Cuando Andrés, el jefe de
grupo del momento, nos pidió, a mi compañero Tony y a mí, que le acompañásemos
a un congreso a exponer el nuevo proyecto en que estábamos trabajando, ambos
nos miramos con complicidad. Sabíamos que eso significaba pasar cuatro o cinco
días fuera, en un buen hotel, con buena comida y, por supuesto, con buena
diversión. Por lo que aceptamos al instante. Estaba claro que tendríamos que
trabajarnos una buena presentación, pero había compensación de sobra.
Tony y yo trabajamos duro
a la vez que planificamos qué hacer en nuestro tiempo libre. Al final sólo
íbamos a estar tres días en Barcelona, donde se celebraba el congreso, pero
pensábamos aprovecharlos muy bien. Sin embargo, un par de días antes de irnos
Tony se puso enfermo, cogió un virus que lo dejó en cama, por lo que nuestros
planes se fastidiaron. Andrés me comunicó que, dado que ningún otro miembro del
grupo podría encargarse de la presentación, lo haríamos entre él y yo. También
me dijo que, como ya había pagado la habitación doble para Tony y para mí,
además de la individual para él, se llevaría a su mujer Silvia. Ellos se
quedarían en nuestra doble y yo pasaba a su individual. Pensé que serían tres
días de ponencias y poco margen de diversión, pues, aunque ya conocía a Silvia de
anteriores reuniones y siempre me había parecido una mujer preciosa, era la
mujer del jefe, por lo que cuando Andrés asistiese a reuniones a las que yo no
tenía que ir, no iba a llevármela a ella de marcha. Así que eché en mi maleta
mi portátil junto a unos libros para quedarme descansando, leyendo, y tal vez
escribiendo en la habitación.
Andrés y Silvia se fueron
un día antes a Barcelona, por lo que al final me fui yo solo en tren la tarde
anterior al comienzo del congreso. Tras coger un taxi, llegué al hotel casi a
la hora de cenar. Me instalé en mi habitación y bajé para encontrarme con ellos
en el comedor. Cenamos los tres mientras charlábamos de todo un poco, pero
sobre todo de mi presentación del día siguiente. Andrés parecía preocupado,
como si no confiase en que yo lo hiciese bien, lo que me molestó un poco, pues
después del tiempo que llevábamos juntos debía saber que yo no fallo en los
momentos clave.
Después de cenar me fui
directamente a dormir para estar fresco por la mañana y hacer una buena
presentación, como así hice. Fue un auténtico éxito. Cuando la terminé, hubo
muchos asistentes que le pidieron a Andrés reunirse con él esa misma tarde al
estar muy interesados en el proyecto, por lo que, tras felicitarme, me dio la
tarde libre. Eso sí, antes tuvimos una comida de trabajo con unos de los más
interesados, y en ella me pidió que, si tenía tiempo, podía tratar de
arreglarle a Silvia el problema que estaba teniendo con su portátil, así
dejaría de enviarle mensajitos a él, de que se aburre y casi no puede hacer
nada, por la tarde como había hecho por la mañana. Me pareció un poco grosero
por su parte que me hablase así de su mujer, pero bueno, tampoco le contesté.
La gente se ha acostumbrado a pedirme ese tipo de cosas, ya que, aunque yo no
sea informático, es algo que se me da bien. Le dije que sí, que encontraría un
ratito, lo que Andrés me agradeció.
Después de comer dormí
una merecida siesta, no muy larga. Cuando desperté miré la hora y decidí ir a
ver a Silvia a ver qué le pasaba con su portátil. Me di una ducha rápida para
despejarme. Luego me puse ya por fin ropa informal, como a mí me gusta, unos
vaqueros desgastados y una camiseta negra, rematados con unas sandalias también
negras. Me revolví un poco el pelo ante el espejo, justo antes de salir hacia
la habitación de Silvia.
Toqué a su puerta y
esperé, pero como no me respondió, insistí. Entonces ya la escuché responderme
desde dentro:
- ¡Ay! No sé para qué
tocas, pasa de una vez…
Me quedé perplejo por su
respuesta, pero abrí la puerta y entré, cerrando la puerta tras de mí. Silvia
estaba sentada en una silla, mirando la pantalla de su ordenador. Tenía las
piernas estiradas, con los pies sobre la mesa. Tanto los pies como sus
estilizadas piernas iban enfundados en unas medias blancas. Sobresaliendo por
la parte trasera de su silla caía su larga melena de color castaño. Era una
imagen realmente sexy, pero, era la mujer del jefe, así que al instante deseché
los malos pensamientos que en seguida tiene la gente de sangre caliente, como
yo. Para rematar el conjunto, su mano izquierda sujetaba una copa con vino
tinto, sin duda servida de la botella abierta que tenía también sobre la mesa.
Con su otra mano me hizo un gesto para que me acercase, lo que hice, a la vez
que la saludaba:
- ¡Hola Silvia! ¿Cómo
estás?
Según me acerqué me fijé
en la pantalla de su ordenador, más que nada para ir viendo el problema, pero
lo que vi me sorprendió enormemente. Estaba viendo un vídeo en el que varias
mujeres en ropa interior, estaban pasando sus pies por la cara de un hombre vestido,
tumbado en el suelo. Seguro que abrí mis ojos como platos. ¡Silvia viendo un
vídeo de fetichismo de pies! Todo esto lo pensé muy rápido, más o menos a la
misma velocidad a la que vi cómo ella trataba de cerrar su navegador sin
acierto, y, bajando sus piernas, se giraba para mirarme sorprendida con sus
ojos de color miel tremendamente abiertos, así como sus bonitos labios. Para
tratar de calmarla le dije:
- Tranquila Silvia, yo no
he visto nada.
- Sí… - Empezó a hablarme
de forma entrecortada a la vez que sombras de rubor asomaban por sus mejillas.
– Es que no te esperaba a ti. Acababa de mandarle unos mensajitos a Andrés para
que viniese a hacerme un poco de compañía. Poco después has tocado tú, y pensé
que eras él, pero no, él sigue sin contestar y tampoco vendrá. Disculpa…
- No me pidas perdón. –
Le contesté. – Quién esté libre de haber sido pillado mirando porno, ¡qué tire
la primera piedra! Yo tampoco puedo tirarla.
Mi último comentario
sirvió para que ambos riésemos y se disipase parte de la tensión que tenía
Silvia. Luego añadí:
- Andrés me había pedido
que te echase una mano ya que tenías algún problema con el portátil, por eso he
venido. Aunque ya veo que te funciona, al menos para ver vídeos, aunque sean un
poco raritos…
El vídeo seguía
avanzando. Ahora el hombre estaba metiéndose en la boca el pie de una de las
mujeres, mamando su dedo gordo como si le fuese la vida en ello. Silvia giró la
cabeza y lo miró, para después girarse hacia mí y ponerse a hablar:
- Bueno, la verdad es que
lo único que trataba es de buscar cosas nuevas que poder hacer con Andrés.
Nuestra vida sexual no pasa por sus mejores momentos, por ello busco cosas para
salir de la rutina. Lo malo, siéndote sincera, es que no me sirve de nada. Yo
acabo caliente mientras le enseño vídeos de prácticas que nunca hemos
realizado, y él la mayor parte de las veces pasa de mí, y si no hay un polvo de
lo más rutinario, he de acabar yo sola masturbándome en el aseo. Disculpa que
te haya contado esto, será por el vino. – Añadió señalando la copa. – Y bueno,
el portátil funciona bien, salvo alguna aplicación, bueno, salvo algún juego
que no sé por qué se me cuelga desde que he llegado a este lugar de
aburrimiento.
Tras escucharla me
acerqué al portátil, minimicé su navegador y me fui directo a la configuración
de la tarjeta gráfica, por si era un problema con alguna actualización. Cambié
un par de cosas que no me parecía que estuvieran bien mientras Silvia seguía
hablando:
- Nunca me ha importado
ser segundo plato, como en este caso por la enfermedad de Tony, pero esta vez,
la verdad es que Andrés se está pasando. Lo único que hemos hecho juntos es
cenar contigo anoche, ya que el día anterior estuvo organizando cosas, apenas
lo vi. La verdad es que no sé para qué me ha invitado a venir esta vez. Mira,
que yo llamé a mi madre rápidamente para colocarle a los niños, pero nada,
vamos a seguir como últimamente, yo luchando y él pasando de mí. – Silvia tomó
un sorbo de la copa de vino para seguir hablando mientras yo terminaba de
configurarle lo que no me gustaba. - ¿Sabes? Ya me estoy cansando de la
situación, no sé cuánto voy a aguantar sin buscarme otra cosa, porque una tiene
sus necesidades… Cuando nació nuestro segundo hijo me lo demostró todo. Le pedí
a Andrés que mamase de mis pechos, que bebiese la leche que yo tenía, ¿y sabes
qué me contesto? ¡Que si estaba loca! En ese momento debí haberme dado cuenta
de que no era el hombre que yo necesitaba, buena persona sí, pero yo necesito a
un hombre más aventurero, con más pasión, con sangre en las venas… A ver, ¿tú
que habrías hecho si te hubiese pedido que me mamases?
Cuando escuché su
pregunta tragué saliva y dejé de trastear sobre el teclado, girándome para
mirarla. Silvia dio un nuevo sorbo a su copa, mientras yo pensaba que no me
vendría mal a mí otra copa para enfrentar la situación. Tras meditarlo un poco
le respondí:
- Pues Silvia, yo creo
que sí. Si mi pareja me hubiese pedido que me bebiese la leche de sus pechos
lactantes, lo habría hecho sin pensar. Por dos razones, porque me gusta
experimentarlo todo, y porque a mí me gusta cumplir todas las fantasías de mi
pareja. No me suelo preguntar si es más o menos rara, tan sólo veo el morbo que
tendrá lo que ha imaginado ella. Sólo con eso me caliento y lo disfruto.
- ¿Ah sí? – Dijo Silvia.
– Eso es algo que podemos comprobar…
Se bebió un nuevo trago
de vino y a continuación llevó uno de sus pies a mi entrepierna, comenzando a
acariciarme por encima del vaquero.
- Vamos a ver si te da
morbo el trabajito con los pies, como en el vídeo que estaba viendo. – Añadió.
Pensé. Volví a pensar en
lo peligroso de la situación. Aunque Silvia siempre me había parecido una mujer
preciosa y la tenía caliente ante mí, no dejaba de ser la mujer de mi jefe. Sí,
la mujer del jefe, pero un jefe que pasaba de su mujer, por lo que ella buscaba
guerra conmigo. Su morbo me calentaba, como el movimiento de su pie, por lo que
decidí que tal vez había llegado el momento de cambiar de trabajo, de ser mi
propio jefe, si es que nos pillaba claro. Así que apagué el cerebro de arriba y
me dejé de llevar por las ganas del de abajo. Silvia se merecía disfrutar de
una vez…
Llevé mis manos a su pie
y lo acaricié. Lo apreté contra mi entrepierna ayudando a su masaje. Ya notaba
cómo mi polla empezaba a crecer. No podía ser de otra forma, pues las
situaciones peligrosas siempre me han producido un morbo especial. Seguí
masajeando su pie, hasta que decidí subirlo para llevármelo a la boca. Lo lamí
por encima de la media pasando mi lengua por él. Como acababa de ver en el
vídeo, me metí su dedo gordo en la boca y lo chupé, succionando. Silvia me
miraba complacida, con cara de placer y satisfacción. Llevó su otro pie a mi
entrepierna para seguir masajeándome mientras yo chupaba su pie. Se desabrochó
el cinturón del albornoz dejándolo caer a ambos lados, por lo que pude ver su
cuerpo casi desnudo.
Silvia llevaba un culote
negro y blanco que combinaba con un sujetador con los mismos tonos. Su cuerpo
para nada aparentaba los casi cincuenta años que yo sabía que tenía, sin duda
pasaba sus buenos ratos en el gimnasio, pues a pesar de haber tenido dos hijos,
no tenía nada que envidiar a chicas de la mitad de su edad. La miraba y la veía
totalmente seductora sin dejar de lamer su pie. A ella le gustaba, pues llevó un
dedo a sus labios y lo lamió mirándome. Pero más me gustó cuando llevó su otra
mano a su entrepierna y empezó a acariciarse por encima de la tela. La dureza
de mi polla seguro que ya era evidente incluso para la planta de su pie, que
seguía moviéndose sobre mí. Yo seguía a lo mío, disfrutando de lamer tanto los
dedos como la planta de su exquisito pie con mis ojos fijos en los suyos.
Cambié de pie llevándome
el otro a mi boca para lamerlo con las mismas ganas que el anterior. En ese
momento Silvia separó sus piernas y con la mano apartó la tela de su culote.
Por vez primera vi su rajita, la que me pareció que ya brillaba por su
calentura. Tras apartar la tela empezó a masturbarse, a la vez que soltaba
algún gemido placentero. Sin dejar de frotarse, elevó la pierna que había
separado para llevar de nuevo su pie a mi entrepierna. De nuevo se puso a
rozarme y a apretarme la polla por encima del vaquero, lo que me daba más
placer del que yo pensaba. Quería desabrocharme el pantalón para liberar mi
verga, pero primero liberé sus pies. Alargué mis manos hacia su muslo y estiré
de su media hacia mí. Lentamente la fui arrastrando hasta sacarla por la punta
de sus dedos. Me puse a comerme su pie ya desnudo ante su mirada picarona. Le
gustaba lo que le hacía, conmigo estaba experimentando como le habría gustado
hacer con Andrés, pero él no estaba allí, por lo que yo me aprovechaba de ello.
Cuanto más la veía
masturbar su coño con el culote apartado, más cachondo me ponía, por lo que con
más ansias le lamía su pie. Chupaba un dedo, luego otro, y así, hasta
lamérselos todos. Lamía también su planta, incluso llegué a meterme los cinco
dedos de su pie a la vez en la boca, evidentemente porque su pie era pequeño
claro. En un momento dado, Silvia dejó de rozar su coño para, apoyando los dos
brazos en la silla, acercar a mi boca su otro pie. Yo solté el primero y me
dediqué al segundo de igual forma. También llevé mis manos a su muslo para
sacar lentamente toda su media por sus dedos y acabar lamiéndole ese otro pie
con la misma pasión que había puesto en el primero. Me estaba gustando mucho
ese juego con sus pies.
Silvia bajó la primera
pierna volviendo a abrirla de lado. De nuevo quedó su rajita a mi vista,
brillante, sabrosa… De buena gana me habría arrodillado delante de ella para
comerme ese coño que pedía mi polla a gritos, pero no, seguí lamiendo su pie
mientras ella se masturbaba de nuevo. Movía su mano arriba y abajo sin parar,
con firmeza, pero con suavidad también, lo que la estaba haciendo disfrutar
pues empezó a gemir de nuevo. Yo seguía lamiendo y chupando su pie sin parar,
desde el talón a la punta, entreteniéndome en sus dedos, hasta que ella me
dijo:
- Veo que estás
disfrutando de mis pies. Me gusta cómo me los chupas. Tienes una buena lengua,
tendré que comprobar si es igual de buena en más sitios. – Y señalándome el
suelo con sus dedos añadió. – Ven, túmbate aquí, boca arriba, así, con la
cabeza cerca de la silla.
Le hice caso y me tumbé.
Desgraciadamente lo hice vestido, ya que no me dijo que me quitase la ropa.
Pero yo tenía unas ganas enormes de liberar a mi polla dura de la presión del
vaquero, me tuve que aguantar.
Cuando me tumbé, Silvia
levantó sus pies y empezó a restregarlos por mi cara, sí, como en el vídeo
también. Llevaba uno adelante, el otro atrás. Mientras con uno acariciaba mi
pelo, me ponía el otro sobre la boca, por lo que yo aprovechaba para lamérselo,
hasta que decidió que era suficiente. Se levantó sacándose el albornoz por sus
brazos, para dejarlo caer con gracia sobre la silla. Una vez de pie desabrochó
su sujetador. Se lo sacó con cuidado poniendo un brazo delante de sus pechos,
de manera que, aunque estaba de cara hacia mí, apenas se los podía ver. Cuando
con la otra mano se lo sacó del todo y lo tiró a la silla, se puso a
masajeárselos con las dos manos, todavía sin dejarme verlos. Hasta que por fin
separó sus manos y pude ver sus tetas. Me encantaron, eran grandes, sin
excesos, con unas areolas pequeñas, de color chocolate y rematadas por unos
pezones durísimos, prueba de su excitación. Las tenía ligeramente caídas, pero
dada su edad, eran un par de tetas estupendas. A continuación, se puso a
caminar pavoneándose. Cuando estuvo de espaldas a mí, se bajó su culote, y así
inclinada pude admirar también su espectacular culo. La verdad, es que cuando
la vi desnuda no pude evitar pensar en que estaba mucho más buena de lo que yo
había imaginado, preciosa seguía siendo, pero con un cuerpo de fábula, y más
teniendo en cuenta su edad.
Silvia se giró mientras
su culote se deslizaba piernas abajo. Levantó un pie y luego el otro para
sacarse su prenda y lanzarla a la silla. Quedó totalmente desnuda delante de
mí, que seguía vestido en el suelo. A continuación, pasó su pierna por encima
de mía y avanzó andando con una pierna a cada lado de mi cuerpo. Cuando llegó a
la altura de mi cabeza pude ver bien su coño húmedo y deseoso. Pero lo vi mejor
cuando, sin mediar palabra se puso en cuclillas dejando su rajita mojada sobre
mi boca.
Lógicamente me puse a
lamer bien ese coño caliente. Agarré sus muslos con mis manos para apretarla
contra mí y empecé a lamer con avidez. Llevaba mi lengua adelante y atrás
rozando bien toda su raja, sin descanso, adelante, atrás, adelante, atrás…
Silvia volvió a gemir de nuevo. Suspiraba cada vez más fuerte por el roce de mi
lengua. Llevó una de sus manos a su entrepierna y se abrió bien los pliegues
para que la lamiese mejor. Su clítoris me quedó así ofrecido, por lo que tras
lamerla un poco más llevé a él mi lengua. Lo empecé a frotar con rapidez
mientras los gemidos de Silvia iban aumentando de volumen. Volví a llevar mi
lengua lamiendo hacia atrás por todo su coño y al llegar a su entrada la metí
un poco. Se la metí y la saqué, se la volví a meter para sacarla a continuación,
una vez y otra, y otra, y otra… Ella gemía más y más. Volví a llevar la lengua
a su clítoris para empezar a rozárselo con ella circularmente, con rapidez. Los
gemidos de Silvia eran tan seguidos que me anunciaban que su orgasmo estaba
próximo, por lo que seguí lamiendo intensamente. Cuando paré y le mordisqueé su
clítoris, ella dio un fuerte respingo y gritó:
- Sí, sí,
siiiiiiiiiiiiii, me corro, me corroooooooooo, ¡qué lengua!, dioooooooooooos…
A la vez que gritaba me
cogió del pelo y me apretó contra su entrepierna. Movía su pelvis adelante y
atrás sobre mi cara, frotándose mientras jadeaba. Yo iba recibiendo el flujo
fruto de su corrida en mi boca. Me pareció un manjar delicioso, y saborearlo
ayudó a que tuviese la sensación de que mi verga iba a reventar la cremallera
del vaquero de lo dura que la sentía.
Cuando Silvia se relajó,
se levantó y pasó los dedos por toda su raja mojada, para, a continuación, agacharse
y metérmelos en mi boca, diciendo:
- Sí, así me gusta.
Disfruta bien de mi sabor más íntimo y personal.
Yo lo hice, lamí, chupé y
succioné sus dedos a conciencia. Cuando se los dejé bien limpios, se los volvió
a restregar por su coño, pero ahora los llevó a su boca, siendo ella la que los
lamió poniendo una auténtica cara de guarrilla satisfecha.
Después se volvió a
sentar en la silla para llevar nuevamente las plantas de sus pies sobre mi
cara. Empezó a restregarme con ellos los restos de su corrida. Notaba el masaje
de sus pies por toda mi cara, a la vez que notaba también algo de dolor en mi
polla encerrada. De repente, levantó un pie y me abofeteó con él. Me quedé
sorprendido, pero lo volvió a hacer. Es más, luego lo hizo con su otro pie.
Sentí sus bofetadas sobre mis mejillas y tras ellas me dijo riendo:
- Un buen masaje siempre
debe acabar con unos buenos golpes. Ahora vuélveme a lamer mis cansados pies,
¡chúpame los dedos!
Por supuesto, yo le hice
caso. Se los lamí de nuevo, me metí otra vez sus dedos en la boca y se los
chupé uno a uno. Desde mi posición podía ver cómo Silvia se volvía a masturbar
de nuevo, moviendo lentamente la mano sobre su coño. Llevó otra mano a su pecho
para masajear sus tetas. Vi cómo las apretaba, las acariciaba, incluso se
pellizcó sus pezones duros como escarpias. Todo eso mientras mi lengua seguía
lamiendo sus dedos.
- ¿Qué te parecen mis
pies? ¿Te gustan? ¿A qué saben? – Me preguntó.
Saqué sus dedos de mi
boca y le respondí:
- Sí, son unos pies
preciosos, suaves al tacto de mi lengua. Me encantan. Saben a ti, a deseo, a
mujer cachonda.
- ¿Ah sí? – Me respondió.
– Vamos a ver si esto mejora su sabor…
Tras decir eso levantó
sus pies sobre mi cara, cogió la botella de vino de la mesa y derramó un chorro
sobre cada pie. El vino iba mojando sus pies, resbalando por ellos hasta caer
sobre mi cara. Tragué el que caía sobre mi boca, mientras noté como el resto
resbalaba por mi cara, por mi cuello, llegando hasta el suelo, incluso mojó mi
camiseta.
- ¡Vamos! ¡Vuélvemelos a
lamer! – Me gritó.
La obedecí y se los lamí
de nuevo. Podía notar la mezcla del sabor del vino tinto con el de su piel
suave. Vi cómo Silvia se ponía a masturbarse de nuevo, por lo que decidí que ya
tenía suficiente sufrimiento, yo también necesitaba placer. Así que, sin dejar
de chupar sus pies, llevé mis manos hacia abajo. Desabroché mis vaqueros, bajé
la cremallera e hice hacia atrás tanto los pantalones como mi slip elevando la
pelvis. Mi verga saltó fuertemente, por fin liberada. Quedó temblando en el
aire hasta que llevé mi mano derecha a ella. Empecé a subirla y bajarla
pajeándome lentamente, mientras mi lengua lamía la planta de sus pies.
- ¡Qué desperdicio! –
Exclamó Silvia. – Es pecado haber tenido eso ahí escondido, eso tan duro, eso
tan gordo y con esa vena tan hinchada que parece que va a estallar, uffff.
Me gustó que le encantase
mi rabo duro. Ella siguió masturbándose, abrió sus labios con una mano para
poder frotarse mejor con la otra, entre suspiros. Yo la observaba disfrutar y,
sin dejar de chupar sus pies, me masturbaba placenteramente, subiendo y bajando
mi mano por todo el tronco, desde la base al capullo, apretando, disfrutando la
paja como ella lo hacía. Estuvimos masturbándonos así un rato hasta que Silvia
me gritó:
- ¡Para!
Aparté la mano de mi
polla al instante, que quedó dura y desafiante apuntando al techo. Ella se
levantó de la silla. Avanzó. Puso un pie sobre mi cuello y apretó dejando caer
parte de su peso sobre mi nuez. Yo notaba la fuerte presión, parecía que me
quería ahogar con su pie.
- Me encanta esta
sensación. – Dijo Silvia. – Me siento poderosa, digo cosas y me obedeces. Incluso
tengo el poder de acabar con tu vida si así me place, sólo tengo que dejarme
caer hacia delante y aplastar del todo tu cuello. Pero tranquilo, no lo haré,
no sin antes disfrutar bien de eso tan duro que tienes ahí.
Levantó su pie de mi
garganta y caminó hacia mi entrepierna, donde apoyó un pie. Me pisó la polla
para luego empezar a frotármela con la planta de su pie. Me acarició los huevos
con sus dedos, después todo el tronco lentamente, antes de cambiar de pie para
repetir lo mismo. Me estaba gustando la caricia con sus pies, no era como
masturbarme yo con mi mano, pero también era placentero, y diferente. Vi cómo
se lamía los dedos de su mano y los llevaba a su coño, el que empezó a frotar
con fuerza, eso sí, sin dejar de masturbarme el rabo con su pie. De repente se
giró, pasó una pierna por encima de mí para ponerse en cuclillas. Me cogió la
polla con la mano, y según se agachaba la guio hasta su entrada. Después, me la
soltó, se dejó caer de golpe, y se la metió entera. Ambos dejamos escapar un
fuerte gemido cuando sus nalgas golpearon mis muslos.
Nos miramos compartiendo
una mirada llena de deseo. Con toda mi verga dentro de ella, empezó a moverse
hacia atrás y hacia adelante, frotándose sobre mí. Con sus manos me levantó la
camiseta y me acarició el abdomen. Poco después para ponerse a cabalgarme
furiosamente. Silvia empezó a subir y bajar su cuerpo sobre el mío con fuerza,
veía mi polla aparecer y desaparecer dentro de su coño mojado. A cada uno de
sus movimientos se nos escapaba un gemido. Ella no bajaba el ritmo, seguía
cabalgándome salvajemente la verga, mientras veía el sensual baile de sus
tetas, una para acá, otra para allá, arriba, abajo, arriba, abajo… Silvia
jadeaba y yo empecé a gemir con más fuerza. Entonces ella paró de golpe.
- No, aún no. – Me dijo
con la voz entrecortada. – No quiero te corras dentro de mí. Ahora levanta,
quiero que me chupes el culo.
Silvia se alzó de golpe
notando yo la placentera salida de mi polla. Fue hacia la silla, apoyó sus
manos en el respaldo y una rodilla en el asiento.
- ¡Vamos! – Me apremió. –
Cómeme todo esto.
- Voy. – Le contesté.
Me levanté, y con los
pantalones a medio muslo me acerqué por detrás. La vista era espectacular, lo
que mi verga agradeció. Veía su espalda, sus tetas que colgaban, sus piernas,
pero sobre todo su soberbio culo ofrecido, rematado por una rajita brillante.
Me puse de rodillas tras ella y llevé mis manos a su trasero. Apreté sus
nalgas, se las magreé bien, para acabar dándole un par de nalgadas. Silvia
gruñó con aprobación. Llevé mis labios a su culo para lamer sus nalgas, se las
besé, se las chupé sin dejar de apretárselas…
- Sí, sí, sí, juega con
mi culo, chúpamelo. – La escuché decir.
Separé sus nalgas con mis
manos y quedó ofrecido su ano. Rápidamente llevé allí mi lengua empezando a
lamérselo, a ensalivárselo, a meter un poco mi lengua en su agujero. Silvia
gemía de nuevo, por lo que yo no paré de chupar. Me amorré bien a su trasero
aplastando incluso mi nariz contra su culo. Ella llevó una mano a mi cabeza y
me la apretó más aún. A la vez noté como la pierna que tenía sobre la silla se
empezaba a mover, de nuevo la planta de su pie me rozaba la polla, hacia atrás
y adelante, suavemente.
Estuvimos así un rato
hasta que llevé mis manos a su entrepierna. Le mordí sus nalgas a la vez que
con una mano por delante y otra por detrás le acariciaba su mojado coño. Con
una mano le rozaba su clítoris y con la otra toda su rajita, llegando a meter
un par dedos. Ella dejó de masajearme la polla con el pie y, girándose un poco,
levantó la otra pierna, dejándome su coño a la altura de mi cara bien ofrecido.
La entendí rápidamente, por lo que llevé mi lengua a su raja para lamérsela
adelante y atrás, sin dejar de frotar su clítoris con los dedos. Silvia se puso
a suspirar moviendo sus caderas adelante y atrás mientras yo le seguía comiendo
su sabroso coño. Poco después se plantó para darse la vuelta y se sentó. Como
sus pechos quedaron cerca de mi boca aproveché para lamérselos y morder esos
pezones a los que ya les tenía ganas. Ella llevó una mano a la barbilla para
levantarme la cara. Cuando mi boca estuvo cerca de la suya me besó
apasionadamente, yo le devolví el beso, metiéndole mi lengua hasta la
campanilla. Enroscamos nuestras lenguas, nos mordimos los labios y nos miramos
con un enorme deseo.
Entonces Silvia se separó
para acomodarse mejor en la silla. Yo aproveché y en unos segundos me saqué la
camiseta, para luego bajarme los vaqueros y el slip hasta los tobillos. Quería
metérsela hasta el fondo en esa posición, romperle el coño, demostrarle que yo
también tenía fuego dentro. Pero según me acercaba, ella me dijo:
- ¡Quieto! No te muevas,
hay algo más que quiero probar.
Me quedé de pie delante
de Silvia. Sentada como estaba levantó sus piernas y llevó los pies a mi polla,
dejándola entre ellos. Parecía un perrito caliente, pero con una salchicha bien
dura en medio. Se ensalivó una mano y la restregó por todo mi rabo para
lubricármelo. No contenta con eso, alzó uno de sus pies hasta mi boca para que
le lamiese la planta. Lo hice poniendo mucha saliva. Lo bajó y subió el otro
para que repitiese la operación. Tras hacerlo, volvió a poner sus pies a los
lados de mi polla empezando a mover las piernas hacia delante y hacia atrás.
Siguió masturbándome con los pies hasta que, poco después se cansó, y me empujó
la polla hacia arriba, frotándomela contra mi abdomen. No dejé que siguiese
mucho antes de ayudarla. Llevé mis manos a sus pies para sujetárselos juntos.
Volví a poner mi polla en medio y le follé sus pies, moviéndome adelante, atrás,
adelante, atrás, sin parar. La embestía como si le estuviera follando el coño,
pero no, era algo más áspero y menos húmedo. La miré, se estaba masturbando de
nuevo, bajando y subiendo la mano por toda su raja mojada. De su boca volvían a
escapar gemidos. Su cara me mostraba una satisfacción indescriptible, estaba
sonriendo a la vez que se pajeaba.
- ¿Cambiamos? – Le pregunté.
No sé qué entendió, porque
yo me refería a que abriese las piernas para joderla salvajemente, pero ella se
levantó y me hizo sentar a mí en la silla. Se acercó, se arrodilló ante mí, me
escupió sobre la polla para luego ponerla entre sus tetas. Me la masajeó entre
ellas subiéndolas y bajándolas varias veces. Me lamía el capullo cada vez que
quedaba libre. Poco después se hizo atrás llevando su boca a mi verga. Abrió
sus labios y la fue engullendo toda, para después empezar a mamármela. Yo veía su
cabeza arriba y abajo, moviéndose por todo mi rabo. Cada vez más rápido, con
ansia, con ganas. Tanto fue así, que pronto empezó a gemir nuevamente, empezaba
a tener ganas de correrme, después de tanto tiempo. Pero ella me miró y tras un
par de succiones más, paró. Se levantó, apartó el portátil de la mesa y se
sentó en ella, en el borde. Abrió sus piernas ofreciéndome toda su raja abierta,
veía como sus labios estaban gruesos, al igual que su clítoris. Ella también
tenía ganas de correrse.
Se dio unas palmadas en
la entrepierna invitándome a ir, por lo que me arrodillé delante de ella para
volver a lamer todo su coño. Masajeaba sus pechos de manera acompasada a los
movimientos de mi lengua. Si yo aceleraba, ella también, cuando de nuevo empezó
a jadear me apartó la cabeza de su entrepierna diciéndome:
- Siéntate, quiero que me
eches tu corrida caliente sobre los pies a la vez que yo me corro.
Me senté de nuevo. Ella
acercó sus piernas y puso otra vez los pies a ambos lados de mi polla. Con las
manos apoyadas en la mesa volvió a masturbarme con ellos. Veía el balanceo de
sus pechos a la vez que su coño entreabierto. Ella subía y bajaba sus pies a lo
largo de todo mi rabo. El roce de la piel de sus pies con mi capullo, no era lo
más agradable, pero cada vez me gustaba más. Eso sí, no tenía claro que me
pudiese correr así. Viendo Silvia que me costaba me preguntó:
- ¿Vas bien? ¿Te gusta?
Quiero que lances tu leche sobre ellos.
- Me gusta, pero aún no
estoy listo. – Le contesté.
Entonces ella saltó de la
mesa y vino hacia mí. Se agachó para meterse la polla en la boca a la vez que
me la cogía con la mano y me la masturbaba. Su mano acompañaba el movimiento de
su boca sobre mi verga. Cada vez me apretaba más, cada vez lo hacía más rápido,
tanto fue así, que volví a suspirar según me succionaba el capullo. Mis
suspiros se convirtieron en gemidos, por lo que paró. Se volvió a subir a la
mesa, y en la misma posición de antes, volvió a pajearme con sus pies.
Tras un poco, vi que así
no iba bien la cosa, por lo que le separé sus pies de mi polla y los apoyé en
mis muslos. Silvia abrió sus piernas poniéndose a pajearse frenéticamente. Su
mano acariciaba su clítoris a gran velocidad, sus gemidos también iban siendo
cada vez más fuertes. Yo la imité. Me masturbaba la polla con fuerza,
velozmente, para correrme con ella, que parecía estar a punto ya por la fuerza
de sus jadeos.
Cuando le dije que estaba
cerca, me dio una patada en la mano para que la apartase. Una vez más, se puso
a masturbarme subiendo y bajando sus pies a ambos lados de mi verga, pero esta
vez me apretaba más, me la estaba ordeñando con los pies. Eso me excitaba más,
como también verla a ella. En ese momento estaba apoyada sobre la mesa con una
única mano, mientras que la otra la usaba para frotarse el clítoris con locura.
Cada vez gemía con más fuerza, yo también, y tras unos pocos movimientos más le
grité:
- ¡Me voy a correr
yaaaaa!
Ella al instante levantó
sus pies juntándolos en el aire, ante mi polla. Como quería mi leche sobre ellos,
me alcé y me pajeé sobre sus pies. Silvia, sin dejar de masturbarse me gritó:
- Sí, dámela, dame tu
leche caliente, lléname los pies, siiiiiiiii.
Nada más escuchar eso
noté que me venía. Le cogí los pies con una mano y apoyé rápidamente mi polla
sobre ellos. Con un par de restregones, mi corrida empezó a salir. Mis
abundantes chorros de leche caliente, salían, impactando sobre sus pantorrillas
y sobre sus pies. La corrida fue de las buenas, le eché una gran cantidad de
semen, que resbalaba por su piel. Ella debía notar cómo resbalaba ese calor,
por lo que un instante después grito:
- ¡Oooooh, oooooooh,
ooooooooooh! Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiii, ¡aaaaaaaaaaaaaah!
Sin dejar de rozarse el
coño, vi cómo sus ojos se quedaban en blanco, cómo se enrojecían sus mejillas,
y cómo su cuerpo empezaba a convulsionar. Silvia movía sus caderas al compás de
su respiración agitada. Estaba teniendo un orgasmo muy intenso, como yo, la
verdad.
Aparté mi polla de sus
pies y empecé a restregarle toda mi leche con la mano. A ella le gustó el gesto
pues me miró sonriéndome. Cuando nuestras pulsaciones se calmaron, me acerqué a
ella y la besé. Su beso de vuelta fue indescriptible, larguísimo, placentero…
Parecía que ni nuestras lenguas ni nuestros labios querían despegarse. Una vez
que nos separamos, de su boca salió:
- ¡Gracias!
- ¿Gracias? – Le pregunté
yo.
- Sí. – Me contestó
Silvia. – Gracias porque necesitaba una sesión de sexo como ésta. Necesitaba
comprobar que existen hombres tan calientes como yo. Con una mente dispuesta a
explorar cualquier cosa que le proponga. Y, sobre todo, que el problema no es mío,
que hay más gente como yo, tú, por ejemplo. Te confieso que no es la primera
vez que le soy infiel a Andrés, pero nunca había sido tan intenso como hoy. Te
has dejado llevar y he satisfecho una de las fantasías que tenía, pero tengo
más…
- Bueno, pues gracias a
ti también. – Seguí yo. – Reconozco que me he quedado con unas ganas enormes de
follarte bien fuerte, pero ha sido una pasada. No sé las veces que me has hecho
cambiar de postura, aunque me has mantenido duro todo este tiempo. Otra cosa que
también me ha dado mucho morbo es que fueses la mujer del jefe, y pensar que en
cualquier momento Andrés podía abrir la puerta y pillarnos.
- Así es, - me contestó
ella, - el riesgo aumenta la sensación de placer. Bueno, será mejor que
arreglemos un poco esto. Ya que hemos tenido la suerte de que no nos pillara, a
ver si va a entrar en breve y nos pesca. Esto se tiene que repetir, con riesgo
o sin él. Si se puede mañana me gustaría, y así me follarías como tú quieres,
además de probar otras cosas. Pero si no, cuando volvamos a casa, yo lo haré
posible. ¿Te gustaría?
- Me encantaría Silvia. –
Le respondí.
Después de subirme el
slip y los vaqueros la ayudé a limpiar. Con unas toallas húmedas quitamos el
poco vino que había manchado el suelo y luego acabamos de recoger. Verla recoger
así desnuda era excitante, pero era mejor que me fuese y no tentar más a la
suerte ese día. Así que me puse mi camiseta manchada de vino, y tras otro beso
apasionado acompañado de un abrazo me marché.
Cuando llegué a mi
habitación miré la hora y vi que Andrés aún tardaría un rato en subir. Me
duché, otra vez, tranquilamente, y esperé a la hora de la cena. Cenamos los
tres juntos, disimulando Silvia y yo muy bien, ya que como los cambios que le
había hecho en el portátil le funcionaron, para Andrés, la alegría de su rostro
venía por eso, aunque yo sabía que no era así…
Al día siguiente,
desgraciadamente, no tuve tiempo para visitar a Silvia, pues tuve que acompañar
a su marido a todas las reuniones, tras las ponencias de la mañana. Eso sí,
cuando volví a mi cuarto me hice una paja fenomenal pensando en lo ocurrido el
día anterior. Había vivido en mis carnes el morbo de hacerlo con la mujer del
jefe, de una forma no convencional sí, pero era la mujer del jefe. Además, no
tenía ninguna duda de que, si hubiese venido mi compañero Tony, en absoluto lo
habría pasado mejor.
Cuando finalizó el
congreso, volví a regresar a casa solo en tren, sin dejar de pensar en lo
sucedido. Desde entonces estoy esperando que Silvia se ponga en contacto
conmigo para repetirlo. No ha pasado mucho tiempo, pero por lo visto aún no le
ha sido posible. De todas formas, ¡la esperanza es lo último que se pierde!
Hay tantas prácticas sexuales que no acepta la mayoría de la gente. Deberíamos probar todo lo que nos proponen, así sabríamos si nos gustan o no. ¿Sabes? Creo que hay demasiadas Silvias en el mundo que renuncian a sus gustos en favor de los de su querido marido. Ojalá cambie todo eso. En cuanto a la historia, excitante y morbosa, como payaso recibiste tus risas.
ResponderEliminarSigue escribiendo Eros. Besos.
¡Hola Dama!
EliminarLo primero, gracias por mandarme unas risas, espero que lo disfrutases.
Y después, decirte que tienes razón. Hay muchas Silvias, pero también muchos Silvios, que no consiguen que su pareja haga lo que le proponen, e incluso lo miran mal. En la vida hay que tener libertad sexual para poder disfrutar de cada aventura en la cama, o donde sea.
Gracias por tu comentario.
Besos morbosos.
Eros