la mano para que la apartase. Una vez más, se puso a masturbarme subiendo y bajando sus pies a ambos lados de mi verga, pero esta vez me apretaba más, me la estaba ordeñando con los pies. Eso me excitaba más, como también verla a ella. En ese momento estaba apoyada sobre la mesa con una única mano, mientras que la otra la usaba para frotarse el clítoris con locura. Cada vez gemía con más fuerza, yo también, y tras unos pocos movimientos más le grité:

- ¡Me voy a correr yaaaaa! 

Ella al instante levantó sus pies juntándolos en el aire, ante mi polla. Como quería mi leche sobre ellos, me alcé y me pajeé sobre sus pies. Silvia, sin dejar de masturbarse me gritó:

- Sí, dámela, dame tu leche caliente, lléname los pies, siiiiiiiii.

Nada más escuchar eso noté que me venía. Le cogí los pies con una mano y apoyé rápidamente mi polla sobre ellos. Con un par de restregones, mi corrida empezó a salir. Mis abundantes chorros de leche caliente, salían, impactando sobre sus pantorrillas y sobre sus pies. La corrida fue de las buenas, le eché una gran cantidad de semen, que resbalaba por su piel. Ella debía notar cómo resbalaba ese calor, por lo que un instante después grito:

- ¡Oooooh, oooooooh, ooooooooooh! Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiii, ¡aaaaaaaaaaaaaah!

Sin dejar de rozarse el coño, vi cómo sus ojos se quedaban en blanco, cómo se enrojecían sus mejillas, y cómo su cuerpo empezaba a convulsionar. Silvia movía sus caderas al compás de su respiración agitada. Estaba teniendo un orgasmo muy intenso, como yo, la verdad.

Aparté mi polla de sus pies y empecé a restregarle toda mi leche con la mano. A ella le gustó el gesto pues me miró sonriéndome. Cuando nuestras pulsaciones se calmaron, me acerqué a ella y la besé. Su beso de vuelta fue indescriptible, larguísimo, placentero… Parecía que ni nuestras lenguas ni nuestros labios querían despegarse. Una vez que nos separamos, de su boca salió:

- ¡Gracias!

- ¿Gracias? – Le pregunté yo.

- Sí. – Me contestó Silvia. – Gracias porque necesitaba una sesión de sexo como ésta. Necesitaba comprobar que existen hombres tan calientes como yo. Con una mente dispuesta a explorar cualquier cosa que le proponga. Y, sobre todo, que el problema no es mío, que hay más gente como yo, tú, por ejemplo. Te confieso que no es la primera vez que le soy infiel a Andrés, pero nunca había sido tan intenso como hoy. Te has dejado llevar y he satisfecho una de las fantasías que tenía, pero tengo más…

- Bueno, pues gracias a ti también. – Seguí yo. – Reconozco que me he quedado con unas ganas enormes de follarte bien fuerte, pero ha sido una pasada. No sé las veces que me has hecho cambiar de postura, aunque me has mantenido duro todo este tiempo. Otra cosa que también me ha dado mucho morbo es que fueses la mujer del jefe, y pensar que en cualquier momento Andrés podía abrir la puerta y pillarnos.

- Así es, - me contestó ella, - el riesgo aumenta la sensación de placer. Bueno, será mejor que arreglemos un poco esto. Ya que hemos tenido la suerte de que no nos pillara, a ver si va a entrar en breve y nos pesca. Esto se tiene que repetir, con riesgo o sin él. Si se puede mañana me gustaría, y así me follarías como tú quieres, además de probar otras cosas. Pero si no, cuando volvamos a casa, yo lo haré posible. ¿Te gustaría?

- Me encantaría Silvia. – Le respondí.

Después de subirme el slip y los vaqueros la ayudé a limpiar. Con unas toallas húmedas quitamos el poco vino que había manchado el suelo y luego acabamos de recoger. Verla recoger así desnuda era excitante, pero era mejor que me fuese y no tentar más a la suerte ese día. Así que me puse mi camiseta manchada de vino, y tras otro beso apasionado acompañado de un abrazo me marché.

Cuando llegué a mi habitación miré la hora y vi que Andrés aún tardaría un rato en subir. Me duché, otra vez, tranquilamente, y esperé a la hora de la cena. Cenamos los tres juntos, disimulando Silvia y yo muy bien, ya que como los cambios que le había hecho en el portátil le funcionaron, para Andrés, la alegría de su rostro venía por eso, aunque yo sabía que no era así…

Al día siguiente, desgraciadamente, no tuve tiempo para visitar a Silvia, pues tuve que acompañar a su marido a todas las reuniones, tras las ponencias de la mañana. Eso sí, cuando volví a mi cuarto me hice una paja fenomenal pensando en lo ocurrido el día anterior. Había vivido en mis carnes el morbo de hacerlo con la mujer del jefe, de una forma no convencional sí, pero era la mujer del jefe. Además, no tenía ninguna duda de que, si hubiese venido mi compañero Tony, en absoluto lo habría pasado mejor.

Cuando finalizó el congreso, volví a regresar a casa solo en tren, sin dejar de pensar en lo sucedido. Desde entonces estoy esperando que Silvia se ponga en contacto conmigo para repetirlo. No ha pasado mucho tiempo, pero por lo visto aún no le ha sido posible. De todas formas, ¡la esperanza es lo último que se pierde!

2 comentarios:

  1. Hay tantas prácticas sexuales que no acepta la mayoría de la gente. Deberíamos probar todo lo que nos proponen, así sabríamos si nos gustan o no. ¿Sabes? Creo que hay demasiadas Silvias en el mundo que renuncian a sus gustos en favor de los de su querido marido. Ojalá cambie todo eso. En cuanto a la historia, excitante y morbosa, como payaso recibiste tus risas.
    Sigue escribiendo Eros. Besos.

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    1. ¡Hola Dama!
      Lo primero, gracias por mandarme unas risas, espero que lo disfrutases.
      Y después, decirte que tienes razón. Hay muchas Silvias, pero también muchos Silvios, que no consiguen que su pareja haga lo que le proponen, e incluso lo miran mal. En la vida hay que tener libertad sexual para poder disfrutar de cada aventura en la cama, o donde sea.
      Gracias por tu comentario.
      Besos morbosos.
      Eros

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