viernes, 10 de julio de 2015

Un toque de sumisión (1ª parte)



He de reconocer que desde mi despertar sexual he sentido curiosidad por el mundo BDSM. Seguramente que esta curiosidad se acrecentó por la influencia de la extraña experiencia que viví y que ya conté en Cosmética Seminal. Desde que vi las primeras fotografías del tema, así como algunas películas en que aparecían relaciones de este tipo, supe que era un tema que me daba mucho morbo, tenía fantasías con ello, pero que tampoco podía contar a cualquiera porque la mayor parte de la gente que yo conocía no estaba preparada para oírme hablar del tema, sin pensar que yo fuese un degenerado, que puede que lo sea, pero no por tener estas fantasías.


Ahora es más fácil encontrar información sobre el tema desde la llegada de internet, pero antes era mucho más complicado. Hay webs dedicadas al tema donde explican las diferentes prácticas, redes sociales donde se puede hablar de ello sin que nadie se lleve las manos a la cabeza como antes, e incluso hay foros donde puedes intercambiar ideas y fantasías con gente de gran experiencia. Y así es como comenzó la historia que os voy a contar hoy, pues ocurrió con una persona que conocí en uno de esos foros.



Me seduce tanto la idea de dominar, como la de ser dominado, por lo que en el foro hablaba tanto con sumisas, como con amas claro. Realmente intercambiaba mensajes con varias personas siempre con respeto y buena camaradería, pero pronto me di cuenta de que había una persona con la que había una buena química, pues teníamos gustos muy similares a parte de una buena relación. Su nick de guerra era Mistress Gladyx, que desde el principio me pareció bastante sugerente, y por supuesto, con ese nick, está claro que es una mujer dominante.


Por lo que me contó ella tenía algo de experiencia en este mundillo, pero poca, aunque más que yo. No le resultaba fácil encontrar hombres que quisieran dejarse dominar por ella, pues los que abundaban eran los que la querían dominar, no en el foro por supuesto, allí estaba muy claro que ella era una ama, y por sus fotos muy atractiva.


A ninguno de los dos no seducía el dolor, lo que para mí era fundamental. Tal vez en un futuro desee probar cosas más fuertes, pero de momento en absoluto. Mistress Gladyx me decía que a ella lo que le gustaba era tener el control, estar al mando de un perrito totalmente obediente y sometido a su voluntad, controlar tanto su deseo por ella como el placer que le apeteciese darle a su perro. Esa idea a mí me seducía enormemente, estar totalmente sometido a su voluntad, por lo que tras mucho suplicarle, un día accedió a tener un encuentro conmigo.


Ella vive a un par de horas de mi lugar de residencia, así que no era muy complicado poder ir a verla, por lo que concretamos nuestro encuentro hace poco. Me obligó a buscar un hotel en una ciudad cercana a la suya y a pagarlo yo por supuesto. Luego acordamos los términos del encuentro, que sería sólo con ella y sin ningún tipo de dolor físico, salvo algún azote si yo necesitaba algún castigo. Tras dejarlo todo bien atado sólo me quedaba esperar a que llegase el día de mi primera experiencia de sumisión.


Según se acercaba el día me iba poniendo más nervioso pensando en la situación en la que me iba a encontrar. Eso sí, en ningún momento se me ocurrió dudar, estaba seguro de entregarme a Mistress Gladyx para que hiciera conmigo lo que se le antojara. Cuando por fin llegó el día, llegué al hotel antes de la hora de nuestra cita. En el baño de la habitación me pegué una buena ducha y limpié bien todo, absolutamente todo, mi cuerpo tal y como  ella me había exigido.


Una vez bien limpio, me vestí: bóxer negro para la ocasión, un pantalón fresco de algodón, verde caqui, una camisa vaporosa blanca y unas sandalias negras. A continuación bajé a la terraza del hotel donde había quedado con Mistress Gladyx. No me costó reconocerla. Se encontraba sentada tomando un mojito al lado de una maleta de cabina. Nada más verla empecé a ponerme ya caliente imaginando las cosas que pudiera llevar en esa maleta…


Me acerqué y la saludé. Ella se levantó y se acercó hacia mí. Estaba preciosa con un vestido ibicenco blanco y unas sandalias de tacón. Según se acercaba la pude apreciar mejor. Su pelo rubio, media melena, sus ojos oscuros tan expresivos, sus labios iluminando su cara con carmín rojo, su cuello, sus hombros y su cuerpo bien esculpido que apreciaba a través del vestido. Realmente había tenido suerte con una mujer tan atractiva y que iba a ser mi ama.


Nos besamos y nos sentamos en la mesa. Yo pedí otro mojito y empezamos a charlar de todo un poco: del tiempo, del viaje, del hotel, de cómo era la habitación… Yo no podía de dejar de mirar hacia sus ojos, me tenían cautivado. Realmente me iba ser fácil adorar a esa mujer tan bella, y parecía que a ella le gustaba que mis ojos le mostrasen el deseo que empezaba a sentir.


Cuando ya terminábamos nuestras copas, Mistress Gladyx derivó la conversación hacia lo que iba a ocurrir después. Me preguntó si me había limpiado tal y como me había ordenado, a lo que yo le contesté que sí. A continuación me recordó los términos que habíamos acordado y me volvió a preguntar si estaba dispuesto a que, una vez traspasásemos la puerta de la habitación, perder mi voluntad y entregársela, así como mi cuerpo, mi deseo y mi placer, todo sería suyo. Me usaría a su antojo y sólo para su satisfacción. Yo asentí a todo y le dije que era lo único que deseaba en ese momento: servirla y complacerla en todo. Vi que por su mirada aprobaba mi repuesta, me añadió que desde ese momento ya no había marcha atrás.


Por indicación suya llamé al camarero para pagar las copas y nos dirigimos a la habitación. Mistress Gladyx me indicó con la mirada su maleta. Yo comprendí y la cogí por el asa arrastrándola tras de mí. Por fin llegamos a la puerta, ella se giró y me dijo:


- Ven aquí perrito. Aquí está la puerta. Una vez dentro me obedecerás en todo lo que te diga. No me podrás mirar a los ojos sin que yo te dé permiso. En todo momento te comportarás como el perro que eres. No te podrás dirigir a mí sin que yo te dé permiso, y cuando lo hagas siempre acabarás tus frases con Mistress Gladyx. Y por supuesto, ante cualquier cosa que hagas mal, que me disguste, o ante cualquier acto de desobediencia te daré tu merecido castigo. ¿Lo has entendido bien perrito?


- Sí Mistress Gladyx. – le contesté recordando la coletilla que tenía que usar.


- Perfecto perrito. – Replicó ella. – Ahora abre la puerta, pasa dentro y quédate de pie mirando al frente.


- Así lo haré Mistress Gladyx. – Dije mientras abría la puerta. A lo que ella me contestó:


- Perro, ya empiezas a ser malo. Nadie te ha pedido que hables. Esa falta de respeto me la cobraré dentro. ¡Vamos! ¡Entra y quédate quieto!


Yo un poco compungido entré y me quedé como había dicho. Escuché como Mistress Gladyx entraba y cerraba la puerta tras de sí, para luego escuchar cómo abría la cremallera de su maleta y sacaba algo. Ese algo no era más que un antifaz que tapaba mis ojos y que me ajustó bien desde atrás. Desde ese momento era como si se hubiese apagado la luz, yo ya no veía nada, por lo que traté de prestar mucha más atención a lo que percibía mi oído.


- Ahora perrito, desabrocha tu camisa, sácatela y déjala caer. – Me ordenó. Yo lo hice para a continuación escuchar:


- Desabrocha tus sandalias, sácatelas y déjalas al lado.


Lo hice también con cuidado de no caerme, pues al estar a oscuras era como si hubiese perdido parte de mi equilibrio.


- Continúa perrito. – Me volvió a decir Mistress Gladyx. – Quítate ese feo pantalón verde que sólo llevaría un miserable como tú.


Seguro que mi expresión mostró desacuerdo. A mí me gustaba ese pantalón tan fresco y más en días calurosos como ése. Pero sin rechistar me lo quité y lo tiré al lado con cuidado antes de volver a escuchar su voz ordenarme:


- Por último, sé un buen perro y quítate ese bóxer ridículo para quedar ofrecido ante mí.


Le hice caso y tras tirarlo quedé de pie y desnudo. De nuevo la escuché trastear en la maleta. A continuación noté que algo rozaba mi cuello y sabía lo que era. Me estaba ajustando un collar, creo que al notarlo se estremeció mi entrepierna imaginando lo que vendría después. Noté como ajustaba algo en el collar que luego rozaba mi espalda, y por el tacto supe que era una correa. Mistress Gladyx estiró de ella y me dijo a escasos centímetros de mi oído:


- Me apetece pasearte como el perro que eres. Ponte a cuatro patas y avanza siguiendo las órdenes que te dé mi correa.


Sin hacerla esperar, y sabiéndome desnudo mientras ella seguía vestida, me puse a cuatro patas. Noté un tirón hacia la derecha y hacia allí me dirigí. Oía sus pasos a mi lado y delante de mí. De nuevo la correa tiró con fuerza de mí, por lo que avancé más rápido hacia delante, gateando. Avanzaba según me tiraba, hasta que de repente me paré en seco al golpear contra algo con la cabeza. Sentí algo de dolor por el golpe. Estaba seguro que había chocado contra los barrotes del piecero de la cama. Escuché a Mistress Gladyx decirme:


- ¿Ves lo que pasa cuando eres un perro malo? Que yo no llevo cuidado. Ese golpe es el justo castigo por no haberme contestado como es debido en la puerta y por tu expresión de reprobación ante mis palabras sobre tu feo pantalón. ¿Te parece justo perro?


- Totalmente justo Mistress Gladyx. – Le contesté mientras grababa a fuego en mi memoria no volver a olvidar su nombre.


- Ahora sé un perrito bueno. Siéntate mirando hacia mí delante de la cama y levanta tu mano izquierda. – Me ordenó.


Lo hice y sentí como me anudaba una especie de tela a la muñeca. Luego noté un tirón por lo que pensé que abría anudado el otro extremo a la cama. 


- Levanta la mano derecha perrito. – Me volvió a ordenar.


Levanté mi mano y de nuevo noté cómo me la anudaba y otro tirón. Mistress Gladyx se apartó y me dijo por último:


- Ahora como un buen perro vas a esperar ahí a tu ama sin moverte y sin hacer un solo ruido.


Dicho esto escuché cómo sus pasos se alejaban y se cerró la puerta del baño.  Yo me quedé tal y cómo estaba, sin moverme. No tenía claro si ella estaría a un lado de la puerta o al otro, y no quería que me viera el más mínimo movimiento. Permanecí inmóvil, sentado ante la cama, notando el roce de la correa por mi espalda, con las muñecas atadas a los barrotes de la cama en posición de cruz, y con el antifaz en los ojos que no me dejaba ver nada. 


No sé cuánto tiempo pasé así, pero se me hizo eterno. No podía ni rascarme, cosa que a uno le apetece más cuando no lo puede hacer. El tiempo pasaba y yo no oía nada. Hasta que por fin escuché cómo se abría la puerta del baño. El sonido de unos tacones avanzando hacia mí me hizo escuchar con más atención. Mistress Gladyx se acercaba. Seguro que se había puesto tan sexy como la había visto en algunas fotos del foro. Escuché sus taconazos mientras iba y venía de un lado a otro. Me estaba empezando a excitar y notaba cómo mi pene empezaba a crecer por culpa de mi imaginación calenturienta.


De repente escuché cómo ella se paraba ante mí. Algo acarició mi mejilla y descendió por mi cuello hacia mi pecho. Por el tacto supe que era el extremo de una fusta, parecía de cuero como luego confirmaría al verla. La fusta siguió descendiendo acariciando mi pecho, mi abdomen, hasta llegar a mi entrepierna que se había puesto ya bastante dura con tanta excitación. La fusta subió por un lado de mi polla, paseó por su punta, hasta que descendió por el otro lado. Se apartó y noté cómo me golpeaba sin previo aviso. No fue un golpe fuerte pero algo dolió.


- ¡Perro malo! ¿No te he dicho que todo tu cuerpo me pertenece? ¿No te he dicho que tu deseo me pertenece? En ningún momento te he pedido que te empalmes y que me apuntes con esa mierda de polla de perro que tienes. – Me dijo Mistress Gladyx.


- Pero es que no lo puedo evitar. – Le contesté mientras recibía otro fustazo en la polla.


- No pensaba que te gustaría tanto que te castigase cuando me pediste que no hubiese dolor. Pero no me dejas otra perrito malo. – Me contestó ella. – Yo no te he pedido que hables y menos que lo hagas sin el respeto que merezco. ¿Es que nunca aprenderás?


Yo me quedé totalmente callado tratando de que la erección de mi polla disminuyese, cosa que ya estaba ocurriendo. No quería recibir más fustazos justo ahí. Tras un poco de silencio Mistress Gladyx me dijo:


- Ahora perrito es cuando quiero que muestres tu deseo por mí. Quiero que empalmes bien esa birria de polla que tienes, que seguro no servirá para darme placer. Voy a desatar las manos de la cama. Y así como estás, sin verme, quiero que muestres tu deseo por mí. ¡Quiero que te pajees para mí! ¡Hazlo perro!


Una vez desatado de la cama, llevé mi mano a la polla con la tela aún colgando de la muñeca. Mi verga empezaba a crecer de nuevo ante las palabras que acababa de escuchar. Y todavía creció más cuando empecé a masturbarme por Mistress Gladyx. Subía y bajaba la mano por todo mi rabo una y otra vez, imaginando cómo iría ella vestida. Me pajeaba teniendo en mente esos ojos que había visto antes, y esos labios rojos que me gustaría que fueran los que subían y bajaban por toda mi polla, en lugar de mi mano. Seguía masturbándome pensando en cómo me estaría mirando ella, seguro que complacida. Cada vez estaba más excitado, por lo que aceleré los movimientos de mi mano sobre la verga, mi respiración empezó a acelerarse… Si seguía así no iba a tardar en correrme para mi ama, pero de repente recibí un golpe de fusta en la mano, por lo que la aparté y dejé de pajearme, quedando a la expectativa.


- Te he dicho que te pajees perro malo, no que te corras. – Me dijo Mistress Gladyx. – Debes entender de una vez que tú eres mi objeto de placer. Estás aquí para satisfacerme a mí, para darme placer a mí, únicamente a mí. Tan sólo si yo quiero y cuando yo desee, tú tendrás placer, pero sólo si te lo ganas, cosa que de momento no perro malo, y menos con esa birria de micropene que tienes, por más duro que se ponga. ¿Te parece bien perro?


- Por supuesto Mistress Gladyx. – Le contesté mientras mi polla dura seguía temblando de excitación en el aire.


- Muy bien perrito. – Contestó ella. – Me gusta que seas obediente y respetuoso con tu ama. Ahora te voy a hacer unas preguntas que quiero que me respondas con sinceridad. ¿Te gusta follar duro un buen coño? ¿Y te gusta romper bien el culo de una mujer que lo desea? 


- Así es. – Le respondí. – Me gusta follar bien tanto un buen coño como un buen culo Mistress Gladyx.


- Me alegra escuchar eso perrito. – Me dijo ella. – Hay que estar siempre dispuesto tanto a dar como a recibir placer. Ahora te voy a quitar el antifaz para que me veas y veas todo lo que va a suceder desde este momento. Pero lo primero es que me mires a mí, quiero que me quede muy claro que me admiras y que valoras cómo me he vestido para ti.


Una vez dijo eso vino hacia mí y me quitó el antifaz, apartándose de nuevo. Estaba de pie frente a mí, y yo no podía hacer otra cosa que admirarla y desearla. Aunque no me lo hubiese ordenado, estaba tan sexy así vestida… Llevaba unas botas negras brillantes que superaban la altura de sus rodillas, con un tacón espectacular. Por encima de ellas se veían unas medias de rejilla que superaban la mitad de sus muslos. Tenía unas piernas que se adivinaban perfectas, al menos por los muslos que podía ver. 


Si seguía subiendo veía unos ligueros que sujetaban sus medias, desde su fin a las caderas. Y los ligueros son una prenda que me encanta, como demostraba mi polla temblando ante semejante visión. Su entrepierna estaba tapada por una braguita negra de encaje, semitransparente, aunque no llegaba a apreciar lo que escondía dentro de ella. Y más arriba, por encima de su cintura llevaba un corsé negro que apretaba  unos pechos no muy grandes, pero que ante semejante presión parecían querer salirse por el escote. Era algo realmente tremendo, al masturbarme no me la había imaginado tan sexy y sensual.


No podía ver sus manos porque estaban enfundadas en unos guantes de látex que le llegaban hasta un poco más arriba de sus codos. De ahí hasta los hombros sus brazos estaban desnudos. Luego su cuello, tan dulce y sensual. Su pelo rubio rodeaba el delicioso óvalo de su cara. En él destacaban sus sensuales labios rojos, bajo de su naricilla, y por último ahí estaban esos expresivos ojos oscuros fijos en mí y en mis reacciones. Sin duda le gustaba mi comportamiento, puesto que su mirada se tornó en una de aprobación, ante mi expresión de absoluto deseo por ella. 


Se giró y pude ver su parte trasera, sus hombros, parte de su espalda y un culo bien puesto, sin duda trabajado en el gimnasio. Y lo pude ver bien porque lo que yo había pensado que era una braguita resultó ser un tanga. De nuevo se giró y me preguntó:


- ¿Qué te parece lo que ves perrito?


- Me parece muy sexy y sensual. Una de las mujeres más bellas y atractivas con las que nunca he estado Mistress Gladyx. – Le contesté con admiración. A lo que ella me contestó con expresión complacida:


- Me ha encantado tu respuesta, así como tu mirada de deseo perrito, por lo que vamos a seguir con lo que tengo pensado para ti. Ponte a cuatro patas mirando hacia la cama y alarga tus manos hacia ése barrote.


Así lo hice mientras la correa que llevaba me quedaba colgando por un lado. Mistress Gladyx se acerco taconeando y se agachó para atar mis manos al barrote que me había indicado. A continuación se alejó hacia el baño dejándome a mí así atado. Y rápidamente regresó. Yo escuché sus tacones golpear el suelo, tanto a la ida como a la vuelta. Cuando regresó se puso delante de mí y con la fusta en su mano derecha me enseñó un objeto con su mano izquierda. Era una especie de rabo de perro, parecía real, pero tenía unos hilos en su extremo para poderlo anudar. Me gustaba la idea de que me atase el rabo para pasearme como perrito. Pero ella para mi sorpresa me dijo:


- ¿Ves perrito? Ése es el rabo que quiero que lleves para mí cuando te pasee. – Y dejándolo en la cama quedó a la vista otro objeto que llevaba escondido en el interior del rabo. – Lo voy a atar a esto y es así como lo vas a llevar. ¿Te gusta perrito?


Creo que mi erección perdió vigor de golpe, pues el objeto que me mostraba era una especie de consolador azul oscuro, curvado y con una especie de anillo en la parte trasera. La verdad es que me asusté. Mistress Gladyx pensaba meterme todo ese consolador por el culo.


Y es en este momento cuando voy a dejar mi relato. Me quedo con la sensación del miedo que sentí al imaginar ese consolador tratando de entrar en mi culo. La historia contnúa aquí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si lo que acabas de leer te ha provocado alguna sensación, ¡no lo dudes y cuéntamelo!
Gracias