Últimamente he tenido que
ir más a rehabilitación de lo que me gustaría, por suerte no con una lesión
crónica, pero que sí se me ha reproducido más de una vez. No me ha quedado más
remedio que ir, una y otra vez, a la clínica de fisioterapia de mi amiga
Isabel, de quien ya os conté otra historia. Pero ésta que os cuento no tiene
nada que ver con ella, sino con Marga, otra de las pacientes que solía
coincidir conmigo haciendo ejercicios de rehabilitación.
Marga es una mujer de mi
edad más o menos, rubia, de ojos pardos y delgada. Tiene unos pechos no muy
grandes, pero un culo muy bien puesto por el deporte que hace. Además, le gusta
correr tanto o más que a mí, por lo que pronto congeniamos hablando de cómo nos
habíamos lesionado, la duración del tratamiento, cuándo podríamos volver a
correr, así como de tipos de estiramientos y ejercicios de calentamiento. Es
más, quedamos en que, una vez estuviésemos recuperados, saldríamos a correr
juntos, pues nuestros ritmos eran similares. Y eso hicimos una vez listos,
empezamos a correr por las mañanas antes de ir a trabajar. Pronto vi que Marga estaba
tremendamente en forma, pues si apretaba me podía dejar atrás, aunque no tardé mucho
en mejorar mi forma y estar más o menos a su altura.
Ella y yo no vivimos
cerca, por lo que quedamos en un punto intermedio, al que llegamos ya trotando,
listos para empezar. Hace unos días, un domingo temprano, llegué un poco antes
que ella, así que la vi llegar. Venía con un pantalón corto negro con ribetes
en fucsia, a juego con su top ceñido también fucsia y con su melena rubia
recogida en una coleta oscilando de lado a lado graciosamente. Según llegaba me
puse a trotar en su sentido, hasta que se puso a mi altura y me saludó:
—¡Buenos días! Perdona el
retraso. ¿Cómo estás?
—¡Buenos días Marga! —le
contesté—. No te preocupes, han sido unos minutos. ¿Dispuesta a darle caña?
—¡Por supuesto! —me respondió—.
¡Vamos allá!
Sin más nos pusimos a
correr a nuestro ritmo. Me gusta correr con Marga pues, a pesar de que siempre
he preferido hacerlo solo para ir a la velocidad que me apetece, con ella voy
muy cómodo. Pero ese día parecía que iba a ser diferente, ya que poco después
de empezar vi que se quedaba atrás. Aflojé un poco el ritmo, pero Marga seguía
quedándose un poco rezagada. Eso era tremendamente raro, si alguien se rezagaba
algún día solía ser yo por falta de fuelle. Pensé que sería algo transitorio y
seguí un poco a ver si se recuperaba, pero no, me giré para ver por dónde venía
y la vi parada, en cuclillas, tocándose el cuello. Volví corriendo hacia ella
preocupado y le pregunté:
—¿Qué te pasa? Porque bien
ya veo que no estás…
—¡Uf! —suspiró—. No me
encuentro nada bien. Salí anoche con mis amigas, no he dormido mucho y desde
que me he levantado todo va mal. Me duele la cabeza una barbaridad, tengo unos
pinchazos fortísimos en la sien y las cervicales parece que se me van a
quebrar. Hasta me parecía que me iba a caer, por eso me he parado.
—Si te encontrabas tan
mal podías haberme avisado y te quedabas hoy a descansar —le contesté con
amabilidad—. Además, cuando se sale de marcha se bebe más de la cuenta y el
cuerpo al día siguiente no está…
—¡Que va! —me interrumpió
Marga—. Apenas bebí nada, pero no he podido dormir, seguro que con un poco de
descanso se me pasa.
Analicé la situación. No
parecía nada grave en principio, pero su casa estaba un poco lejos como para ir
andando así, por lo que le ofrecí:
—Mira, mi casa está a
menos de cinco minutos andando. Podemos ir, te tomas un analgésico y te echas
un rato. Si no se te pasa, pues ya te llevo en coche a casa, o a urgencias si
es necesario.
Marga asintió y se
incorporó con algo de dificultad, por lo que se apoyó en mí para ir andando a
mi casa. Cuando llegamos le ofrecí algo de comer, pero se negó diciendo que no
le iba a entrar nada en ese momento, así que le di la pastilla con un vaso de
agua y la acompañé a mi habitación. Mi cama estaba desecha, pues yo también
había salido con prisas, tras pedirle disculpas por ello mientras ella sonreía,
aparté la sábana, la ayudé a sacarse las zapatillas y se echó de lado sobre la
cama.
La dejé allí y me puse a
organizar un poco la casa, para no causar una impresión peor de la que le debí
dar con mi habitación. Suelo ser un chico bastante organizado, pero a veces las
prisas te obligan a dejar las cosas de cualquier manera, y es en ese momento en
el que se presenta alguna visita, no falla. Traté de no hacer mucho ruido
mientras arreglaba la casa para no despertarla. De vez en cuando iba a echar un
ojo a Marga para comprobar que estaba bien, y la veía durmiendo plácidamente.
La última vez que fui a verla, después de haberlo organizado todo, decidí
echarme yo también en la cama. Como es grande no habría problema, por lo que me
saqué tanto las zapatillas como la camiseta, quedando solamente con el pantalón
puesto, porque tenía calor, y me tumbé en la otra punta de la cama. Ella siguió
durmiendo como si nada, y yo también caí en los brazos de Morfeo, pues también
estaba cansado.
No sé cuánto tiempo pasó,
pero sería un buen rato, hasta que me desperté por sus movimientos. Yo me
encontraba de lado, mirando hacia ella, en la punta de la cama, de forma que si
me movía hacia atrás un milímetro más me caería al suelo. Parecía que Marga me
había ido empujando con sus movimientos mientras dormía pues la parte trasera
de su pantalón estaba tocando la delantera del mío, me estaba empujando con el
culo vamos, y de seguir notando su presión en mi entrepierna seguro que me iba
a calentar. Por ello, traté de moverla un poco hacia el centro de la cama,
empujando su espalda y ella, sin despertarse, se dio la vuelta quedando boca
arriba en el centro del colchón.
Yo aproveché para mirarla
en esa posición. Marga era una mujer tremendamente deseable y con el top y el
pantaloncito que llevaba me parecía muy sexi sobre la cama. Como si supiera que
la estaba observando se volvió a mover y puso las manos sobre su abdomen,
cayendo una lentamente hacia su pantalón, hacia su entrepierna… En ese momento
yo miré a su cara para comprobar que seguía durmiendo, y así era, pues sus ojos
seguían cerrados, por lo que no estaba en plan juguetona. Decidí volver a
cerrar los míos para no seguir mirándola y evitar que mi entrepierna se
abultase con malos pensamientos, pero un poco después noté que su pierna se
movía y tocaba las mías.
Volví a abrir los ojos y
comprobé nuevamente que Marga dormía, pero había separado sus piernas, y por
eso me había dado con una de ellas. Con mi mano le empujé esta vez su muslo,
aprovechando para acariciárselo mientras la apoyaba en él, era suave, me gusto
su tacto. Tras separar su pierna, fue su mano la que cayó de su abdomen y vino
hacia mí rozándome cerca del ombligo. La miré otra vez con cierto mosqueo, pero
ella seguía con los ojos cerrados y la respiración suave de quienes duermen.
Cogí su mano y se la llevé nuevamente sobre su abdomen, pero ella la volvió a
deslizar hacia su entrepierna con la mía encima. Yo decidí dejar la mía sobre
la suya, por una parte, para que no la moviese, pero por otra, porque me
gustaba tenerla ahí evidentemente.
De repente, poco después,
apartó su mano y la puso encima de la mía, que quedó sobre su pantalón negro.
Apreté un poco su muslo casi en la zona de la entrepierna para ver su reacción,
que no fue otra que girarse quedando de espaldas a mí, con su culo nuevamente
pegado a mi pantalón, donde ya se me movió algo inevitablemente. Dado que yo
seguía casi en la punta, la empujé con todo mi cuerpo, también con mi
entrepierna, hacia el centro de la cama. Lo hice lentamente, con cuidado de no
despertarla, a pesar de no tener nada claro si dormía o estaba jugando conmigo.
Decidí comprobarlo y
jugármela de una vez, por lo que acaricié con mi mano su entrepierna por encima
de la tela del pantalón. Marga dejó escapar un suspiro placentero mientras su
mano apretaba la mía. Llevé mi boca hacia ella y besé su cuello suavemente, sin
dejar de jugar con mi mano sobre su pantalón. Ella giró un poco la cabeza
volviendo a suspirar. No podía ver sus ojos, pero tenía claro que ya no dormía,
y aún más cuando su mano acarició sensualmente el dorso de la mía, justo antes
de apretármela más contra ella.
Me puse a jugar así con
los dedos sobre su pantalón, con su mano apretando fuertemente la mía. Tras
unos pocos roces, de su boca escapó ya un gemido. Yo seguía besando y lamiendo tanto
su cuello como su hombro desde atrás, a la vez que apretaba y aflojaba mi mano
sobre su entrepierna, por encima de la tela. Marga se giró levemente quedando
casi boca arriba, separando un poco sus piernas, por lo que yo también lo hice,
dejando su pierna en medio de las mías. En esa posición me fue más fácil
apartar la tela de su pantalón, y también el forro interior, comprobando que no
llevaba ninguna prenda interior, lo que tampoco me sorprendió, pues yo también
salgo a correr sin ella.
Acaricié por fin su vulva
sin impedimentos. Subí un poco los dedos y la noté totalmente depilada. Los
volví a bajar para volver a rozarla placenteramente dado su nuevo gemido. Al
mismo tiempo seguía dándole lametones y suaves mordiscos por su cuello,
mientras con la otra mano, le acariciaba la espalda como podía. Marga gemía a
la vez que con su mano apretaba mi brazo, y sus gemidos me animaban más, por lo
que separé sus pliegues con los dedos e introduje poco a poco uno en su coño ya
mojado. Ella suspiró fuertemente y yo empecé a mover mi dedo dentro de ella,
hasta que metí otro, masturbándola con dos dedos escuchando nuevos gemidos.
Yo cada vez estaba más
caliente, notaba una fuerte erección, aunque no la veía, por estar mi miembro
aprisionado por su pierna. Seguro que Marga la sentía, pues tenía la sensación
de que su pierna se apretaba más contra mí. Pero eso no me impedía seguir
pajeándola con mis dos dedos, disfrutando y haciéndola disfrutar, hasta que
entre suspiros me dijo:
—Te gusta mi coño, ¿eh?
—Me encanta —le contesté
mientras sacaba los dedos mojados de ella para añadir—, mira, esos hilillos
chorrean de ti…
Tras decir eso, me llevé
la mano a la boca y lamí los dedos impregnados por sus fluidos. Marga se giró y
me miró con una pícara sonrisa. Los volví a lamer hasta dejarlos limpios
poniendo cara de vicio, el vicio que provocaba su sabor a hembra en celo que
tanto me gusta.
—Estás deliciosa,
perversamente deliciosa —le dije mientras volvía a llevar mi mano a su
entrepierna.
Marga asintió con un nuevo
gemido cuando mis dedos volvieron a acariciar su coño. Le volví a meter los dos
dedos, los moví dentro de ella un poco más, hasta que decidí acariciar su
clítoris, abultado y deseoso de ese roce. Ella volvió a gemir al notar esa
placentera caricia, apretando con fuerza mi brazo nuevamente. Yo seguí rozando
su clítoris con mis dedos mojados de ella, mientras ella se retorcía de placer.
En un momento dado empezó a meter una de sus manos por debajo del top fucsia
para acariciar sus pechos, apreciando yo que sí llevaba un sujetador deportivo
de color negro. Su mano pasaba de un pecho a otro por debajo de la tela
mientras yo seguía rozando su clítoris con movimientos circulares. Cuando no
pudo más, paró y con ambas manos se sacó tanto el top como el sujetador por
encima de la cabeza.
La miré con satisfacción.
Marga tenía unas tetas bonitas, no muy grandes como ya intuía, pero bien
puestas. Sus areolas eran pequeñas, de un tono más bien claro, y sus pezones ya
estaban duros, listos para jugar con ellos. Que fue lo que hice a continuación,
pues me incliné para lamer su pezón más cercano sin dejar de masturbarla. Los
suspiros de Marga me hicieron seguir un poco más, empezando a mordisquearle el
pezón, estirando suavemente hacia mí.
Mi calentura iba en aumento,
pero la suya todavía más atendiendo a sus suspiros. Además, empezó a sobarse el
otro pecho con una mano mientras con la otra me acariciaba el cabello. Mis
dedos seguían masturbándola, de nuevo le había introducido dos dedos y los
metía y los sacaba, rozando su clítoris con el resto de la mano. Los gemidos de
Marga se hicieron más profundos, hasta que los apagué pegando mis labios a los
suyos. Nos besamos apasionadamente, con ganas. Nuestras lenguas se tocaron y se
enroscaron, sin dejar yo de meter y sacar mis dedos de su coño mojado.
Cuando dejamos de
besarnos, Marga llevó sus manos al pantalón y alzando su pelvis trató de
quitárselo, pero se encontró con el obstáculo de mi mano que no quería
abandonar su vulva. A pesar de su intento seguí masturbándola así, hasta que vi
la súplica en su mirada. Entonces aparté la mano para meterla por debajo del
pantalón, no quería dejar de tocar ese coño jugoso que me tenía con la polla
tan dura. Ella aprovechó para deslizar el pantalón por sus piernas hasta que
con sus pies lo lanzó al suelo. La volví a besar así, mordisqueando sus labios
sin dejar de rozar su clítoris. Me gustaba escuchar sus suspiros, me iban
calentando más…
Seguí moviendo mis dedos
sobre su clítoris, acelerando cada vez más. Marga empezó a elevar la pelvis
hasta que, entre gemidos, me gritó:
—¡Como no pares me voy a
correr ya!
—Pues no pienso parar —le
repliqué.
Marga se dejó caer
completamente sobre la cama y con su mano me giró la cara para ser ella la que
me besase. Entre gemidos me mordisqueaba los labios una y otra vez mientras yo
la pajeaba. Me la follaba metiendo y sacando dos dedos a la vez que rozaba su
clítoris, cada vez más rápido, hasta que ya no pudo más y gritó:
—¡Diooooooooooooos! Me
corro yaaaaaaaa, ¡aaaaaaaaaaaaah!
Y doy fe de que lo hizo.
Se puso a resoplar y gemir cada vez más fuerte, sus mejillas se enrojecieron y
sus flujos mojaron todavía más mis dedos mientras su pelvis subía y bajaba.
Marga fue recuperando el
resuello a la vez que yo le acariciaba suavemente su vulva. Mis dedos seguían
mojados por ella, así que los volví a llevar a mi boca para disfrutar de su
sabor otra vez. En ese momento ella se incorporó un poco, lo suficiente para
besarme y compartir su sabor. Tras ello alargó su mano y me acarició la parte
delantera del pantalón diciendo:
—¿Y cómo están las cosas
por aquí abajo? Parece duro sí…
—Sí, con el concierto de
gemidos y suspiros que me has dado, como para no estarlo, por no hablar de cómo
me has mojado —le contesté.
—Vamos a ponerle remedio.
Una vez dijo eso Marga,
se puso a apretarme la verga por encima de la tela del pantalón. La verdad es
que le dimos buena utilidad a la ropa de atletismo ese día. Mientras me la
apretaba empezó a subir y bajar su mano masturbándome con la tela de por medio.
Yo notaba su presión, y mi polla también, por lo que cada vez se me ponía más
dura.
Estuvo así un rato hasta
que metió la mano por debajo del pantalón para acariciarme sin nada. Subió y
bajó su mano por todo mi rabo un par de veces antes de sacarlo fuera del
pantalón. En ese momento me apretó subiendo desde la base hasta arriba, para
luego bajar igualmente llevando mi piel para atrás descubriendo todo mi
capullo. Miró la punta y luego a mí mientras sonreía, antes de bajar su boca
para lamer con su lengua mi orificio.
—Ummmm, me encantan esas
primeras gotitas de placer —me dijo antes de volver a lamerme el glande
amoratado por la presión de su mano.
Suspiré asintiendo a sus
palabras y me dejé hacer. Marga abrió sus labios bajando con ellos por mi
miembro, para subir lentamente. Pero como no era muy cómodo hacerlo así, empezó
a bajar mi pantalón con ambas manos. La ayudé para quitármelo del todo y me
tumbé boca arriba sobre mi cama. Ella se fue moviendo hasta ponerse de rodillas
entre mis piernas y de nuevo bajó la cabeza hacia mi dura polla.
Una vez bien posicionada
empezó a mamármela desde ahí. Su boca subía y bajaba a lo largo de todo mi
miembro lentamente mientras me lo cogía con una mano por su base. De vez en
cuando me miraba y clavaba sus expresivos ojos pardos en mí. Era una mirada
realmente excitante y sensual, con esos ojos fijos en los míos, Marga podría
conseguir que me corriese sin esfuerzo.
Yo cada vez estaba más
caliente con el vaivén de sus labios sobre mi verga, pues ascendía y descendía sin
descanso, su boca era una auténtica fuente de placer para mí, tratando incluso
de tragársela entera alguna vez que bajaba. En un momento dado, cambió y se
puso a lamerme con su lengua. Empezó lamiéndome todo el capullo para a
continuación, bajar con su lengua por todo el tronco y subir de nuevo,
entreteniéndose en lamerme el frenillo, con su seductora mirada clavada en la
mía. Mis suspiros eran ya constantes por el placer que me daba, dejando escapar
algún gemido cada vez que su lengua me tocaba el glande. Por última vez bajó
con su lengua y me lamió el escroto, sin dejar de agarrar mi polla con su mano.
Entonces succionó y se metió uno de mis testículos en la boca. Sin dejar de
mirarme, me lo masajeó con su lengua dentro de la boca. El placer que me estaba
dando era indescriptible. Se lo sacó y se metió el otro repitiendo el mismo
tratamiento mientras yo dejaba escapar algún gemido más.
De nuevo, la lengua de
Marga subió hasta mi glande, y empezó a mamarme con ganas, arriba y abajo,
arriba y abajo. Su mano me agarraba la base mientras su boca subía y bajaba
hasta la mitad. Cada vez que subía lo hacía hasta el glande, lo que combinaba
con una importante succión. Tanto eso como su mirada fija en mí seguían dándome
un placer inmenso, me sorprendía no descargar ya así en su boca, pero ella
parecía que lo controlaba, pues si mis gemidos eran más fuertes, aflojaba la
presión como una experta, pero sin dejar de mamar. De vez en cuando cambiaba y
sus labios se quedaban arriba, dándome placer con su lengua, mientras me masturbaba
apretando y girando con su mano a lo largo de todo el tronco, pero pronto
volvía a subir y bajar por toda mi polla con su boca, arriba y abajo provocándome
más placer, haciendo que gimiera cada vez más seguido…
Marga se dio cuenta de
que yo estaba a mil y, tras lamerme el frenillo lentamente, se levantó y me
preguntó:
—¿Tienes protección?
—Sí claro —le contesté
mientras me giraba y alargaba la mano hasta el primer cajón de la mesilla para
sacar una caja de condones—, aquí tengo unos cuantos.
Entonces Marga me
masturbó a dos manos con fuerza durante unos segundos. Luego soltó la verga y
se abalanzó sobre mí. Fue subiendo con su lengua lamiendo mi abdomen, mi pecho y
mi cuello. Mientras lo hacía yo notaba el roce de sus pechos y de sus duros
pezones por mi piel, ese roce que tanto me gusta… Cuando superó mi cuello con
su lengua, se echó sobre mi boca y nos besamos apasionadamente, devorándonos
con ansia, intercambiando saliva, jugando con nuestras lenguas, como si no
hubiese un mañana, hasta que separó sus labios de los míos, y cogiendo la caja
de mis manos, me miró y me dijo:
—¡Ponte uno de estos y
fóllame con esa polla gorda y dura que tienes!
—¡A sus órdenes! —le
contesté yo riendo mientras hacía un gesto militar con la mano.
Ella se rio y se tumbó sobre
la cama. La verdad es que me encanta combinar el buen sexo con las risas, eso
para mí lo hace mucho más especial. Una vez tumbada, Marga abrió sus piernas
para que yo entrase en ella, lo que acompañó con un gesto de la mano
invitándome a ir. Yo me puse de rodillas y saqué un sobre con un preservativo
de la caja, pero antes de romperlo me lo pensé mejor, pues si me la follaba en
ese momento, tal y como me había dejado de sensible la polla, no iba a durar ni
dos embestidas, así que dejé el sobre encima de la cama y me fui hacia ella,
pero llevando mi boca a su vulva, la que me apetecía saborear a conciencia.
Marga al principio puso
cara de sorpresa, pero cuando empecé a subir y bajar mi lengua por su rajita
mojada no le importó mucho, diciéndome:
—Si es así no me importa
que me desobedezcas…
Le hice un gesto con el
pulgar hacia arriba y seguí a lo mío, que no era otra cosa que comerme su
jugoso coño. Seguí rozando con mi lengua toda su vulva, arriba y abajo, arriba
y abajo, una y otra vez sin descanso. Con mis dedos separé sus pliegues para
penetrarla un poco con mi lengua. Seguía mojada, pero atendiendo a sus suspiros
volvería a humedecerse más. Después de jugar así con mi lengua, mordisqueé uno
de sus labios y luego el otro, estirando suavemente, separándolos más. Su
clítoris quedó ofrecido y con mi lengua lo aproveché. Empecé a rozarlo
despacio, arrancando ya a Marga algún gemido de placer. En ese momento levanté
la cabeza y la miré para ver su cara de satisfacción. Sus ojos expresaban todo
su deseo, su excitación, y eso me ponía, ¡cómo me ponía!
Volví a lamerla, con
movimientos circulares de mi lengua sobre su clítoris. Ella suspiraba mientras
se acariciaba sus tetas, pellizcando sus pezones. Era delicioso verla
disfrutar, pero yo seguí lamiendo, con ganas. En ese momento empecé a lamer su
clítoris arriba y abajo, cada vez más rápido, con mis manos acariciando sus
muslos. El movimiento de mi lengua no cesaba, rozándola sin parar. Marga empezó
a acariciar mi cabello con su mano, incluso a apretarme más contra su coño, por
lo que comí con más ansia si cabe, hasta que se puso a gemir más profundamente.
Entonces paré, yo seguía caliente, pero mi verga, aunque dura, no estaba a
punto de explotar como antes, por lo que levantándome le dije:
—Ahora sí que te voy a
follar como mereces…
Marga sonrió y se levantó
para besarme una vez más. Nos mordisqueamos con deseo los labios hasta que puso
sus manos en mi pecho y me empujó para atrás diciendo:
—No, te voy a follar yo a
ti.
Caí hacia atrás sobre la
cama y estiré las piernas. Ella cogió el sobre, lo rompió y se puso el condón entre
los labios para llevarlo así sobre mi polla, que al ver lo que iba a hacer dio
un respingo. Fue bajando con su boca poniéndomelo hasta donde pudo y luego me
lo estiró ajustándolo bien con sus manos. Me masturbó fuertemente un par de
veces antes de ponerse sobre mí con una pierna a cada lado, arrodillada. Luego
cogió mi polla con la mano y la apuntó en su mojado agujero, dejándose caer
sobre mí lentamente, mirándome, metiéndosela toda. Ella y yo gemimos inevitablemente
al sentir tal penetración. Yo he de reconocer que alguna vez, en nuestras
salidas a correr la había deseado, pero la verdad es que nunca había esperado
que sucediese lo que estaba ocurriendo en ese momento, follar con ella, pues no
había visto ninguna señal por su parte.
Pero allí estábamos
haciéndolo. Mi polla estaba dentro de Marga, sintiéndola, mientras ella me
miraba con esos ojos suyo capaces de fundir el hielo. Se inclinó hacia mí
apoyando sus manos a ambos lados de mi cabeza, dejando sus pechos cerca de mi
cara y empezó a moverse así, atrás y adelante, atrás y adelante, rozándose
sobre mí, poniendo una mueca de absoluto placer… Llevé mis manos sobre sus
caderas para ayudarla en su movimiento y también para acariciar su culo. Ella
seguía meciéndose adelante y atrás sin descanso intercambiando jadeos conmigo.
Empecé a acariciarle la espalda y aproveché para acercarla más a mí, por lo que
pude lamer sus pechos y morder sus durísimos pezones levantando un poco mi
cabeza. Marga gimió al sentir los mordiscos, pero no por ello cesó su
placentero vaivén. Cuando aparté mis labios de sus tetas, se inclinó más sobre
mí para besarme, para jugar con nuestras lenguas mientras se movía lentamente.
Yo bajé nuevamente mis manos a su culo para ayudar a su movimiento. Se lo
apreté y le di una nalgada. Ella gimió al sentirla levantándose para cabalgarme
a conciencia.
Empezó a subir y bajar
sobre mí, despacio, mientras yo veía cómo mi polla aparecía y desaparecía
dentro de su coño. Apoyé mis manos en sus caderas mientras ella seguía subiendo
y bajando sobre mí a más velocidad, apoyándose en mis antebrazos. Siguió así,
arriba y abajo, arriba y abajo, mientras me miraba. Yo veía en su cara el
placer, tanto en sus ojos como en sus labios, que se abrían y se cerraban
mientras jadeaba a la vez que yo suspiraba. Llevó sus manos a sus pechos para
sobárselos a conciencia sin dejar de cabalgarme. A la vez, yo ayudaba su
movimiento subiéndola y bajándola agarrado a sus caderas. En la habitación
solamente se oían gemidos y suspiros, frutos de nuestro placer, cada vez mayor.
Marga se inclinó hacia
atrás y apoyó sus manos en mis muslos para cabalgarme más furiosamente. Separaba
su entrepierna de mí para dejarse caer con fuerza. Mi verga asomaba para volver
a desaparecer instantes después con ese sonido tan particular del chapoteo de
un buen coño mojado. Tras unos minutos jadeando así sobre mí, sin dejar de
subir y bajar, se volvió a inclinar hacia delante, apoyando sus manos en mi
pecho. Yo la imité llevando las mías a sus tetas, apretándoselas y
acariciándolas con la pasión del momento. Ambos empezamos a gemir
acompasadamente, siguiendo el acelerado ritmo de sus subidas y bajadas sobre mi
verga. En ese momento Marga empezó a clavar sus uñas en mi pecho, con su mirada
de deseo en estado puro clavada en mí, pero sin parar de cabalgarme. Yo hice lo
propio y pellizqué sus pezones, soltando ella un fuerte gemido, antes de
inclinarse sobre mí para darme lamer mis labios y decirme entre suspiros:
—¡Qué aguante tienes
cabrón! Si aguantases igual cuando corres…
—Si serás… —le contesté—.
No es lo mismo correr contigo que correrme contigo, ¿es que quieres que me
corra? ¡Ahora verás!
Tras decir eso la empujé
con fuerza hacia atrás, cayendo de espaldas sobre la cama, entre mis piernas.
Mi polla salió completamente de su coño, con todo el condón bañado por sus
fluidos. Rápidamente me puse frente a ella y estiré de sus piernas hacia mí,
hasta que su culo quedó apoyado casi en la punta de la cama. Cogí la almohada
y, levantándola, la puse bajo de sus nalgas para follarla más cómodamente. Le
abrí bien sus piernas llevando mi verga a su vulva, pero no la penetré sin más,
sino que empecé a rozarla con ella dándole también algún golpecito. Marga me
miraba con deseo y algo de sorpresa, sonriéndome con picardía. Cuando menos se
lo esperaba, apunté mi capullo en su agujero y se la metí toda de golpe, hasta
el fondo, chocando mis huevos contra ella, que dejó escapar un potente gemido
antes de decirme:
—Así, siiiiii. Fóllame
fuerte, fóllame duro. Siiiii.
—Te vas a enterar tú
ahora de lo que es darte duro —le repliqué mientras iba moviéndome hacia atrás
sacando mi polla.
Una vez fuera se la volví
a meter de golpe, lo que repetí una y otra vez, la sacaba y luego toda dentro
de una fuerte embestida. Ella gemía cada vez que entraba toda, y yo también.
Estaba a mil, con ganas de reventarla por su provocación, por lo que empecé a
follarla así, sin sacarla del todo, pero metiéndosela de golpe, cada vez más
rápido, cada vez más fuerte, sin parar en un duro frenesí de placer para ambos,
pues nuestros jadeos así lo mostraban. Seguí acelerando mis embestidas cada vez
más, dentro, fuera, dentro fuera, con fuerza, hasta que noté que así me
costaba. Por lo que, sin sacársela, cogí una de sus piernas y la levanté
apoyándola en mi hombro.
Me cogí con las dos manos
a su muslo y seguí con mi salvaje follada. Ella llevó una de sus manos a mi
culo para pellizcármelo con suavidad, antes de darme un azote. Yo paré y me
quedé mirándola, pero ella sonrió y con su mirada deseosa me animó a seguir
embistiendo. Eso hice, me puse a follármela con todas las fuerzas que me
quedaban, adelante y atrás, adelante y atrás, mi durísima polla se abría paso
dentro de ella cada vez con más intensidad. Nuestros gemidos ya sonaban muy
seguidos, igual que el chapoteo de mi verga en su coño. Durante toda la follada
Marga no dejó de clavar sus ojos placenteros en los míos, aumentando mis ganas
de destrozarla, lo que yo hacía sin parar, dentro, fuera, dentro, fuera, más,
más, más…
—Siiiiiiii, sigue así —gritó
entre jadeos—. Dame fuerte, no voy a aguantar mucho, siiii.
Yo seguí bombeando,
metiendo y sacando mi polla de ella, una y otra vez. Ya no estaba a mil, estaba
a un millón, completamente encendido, follándola duramente, sin descanso. Pero
tras unas fuertes embestidas más sentí que estaba cerca del final, por lo que
le dije:
—Yo tampoco voy a
aguantar mucho, no me queda nada, ¡jodeeeer!
En ese momento, Marga
llevó una mano a su vulva y empezó a rozarse el clítoris, dándose fuerte, entre
jadeos y gemidos que se mezclaban con los míos. Mientras, yo seguía
follándomela con toda mi fuerza, a toda velocidad, hasta que sentí cómo su pelvis
se empezaba a agitar, cómo empezó a resoplar fuertemente y gritó:
—¡Diooooooooos! Me corro
otra vez, ¡qué cabrón! Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii…
Vi de nuevo cómo sus
mejillas se ponían rojas, cómo sus ojos se quedaban en blanco y sentí cómo sus paredes
internes apretaban y aflojaban sobre mi polla intensamente, por lo que sin
remedio ya grité yo también:
—¡Aaaaaaaaaaaaah! Me
corroooooooo, no puedo más, ¡aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!
Y me corrí dentro de
ella. Noté cómo sudaba mi cuerpo según mis disparos salían de mi polla,
mientras me movía lentamente, saboreando la corrida, que fue intensa, pues noté
cómo salían de mí un buen número de chorros de leche caliente, hasta que me quedé
quieto, disfrutando del placer que nos habíamos dado. De nuevo nos miramos, sus
ojos seguían transmitiéndome ese fuego deseoso que había visto durante todo el
encuentro, y que tanto me había puesto. Los dos seguíamos jadeando fuertemente.
Poco a poco, fuimos bajando el ritmo de nuestra respiración, hasta que
recuperamos el resuello y pudimos hablar.
—Ha sido increíble —le
dije—, inesperado e increíble.
—Sí, sí que lo ha sido —me
contestó—, hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto y más aún que no tenía
dos orgasmos tan seguidos.
Tras ello saqué mi
miembro de ella lentamente y me saqué el preservativo, que estaba muy mojado
por fuera. Tuve claro que había sido una buena corrida cuando vi la cantidad de
semen que había en él. Marga también lo miró y alargó la mano para cogerlo
diciendo:
—Un condón bien lleno de
placer, sí que has disfrutado sí.
—Tú también, mira cómo
está de mojado —le contesté.
Ella asintió mientras
anudaba el condón para dejarlo sobre la sábana. Una vez lo dejó me dijo:
—Ven, acércate que te
limpie bien…
Le hice caso y le ofrecí
mi verga, algo morcillona ya. La cogió y la llevó a su boca, donde me la lamió
y succionó hasta no dejar nada. Mientras lo hacía un escalofrío me recorrió,
pues en ese momento tenía el glande tremendamente sensible. Cuando se la sacó
de su boca, me eché a su lado y la besé apasionadamente, dándole también un
fuerte abrazo, que ella me devolvió. En esos momentos pensaba no solo en lo
bien que lo habíamos pasado, sino también en lo bueno que es el sexo cuando hay
química y complicidad entre las dos personas que lo hacen, como pasaba entre
Marga y yo, por el buen rollo que teníamos siempre que corríamos. Después de un
rato así abrazados le dije jocosamente.
—Bueno, al menos ahora estoy
seguro de que ya no es necesario llevarte a urgencias, de que ya no pierdes el
equilibrio por la cabalgada y de que no te duele la cabeza, o no lo habríamos
hecho.
—Claro —me contestó
riendo ella también—, el dolor de cabeza es nuestra típica excusa cuando no hay
ganas. Pero sí, es cierto que me encuentro mucho mejor.
—Entonces, ¿nos vamos a
correr ahora? —le pregunté riendo.
—¿No nos hemos corrido ya
bastante por hoy? —me contestó jugando con la ambigüedad del verbo correr.
Ambos nos reímos a carcajadas.
Hasta que de repente vi que le cambiaba su expresión y Marga pasó de reír a
llorar en un momento. Se llevó las dos manos a la cara tapándose con ellas.
—¿Qué te pasa? —le
pregunté tiernamente.
—¡Nada! —me gritó ella
antes de levantarse como un resorte y recoger toda su ropa para ir corriendo al
aseo.
Cerró la puerta de un
portazo y oí cómo pasaba el pestillo. Yo toqué a la puerta con cuidado y le
volví a preguntar:
—Dime qué te pasa Marga,
¿estás bien?
—¡Nada! —me volvió a
gritar—. ¡Déjame en paz!
Me quedé al otro lado de
la puerta esperando a que saliese y sin entender nada. No comprendía ese paso
de la más absoluta felicidad al cabreo más irracional en un segundo. Pasados
unos minutos volví a tocar a la puerta sin decir nada, pero ni me contestó ni
me abrió. Un rato después por fin corrió el pestillo, abrió la puerta saliendo
totalmente vestida y arreglada. Me miró y me dijo:
—Mira, esto no tenía que
haber pasado.
—No sé —le contesté—, yo
creo que ha estado bien, que no es para arrepentirse…
—Sí —me interrumpió—, ha
estado muy bien, pero esa no es la cuestión. No tenía que haber pasado porque
si salí anoche es porque discutí con mi novio, no estamos bien, y por eso me
fui con mis amigas, pero de ahí a terminar follando contigo pues no, no está
bien, ¡no tenía que haber pasado esto!
Me quedé perplejo. Desde
que nos conocíamos no me había dicho nada sobre que tuviese novio, y había tenido
oportunidades de sobra para hacerlo, no me lo esperaba. No sé si yo me habría
comportado de forma diferente de haberlo sabido, tal vez ni siquiera me habría
echado en la cama con ella, o tal vez sí, no lo sabía, pero entendía cómo se
podía sentir Marga en ese momento. Traté de cogerla del brazo para hablar con
ella tranquilamente, pero ella apartó su brazo y se encaminó hacia la puerta de
mi casa. Desde allí me miró y me dijo:
—Mira, no es culpa tuya,
pero no te puedo ver más, así que no me llames, no me mensajees, no me busques,
ni me saludes cuando me veas. No me puedo permitir esto. No ha estado bien.
¡Adiós!
Abrió la puerta y, sin
mirar atrás, salió cerrando tras de sí. Yo también le dije adiós, aunque no
tengo claro que lo escuchase. Me fui hacia el balcón para ver si aún le podía
decir algo, pero la vi ya marchándose corriendo en dirección a su casa. Volví a
entrar en casa y me senté en el sofá pensativo. Tenía sensaciones encontradas,
por un lado, había tenido una increíble experiencia sexual con mi amiga Marga,
por otro lado, tenía pinta de haber sido mi última experiencia también con mi
amiga Marga y que la había perdido como tal. Pasé el resto del día reflexivo,
viendo películas sin hacerles mucho caso, pero más o menos a la hora de la
cena, recibí un inesperado whatsapp de Marga, que sorprendentemente me decía:
—¿Nos vamos a correr
mañana? ¿Misma hora y mismo sitio?
A lo que mi respuesta no
fue otra que:
—Nos vamos a correr
mañana.
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