Cuando te agregan a un
grupo de whatsapp nunca sabes si es para bien o para mal. Yo les tengo mucha
manía. La mayor parte de grupos en que me han metido sin avisar han acabado
silenciados, si es que no me he salido de ellos tras unos días. No puedo con
ellos. Por eso, cuando hace un par de años vi que me habían agregado a un grupo
llamado “Cena de clase”, lo miré con escepticismo. Tras mirarlo bien, vi que el
grupo era de la clase, pero no de la universidad no, sino de la clase del
colegio. ¡Hacía más de veinte años que no había visto a la mayoría de gente que
estaba en el grupo! Seguía teniendo contacto con un par de compañeros, pero la
vida nos había llevado por caminos muy diferentes, y de los demás apenas sabía
nada. Lo pensé bien y sonreí, podría estar bien la cena, me apetecía verlos a
todos, por lo que contesté que yo sería uno de los que acudiría a la cena de la
clase.
Después de unas semanas
concretando, por fin llegó el día de la cena. Antes de cenar nos fuimos saludando
todos y contándonos nuestras vidas, buenas vidas salvo excepciones. Me fui
fijando en el aspecto de la gente y vi que el paso del tiempo se dejaba notar
en los rostros de la mayoría, ya que algunas arrugas adornaban sus rostros, por
no hablar de la calvicie de algunos de ellos. Por suerte yo me encontraba entre
los mejor conservados, pero claro, como a mí siempre me dicen, yo he pactado
con el diablo, aunque la verdad, siempre pienso que es que la gente no se
cuida, porque hoy día, a los cuarenta, uno se puede mantener muy bien.
Una de las que vi más
desmejorada fue la que se sentó a mi lado en la cena, mi antigua amiga y compañera
de pupitre Luisa. Durante años fuimos juntos a clase, la ayudaba a hacer
trabajos y también salíamos dentro del mismo grupo de amigos, pero una vez fui
al instituto la cosa cambió, y todavía más cuando me fui a estudiar fuera. Nos distanciamos,
de hecho, creo que nos habíamos visto como mucho un par de veces. Pero allí
estaba de nuevo a mi lado Luisa, con sus increíbles ojos azules y sus manos
cogiendo mi brazo mientras hablábamos, como si no hubiesen pasado más de veinte
años desde que nos sentábamos juntos en el colegio. Vino a mi mente lo risueña
y alocada que era entonces. Es más, al mirarla recordaba que ella fue una de
las primeras chicas por las que sentí algo, pero nunca le dije nada porque,
además de ser un crío de doce años o así, ella siempre me contaba que le
gustaba tal o cual chico mayor, a veces incluso de dieciocho o más. Para ella,
en ese sentido, no existían los chicos de su edad por aquel entonces.
A pesar de sus
arruguillas seguía estando muy bien, tenía buen cuerpo, digno de la que todos
considerábamos que era la tía más buena de la clase. Durante la cena nos
contamos nuestras vivencias. Yo le hablé de mis relaciones, de mis estudios y
de mi trabajo. Ella me contó lo suyo. No quiso estudiar porque en su cabeza lo
único que había cuando dejó el colegio eran chicos. Y a eso se dedicó. Poco
después de dejar el colegio ya salía con un chico cinco años mayor que ella,
con el que se acabó casando a los dieciocho. Es más, a los veintidós tuvieron
una hija, Marian, de la que me enseñó una foto actual con su móvil. Su hija me
recordó a la Luisa que yo tenía guardada en mi memoria, delgada, ojos azules…
Salvo porque tenía el pelo negro, en lo demás parecía ella, pero con dieciocho
años claro. A continuación, me contó que dos años después de nacer Marian, su
marido murió en un accidente de coche quedándose sola con su hija. La noticia
me dejó helado. Le dije que lo sentía, pero ella me dijo que ya había pasado
mucho tiempo y que todo estaba bien, que había sido duro, pero trabajando mucho
había podido sacarlo todo adelante. Además, me contó que había tenido alguna
relación más, pero no le habían ido bien.
Me puse a recordar qué
hacía yo a los veinticuatro años. Me vi pensando únicamente en fiestas,
exámenes y por supuesto en chicas, por lo que alucinaba con lo rápida que había
ido la vida de Luisa, cuando yo empezaba a tener responsabilidades y a tener
que decidir hacia dónde enfocar mi vida, ella ya era viuda teniendo que pelear
con uñas y dientes para seguir adelante con su hija Marian.
De todas formas, a pesar
de esos pensamientos estuvimos hablando muy a gusto, no sólo entre nosotros,
también con el resto de compañeros. Contamos multitud de anécdotas, hablamos de
los profesores que tuvimos y, en definitiva, lo pasamos muy bien, que era de lo
que se trataba. Después de la cena nos fuimos a una discoteca a bailar para
seguir la noche tomando unas copas. Estuve bailando con todas las compañeras,
por supuesto también con Luisa, a la que acompañé a casa cuando decidió
marcharse. Por el camino fue cogida de mi brazo mientras íbamos charlando. Al
llegar a su casa me confesó que le había alegrado mucho verme y que lo había
pasado muy bien, yo le contesté que también había disfrutado de su compañía.
Tanto fue así que decidimos quedar a tomar un café a la semana siguiente, como
así hicimos.
Pero no sólo quedamos
para ese café, sino que hubo muchos más, como también alguna cena. Todo como
amigos, porque ninguno de los dos dio señales de otra cosa. A mí Luisa me
parecía atractiva y deseable, pero estaba feliz habiéndola recuperado como
amiga. A ella supongo que tampoco se le pasó por la cabeza tener nada más
conmigo, ¿o tal vez sí? Mi impresión era que ella buscaba una relación seria, y
eso no entraba en mis planes en ese momento. Además, su principal preocupación
era su hija Marian.
A fuerza de quedar con
ella me fue contando muchas cosas de su hija. Había repetido un curso porque
salía con chicos y no paraba por casa, o esa era la razón que veía Luisa, pero
luego se había centrado de nuevo y ese curso acabaría muy bien para pasar a la
universidad. Incluso, por petición de Luisa, había mantenido unas charlas con
Marian para orientarla, aunque la verdad es que ella lo tenía todo muy claro,
pues quería estudiar Odontología en Valencia, dado que yo había estudiado en la
misma ciudad. Pero no sólo me preguntaba cosas relacionadas con la universidad,
es más yo diría que estaba más interesada en saber cómo era la convivencia en
los pisos de estudiantes y también en cómo era la marcha nocturna
universitaria, lo propio de una edad de diecinueve vamos…
La mayor parte de las
veces que quedaba con Luisa, me decía algo negativo de su hija, por lo que no
tenía nada claro que se fuese a fiar de que Marian estudiase fuera de casa, en
Valencia. Lo que más la alteraba últimamente era la relación intermitente que
mantenía con un treintañero de mala vida, según ella. Me empezaba a dar cuenta
que no sólo se parecían físicamente, sino que también en su carácter y en su
forma de ser. Eso sí, Marian era tan alocada como pudo ser Luisa, le gustaban
también los chicos mayores como a ella a su edad, pero Marian sí quería
estudiar, no como Luisa a su edad. Como hacen algunos padres, Luisa no se daba
cuenta de que ella fue igual o peor que su hija a su edad. Yo trataba de
hacérselo entender, ella a veces me daba la razón, pero otras veces no lo
quería ver.
Pasó casi un año y llegó
el final de curso. Como Marian sacó una nota media suficiente para los estudios
que quería, Luisa me pidió que las acompañase a Valencia a finales de julio del
año pasado, cuando se tenía que matricular su hija, para ayudarlas a buscar un
piso de alquiler y para orientarlas por la universidad, dado que yo había
estudiado allí. Le comenté que tenía un amigo con un piso de alquiler en la
zona universitaria, y que hablaría con él, a ver cómo lo tenía. Así lo hice,
resultó que de cara al curso siguiente lo tenía libre, y me ofreció quedarnos
allí cuando fuésemos los tres.
En eso quedamos, pero
unos días antes de irnos, Luisa me avisó de que no se vendría porque se había
hecho un esguince bastante grave en un tobillo y que así no estaba para andar.
Primer contratiempo, me iba a tocar a mí irme solo con Marian, ¡para ejercer de
padre!
El día del viaje llegué a
casa de Luisa después de comer, como habíamos quedado. Cargamos el equipaje y,
tras despedirse con un fuerte abrazo de su madre, Marian se subió a mi coche.
Luego me acerqué yo a Luisa. Estaba de pie, apoyada en sus muletas, con
lágrimas en sus ojos, por lo que la abracé y la animé diciéndole:
- Cuídate Luisa. Y no te
preocupes que en un par de días estaremos de vuelta.
- Yo estaré bien. – Me
contestó. – Cuida bien de mi hija, que es lo único que tengo.
- Así lo haré. Tranquila
que te la devolveré de una pieza. – Le contesté yo.
Nos dimos dos besos y
subí al coche para emprender el viaje. Durante el viaje hablaba con Marian de
cosas triviales, hasta que se durmió, lo que nunca debe hacer un buen copiloto.
Dos horas después llegamos a Valencia. Avisé a mi amigo de que ya estábamos
bajo de su piso, apareciendo en un rato. Le aclaré que la madre de Marian no
había podido venir, pero que si le gustaba a ella y el alquiler era bueno no
habría problema. Nos enseñó el piso, a Marian le gustó, pero le pareció claro.
Él le explicó que tenía tres habitaciones, por lo que debía buscar compañeras
de piso para que se dividiesen los gastos entre las tres. Como yo ya le había
contado cómo era la vida universitaria, ella asintió y dijo que podría hablar
con una compañera de clase que también estudiaría en Valencia. Yo también añadí
que también podía poner carteles para compartir piso por los tablones de la
universidad, como hacíamos antes, lo que le gustó más porque no tenía una gran
relación con su compañera de clase.
Mi amigo se marchó
dejándonos en la casa. Me dijo que no me preocupase por devolverle las llaves,
que entre él y yo no habría problema, como así era. Una vez se fue, le comenté
que deberíamos ver más pisos, por si algún otro le gustaba más. Por lo que, nos
fuimos a la universidad para anotar algunos números de teléfono de pisos que
pareciesen interesantes y verlos al día siguiente. Llamé a unos cuantos números
y conseguimos quedar para ver varios pisos al día siguiente, tanto por la
mañana como por la tarde. De paso vio su facultad, lo que le gustó bastante.
Como teníamos que madrugar al día siguiente, volvimos para casa. De camino, la
invité a cenar en un restaurante cercano, que conocía de mi época estudiantil.
Allí, Marian me contó que tenía muchas ganas de estudiar en Valencia y salir de
casa, por una parte, por la ilusión que tenía, pero sobre todo porque ya no
soportaba que su madre la controlase tanto y se metiese en todo lo que hacía,
como por ejemplo con los chicos con los que salía, que si la edad, que si qué
pretendían con ella… Le dije que tratase de entender que era su madre y se
preocupaba por ella, pero que tuviese claro que su madre a su edad no fue
ninguna santa, sin entrar en detalles, por supuesto.
Después de la cena,
volvimos a casa. Charlamos un rato más en el salón, para irnos a dormir, cada
uno a su cuarto. A mí me costó un buen rato dormirme, por eso cuando tocó el
maldito despertador del móvil casi lo tiro al suelo. Pero me levanté para
acompañar a Marian a hacer su matrícula. Cuando acabó, fuimos a ver unos pisos,
y después de comer vimos un par más que nos quedaban. La verdad es que no hubo
suerte, y los pisos que vimos o no estaban muy bien, o si lo estaban era
demasiado caros, por ello Marian me dijo, que se quedaba con el de mi amigo,
que era el mejor. Estuve de acuerdo con ella, ya que por ese precio no vimos
ninguno que estuviese bien.
Tras terminar de ver
pisos, Marian me dijo:
- Oye, aún no son las
seis. Estamos en Valencia, nos vamos mañana por la mañana, y tú la conoces
bien. ¿Por qué no me llevas a tiendas de ropa guay?
- Vale. Te llevaré a la
zona de Colón. – Le contesté. – Seguro que allí encuentras algo que te gusta.
Cogimos el coche y
aparcamos en un parking, para a continuación entrar a todas las tiendas de moda
joven de la zona. Marian estaba tremendamente contenta probándose ropa. Salía
del probador para que viese lo bien que le quedaba, y así era. En su joven y
delgado cuerpo todo quedaba bien. Yo la miraba ir de aquí para allá. Cada vez
me recordaba más a su madre cuando tenía su edad, en versión de pelo negro
claro. Además, su alegría era contagiosa, pues me sentía como veinte años más
joven. Yo también me compré algunos pantalones y camisetas, que por supuesto,
me hizo probar desfilando ante ella para darme el visto bueno.
Un buen rato después
cargamos el coche de bolsas y nos fuimos a casa. Nos cambiamos y nos fuimos a
cenar. Como me lo había pasado tan bien con Marian, la llevé a un buen sitio a
cenar. Pedí un buen vino, aunque ella me dijo que no entendía de vinos, sólo de
cubatas. Por lo que durante la cena la enseñé un poco a catar. Era gracioso
verla arrugar su naricilla olfateando, aunque me decía que no notaba ninguno de
los aromas que yo decía. La cena fue pasando entre risas y una charla animada.
Luego ya la llevé a un pub que no conocía y allí nos tomamos el cubata que
tanto quería. Bailamos un rato, pero pronto nos fuimos a casa. De camino al
piso se cogió de mi brazo de igual modo que hacía su madre, por lo que de nuevo
pensé en lo mucho que me la recordaba.
Tras volver a casa,
hablamos un poco de lo bien que lo habíamos pasado y nos fuimos a dormir. Pero
yo no hacía más que dar vueltas en la cama sin poder dormir, por lo que cogí mi
portátil y me fui al salón. Se me ocurrió ponerme a escribir una nueva historia
para mi blog, así que lo abrí y ojeé las historias que ya había contado.
Recordé una interesante aventura del pasado que todavía no había contado y
empecé a escribirla. Estuve un rato escribiendo, pero por suerte empezaron a
pesarme los párpados, por lo que guardé lo que llevaba escrito, cerré la tapa
de mi portátil y me fui de nuevo a la cama, donde esta vez sí caí rendido.
No sé cuánto tiempo pasó,
pero al cabo de un rato algo me despertó. Notaba que el colchón se movía
suavemente, a la vez que escuchaba el sonido de un roce. Alargué mi mano a la
mesilla de noche y apreté el interruptor de la lamparita. La habitación se
iluminó y pude ver bien que tenía a Marian a mi lado sobre la cama. Aluciné.
Estaba completamente desnuda tumbada boca arriba. La observé de arriba a abajo
rápidamente. Su melena negra, sus ojos azules, su naricilla, sus labios
carnosos, sus hombros, sus pechos, más bien pequeños pero turgentes aún boca
arriba, su abdomen, sus muslos, sus piernas… Pero lo peor era que en su mano izquierda
tenía el móvil con la pantalla encendida mientras su mano derecha se deslizaba
arriba y abajo por su entrepierna masturbándose. Ése era el movimiento que yo
había sentido al despertar. Por suerte, yo no estaba totalmente desnudo a pesar
del calor que hacía, sino que llevaba el pantalón corto de mi pijama. Una vez
salí de mi asombró le grité:
- ¿Pero qué coño haces?
- ¿Qué coño? El coño me
lo estoy tocando. ¿No lo ves? – Me contestó Marian.
Su respuesta me dejó
atónito. Por lo que le volví a gritar:
- ¡Tú te has vuelto loca!
Vamos, levántate.
- Loca me has vuelto tú.
– Me contestó, y levantándose me acercó la pantalla del móvil para añadir. –
Loca me ha vuelto esto. ¡Mira!
Miré y en la pantalla de
su móvil vi mi blog. Si no recuerdo mal estaba leyendo el relato de La última cena de trabajo. Yo pensé: ¡Tierra trágame! ¿Cómo lo sabe?
- No me mires con esa
cara. – Añadió Marian. – Yo tampoco me dormía. Sería por el alcohol y la
emoción del día. Te he oído volver a tu habitación un rato después de estar en
la cama, y más tarde he decidido que yo también iba al salón a ver la tele un
rato. Pero he visto sobre la mesa el portátil, no sé por qué he abierto la tapa
y me he encontrado con tu rincón: El Rincón Sensual de Eros.
Tal como decía eso yo
recordé que sólo había cerrado la tapa, como si no hubiese nadie más en casa. Y
como no tenía contraseña para el portátil, pues sólo lo usaba yo, cuando la
abrió se encontró mi blog con el relato a medio escribir. ¡Qué fallo! Marian
seguía hablando:
- Tranquilo que no he
modificado nada, pero me he puesto a leer tus historias. Poco a poco me he ido
calentando hasta que he empezado a tocarme el coño. La verdad es que me he
metido en las situaciones que describes como si fuera yo la que las vivía. Hay
gente que cuando coincide con un actor, con un cantante o con un escritor, le
pide una foto o un autógrafo. Pues yo hoy he descubierto un blog que me ha
gustado y que me ha puesto muy cachonda, además, he descubierto a su autor,
pero yo en lugar de pedirle un autógrafo, he decidido masturbarme a su lado, un
privilegio al que pocos lectores podrán aspirar. ¿Tan mal te parece?
Empezó a avanzar hacia mí
de rodillas por encima de la cama. Así pude ver bien sus pequeños pechos con
sus pezones duros, y también su entrepierna. Tenía algo de vello negro bien
recortado sobre su rajita, que vi brillante sin duda por los fluidos propios de
su calentura. Ella seguía avanzando hacia mí lentamente. Como no soy de piedra,
empecé a notar cómo mi pene traidor tenía vida propia y empezaba a crecer por
debajo de la tela, a pesar de que yo no quería que lo hiciera.
- Para, esto no está bien
Marian. – Le dije como intento de que no ocurriera lo inevitable. - ¿Qué
pensaría tu madre de esto?
- Mi madre no está aquí.
– Me contestó. – No soy ninguna tonta, llevas tiempo viendo a mi madre. No sé
si te la habrás follado ya, pero conmigo seguro que no lo has hecho. La que
está aquí soy yo, no mi madre, así que olvídate de ella ahora. Soy yo la que se
ha puesto cachonda por leer tus historias. Ambos somos adultos, y quiero
comprobar de primera mano todo eso que cuentas en tu blog. Además, he visto que
me acabas de mirar el coño y habrás visto que me babea por tu culpa. Así que
tal y como he leído en una de tus historias, tendrás que borrar los rastros de
tu culpa: ¿Me secas?
A la vez que hacía la
pregunta señaló el móvil y lo dejó sobre la cama, dejándome claro que había
leído mi primer relato. Pensé en cuánto tiempo habría estado despierta
leyéndome, pero ya no me dio tiempo a pensar más, pues a la vez que dejaba el
móvil pasó uno de sus muslos por encima de mí. Marian tenía sus piernas a ambos
lados de mi cabeza y empezó a bajar. Yo notaba perfectamente el aroma de hembra
en celo que manaba de su entrepierna según se acercaba. Al mismo tiempo sentía
una erección que ya elevaba la tela de mi pijama de forma evidente. Se sentó
del todo y puso su coñito sobre mi boca, notándolo yo bien mojado. Hice un
último intento de resistencia, aunque sin mucha convicción, poniendo mis manos
sobre sus caderas y empujando hacia atrás para separarla de mí. Pero Marian
puso sus manos sobre las mías y empujó hacia adelante, apretando más su
entrepierna contra mi boca, por lo que no me quedó más opción que tratar de
secarla con mi lengua, algo que realmente yo ya deseaba…
Mientras mis ojos se
fijaban en los de Marian, llenos de deseo, fui moviendo mi lengua alrededor su
coñito. Era el coño más joven que me comía en muchos, pero muchos años, tantos
que ya había olvidado ese tacto. Estaba tan jugoso y mojado que mi polla se endureció
totalmente mientras se lo lamía. Se notaba que Marian estaba muy caliente ya,
pues gemía mientras mi lengua pasaba arriba y abajo por toda su rajita. Me
sabía a pura miel, era delicioso saborear su coño con mis manos magreando su
duro culo. Subí con mi lengua hasta llegar a su clítoris y empecé a rozarlo con
avidez, lo que puso ya a mil a Marian porque sus gemidos se hicieron más
fuertes y más seguidos. Lo que aún fue a más cuando conseguí atrapar su
excitado clítoris entre mis labios para comenzar a mordisquearlo suavemente.
Ella dio un respingo, pero pronto se dejó hacer de nuevo. Lo apreté una vez más
para a continuación volver a lamer todo su coño de abajo a arriba y de arriba a
abajo. Movía mi lengua con rapidez mientras Marian gemía, pero cuando volví a
rozar su clítoris empezó a mover su pubis adelante y atrás sobre mi boca, me
cogió la cabeza del pelo y la apretó contra ella, a la vez que gritó:
- Siiiiiiiiiii, sigue sí,
siiiiiii, ¡qué gustooo! Me corrooooooooo…
Yo recibí su corrida en
mi boca con enorme gusto. No dejé de lamer mientras su néctar se colaba entre
mis labios, me encantaba sentir cómo se mojaba mi boca. Marian fue dejando de
agitarse poco a poco hasta quedarse quieta del todo, según disminuía su excitación,
pero la que no bajaba era la de mi polla, que, de tan dura que estaba por lo
sucedido, parecía que quería atravesar la tela de mi pantalón.
Ella se levantó y se
apartó a un lado. Miró hacia mi entrepierna y me dijo:
- Parece que ya estás más
receptivo. ¡Bonita tienda de campaña!
- Es por el sabor de los
jugos de tu coño. – Le contesté, e incorporándome añadí. – Ven, acércame tu
boca, quiero conocer también su sabor.
La acerqué hacia mí con
mi brazo. Cuando su boca estuvo junto a la mía, lo primero que hizo Marian fue
pasar su lengua por mis labios, llevándose parte de los restos de su corrida. A
continuación, se relamió mirándome lascivamente, para ya por fin fundir su boca
con la mía en un apasionado beso. Nuestras lenguas se enroscaron jugando una con
otra en una sensación muy placentera. Tras ello, le mordí su labio inferior, lo
que por su expresión le gustó, y luego me devolvió el mordisco, sintiendo yo la
misma sensación que produce mezclar el placer con un leve dolor.
Marian se volvió a
levantar, se giró, y avanzando a gatas se dirigió a mi pantalón. Me cogió el
rabo apretando fuertemente con su mano, mientras soltaba un gemido de
aprobación. Sin duda le gustaba que tuviese la polla bien gorda y dura. Empezó
a subir y bajar su mano masturbándome por encima de la tela, hasta que se
cansó. Me la soltó, y de golpe estiró de la goma del pantalón echándolo para
atrás. Mi verga sorprendida, saltó en el aire quedando temblando delante de
ella. Levanté mi pubis y así Marian pudo bajarme el pantalón del todo, hasta
llegar a mis pies, cuando ya los lancé por el aire con dos patadas.
De nuevo Marian volvió
hacia mi rabo, lo miró otra vez y me miró a los ojos relamiéndose. Llevó una
mano hacia mi escroto para acariciarme. Apretó suavemente cada uno de mis huevos,
para después volver a llevar su mano a mi polla. Me pajeó subiendo y bajando su
mano por todo el tronco una y otra vez. Según lo hacía me la estrujaba con
fuerza, por lo que yo notaba las venas de mi verga a punto de estallar. Cuando
la tuvo bien gorda se inclinó y me pasó la lengua por el capullo. Me lo estaba
lamiendo como si se estuviese comiendo un helado, pero con cada lametón yo
sentía como una descarga eléctrica recorriendo mi columna.
Por la posición en que se
encontraba Marian podía ver perfectamente su culo en pompa a mi lado. Era
precioso, pero alargué la mano para tocárselo de nuevo y lo encontré bien duro
y terso, lo propio de una chica tan joven. Según se lo magreaba, ella empezó a
rodear mi capullo con sus labios. Se puso a subir y bajar su boca por toda mi
polla produciéndome un intenso placer. Me gustaba la manera en que me
succionaba al llegar arriba, cómo me apretaba con su mano la verga acompañando
la mamada. No sabía la experiencia que tendría a su edad, pero me estaba
haciendo un tratamiento magnífico. Tras un rato mamándomela bien, subió y me
doy un mordisco en el capullo. En ese momento el que dio el respingo fui yo, no
me lo esperaba, pero realmente me gustó. Se puso de nuevo a chuparme la polla.
Mientras lo hacía, yo dejé de sobar su duro culo y la empujé para que pasase
una pierna por encima de mi pecho. Quedó de nuevo su coño mojado ante mi boca,
pero esta vez visto desde atrás. La visión de su culo y de su coñito abierto
era de lo más morbosa. Le pegué un lametón de atrás a delante, pero Marian dejó
de mamármela diciéndome:
- No, no, no… Si me
vuelves a comer el coño así, me das demasiado placer, me desconcentras y no
podré mamártela como me gusta, hasta sacarte tu leche.
Yo le hice caso, por lo
que me dediqué únicamente a acariciar su trasero, sus muslos y, alargando un
poco la mano, sus pequeñas tetas pellizcando también sus duros pezones. Ella
seguía a lo suyo, bien concentrada. Se puso a acariciar mis huevos con una
mano, mientras con la otra subía y bajaba por mi polla, retorciéndomela,
apretándomela… A la vez, tenía todo mi capullo en su boca, me lo succionaba, me
lo lamía. Yo gemía, estaba llegando al límite, pero más aún cuando empezó a
acelerar todos sus movimientos, bajando y subiendo su boca, junto a su mano,
por toda mi verga. Empecé a gemir más fuerte, más rápido, y de forma
entrecortada le dije:
- Ufffff, si no paras me
voy a correr ya Marian.
Pero ella, lejos de
parar, siguió y siguió. Me comía la polla con avidez, con auténtica pasión,
hasta que empecé a agitarme, levantando y bajando mis caderas de la cama. En
ese momento ella apartó su boca para empezar a pajearme con su mano a toda
velocidad, apretándomela, exprimiéndomela, a la vez que me dijo:
- Siiii, te noto a punto
ya. Ahora es cuando quiero que te corras, quiero ver tu fuente de leche para
mí, ¿sí?
Tras escuchar esas
palabras no pude aguantar más y me corrí abundantemente sin remedio:
- ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaah!
Diooooooooos, siiiiiiiiiiiii.
Marian seguía con su cara
delante de mi polla, sin dejar de masturbarme mientras mi verga soltaba sus
chorros hacia arriba, formando la fuente que ella quería. Yo gemía y me movía. Mi
capullo seguía escupiendo leche, incluso vi algún goterón saltar por encima de
su cabeza, seguro que algún otro le habría dado en su cara. Poco a poco mis
disparos se fueron acabando, hasta que ya no sentí ningún espasmo en la polla,
pero ella no dejaba de pajearme, como si quisiera que me volviese a correr
instantes después de mi orgasmo. Su mano no paraba de moverse rápidamente, sin
duda Marian era una auténtica mamporrera. Llegó un momento en que empecé a
sentir algo de dolor por el pajote que me estaba haciendo, y por la reciente
corrida claro, así que le aparté un poco la mano. Ella lo entendió y me dijo:
- ¿Qué pasa? ¿Te has
cansado ya de pajas? ¿Quieres otra cosa? Vale, yo también. Voy a por algo para
follar. No te muevas…
Se levantó y salió de la
habitación. La vi caminar grácilmente, como una pantera de pelo negro. Un pelo
que se agitaba sobre su espalda según andaba, pero lo que me hipnotizó fue el
movimiento de sus perfectos glúteos… Su cuerpo desnudo me volvió a recordar al
de su madre Luisa, no lo había visto desnudo no, pero sí en bikini. Con Luisa
no conseguí nada antaño, a pesar de haberlo querido, pero en cambio sí que me
había hecho correr su hija, y poco después me la iba a follar sin haberlo
esperado, no dejaba de ser irónico el destino.
Lo bueno del tratamiento
que le había dado Marian a mi polla es que, a pesar de pensar en lo anterior,
mantuve mi erección hasta que ella volvió a entrar en la habitación. Tampoco
había tardado mucho y reapareció con una caja de condones en su mano. Cuando se
miró bien me dijo:
- Te has portado bien. Tu
polla sigue bien dura para que me la meta toda.
- Claro. ¿Es que lo
tenías previsto? – Le pregunté. - ¿O es que siempre vas bien preparada con caja
y todo? Yo la verdad, no pensaba acabar así contigo…
- Bueno, nunca se sabe,
más vale prevenir… - Me respondió. – Además, fíjate, ciudad nueva, ¡polla
nueva!
Tras decir eso nos reímos
los dos a carcajadas. A pesar de que la conocía poco, teníamos una buena
complicidad, lo que es algo que me hace disfrutar más. Parecerá una tontería,
pero el sexo salpicado de risas suele ser bueno.
Cuando dejamos de reír,
Marian señaló la caja, sacó una funda, la rompió, sacó el preservativo y se acercó
a mí. Yo seguía tumbado boca arriba en la cama, por lo que ella de nuevo se
subió de rodillas. Se puso el condón en la boca, mientras me pajeaba otra vez
con su mano, como para asegurarse de que mi polla iba a estar dura. Lo dejó
para agacharse sobre mi verga y así ponerme el preservativo con la boca ayudada
de sus manos, desplegándolo del todo, hasta la base de mi rabo. A lo largo de
mi vida, alguna que otra vez me han puesto así el preservativo, pero no muchas,
y reconozco que es la forma que más me excita de ponérmelo.
Una vez lo tuve bien
puesto, hice ademán de levantarme para poder follarla a gusto, pero Marian me
hizo que no con un gesto del dedo y me dijo:
- No, no, no… Los
viejecitos deben tener sexo descansado, no sea que no me dures nada.
- ¡Mira tú la cría esta!
– Le repliqué yo.
Reímos de nuevo por su
ocurrencia y ya entramos en materia. Avanzó de cara hacia mí con sus piernas a
ambos lados de las mías hasta que llegó a la altura de mi entrepierna. Ahí paró
y empezó a dejarse caer, guiando con su mano mi polla hasta la entrada de su
coño. Cuando apuntó bien, descendió lentamente metiéndose poco a poco todo mi
rabo. Su cara me decía que estaba sintiendo auténtico placer según iba entrando
todo mi miembro, hasta que estuvo ya todo dentro. Se relajó un poco e
intercambiamos una mirada llena de deseo. En sus ojos azules pude ver auténtico
fuego, como supongo le mostrarían los míos a la vez. Poco a poco Marian empezó
a mover sus caderas adelante y atrás sobre mí. No se levantaba, sólo arrastraba
su pubis sobre el mío, como rozándose. Puse mis manos sobre sus muslos y se los
acaricié. Ella elevó sus manos sobre mi abdomen hasta llegar a mi pecho. Una
vez llegó empezó a cabalgarme.
Primero se alzaba y se
dejaba caer despacio, para luego ir acelerando. Subía lentamente y se dejaba
caer de golpe sobre mí, metiéndose así toda la polla hasta dentro. Una y otra
vez, una y otra vez, arriba y abajo, cada vez más rápido. Nuestras miradas
seguían fijas en los ojos del otro, sintiendo más si cabe el enorme placer de
su cabalgada. Mientras ella subía y bajaba fui llevando mis manos de sus muslos
a su cintura, para ayudar en su movimiento, pero ella seguí igual, se
levantaba, se dejaba caer, se volvía a levantar…
Llegado el momento se
echó hacia delante y me besó. Le devolví el beso metiendo mi lengua en su boca,
buscando la suya, jugando con ella… Se levantó un poco y quedó inclinada sobre
mí, de modo que sus pechos quedaron cerca de mi boca, por lo que aproveché para
lamerlos levantando mi cuello. Los lamí bien, los besé, y por supuesto,
succioné sus pezones duros, porque me encanta. Ella se movía adelante y atrás,
más despacio, mientras yo trataba de ayudar a su movimiento con mis manos en su
culo, levantando y bajando mi pelvis de forma acompasada con su vaivén.
Estuvimos así un rato,
empujando y moviéndonos lentamente hasta que Marian se levantó del todo y se
echó para atrás. Apoyó sus manos en mis muslos y empezó a subir y bajar sobre
mi polla. En esa posición podía ver bien aparecer y desaparecer toda mi verga
entre los pliegues de su coño, algo muy excitante. De nuevo empezó a acelerar,
gimiendo más cada vez que bajaba hasta chocar conmigo. Yo también dejaba escapar
algún gemido, pero menos que ella. Veía como en esa posición mi polla rozaba
más su coño, por lo que tenía claro que iba Marian aguantaría así poco sin
correrse, y todavía menos porque cada vez se dejaba caer con más fuerza sobre
mí, como si tratase de romperme la verga, la verdad es que me estaba
destrozando, pero yo aún tenía aguante por mi reciente corrida. No sé si habría
vecinos, pero estábamos armando un buen escándalo a esas horas, sobre todo
porque en esa posición, cada vez que Marian se dejaba caer con fuerza el
cabecero daba un buen golpe contra la pared.
Sus gemidos se aceleraron
más, sus movimientos también, subía bajaba, subía bajaba, ummmm, era muy
placentero verlo, pero sobre todo sentirlo. Sin previo aviso, se puso vertical
y se puso a cabalgarme fuertemente, como al principio, diciéndome:
- Esta posición me pone a
mil, estoy cerca, estoy cerca…
- Sí, Marian, sigue así,
córrete, disfruta de mi polla. – Le dije yo también con la voz entrecortada.
Siguió subiendo y bajando
sobre mi verga, una y otra vez, una y otra vez. Gemía ya como una posesa.
Empezó a girar la cabeza y gritó:
- Cabroooooooooon, me
corroooooooooooo, ¡aaaaaaaaaaaaaaaaah!
Según lo decía se empezó
a agitar. Sentí como las paredes de su coño apretaban y aflojaban mi verga, en
unos espasmos que estuvieron a punto de llevarme al clímax, pero aún no,
aguanté viendo cómo se le desencajaba a Marian el rostro y como disfrutaba de
su corrida. Poco a poco dejó de moverse, poco a poco su respiración volvió a la
normalidad mientras disfrutaba de su corrida con las mejillas coloradas y los
ojos en blanco. Tuvo un fuerte un orgasmo y yo sonreí complacido, mientras
volvía a subir y bajar mis caderas para follármela desde abajo. Yo estaba
cachondo, necesitaba correrme, pero no quería que ella dejará de sentir placer
en eso momento. Así que esperé a que se calmase del todo y entonces separé mis
manos de ella para ordenarle:
- Marian, ¡ponte a cuatro
patas! Que te quiero follar por detrás.
- ¿Un viejecito como tú
puede seguir mi ritmo en esa posición? – Me preguntó ella.
- ¿Acaso lo dudas? – Le
contesté. - ¡Ahora verás de lo que es capaz un cuarentón en buena forma!
Me obedeció y se puso a
cuatro patas. Yo me puse tras ella, con lo que pude disfrutar la espectacular
perspectiva de su perfecto trasero. Me acerqué de rodillas sobre la cama, por
detrás. Llevé mi capullo a su entrada y le metí toda la polla de golpe, de un
empujón, hasta que mis huevos chocaron en su entrepierna. Gemí yo, pero más
gimió ella. Me quedé un momento así parado disfrutando del calor de su coño
bien húmedo, para luego empezar a moverme. Tal y como lo había hecho Marian,
primero despacio, disfrutando de la amplitud de la penetración, de lo bien que
me acogía su estrecho coño. Pero ella insistió en el tema:
- ¿Ya está? ¿Esto es
todo? ¿No estabas en buena forma? ¡Dame cañaaaaa!
No le contesté, pero dada
la petición aceleré mis movimientos de jodienda. Empecé a meterle empujones
violentos. Le metía toda la polla de golpe en su ya encharcado coño, para
sacarla más despacio. Más que hacer que se corriese, quería reventarla a
pollazos. Le di un par de fuertes nalgadas y ella se agitó mientras gemía
fuertemente. No me cabía ya ninguna duda de que a Marian le iba el sexo duro,
nada de suavidad con ella.
Seguí bombeando con toda
mi energía. Metiendo y sacando toda mi polla de su coño con toda la fuerza que
podía. Escuchaba como sus gemidos de nuevo iban creciendo en volumen. Oía
también el fuerte golpe que daba el cabecero contra la pared en cada una de mis
embestidas, cada vez más fuerte porque cada vez la penetraba con más vigor.
Para ayudarla llevé mi mano a su entrepierna y empecé a rozar su clítoris con
cada violento empujón.
Me eché sobre ella y bajé
un poco el ritmo de mi follada para poder cogerle el cuello con la mano libre.
Ella levantó la cabeza. Le apreté un poco la garganta y Marian comenzó a
acompañar mis movimientos llevando su culo hacia adelante y hacia atrás. Le
estaba gustando… Sin dejar de embestirla, le solté el cuello y cogí sus cabellos
formando una cola. Marian levantó aún más su cabeza, y yo aproveché para volver
a embestirla así con fuerza, cada vez más fuerza. Quité la mano de su
entrepierna y le di otra nalgada más. Ella gimió, le di otra más fuerte y gimió
aún más. Solté su pelo de mi mano por lo que pude llevar mis manos a sus
caderas y así bombear todavía más fuerte apoyada en ella. Polla dentro, polla
fuera, polla dentro, polla fuera… Cada vez más rápido, cada vez más profundo.
Nuestros gemidos se mezclaban. Yo estaba a punto, disfrutando mucho con
semejante jodienda. Tras unas fuertes embestidas más, paré el mete saca y le
dije con la respiración agitada:
- Marian, me voy a correr
pronto, ufffffff.
- Sí, hazlo, siiii. – Me
contestó entre gemidos. - Córrete sobre mí, quiero correrme mientras noto como
tu leche caliente moja mi cuerpo, siiiii. ¡Vamos, riégame!
Según lo dijo, le di unas
embestidas lo más fuerte que pude y saqué mi durísima polla de su coño. De un
tirón me saqué el condón y empujándola de su culo la hice girar para quedar
boca arriba. Así Marian empezó a masturbarse frotando su clítoris con los
dedos, ella quería correrse conmigo. Bajé de la cama de un salto, la cogí de
sus dos pies y estiré hasta que sus caderas quedaron a la orilla de la cama.
Ella levantó sus piernas y yo acerqué mi polla a su entrepierna. Aparté su mano
del coño, para así separar sus labios con mis dedos y poner ahí mi verga.
Empecé a bombear de nuevo en esa posición, sin metérsela, haciendo que toda mi
verga rozase su ofrecido clítoris en cada movimiento, pero tras unos pocos
movimientos me corrí sin remedio gritando:
- ¡Aaaaaaaaaaaah!
¡Aaaaaaaaaah! Toma mi leche, siiiii, ¡tómala! Ummmmmmm.
De mi polla empezaron a
salir de nuevo los chorros de mi leche caliente que caían sobre su tersa y
suave piel, sobre todo sobre su abdomen, pero algunos fueron a parar a sus
pechos. Marian empezó a restregarse mi semen caliente sobre su piel,
masajeándose, y como yo no dejé de rozar su clítoris con mi verga, poco después
de que yo gritase, lo hizo ella:
- Siiiiii, siiiiii,
siiiiiiiiiiiiiii. Tu leche siiiiiiiiiiiii. ¡Qué gustoooooo! ¡Aaaaaaaaaaaah!
Arqueó su cuerpo, levantó
su pelvis, la bajó y la volvió a levantar, para volverla a bajar una vez
relajada ya. Había tenido otro buen orgasmo…
Tras relajarnos un poco y
recuperar el resuello, me eché sobre ella y la besé. Sus labios fueron de nuevo
receptivos, así que me devolvió un beso infinito y apasionado. La abracé para
echarme después junto a ella en la cama. Nos acostamos bien juntos. Estuvimos
charlando un rato, comentando lo sucedido de muy buen rollo, hasta que cuando
vi que los primeros rayos del sol empezaban a asomar por las rendijas de la
persiana, ella se quedó dormida sobre mi pecho de forma muy placentera. Como al
día siguiente, por no decir ese mismo día, no teníamos prisa, quité la alarma
del despertador, y no tardé en caer rendido yo también. Había sido una noche
larga, muy larga sí, pero muy placentera también.
Cuando despertamos ya era
casi mediodía. Con una charla muy agradable recogimos todo antes de ducharnos y
nos preparamos para emprender el viaje de vuelta, después de comer algo claro.
Una vez todo guardado en el coche nos pusimos en marcha. El viaje de vuelta fue
muy ameno. La complicidad entre Marian y yo rozaba límites insospechados, por lo
que era muy evidente que la edad sólo es un número, entre ella y yo lo
pasábamos estupendamente. Dos personas pueden tener mucha química
independientemente de su fecha de nacimiento, nosotros fuimos la prueba.
Al llegar a nuestro
pueblo, paré antes de llegar a casa para hablar seriamente con Marian. Los dos
estuvimos de acuerdo en que iba a ser muy difícil repetir lo que había sucedido
entre nosotros, pero a los dos nos apetecía en verdad. También estuvimos de
acuerdo en que su madre no se podía enterar de ninguna manera de lo que había
sucedido entre ella y yo. Una vez aclarado todo volví a arrancar hasta llegar a
su casa.
En la puerta nos esperaba
ya Luisa con sus muletas. Tal como la vi, lo primero que sentí fue una enorme
vergüenza por lo que había hecho con su hija. Me consideré uno de los peores
traidores, pues ella había depositado toda su confianza en mí, y yo lo que
había hecho era abusar de su confianza para acabar fallándome a su preciada
hija. Pensé en la frase que le dije en la despedida, que se la devolvería de
una pieza. La verdad es que después de haberle abierto bien el coño a Marian
con mi polla, no tenía claro que se la estuviese devolviendo de una pieza, y
más aún si pensaba en que sobre su piel habían caído piezas mías con cada
corrida…
Luisa, tras abrazar a su
hija y comérsela a besos, me dio a mí los dos besos de rigor y nos dimos un
abrazo. Fue una buena forma de no tener que aguantar su mirada. Entramos a su
casa y le contamos los pormenores de todo el viaje, con excepción de lo que único
que realmente rondaba mi mente claro. Después de estar un rato charlando, me
despedí. Luisa me agradeció enormemente la ayuda que le había prestado y
quedamos en que me invitaría a cenar para compensarme las molestias. Yo acepté
para disimular claro, obviando que no le podría compensar en la vida, ni con
millones de cenas, el haber traicionado su confianza y haberme follado a su
única hija.
Y bueno esto es lo que
sucedió. He de reconocer que, desde entonces, y ya ha pasado casi un año,
apenas he visto a Marian, por lo que no hemos podido repetir. Pero claro, ella
está estudiando en Valencia, viviendo en el piso que yo le ayudé a conseguir
con un compañero y un compañero. Mejor no pienso lo que debe estar haciendo
ella allí, pero bueno, si está disfrutando y además estudiando, mejor para
ella. Por mi parte, cuando lo pienso no me siento cómodo del todo por Luisa,
pero es pensar en Marian y se me pone tiesa, las cosas como son. Eso sí, tengo
muy claro, que tras leer esto, ninguna otra amiga me confiará a su hija, pero
es lo que hay, la carne es débil…
Es un placer leerte, excitarse y masturbarse contigo.Es una lástima que yo no tenga esa reuniones con amigas de la infancia, me gustaría mucho recordar aquellos coñitos húmedos y calientes. LESBOS
ResponderEliminar¡Hola Lesbos!
EliminarMe encanta saber que me lees, pero más aún que eres capaz de excitarte y masturbarte gracias a lo que escribo. Espero que sean buenos orgasmos... Esas reuniones con las antiguas amigas llegan de la forma más inesperada, ya viste la mía. Pero también la puedes forzar. Busca a tus amigas por redes sociales, quizás estén encantadas de tener esa reuníon, y quién sabe si no acabarás comiéndote de nuevo esos coñitos, que aunque haya pasado el tiempo, seguro que siguen muy sabrosos y se derriten con el roce de tu lengua. Sólo de pensarlo... Si sucede espero que me lo cuentes.
Muchas gracias por tu comentario Lesbos.
Besos morbosos.
Eros
¿Entonces te lías con tus lectoras? Bueno es saberlo, nunca se sabe... Ya echaba de menos una nueva historia tuya, había perdido la esperanza, ¡no nos tengas tanto tiempo esperando! Reconozco que al principio se me ha hecho largo esperando que empezase la acción, pero luego ya ha ido a lo que esperaba, a la acción pura y dura, y tan real como siempre. No sé como lo haces, pero lo vivo en primera persona. A veces me da la idea de ponerme a escribir y contar mis vivencias, que hay muchas interesantes, pero no creo que consiga enganchar como tú. ¿Tú cómo lo haces? Sigue escribiendo Eros, sabes calentar al personal. Besos
ResponderEliminar¡Hola Dama!
Eliminar¿Liarme con mis lectoras? Tendría su punto y daría para escribir más, ja, ja, ja.
Siento no escribir más, pero voy a mi ritmo, a veces más productivo, a veces menos. Eso sí, ahí sigo, que no siempre es fácil.
Me encanta que te guste tanto lo que escribo, y todavía más, me gusta saber lo que siente la o el que lo lee.
¿Por qué no te atreves a escribir? Si lo haces, y te apetece, si te has fijado en mi blog pido colaboraciones para publicar aquí. Siempre estoy abierto a recibir y publicar historias que no sean mías. ¡Anímate!
Muchas gracias por tu comentario Dama.
Besos morbosos.
Eros
No te preocupes que si alguna vez escribo algo serás de los primeros en saberlo. Garantizado! Besos
Eliminar¡Hola de nuevo Dama!
EliminarAsí lo espero. Tengo ganas de leer tus vivencias o tus fantasías. ¡Atrévete!
Gracias por tu comentario.
Besos morbosos.
Eros