Como ya he contado en
alguna ocasión, tuve que marcharme de casa de mis padres a los dieciocho años
porque donde yo vivo no podía estudiar lo que quería. La mejor opción, tanto
por economía como por libertad horaria, era irme a un piso de alquiler con otros
compañeros, y eso hice. Una vez allí, fui cambiando de piso y compañeros hasta
que di con otros compañeros con quienes me llevaba estupendamente. Juntos, encontramos un piso que nos encantó y
a buen precio, pero con una extraña condición: la dueña, Rosa, nos explicó que
su hija, también Rosa, tenía que limpiarnos el piso un par de veces por semana.
En un primer momento nos pareció un poco raro, pues estábamos acostumbrados a
limpiar nosotros, pero como, a pesar de incluir el pago de las horas de limpieza,
el precio era realmente bueno y el piso nos había encantado, decidimos aceptar.
En el piso vivíamos en
armonía los cuatro compañeros. Fernando era un chico alto y fuerte que jugaba
en el equipo de baloncesto de su pueblo. Tenía el pelo negro, así como los
ojos. También vivía Tony, el guaperas del piso con su pelo rubio y sus ojos
verdes, era raro el fin de semana que salíamos y no conseguía traerse un ligue
a casa. No era tan alto como Fernando, pero también estaba fuerte porque le
gustaba hacer pesas. Luego estaba Ricardo, Ric para los amigos. Salvo contadas
excepciones, era un amante del deporte de no hacer nada, excepto sentarse en el
sofá para ver la televisión en su tiempo libre, por lo que estaba algo regordete.
Aun así, era con quien mejor me llevaba, pues era muy buen tío. Siempre estaba
con la sonrisa puesta bajo su desarreglada melena negra y sus ojos marrones. Y
por último estaba yo. Ya por aquel entonces me dedicaba a correr, bastante
rápido por aquella época, por lo que estaba fino y fibroso. Llevaba mi corto
pelo negro estudiadamente despeinado, cosa que sigo haciendo también, entonces
ya tenía claro que mis ojos negros eran muy expresivos y que mi culo atraía la
mirada de las chicas.
Se podría decir que
teníamos medio miembro más en el piso porque Rosa venía a limpiarnos dos tardes
a la semana, en que solía coincidir con nosotros. Cuando limpiaba, hablábamos
con ella y se interesaba por nuestras tonterías, las propias de la edad, pues
acabábamos de superar los veinte años. A veces le decíamos que dejase de
limpiar y se uniese a nosotros a la hora del café, lo que ella aceptaba
encantada, compartiendo charlas y risas. Gracias a nuestras charlas nos
enteramos de que ella era una treintañera casada y sin hijos. También nos dijo
que si venía a limpiarnos era porque su madre no se fiaba de que un grupo de
chicos le cuidase bien su piso, además de sacarse un dinero extra que le hacía
falta.
Alguna vez también me
tomé yo algún café a solas con ella, entre otras cosas me contó que a su
matrimonio le faltaba chispa recomendándome que no me casase nunca. Yo no
entendía cómo alguien podía dejar a una mujer así sin chispa, aunque con el
paso de los años sí lo he comprendido. A mí Rosa me parecía simpatiquísima,
además de ser muy atractiva, con un cuerpo delgado, pero con curvas, ya que
tanto su culo como sus pechos se insinuaban en la ropa sexy que solía llevar. Además,
tenía un precioso pelo negro que llevaba rizado, unos ojos negros brillantes de
vida y unos labios carnosos que a veces me daban ganas de besar… Pero no, eso
no pasaba nunca, el día que me asaltaban pensamientos eróticos con ella, lo
único que ocurría es que yo me acababa masturbando pensando en ella con la
fogosidad propia de un chaval que no hacía mucho que había abandonado la
adolescencia. Y tenía claro que no era el único que lo hacía, a mis compañeros
también les parecía una mujer muy sexy, porque en verdad lo era, y a veces tras
marcharse Rosa después de limpiar, alguno se daba una ducha demasiado larga…
Un día en que no teníamos
ganas de estudiar, nos fuimos los cuatro a jugar un rato al baloncesto. Después
de una hora más o menos, Ric empezó a pedir tiempos muertos cada dos por tres,
señal de que ya se le salía el corazón por la boca, por lo que dimos por
finalizado el juego, y volvimos a casa dispuestos a darnos una buena ducha. Evidentemente
llegamos a casa sudados, con nuestras camisetas y pantalones deportivos
pidiendo ser lavados claro. Pero una vez entramos en casa y avanzamos hasta el
salón, en lo último que pensamos fue en ducharnos o poner la ropa en la
lavadora. Allí estaba Rosa limpiando la mesa del salón con su pelo recogido en
una coleta, como siempre. Lo que era una novedad es que llevaba puesta una
especie de bata amarilla de tirantes que, inclinada como estaba, dejaba ver sus
pechos sin sujetador, cosa novedosa también.
Cuando la vi así pensé
que dado que ya hacía calor y que habría pensado que tardaríamos más, se había
puesto cómoda para limpiar siendo sorprendida por nuestra llegada, pero no, por
lo que hizo a continuación, sus actos estaban más que premeditados. Se giró,
sin saludarnos a pesar de habernos visto, dándonos la espalda para ponerse a
limpiar una silla y vimos que llevaba la bata abotonada con un solo botón a la
altura de su cintura, por lo que dejaba ver tanto la sensual curva de su
espalda como unas finas bragas de encaje negro que tapaban bien poco de su lindo
trasero. Se inclinó más para limpiar el asiento, por lo que la bata se le abrió
aún más dejando expuesto todo su culo a nuestros lascivos ojos. En ese momento
se le cayó el balón de la mano a Fernando, pues lo llevaba él, haciendo ruido
según rebotaba por el salón y Rosa se giró mirándonos con picardía para
decirnos:
—¡Qué bien que ya hayáis
llegado! Perdonad que me haya vestido así, pero es que tenía mucho calor…
—No te preocupes —le
respondió Tony en nombre de todos—, es una buena visión que alegra la casa más
que un cuadro.
—¿Sí? —contestó Rosa—. Es
bueno saberlo, aunque no era necesario decirlo, pues ya veo la alegría en algún
pantalón, ¿verdad Ric?
Miré a mi compañero Ric,
y ciertamente se apreciaba una buena tienda de campaña en su pantalón. Él fue a
responder a Rosa, pero únicamente acertó a balbucear, por lo que ella siguió
hablando:
—Además, tenéis que saber
que el calor que tengo no es por el que hace en este caluroso mes, no, es
porque me he puesto cachonda aquí limpiando un piso de cuatro chicos deseables.
Y ahora todavía más, que os tengo aquí delante, sudorosos, con ese aroma a
macho que tanto me pone. Creo que ya no voy a poder limpiar…
Tras decir eso se sentó
en nuestro sofá, al fondo del salón, y se puso a darse aire agitando la bata
sobre su entrepierna. Al hacerlo dejaba ver su braga de encaje por la parte
delantera, en una imagen tremendamente erótica. Noté cómo mi pene crecía dentro
de mi pantalón sin poderlo evitar, tampoco es que quisiera evitarlo claro. Algo
parecido les pasó a todos mis compañeros, quedando los cuatro con nuestros
abultados pantalones delante de ella, en la puerta del salón, sin tener muy
claro qué hacer salvo mirarla con deseo.
—Ya veo que os han
sentado bien mis palabras —dijo Rosa—, me gustan vuestros bultos. Ahora
demostradme que sabéis usarlos y venid a quitarme este calor que tengo. ¿Os
atrevéis o no?
Nos miramos los cuatro
como valorando las palabras de Rosa. Por supuesto alguna vez habíamos hablado
de mujeres y de sexo. También nos habíamos dejado alguna revista porno en que
salían varios hombres con una mujer, pero no era lo mismo que vivirlo. Si lo
hacíamos íbamos a vernos con nuestras pollas duras unos a otros, íbamos a tener
sexo los cuatro a la vez con una mujer caliente, y eso era algo que necesitaba
ser pensado. ¿Pero qué veinteañero va a tener delante a una mujer cachonda a la
que desea y la va a dejar ahí para irse por vergüenza? No sé si habrá alguno,
porque no fue nuestro caso, ya que tras mirarla a ella sentada allí deseosa,
nos volvimos a mirar con aceptación y convencidos nos acercamos al sofá.
—Bien, bien, bien —añadió
Rosa con una sonrisa—, veo que os habéis decidido por disfrutar conmigo. Yo
también quiero disfrutar con vosotros, ¡sacaos las camisetas para que vea
vuestros torsos!
Por supuesto le hicimos
caso. A Ric le costó un poco dar el paso porque le avergonzaba enseñar su
cuerpo regordete en comparación con los nuestros, pero también lo hizo. Cuando
estuvimos todos sin camisetas, Rosa empezó a tocarse sus pechos entre los tirantes
de la bata, acariciándolos lentamente, dejando escapar algún suspiro mientras
nos miraba, hasta que apartó sus manos y se bajó los tirantes. En ese momento
sus tetas quedaron a la vista, jugosas, deseables, muy apetecibles con esas
areolas marrones rematadas por duros pezones. Además, se descalzó poniendo sus
pies sobre el sofá y abrió las piernas. Verla así me puso a mil, como puso
también a mis compañeros, pero aun así ninguno nos lanzamos, por lo que Rosa
nos hizo un gesto con su dedo para que nos acercásemos y nos animó:
—Venid, que no muerdo.
Bueno sí, pero para bien —dijo riendo—. Necesito las caricias de vuestras manos
sobre mi toda mi piel ahora mismo…
Los chicos nos volvimos a
mirar. Pero yo no me lo pensé más y me lancé sobre su cuerpo. Me senté a su
lado en el sofá llevando una mano sobre su pecho. Apreté y magreé bien su teta
mientras con la otra mano acariciaba su hombro. Instantes después mis
compañeros también se lanzaron y empezaron a acariciarla. Tony se puso al otro
lado sobando bien su otra teta a dos manos, mientras que Fernando y Ric se
pusieron a sobar sus piernas, acariciando sus muslos con esmero. Rosa no pudo
evitar gemir con aprobación al sentir nuestras ocho manos sobre su piel. Eso
nos animó a seguir, pronto noté cómo una de las manos de Ric rivalizaba con la
mía acariciando su pecho, por lo que yo me puse a pellizcar su durísimo pezón,
a lo que ella respondió acariciando mi antebrazo con sus dedos. Sentí un
placentero escalofrío cuando lo hizo, pero no paré.
Nadie más paró por supuesto.
Todas nuestras manos la recorrían sin que ella dejase de suspirar: su cara, su
cuello, sus pechos, sus muslos… No dejábamos ni un trozo de piel sin recorrer,
rozando también nuestras manos unos con otros de forma inevitable. En un
momento dado Tony llevó su mano a la entrepierna de Rosa acariciándola por
encima de su braguita negra. Ella soltó un fuerte gemido al que acompañó otro aprobativo
de mi compañero Tony, más suave. Eso abrió la veda, por lo que todos empezamos
a recorrer también su entrepierna con nuestras manos mientras ella suspiraba
más y más.
Yo miraba lo que estaba
sucediendo y alucinaba. Tantas manos recorriéndola arriba y abajo por todo su
cuerpo, sobando sus tetas, pellizcando sus gruesos pezones, rozando sus labios,
cogiendo sus manos, manoseando su braga que se empezaba a mojar, cosa que noté
al llevar allí mi mano. Subí y bajé mi mano por toda la tela una y otra vez,
notando como mi polla se ponía cada vez más dura dentro de mi pantalón. Sus
suspiros también me ponían más cachondo, como le debía ocurrir a mis
compañeros.
No me cabía duda que Rosa
estaba disfrutando con lo que pasaba. Me imaginaba las manos de cuatro mujeres
arriba y abajo por toda mi piel, rozándome suavemente, pellizcándome,
masajeándome y me suponía a punto de correrme con semejante trato, el que ella
seguía recibiendo, pues nuestras manos no paraban quietas. Yo cogía sus pezones
entre mis dedos estirando de ellos, Tony y Ric seguían rozando la mojada tela
de sus bragas mientras Fernando rozaba sus dedos por el cuello de Rosa y
también por la comisura de sus labios. Ella tampoco estaba quieta pues usaba
también sus manos para acariciar sus pechos o cogernos nuestras manos cuando se
quedaban libres, apretándolas con fuerza entre suspiros.
Por supuesto, no nos
conformamos con nuestras manos, y nuestras lenguas también entraron en acción.
Cuando vi su boca abierta mientras gemía, me agaché sobre ella y la besé,
devolviéndome el beso apasionadamente. Mi lengua rozaba y se enroscaba con la
suya mientras intercambiábamos saliva placenteramente. A la vez, Fernando lamía
con su lengua tanto el cuello como la oreja de Rosa. Tony lamía su muslo sin
dejar de acariciar su entrepierna por encima de la tela y Ric se puso a
mordisquear sus duros pezones mientras le apretaba con ganas sus tetas. Rosa no
era inmune a lo que sentía gimiendo con dificultad dentro de mi boca y parecía
estar cerca de un orgasmo por cómo empezaba arquearse, pero todavía no se
corrió, sino que empezó a buscar con sus manos nuestros pantalones,
apretándonos la verga como podía. Cuando me lo hizo a mí, noté cómo me la
buscaba y sentí la placentera presión de sus dedos a lo largo de todo mi
miembro, que se endureció más si cabe con tal masaje. Un nuevo gemido mío se
unió al concierto de placer que estaba teniendo lugar en el salón.
De repente Tony cogió con
la mano la braga de Rosa y la juntó, dejándola como si fuese un hilillo. Todos
miramos bien hacia la entrepierna de nuestra limpiadora, que dejaba ver un sexy
vello negro recortado sobre su monte de Venus. Tony empezó a estirar y aflojar
de la tela rozando su clítoris con ese movimiento mientras ella gemía con
fuerza en prueba de que le gustaba lo que le hacía, pero más aún cuando apartó
la tela y llevó su lengua a la vulva de Rosa. El gemido fue intenso y
premonitorio. Los demás intensificamos nuestras caricias: Ric mordisqueando sus
pezones con avidez masajeando sus tetas, Fernando rozando y lamiendo su cuello,
y yo besándola nuevamente sin dejar de sobar todo lo que podía su cuerpo.
Instantes después Rosa separó sus labios de los míos para gritar entre jadeos:
—¡Seguid, seguid! Me voy
a correeeeeeeeer, siiiiiiiiii…
Nosotros no paramos y
seguimos dándole placer, pero segundos después Rosa tenía su primer orgasmo con
nosotros tal y como acababa de avisar. Echó la cabeza hacia atrás apoyándola en
el sofá, sus mejillas se enrojecieron, sus labios se abrían y se cerraban
frenéticamente mientras trataba de respirar con dificultad por los jadeos, sus
ojos quedaron en blanco, su pecho se levantaba y bajaba, su cuerpo se arqueó
levantando su pelvis sin que Tony dejase de lamer y rozar su clítoris y de su coño
empezó a manar un flujo blanquecino que mojó sus bragas y resbaló por ambos
lados de la tela. Tony lo lamió y nos invitó a hacerlo también a los demás.
Paso Ric y la limpió con su lengua, Fernando también lo saboreó con ganas
arrodillándose delante de ella. Por último, yo también lo hice, pero antes cogí
sus bragas con mis dos manos y estiré para sacárselas. Las olí con placer y las
lamí antes de pasárselas a mis compañeros que hicieron algo similar. Después
llevé mi lengua a su entrepierna para limpiar todos los restos de su corrida,
repasé bien toda su vulva depilada, separé sus pliegues y, mirando a los ojos
de Rosa, metí mi lengua es su mojado coño para saborearlo bien. Ella, que poco
a poco iba recuperando el aliento, empezó a acariciar mi cabello con su mano y
apretó mi cabeza con fuerza para que no dejase de hacerlo, hasta que
sintiéndola más limpia, me separé de ella diciéndole:
—Ha sido genial, has
tenido una corrida brutal, pero nosotros seguimos duros como piedras…
Mis compañeros asintieron
mientras se levantaban y se acariciaban el paquete por encima del pantalón,
cosa que yo también hice, pero Rosa nos animó:
—Tranquilos, que esto no
se ha acabado. Yo necesito mucho más y vuestras pollas duras van a tener el
placer que se merecen. Desnudaos, ¡quiero ver lo duros que estáis por mí!
Le hicimos caso
quitándonos con rapidez tanto los pantalones deportivos, por supuesto también
las zapatillas y calcetines, quedando desnudos, con las cuatro pollas duras y
desafiantes, ante ella. Empezamos a acariciarnos la verga ante ella. Miré a mis
compañeros, observando su desnudez como nunca la había visto. Fernando bien
formado con una gran polla que sobresalía de una espesa mata de vello negro.
Tony, fuerte, sonriente mientras acariciaba una verga más bien pequeña con su
pubis depilado. Ric, más bien fofo, con una espesa selva de pelo negro del que
salía una buena polla que acariciaba, y yo, también fuerte, con mi vello
recortado y acariciando mi verga, más o menos del tamaño de la de Ric, pero más
gruesa, y con mis venas marcadas por la excitación.
Rosa se relamía
mirándonos a la vez que acariciaba sus pechos y pellizcaba sus pezones. Se
quitó completamente la bata amarilla, que era lo único que le quedaba puesto y
se acercó a nosotros arrodillándose en el suelo. Nosotros nos pusimos de pie
alrededor de ella, que empezó a mamarnos cada una de nuestras duras pollas.
Cogió el miembro de Fernando con su mano mientras lamía su glande con esmero, a
la vez pajeaba lentamente el de Tony. Ric y yo esperábamos nuestro turno
masturbándonos lentamente.
La boca de Rosa empezó a
subir y bajar por toda la verga de Fernando, cada vez más con mayor rapidez
mientras con la mano acompañaba su movimiento por todo el tronco. Con su otra
mano masturbaba también a Tony, hasta que Fernando dejó escapar algún gemido y
abandonó su polla, poniéndose a mamar la de Tony igualmente. Sus labios le
envolvían la verga mientras subían y bajaban rápidamente por ella acompañada
por su mano. Su otra mano pajeaba en ese momento a Ric que tenía una increíble
cara de placer.
De nuevo, cuando Tony
empezó a gemir, Rosa abandonó su pequeña polla, pasando a mamar la de Ric. Del
mismo modo, sus labios avanzaban y retrocedían por toda su verga. Su mano
también se movía por todo el tronco mientras con su otra mano hacía lo mismo
con mi dura polla. Sentía cómo me la apretaba y aflojaba según subía y bajaba
por toda ella, una y otra vez, una y otra vez, lentamente dándome cada vez más
placer. Cuando Ric empezó a gemir, su boca vino a mi verga, noté su lenta
entrada, el roce de su lengua por todo mi capullo, la presión de sus labios… El
placer era enorme, pero más aún cuando con sus manos empezó a masturbarme según
sus labios subían y bajaban en una tremenda mamada. Lo hacía como una experta y
se notaba que disfrutaba haciéndolo, mirando a los ojos de aquel a quien se la
chupaba. Fernando también disfrutaba de una buena paja a la vez, hasta que
cuando yo gemí fuertemente, la boca de Rosa me abandonó y volvió a Fernando.
Estuvo así mamándonos y
masturbándonos en círculo un rato, hasta que en lugar de hacérnoslo con la mano
y con la boca, llevó esa mano a su entrepierna poniéndose a pajearse ella
también. Nosotros, a la vez, acariciábamos sus tetas, su cuello y su espalda. Rosa
lo estaba pasando de vicio con esas cuatro vergas duras a su disposición a la
vez que frotaba su clítoris lentamente, disfrutando de ello, como sus gestos
dejaban ver. Realmente estábamos disfrutando todos, suspirando, jadeando y
gimiendo sin descanso. Rosa era una auténtica fuente de placer y sabía bien
cómo darlo, pues siguió así mamándonos en círculo un rato, lamiendo nuestros
glandes de los que ya saboreaba las primeras gotas que dejábamos escapar,
avanzando y retrocediendo con avidez con su boca por toda nuestra polla, como
si se la quisiera tragar entera…
De repente, dejó de girar
y de pajearse para coger la verga de Fernando con una mano mientras agarraba la
de Tony con la otra. Se llevó las dos a su boca y se puso a lamerlas, una, la
otra, una, la otra, sin descanso hasta que se metió los dos capullos en la
boca. En ese momento cogió con una mano la polla de Ric y con la otra la mía,
masturbándonos lentamente sin dejar de lamer las que tenía en su boca. Poco
después cambió y se sacó de la boca las vergas con las que jugaba, llevándose
la de Ric y la mía a la boca para empezar a lamernos concienzudamente. Mamía y
lamía la de Ric para luego hacer lo mismo con la mía, sintiendo yo el enorme
placer que daban sus labios y su lengua. No podía dejar escapar gemidos, de
igual forma que mis compañeros. La boca de Rosa cambiaba del glande de Ric al
mío sin parar, uno, otro, uno, otro, uno otro, hasta que de nuevo se llevó los
dos a la boca. Sentí cómo su lengua me rozaba todo el capullo, pero también
sentí el roce del glande de Ric sobre el mío, lubricado por la saliva de Rosa,
era la primera vez que notaba un contacto así, y no me desagradó. Cuando se
metió los dos dentro, se puso a masturbar a la vez a Tony y Fernando con sus
manos.
Los cuatro combinábamos
nuestros gemidos y suspiros por el placer que nos proporcionaba Rosa, hasta que
nos soltó a todos, se levantó y se tumbó en el sofá abriendo sus piernas. Su
vulva volvía a brillar por los fluidos que había empezado a destilar
nuevamente. Una vez tuvo sus piernas bien abiertas y ofrecidas a nosotros nos
dijo:
—Quiero volverme a correr
con vosotros. Lamedme bien el coño, chicos.
No nos hicimos de rogar y
nos pusimos a ello rápidamente. A pesar de estar los cuatro más que cachondos y
empalmados como burros, con evidentes ganas de corrernos, estaba claro que la
que mandaba era Rosa y que su vulva quería nuestras lenguas sobre ella. El
primero fue Fernando que, arrodillándose ante ella, llevó su lengua a sus
húmedos labios para lamerlos. Se escuchaban nuevamente gemidos de placer de
Rosa según la lengua de Fernando subía y bajaba. Los demás no éramos mancos y
nuestras manos igual pellizcaban sus pezones que acariciaban su piel
nuevamente. Yo me acuclillé a su lado sobre el sofá y a ella no se le ocurrió
otra cosa que alzarse un poco para lamerme un pezón de igual modo que le
estaban haciendo a ella, subiendo y bajando su lengua por él, reconozco que fue
placentero. Duró poco, pronto se separó para dedicarse únicamente a disfrutar y
recibir placer. Fernando seguía lamiendo
como un perrito, hasta que cedió su puesto a Ric que se puso a lamer el coño
que tenía delante con brusquedad. Rosa lo paró un poco con la mano hasta que
acompasó el ritmo con al que ella quería, al de sus suspiros.
Las manos de Rosa no
paraban quietas y se dedicaban a masturbar las pollas que tenía a su alcance,
en ese momento la de Tony y la mía. Ric seguía lamiendo arriba y abajo mientras
ella empezaba de nuevo a gemir, hasta que un Tony ansioso casi apartó a Ric de
la entrepierna para ocupar su lugar y ponerse a lamer. La mano de Rosa seguía
pajeando mi polla, como la de Fernando, pero eso no me impedía disfrutar de ver
la cara de placer de ella según la lengua de Tony rozaba intensamente su
clítoris, mientras nuestras manos la sobaban por todas partes.
Por fin llegó mi turno,
así que me arrodillé poniendo la cara entres sus muslos. Antes de ponerme en
faena miré delante de mí. Lo que vi fue increíblemente morboso pues Rosa
masturbaba a Ric y Fernando con fuerza, Tony le arrimaba su polla dura para que
también la pajease, lo que hizo poco después, y un maremágnum de manos cubrían
sus tetas, su cuello, toda la piel que le quedaba libre… Rosa me miró como
preguntándose por qué no me la comía y me puse a ello. Pasé mi lengua de abajo
a arriba por toda su raja. Ella dio un respingo al sentirlo. La miré
nuevamente, sus ojos estaban llenos de deseo, por lo que seguí. Empecé a subir
y bajar mi lengua por su vulva, una y otra vez, sin descanso, cada vez rozaba con
más fuerza, sobre todo al llegar arriba donde su clítoris se mostraba hinchado
y rosado. Separé sus labios con los dedos para lamer mejor su jugoso coño, sus
sabrosos fluidos, incluso empecé a follármela con mi lengua, metiéndosela y sacándosela
de su húmedo agujero. Ella gemía más seguido, yo notaba mi polla temblar en el
aire, la verdad es que tenía ganas ya de follármela, pero aún no lo hice. Llevé
mi lengua a su clítoris y me puso a masajeárselo con movimientos rápidos y
circulares. Rosa gemía y disfrutaba, incluso se arqueó para recibirme mejor
cuando empecé a follármela con un dedo mientras todas las manos la toqueteaban.
Así, metiéndoselo y sacándoselo sin dejar de rozar su clítoris con mi lengua,
sin descanso, hasta que, apartándome con una mano la cabeza, entre jadeos Rosa
gritó:
—¡No puedo más! Si sigues
me corro ya, pero no, ¡para! Antes quiero vuestra leche…
—Si la quieres la vas a
tener —dije mientras me levantaba y con la mano guiaba mi mano hasta su vulva—,
te vamos a follar y llenar de leche tu coño. ¿Verdad?
Todos mis compañeros
asintieron. Sonreí al ver que la timidez inicial que habíamos mostrado los
cuatros había desaparecido y ya nos daba todo igual. Pero, antes de que pudiese
meter la punta en ella, Rosa se revolvió y señalando al anillo que brillaba en
su mano dijo:
—¡Noooooooo! Mi coño es
de mi marido. Dejémosle al menos eso de follarme a él. Poneos en fila, que yo
seré las que os haga correr sobre mí.
La miré con algo de
frustración. Mis compañeros también suspiraron con resignación, pero todos
aceptamos lo que dijo sin rechistar, estábamos disfrutando de auténtico morbo
con ella, eso era más que suficiente.
Haciéndole caso nos
pusimos en fila y Rosa se arrodilló en el suelo ante nosotros otra vez.
Frotando su entrepierna con una mano se acercó al primero, que no fue otro que
Tony. Le pajeó con fuerza su pequeña polla hasta que llevó su boca para mamársela.
Con rapidez avanzaba y retrocedía por toda la verga, succionando, apretando…
Los demás mirábamos la escena desde al lado sin dejar de masturbarnos. Pronto
Tony se puso a gemir más fuerte, la boca de Rosa lo estaba llevando al límite
adelante y atrás por toda su verga, hasta que gritó:
—Me corrooooooooooo,
jodeeeeeeeeeer…
Rosa se apartó de él sin
dejar de masturbarle hasta que explotó, disparando sus chorros sobre sus tetas
y sobre su cuello. Ella se sentía feliz al notar ese cálido contacto mientras
decía:
—Sí, dámela toda, si,
asiiiiiiii, toda mía…
Los chorros de Tony aún
resbalaban por su piel cuando se acercó a Fernando sin dejar de masturbarse
para amorrarse a su gran polla. La cogió con la mano y la movió arriba y abajo
mientras con la lengua jugueteaba en la punta de su glande, hasta que abriendo
los labios engulló lo que pudo, empezando a mamársela. A la vez ella seguía
frotando su clítoris con suavidad, con una cara de placer inmenso. Siguió
mamando dentro, fuera, dentro, fuera, pero tras unos pocos movimientos más,
Fernando no aguanto y le dijo:
—¡No puedo más! Me corro,
me corro, yaaaaaaaaaaaaa…
Rosa sacó la boca a
tiempo para poder disfrutar de la corrida de Fernando sobre su cuerpo. Sus
disparos dieron sobre su cara y también sobre su cuello, resbalando hacia su
pecho. Ella sin dejar de masturbarse dijo:
—Me encanta sí, quiero
más, quiero más, siiiii…
Tras decir eso vino
arrodillada hacia mí. Su cara de deseo, decorada con chorretones de semen, la
convertían en una visión muy morbosa. Yo estaba tremendamente excitado con la
polla realmente dura, no iba a durar mucho. Rosa me pajeó, primero lentamente
mientras lamía mis huevos, pasando su lengua despacio de uno a otro. Luego con
más rapidez, subiendo y bajando su mano por toda mi verga una y otra vez
mientras sus labios llegaban a mi glande. Me dio un par de lametones y se lo
metió, empezando a succionar como una buena mamona. Veía cómo con su mano volvía
a frotar su clítoris con ganas, a la vez que su boca avanzaba y retrocedía por
mi dura polla sacándome gemido tras gemido. Sus ojos se clavaban en los míos poniéndome
cardiaco mientras sentía su lengua y sus labios adelante y atrás sobre mi
polla, una y otra vez, una y otra vez, hasta que no pude más y la avisé entre
jadeos:
—¡Me voy a correr ya! Sí,
sí, sí, siiiiiiiiiiii, jodeeeeeeeeeeeer…
Rosa se volvió a apartar
a tiempo para, pajeándome con su mano, recibir una buena cantidad de disparos
de mi leche caliente sobre su cara y sobre sus tetas. Con la otra mano se lo
restregaba contoneándose placenteramente mientras decía:
—Siiiiiii, me encanta,
cuanta leche, tan calentita sobre mí, siiiii, dame más, dame más…
Cuando me dejó seco se
puso nuevamente a masturbar su clítoris, sus gemidos eran más fuertes y más
seguidos. Estaba disfrutando de lo lindo. Se encaminó así hasta Ric y le dijo:
—Solamente me falta la tuya
y me la vas a dar, ¿verdad?
—Siiiiii —le contestó Ric—,
y estoy a punto.
Rosa lo miró y se dio
cuenta de que decía la verdad pues Ric no había dejado de pajearse mientras nos
corríamos sobre ella los demás. Por ello directamente se metió su polla en la boca
y empezó a mamársela con furia, adelante, atrás, adelante, atrás, se ayudaba
con la mano mientras succionaba con fuerza. Instantes después Ric gritó:
—¡Me corrooooooooooooo!
¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaah!
Esta vez no le dio tiempo
a apartarse y el primer chorro fue a su boca. Mientras seguía recibiendo la
leche de Ric sobre su cuello y sus pechos ya pringosos, dejó resbalar lo que
había entrado en su boca por la comisura de sus labios, que cayó sobre su teta
izquierda. Siguió meneando bien la verga de Ric hasta que ya no dio más de sí,
momento en que la soltó para tumbarse de espaldas sobre el suelo. Apoyó las
plantas de los pies sobre el suelo y levantó su pelvis para masturbarse con una
mano. Con la otra se puso a restregarse los restos de nuestras abundantes
corridas por su abdomen, por sus pechos, por su cuello…
Nosotros seguíamos de pie
a su lado viendo cómo disfrutaba toda pringosa por nuestra leché, cómo su mano
se movía frenéticamente sobre su vulva, cómo su pelvis subía y bajaba según se
pajeaba y cómo sus gemidos eran cada vez más potentes y seguidos.
—Os habéis portado como
unos campeones —dijo Rosa con dificultad por sus jadeos—, ¡qué cantidad de
leche!, ¡qué calentita sobre mi piel! Voy a tener una corrida bestial, ufffff…
Tras decir eso, empezó a
mover su mano a más velocidad, se frotaba su clítoris con todas las ganas que
tenía, gimiendo más y más, subiendo y bajando su pelvis cada vez más rápido,
pero sin parar de rozarse. Yo me acerqué, me arrodillé y paseé un dedo por su
boca, rozando sus labios. Ella sacó la lengua y me lo lamió. Como vi que le
gustó se lo metí un poco. Rosa me lo succionó y me lo mordió con fuerza sin
dejar de mover la mano sobre su vulva, más rápido, más, más, más… Abrió su boca
para soltar un fuerte y saqué mi dedo de ella. Dio unos gemidos más y mientras
se agitaba con fuerza gritó:
—¡Diooooooooooooooos! Sí,
me voooooooooooy, siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii…
Y se corrió mientras se
agitaba convulsamente, disfrutando, jadeando como una perra, sudando, con sus
mejillas de color rojo sangre y sus ojos en blanco por el enorme placer, hasta
que cayó rendida sobre el suelo, con la respiración agitada que levantaba y
bajaba su pecho. Su entrepierna rezumaba los fluidos de su orgasmo. Nosotros
seguíamos mirando atónitos mientras ella se recuperaba, incrédulos con lo que
había sucedido, pero todavía calientes porque nuestras pollas seguían duras. No
era para menos, acabábamos de presenciar un orgasmo brutal de una mujer
embadurnada con nuestro propio semen.
—¿Cómo te has quedado? —me
preguntó Rosa mirándome fijamente mientras agitaba la cucharilla en su vaso de
café.
Yo clavé mis ojos en los
suyos incrédulo. Todavía no me podía creer lo que me había contado Rosa. Sin yo
esperármelo, y con toda tranquilidad, me acababa de contar una de sus más
oscuras fantasías, y la había tenido con nosotros, con los que diez años antes
fuimos los inquilinos del piso de su madre, con aquellos a los que nos limpiaba
el piso un par de veces a la semana durante el primer año que estuvimos en él,
¡alucinante! No era para menos, yo había ido a la universidad a pedir unos
certificados y al pasar por delante de casa de su madre, había decidido entrar
a saludarla, encontrándomela a ella allí. Al principio no la había reconocido,
pues su pelo había pasado a ser rubio y lo llevaba liso, pero pronto me di
cuenta de que era su cara, de que era su hija. Decidimos bajar a un bar a
tomarnos un café y contarnos cómo nos iba todo. De repente, tras contarme que
seguía casada con su marido y que no tenía hijos, no sé cómo, empezó a decir que
nos echaba de menos y que había disfrutado mucho de nuestra compañía, que era
una pena que nunca fuésemos a verla, pues ella seguía teniendo fantasías con nosotros.
Entonces me contó lo que acabo de relatar, desde su punto de vista y sin tanto
detalle, pero más o menos así.
Mientras yo pensaba en lo
que me había contado, me di cuenta de que Rosa seguía esperando la respuesta a
su pregunta, por lo que tras dar un sorbo a mi café le contesté:
—Pues me he quedado
alucinado y, sobre todo, más duro que una piedra, tanto que voy a tardar tiempo
en poderme levantar sin que se note la erección que tu historia me ha
provocado.
Rosa sonrió y me cogió la
mano diciendo:
—Tranquilo, a mí no me
extrañaría nada que cuando me levante deje una mancha de mi calentura en la
silla.
—Es que —le contesté—, lo
que has contado era demasiado tórrido, menudas fantasías tienes…
—¿Tú nunca tuviste
fantasías conmigo mientras os limpiaba el piso? —me preguntó rápidamente.
—Sí, claro —respondí—,
que solían acabar en una buena paja a tu salud. Pero nunca habría pensado en
hablarlo contigo entonces…
—Pues ya ves —añadió Rosa—,
la vida da muchas vueltas. Y dime, ¿crees que estaría bien que tú te fueses a
casa tan duro como estás y yo tan mojada como me siento?
—¡No! —grité mientras se
giraba medio bar al oír mi grito, por lo que bajé la voz para seguir—, eso no
estaría bien no, ¿podemos solucionarlo?
—Sí, si tú quieres hay
solución —me contestó riendo mientras yo asentía varias veces con la cabeza—.
Tendré que volver a enseñarte vuestro antiguo piso para que veas cómo está
ahora por si te interesa alquilarlo, ya que está vacío… Voy fuera y llamo a mi
marido para que no se preocupe si tardo.
Cuando acabó de decir eso,
se levantó, sacó el móvil de su bolso y salió hacia fuera contoneándose sobre
sus tacones. Yo me quedé mirándola salir con su vestido blanco corto y con su
melena rubia suelta sobre la espalda. Seguía estando muy buena y todo parecía
indicar que iba a poder disfrutar de ella. Me levanté, llevé cuidado de tapar
mi erección poniendo la carpeta que llevaba delante de mi entrepierna y me
acerqué a la silla de Rosa a ver si era cierto que la había mojado. Y sí que lo
era, había una pequeña manchita en el centro de la silla. La limpié con un par
de dedos que luego lamí, sintiendo ese peculiar sabor a hembra en celo que
tanto me gusta, a la vez que algo se ponía más duro dentro de mi pantalón. Ya sin
más dilación, fui a la barra para pagar los cafés. Al salir, Rosa todavía hablaba
por el móvil, cuando acabó nos encaminamos juntos hacia mi antiguo piso, donde
esperaba estar con ella de una forma muy diferente a como estuvimos en el
pasado. Pero lo que sucedió allí, es otra historia que espero contaros pronto.
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