miércoles, 30 de agosto de 2017

Piso de estudiantes



Como ya he contado en alguna ocasión, tuve que marcharme de casa de mis padres a los dieciocho años porque donde yo vivo no podía estudiar lo que quería. La mejor opción, tanto por economía como por libertad horaria, era irme a un piso de alquiler con otros compañeros, y eso hice. Una vez allí, fui cambiando de piso y compañeros hasta que di con otros compañeros con quienes me llevaba estupendamente.  Juntos, encontramos un piso que nos encantó y a buen precio, pero con una extraña condición: la dueña, Rosa, nos explicó que su hija, también Rosa, tenía que limpiarnos el piso un par de veces por semana. En un primer momento nos pareció un poco raro, pues estábamos acostumbrados a limpiar nosotros, pero como, a pesar de incluir el pago de las horas de limpieza, el precio era realmente bueno y el piso nos había encantado, decidimos aceptar.

En el piso vivíamos en armonía los cuatro compañeros. Fernando era un chico alto y fuerte que jugaba en el equipo de baloncesto de su pueblo. Tenía el pelo negro, así como los ojos. También vivía Tony, el guaperas del piso con su pelo rubio y sus ojos verdes, era raro el fin de semana que salíamos y no conseguía traerse un ligue a casa. No era tan alto como Fernando, pero también estaba fuerte porque le gustaba hacer pesas. Luego estaba Ricardo, Ric para los amigos. Salvo contadas excepciones, era un amante del deporte de no hacer nada, excepto sentarse en el sofá para ver la televisión en su tiempo libre, por lo que estaba algo regordete. Aun así, era con quien mejor me llevaba, pues era muy buen tío. Siempre estaba con la sonrisa puesta bajo su desarreglada melena negra y sus ojos marrones. Y por último estaba yo. Ya por aquel entonces me dedicaba a correr, bastante rápido por aquella época, por lo que estaba fino y fibroso. Llevaba mi corto pelo negro estudiadamente despeinado, cosa que sigo haciendo también, entonces ya tenía claro que mis ojos negros eran muy expresivos y que mi culo atraía la mirada de las chicas.

Se podría decir que teníamos medio miembro más en el piso porque Rosa venía a limpiarnos dos tardes a la semana, en que solía coincidir con nosotros. Cuando limpiaba, hablábamos con ella y se interesaba por nuestras tonterías, las propias de la edad, pues acabábamos de superar los veinte años. A veces le decíamos que dejase de limpiar y se uniese a nosotros a la hora del café, lo que ella aceptaba encantada, compartiendo charlas y risas. Gracias a nuestras charlas nos enteramos de que ella era una treintañera casada y sin hijos. También nos dijo que si venía a limpiarnos era porque su madre no se fiaba de que un grupo de chicos le cuidase bien su piso, además de sacarse un dinero extra que le hacía falta.

Alguna vez también me tomé yo algún café a solas con ella, entre otras cosas me contó que a su matrimonio le faltaba chispa recomendándome que no me casase nunca. Yo no entendía cómo alguien podía dejar a una mujer así sin chispa, aunque con el paso de los años sí lo he comprendido. A mí Rosa me parecía simpatiquísima, además de ser muy atractiva, con un cuerpo delgado, pero con curvas, ya que tanto su culo como sus pechos se insinuaban en la ropa sexy que solía llevar. Además, tenía un precioso pelo negro que llevaba rizado, unos ojos negros brillantes de vida y unos labios carnosos que a veces me daban ganas de besar… Pero no, eso no pasaba nunca, el día que me asaltaban pensamientos eróticos con ella, lo único que ocurría es que yo me acababa masturbando pensando en ella con la fogosidad propia de un chaval que no hacía mucho que había abandonado la adolescencia. Y tenía claro que no era el único que lo hacía, a mis compañeros también les parecía una mujer muy sexy, porque en verdad lo era, y a veces tras marcharse Rosa después de limpiar, alguno se daba una ducha demasiado larga…

Un día en que no teníamos ganas de estudiar, nos fuimos los cuatro a jugar un rato al baloncesto. Después de una hora más o menos, Ric empezó a pedir tiempos muertos cada dos por tres, señal de que ya se le salía el corazón por la boca, por lo que dimos por finalizado el juego, y volvimos a casa dispuestos a darnos una buena ducha. Evidentemente llegamos a casa sudados, con nuestras camisetas y pantalones deportivos pidiendo ser lavados claro. Pero una vez entramos en casa y avanzamos hasta el salón, en lo último que pensamos fue en ducharnos o poner la ropa en la lavadora. Allí estaba Rosa limpiando la mesa del salón con su pelo recogido en una coleta, como siempre. Lo que era una novedad es que llevaba puesta una especie de bata amarilla de tirantes que, inclinada como estaba, dejaba ver sus pechos sin sujetador, cosa novedosa también.

Cuando la vi así pensé que dado que ya hacía calor y que habría pensado que tardaríamos más, se había puesto cómoda para limpiar siendo sorprendida por nuestra llegada, pero no, por lo que hizo a continuación, sus actos estaban más que premeditados. Se giró, sin saludarnos a pesar de habernos visto, dándonos la espalda para ponerse a limpiar una silla y vimos que llevaba la bata abotonada con un solo botón a la altura de su cintura, por lo que dejaba ver tanto la sensual curva de su espalda como unas finas bragas de encaje negro que tapaban bien poco de su lindo trasero. Se inclinó más para limpiar el asiento, por lo que la bata se le abrió aún más dejando expuesto todo su culo a nuestros lascivos ojos. En ese momento se le cayó el balón de la mano a Fernando, pues lo llevaba él, haciendo ruido según rebotaba por el salón y Rosa se giró mirándonos con picardía para decirnos:

—¡Qué bien que ya hayáis llegado! Perdonad que me haya vestido así, pero es que tenía mucho calor…

—No te preocupes —le respondió Tony en nombre de todos—, es una buena visión que alegra la casa más que un cuadro.

—¿Sí? —contestó Rosa—. Es bueno saberlo, aunque no era necesario decirlo, pues ya veo la alegría en algún pantalón, ¿verdad Ric?

Miré a mi compañero Ric, y ciertamente se apreciaba una buena tienda de campaña en su pantalón. Él fue a responder a Rosa, pero únicamente acertó a balbucear, por lo que ella siguió hablando:

—Además, tenéis que saber que el calor que tengo no es por el que hace en este caluroso mes, no, es porque me he puesto cachonda aquí limpiando un piso de cuatro chicos deseables. Y ahora todavía más, que os tengo aquí delante, sudorosos, con ese aroma a macho que tanto me pone. Creo que ya no voy a poder limpiar…

Tras decir eso se sentó en nuestro sofá, al fondo del salón, y se puso a darse aire agitando la bata sobre su entrepierna. Al hacerlo dejaba ver su braga de encaje por la parte delantera, en una imagen tremendamente erótica. Noté cómo mi pene crecía dentro de mi pantalón sin poderlo evitar, tampoco es que quisiera evitarlo claro. Algo parecido les pasó a todos mis compañeros, quedando los cuatro con nuestros abultados pantalones delante de ella, en la puerta del salón, sin tener muy claro qué hacer salvo mirarla con deseo.

—Ya veo que os han sentado bien mis palabras —dijo Rosa—, me gustan vuestros bultos. Ahora demostradme que sabéis usarlos y venid a quitarme este calor que tengo. ¿Os atrevéis o no?

Nos miramos los cuatro como valorando las palabras de Rosa. Por supuesto alguna vez habíamos hablado de mujeres y de sexo. También nos habíamos dejado alguna revista porno en que salían varios hombres con una mujer, pero no era lo mismo que vivirlo. Si lo hacíamos íbamos a vernos con nuestras pollas duras unos a otros, íbamos a tener sexo los cuatro a la vez con una mujer caliente, y eso era algo que necesitaba ser pensado. ¿Pero qué veinteañero va a tener delante a una mujer cachonda a la que desea y la va a dejar ahí para irse por vergüenza? No sé si habrá alguno, porque no fue nuestro caso, ya que tras mirarla a ella sentada allí deseosa, nos volvimos a mirar con aceptación y convencidos nos acercamos al sofá.

—Bien, bien, bien —añadió Rosa con una sonrisa—, veo que os habéis decidido por disfrutar conmigo. Yo también quiero disfrutar con vosotros, ¡sacaos las camisetas para que vea vuestros torsos!

Por supuesto le hicimos caso. A Ric le costó un poco dar el paso porque le avergonzaba enseñar su cuerpo regordete en comparación con los nuestros, pero también lo hizo. Cuando estuvimos todos sin camisetas, Rosa empezó a tocarse sus pechos entre los tirantes de la bata, acariciándolos lentamente, dejando escapar algún suspiro mientras nos miraba, hasta que apartó sus manos y se bajó los tirantes. En ese momento sus tetas quedaron a la vista, jugosas, deseables, muy apetecibles con esas areolas marrones rematadas por duros pezones. Además, se descalzó poniendo sus pies sobre el sofá y abrió las piernas. Verla así me puso a mil, como puso también a mis compañeros, pero aun así ninguno nos lanzamos, por lo que Rosa nos hizo un gesto con su dedo para que nos acercásemos y nos animó:

—Venid, que no muerdo. Bueno sí, pero para bien —dijo riendo—. Necesito las caricias de vuestras manos sobre mi toda mi piel ahora mismo…

Los chicos nos volvimos a mirar. Pero yo no me lo pensé más y me lancé sobre su cuerpo. Me senté a su lado en el sofá llevando una mano sobre su pecho. Apreté y magreé bien su teta mientras con la otra mano acariciaba su hombro. Instantes después mis compañeros también se lanzaron y empezaron a acariciarla. Tony se puso al otro lado sobando bien su otra teta a dos manos, mientras que Fernando y Ric se pusieron a sobar sus piernas, acariciando sus muslos con esmero. Rosa no pudo evitar gemir con aprobación al sentir nuestras ocho manos sobre su piel. Eso nos animó a seguir, pronto noté cómo una de las manos de Ric rivalizaba con la mía acariciando su pecho, por lo que yo me puse a pellizcar su durísimo pezón, a lo que ella respondió acariciando mi antebrazo con sus dedos. Sentí un placentero escalofrío cuando lo hizo, pero no paré.

Nadie más paró por supuesto. Todas nuestras manos la recorrían sin que ella dejase de suspirar: su cara, su cuello, sus pechos, sus muslos… No dejábamos ni un trozo de piel sin recorrer, rozando también nuestras manos unos con otros de forma inevitable. En un momento dado Tony llevó su mano a la entrepierna de Rosa acariciándola por encima de su braguita negra. Ella soltó un fuerte gemido al que acompañó otro aprobativo de mi compañero Tony, más suave. Eso abrió la veda, por lo que todos empezamos a recorrer también su entrepierna con nuestras manos mientras ella suspiraba más y más. 

Yo miraba lo que estaba sucediendo y alucinaba. Tantas manos recorriéndola arriba y abajo por todo su cuerpo, sobando sus tetas, pellizcando sus gruesos pezones, rozando sus labios, cogiendo sus manos, manoseando su braga que se empezaba a mojar, cosa que noté al llevar allí mi mano. Subí y bajé mi mano por toda la tela una y otra vez, notando como mi polla se ponía cada vez más dura dentro de mi pantalón. Sus suspiros también me ponían más cachondo, como le debía ocurrir a mis compañeros.

No me cabía duda que Rosa estaba disfrutando con lo que pasaba. Me imaginaba las manos de cuatro mujeres arriba y abajo por toda mi piel, rozándome suavemente, pellizcándome, masajeándome y me suponía a punto de correrme con semejante trato, el que ella seguía recibiendo, pues nuestras manos no paraban quietas. Yo cogía sus pezones entre mis dedos estirando de ellos, Tony y Ric seguían rozando la mojada tela de sus bragas mientras Fernando rozaba sus dedos por el cuello de Rosa y también por la comisura de sus labios. Ella tampoco estaba quieta pues usaba también sus manos para acariciar sus pechos o cogernos nuestras manos cuando se quedaban libres, apretándolas con fuerza entre suspiros.

Por supuesto, no nos conformamos con nuestras manos, y nuestras lenguas también entraron en acción. Cuando vi su boca abierta mientras gemía, me agaché sobre ella y la besé, devolviéndome el beso apasionadamente. Mi lengua rozaba y se enroscaba con la suya mientras intercambiábamos saliva placenteramente. A la vez, Fernando lamía con su lengua tanto el cuello como la oreja de Rosa. Tony lamía su muslo sin dejar de acariciar su entrepierna por encima de la tela y Ric se puso a mordisquear sus duros pezones mientras le apretaba con ganas sus tetas. Rosa no era inmune a lo que sentía gimiendo con dificultad dentro de mi boca y parecía estar cerca de un orgasmo por cómo empezaba arquearse, pero todavía no se corrió, sino que empezó a buscar con sus manos nuestros pantalones, apretándonos la verga como podía. Cuando me lo hizo a mí, noté cómo me la buscaba y sentí la placentera presión de sus dedos a lo largo de todo mi miembro, que se endureció más si cabe con tal masaje. Un nuevo gemido mío se unió al concierto de placer que estaba teniendo lugar en el salón.

De repente Tony cogió con la mano la braga de Rosa y la juntó, dejándola como si fuese un hilillo. Todos miramos bien hacia la entrepierna de nuestra limpiadora, que dejaba ver un sexy vello negro recortado sobre su monte de Venus. Tony empezó a estirar y aflojar de la tela rozando su clítoris con ese movimiento mientras ella gemía con fuerza en prueba de que le gustaba lo que le hacía, pero más aún cuando apartó la tela y llevó su lengua a la vulva de Rosa. El gemido fue intenso y premonitorio. Los demás intensificamos nuestras caricias: Ric mordisqueando sus pezones con avidez masajeando sus tetas, Fernando rozando y lamiendo su cuello, y yo besándola nuevamente sin dejar de sobar todo lo que podía su cuerpo. Instantes después Rosa separó sus labios de los míos para gritar entre jadeos:

—¡Seguid, seguid! Me voy a correeeeeeeeer, siiiiiiiiii…

Nosotros no paramos y seguimos dándole placer, pero segundos después Rosa tenía su primer orgasmo con nosotros tal y como acababa de avisar. Echó la cabeza hacia atrás apoyándola en el sofá, sus mejillas se enrojecieron, sus labios se abrían y se cerraban frenéticamente mientras trataba de respirar con dificultad por los jadeos, sus ojos quedaron en blanco, su pecho se levantaba y bajaba, su cuerpo se arqueó levantando su pelvis sin que Tony dejase de lamer y rozar su clítoris y de su coño empezó a manar un flujo blanquecino que mojó sus bragas y resbaló por ambos lados de la tela. Tony lo lamió y nos invitó a hacerlo también a los demás. Paso Ric y la limpió con su lengua, Fernando también lo saboreó con ganas arrodillándose delante de ella. Por último, yo también lo hice, pero antes cogí sus bragas con mis dos manos y estiré para sacárselas. Las olí con placer y las lamí antes de pasárselas a mis compañeros que hicieron algo similar. Después llevé mi lengua a su entrepierna para limpiar todos los restos de su corrida, repasé bien toda su vulva depilada, separé sus pliegues y, mirando a los ojos de Rosa, metí mi lengua es su mojado coño para saborearlo bien. Ella, que poco a poco iba recuperando el aliento, empezó a acariciar mi cabello con su mano y apretó mi cabeza con fuerza para que no dejase de hacerlo, hasta que sintiéndola más limpia, me separé de ella diciéndole: 

—Ha sido genial, has tenido una corrida brutal, pero nosotros seguimos duros como piedras…

Mis compañeros asintieron mientras se levantaban y se acariciaban el paquete por encima del pantalón, cosa que yo también hice, pero Rosa nos animó:

—Tranquilos, que esto no se ha acabado. Yo necesito mucho más y vuestras pollas duras van a tener el placer que se merecen. Desnudaos, ¡quiero ver lo duros que estáis por mí!

Le hicimos caso quitándonos con rapidez tanto los pantalones deportivos, por supuesto también las zapatillas y calcetines, quedando desnudos, con las cuatro pollas duras y desafiantes, ante ella. Empezamos a acariciarnos la verga ante ella. Miré a mis compañeros, observando su desnudez como nunca la había visto. Fernando bien formado con una gran polla que sobresalía de una espesa mata de vello negro. Tony, fuerte, sonriente mientras acariciaba una verga más bien pequeña con su pubis depilado. Ric, más bien fofo, con una espesa selva de pelo negro del que salía una buena polla que acariciaba, y yo, también fuerte, con mi vello recortado y acariciando mi verga, más o menos del tamaño de la de Ric, pero más gruesa, y con mis venas marcadas por la excitación.

Rosa se relamía mirándonos a la vez que acariciaba sus pechos y pellizcaba sus pezones. Se quitó completamente la bata amarilla, que era lo único que le quedaba puesto y se acercó a nosotros arrodillándose en el suelo. Nosotros nos pusimos de pie alrededor de ella, que empezó a mamarnos cada una de nuestras duras pollas. Cogió el miembro de Fernando con su mano mientras lamía su glande con esmero, a la vez pajeaba lentamente el de Tony. Ric y yo esperábamos nuestro turno masturbándonos lentamente.

La boca de Rosa empezó a subir y bajar por toda la verga de Fernando, cada vez más con mayor rapidez mientras con la mano acompañaba su movimiento por todo el tronco. Con su otra mano masturbaba también a Tony, hasta que Fernando dejó escapar algún gemido y abandonó su polla, poniéndose a mamar la de Tony igualmente. Sus labios le envolvían la verga mientras subían y bajaban rápidamente por ella acompañada por su mano. Su otra mano pajeaba en ese momento a Ric que tenía una increíble cara de placer. 

De nuevo, cuando Tony empezó a gemir, Rosa abandonó su pequeña polla, pasando a mamar la de Ric. Del mismo modo, sus labios avanzaban y retrocedían por toda su verga. Su mano también se movía por todo el tronco mientras con su otra mano hacía lo mismo con mi dura polla. Sentía cómo me la apretaba y aflojaba según subía y bajaba por toda ella, una y otra vez, una y otra vez, lentamente dándome cada vez más placer. Cuando Ric empezó a gemir, su boca vino a mi verga, noté su lenta entrada, el roce de su lengua por todo mi capullo, la presión de sus labios… El placer era enorme, pero más aún cuando con sus manos empezó a masturbarme según sus labios subían y bajaban en una tremenda mamada. Lo hacía como una experta y se notaba que disfrutaba haciéndolo, mirando a los ojos de aquel a quien se la chupaba. Fernando también disfrutaba de una buena paja a la vez, hasta que cuando yo gemí fuertemente, la boca de Rosa me abandonó y volvió a Fernando.

Estuvo así mamándonos y masturbándonos en círculo un rato, hasta que en lugar de hacérnoslo con la mano y con la boca, llevó esa mano a su entrepierna poniéndose a pajearse ella también. Nosotros, a la vez, acariciábamos sus tetas, su cuello y su espalda. Rosa lo estaba pasando de vicio con esas cuatro vergas duras a su disposición a la vez que frotaba su clítoris lentamente, disfrutando de ello, como sus gestos dejaban ver. Realmente estábamos disfrutando todos, suspirando, jadeando y gimiendo sin descanso. Rosa era una auténtica fuente de placer y sabía bien cómo darlo, pues siguió así mamándonos en círculo un rato, lamiendo nuestros glandes de los que ya saboreaba las primeras gotas que dejábamos escapar, avanzando y retrocediendo con avidez con su boca por toda nuestra polla, como si se la quisiera tragar entera…

De repente, dejó de girar y de pajearse para coger la verga de Fernando con una mano mientras agarraba la de Tony con la otra. Se llevó las dos a su boca y se puso a lamerlas, una, la otra, una, la otra, sin descanso hasta que se metió los dos capullos en la boca. En ese momento cogió con una mano la polla de Ric y con la otra la mía, masturbándonos lentamente sin dejar de lamer las que tenía en su boca. Poco después cambió y se sacó de la boca las vergas con las que jugaba, llevándose la de Ric y la mía a la boca para empezar a lamernos concienzudamente. Mamía y lamía la de Ric para luego hacer lo mismo con la mía, sintiendo yo el enorme placer que daban sus labios y su lengua. No podía dejar escapar gemidos, de igual forma que mis compañeros. La boca de Rosa cambiaba del glande de Ric al mío sin parar, uno, otro, uno, otro, uno otro, hasta que de nuevo se llevó los dos a la boca. Sentí cómo su lengua me rozaba todo el capullo, pero también sentí el roce del glande de Ric sobre el mío, lubricado por la saliva de Rosa, era la primera vez que notaba un contacto así, y no me desagradó. Cuando se metió los dos dentro, se puso a masturbar a la vez a Tony y Fernando con sus manos.

Los cuatro combinábamos nuestros gemidos y suspiros por el placer que nos proporcionaba Rosa, hasta que nos soltó a todos, se levantó y se tumbó en el sofá abriendo sus piernas. Su vulva volvía a brillar por los fluidos que había empezado a destilar nuevamente. Una vez tuvo sus piernas bien abiertas y ofrecidas a nosotros nos dijo:

—Quiero volverme a correr con vosotros. Lamedme bien el coño, chicos.

No nos hicimos de rogar y nos pusimos a ello rápidamente. A pesar de estar los cuatro más que cachondos y empalmados como burros, con evidentes ganas de corrernos, estaba claro que la que mandaba era Rosa y que su vulva quería nuestras lenguas sobre ella. El primero fue Fernando que, arrodillándose ante ella, llevó su lengua a sus húmedos labios para lamerlos. Se escuchaban nuevamente gemidos de placer de Rosa según la lengua de Fernando subía y bajaba. Los demás no éramos mancos y nuestras manos igual pellizcaban sus pezones que acariciaban su piel nuevamente. Yo me acuclillé a su lado sobre el sofá y a ella no se le ocurrió otra cosa que alzarse un poco para lamerme un pezón de igual modo que le estaban haciendo a ella, subiendo y bajando su lengua por él, reconozco que fue placentero. Duró poco, pronto se separó para dedicarse únicamente a disfrutar y recibir placer.  Fernando seguía lamiendo como un perrito, hasta que cedió su puesto a Ric que se puso a lamer el coño que tenía delante con brusquedad. Rosa lo paró un poco con la mano hasta que acompasó el ritmo con al que ella quería, al de sus suspiros. 

Las manos de Rosa no paraban quietas y se dedicaban a masturbar las pollas que tenía a su alcance, en ese momento la de Tony y la mía. Ric seguía lamiendo arriba y abajo mientras ella empezaba de nuevo a gemir, hasta que un Tony ansioso casi apartó a Ric de la entrepierna para ocupar su lugar y ponerse a lamer. La mano de Rosa seguía pajeando mi polla, como la de Fernando, pero eso no me impedía disfrutar de ver la cara de placer de ella según la lengua de Tony rozaba intensamente su clítoris, mientras nuestras manos la sobaban por todas partes.

Por fin llegó mi turno, así que me arrodillé poniendo la cara entres sus muslos. Antes de ponerme en faena miré delante de mí. Lo que vi fue increíblemente morboso pues Rosa masturbaba a Ric y Fernando con fuerza, Tony le arrimaba su polla dura para que también la pajease, lo que hizo poco después, y un maremágnum de manos cubrían sus tetas, su cuello, toda la piel que le quedaba libre… Rosa me miró como preguntándose por qué no me la comía y me puse a ello. Pasé mi lengua de abajo a arriba por toda su raja. Ella dio un respingo al sentirlo. La miré nuevamente, sus ojos estaban llenos de deseo, por lo que seguí. Empecé a subir y bajar mi lengua por su vulva, una y otra vez, sin descanso, cada vez rozaba con más fuerza, sobre todo al llegar arriba donde su clítoris se mostraba hinchado y rosado. Separé sus labios con los dedos para lamer mejor su jugoso coño, sus sabrosos fluidos, incluso empecé a follármela con mi lengua, metiéndosela y sacándosela de su húmedo agujero. Ella gemía más seguido, yo notaba mi polla temblar en el aire, la verdad es que tenía ganas ya de follármela, pero aún no lo hice. Llevé mi lengua a su clítoris y me puso a masajeárselo con movimientos rápidos y circulares. Rosa gemía y disfrutaba, incluso se arqueó para recibirme mejor cuando empecé a follármela con un dedo mientras todas las manos la toqueteaban. Así, metiéndoselo y sacándoselo sin dejar de rozar su clítoris con mi lengua, sin descanso, hasta que, apartándome con una mano la cabeza, entre jadeos Rosa gritó:

—¡No puedo más! Si sigues me corro ya, pero no, ¡para! Antes quiero vuestra leche…

—Si la quieres la vas a tener —dije mientras me levantaba y con la mano guiaba mi mano hasta su vulva—, te vamos a follar y llenar de leche tu coño. ¿Verdad?

Todos mis compañeros asintieron. Sonreí al ver que la timidez inicial que habíamos mostrado los cuatros había desaparecido y ya nos daba todo igual. Pero, antes de que pudiese meter la punta en ella, Rosa se revolvió y señalando al anillo que brillaba en su mano dijo:

—¡Noooooooo! Mi coño es de mi marido. Dejémosle al menos eso de follarme a él. Poneos en fila, que yo seré las que os haga correr sobre mí.

La miré con algo de frustración. Mis compañeros también suspiraron con resignación, pero todos aceptamos lo que dijo sin rechistar, estábamos disfrutando de auténtico morbo con ella, eso era más que suficiente. 

Haciéndole caso nos pusimos en fila y Rosa se arrodilló en el suelo ante nosotros otra vez. Frotando su entrepierna con una mano se acercó al primero, que no fue otro que Tony. Le pajeó con fuerza su pequeña polla hasta que llevó su boca para mamársela. Con rapidez avanzaba y retrocedía por toda la verga, succionando, apretando… Los demás mirábamos la escena desde al lado sin dejar de masturbarnos. Pronto Tony se puso a gemir más fuerte, la boca de Rosa lo estaba llevando al límite adelante y atrás por toda su verga, hasta que gritó:

—Me corrooooooooooo, jodeeeeeeeeeer…

Rosa se apartó de él sin dejar de masturbarle hasta que explotó, disparando sus chorros sobre sus tetas y sobre su cuello. Ella se sentía feliz al notar ese cálido contacto mientras decía:

—Sí, dámela toda, si, asiiiiiiii, toda mía…

Los chorros de Tony aún resbalaban por su piel cuando se acercó a Fernando sin dejar de masturbarse para amorrarse a su gran polla. La cogió con la mano y la movió arriba y abajo mientras con la lengua jugueteaba en la punta de su glande, hasta que abriendo los labios engulló lo que pudo, empezando a mamársela. A la vez ella seguía frotando su clítoris con suavidad, con una cara de placer inmenso. Siguió mamando dentro, fuera, dentro, fuera, pero tras unos pocos movimientos más, Fernando no aguanto y le dijo:

—¡No puedo más! Me corro, me corro, yaaaaaaaaaaaaa…

Rosa sacó la boca a tiempo para poder disfrutar de la corrida de Fernando sobre su cuerpo. Sus disparos dieron sobre su cara y también sobre su cuello, resbalando hacia su pecho. Ella sin dejar de masturbarse dijo:

—Me encanta sí, quiero más, quiero más, siiiii…

Tras decir eso vino arrodillada hacia mí. Su cara de deseo, decorada con chorretones de semen, la convertían en una visión muy morbosa. Yo estaba tremendamente excitado con la polla realmente dura, no iba a durar mucho. Rosa me pajeó, primero lentamente mientras lamía mis huevos, pasando su lengua despacio de uno a otro. Luego con más rapidez, subiendo y bajando su mano por toda mi verga una y otra vez mientras sus labios llegaban a mi glande. Me dio un par de lametones y se lo metió, empezando a succionar como una buena mamona. Veía cómo con su mano volvía a frotar su clítoris con ganas, a la vez que su boca avanzaba y retrocedía por mi dura polla sacándome gemido tras gemido. Sus ojos se clavaban en los míos poniéndome cardiaco mientras sentía su lengua y sus labios adelante y atrás sobre mi polla, una y otra vez, una y otra vez, hasta que no pude más y la avisé entre jadeos:

—¡Me voy a correr ya! Sí, sí, sí, siiiiiiiiiiii, jodeeeeeeeeeeeer…

Rosa se volvió a apartar a tiempo para, pajeándome con su mano, recibir una buena cantidad de disparos de mi leche caliente sobre su cara y sobre sus tetas. Con la otra mano se lo restregaba contoneándose placenteramente mientras decía:

—Siiiiiii, me encanta, cuanta leche, tan calentita sobre mí, siiiii, dame más, dame más…

Cuando me dejó seco se puso nuevamente a masturbar su clítoris, sus gemidos eran más fuertes y más seguidos. Estaba disfrutando de lo lindo. Se encaminó así hasta Ric y le dijo:

—Solamente me falta la tuya y me la vas a dar, ¿verdad?

—Siiiiii —le contestó Ric—, y estoy a punto.

Rosa lo miró y se dio cuenta de que decía la verdad pues Ric no había dejado de pajearse mientras nos corríamos sobre ella los demás. Por ello directamente se metió su polla en la boca y empezó a mamársela con furia, adelante, atrás, adelante, atrás, se ayudaba con la mano mientras succionaba con fuerza. Instantes después Ric gritó:

—¡Me corrooooooooooooo! ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaah!

Esta vez no le dio tiempo a apartarse y el primer chorro fue a su boca. Mientras seguía recibiendo la leche de Ric sobre su cuello y sus pechos ya pringosos, dejó resbalar lo que había entrado en su boca por la comisura de sus labios, que cayó sobre su teta izquierda. Siguió meneando bien la verga de Ric hasta que ya no dio más de sí, momento en que la soltó para tumbarse de espaldas sobre el suelo. Apoyó las plantas de los pies sobre el suelo y levantó su pelvis para masturbarse con una mano. Con la otra se puso a restregarse los restos de nuestras abundantes corridas por su abdomen, por sus pechos, por su cuello…

Nosotros seguíamos de pie a su lado viendo cómo disfrutaba toda pringosa por nuestra leché, cómo su mano se movía frenéticamente sobre su vulva, cómo su pelvis subía y bajaba según se pajeaba y cómo sus gemidos eran cada vez más potentes y seguidos.

—Os habéis portado como unos campeones —dijo Rosa con dificultad por sus jadeos—, ¡qué cantidad de leche!, ¡qué calentita sobre mi piel! Voy a tener una corrida bestial, ufffff…

Tras decir eso, empezó a mover su mano a más velocidad, se frotaba su clítoris con todas las ganas que tenía, gimiendo más y más, subiendo y bajando su pelvis cada vez más rápido, pero sin parar de rozarse. Yo me acerqué, me arrodillé y paseé un dedo por su boca, rozando sus labios. Ella sacó la lengua y me lo lamió. Como vi que le gustó se lo metí un poco. Rosa me lo succionó y me lo mordió con fuerza sin dejar de mover la mano sobre su vulva, más rápido, más, más, más… Abrió su boca para soltar un fuerte y saqué mi dedo de ella. Dio unos gemidos más y mientras se agitaba con fuerza gritó:

—¡Diooooooooooooooos! Sí, me voooooooooooy, siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii…

Y se corrió mientras se agitaba convulsamente, disfrutando, jadeando como una perra, sudando, con sus mejillas de color rojo sangre y sus ojos en blanco por el enorme placer, hasta que cayó rendida sobre el suelo, con la respiración agitada que levantaba y bajaba su pecho. Su entrepierna rezumaba los fluidos de su orgasmo. Nosotros seguíamos mirando atónitos mientras ella se recuperaba, incrédulos con lo que había sucedido, pero todavía calientes porque nuestras pollas seguían duras. No era para menos, acabábamos de presenciar un orgasmo brutal de una mujer embadurnada con nuestro propio semen.

—¿Cómo te has quedado? —me preguntó Rosa mirándome fijamente mientras agitaba la cucharilla en su vaso de café.

Yo clavé mis ojos en los suyos incrédulo. Todavía no me podía creer lo que me había contado Rosa. Sin yo esperármelo, y con toda tranquilidad, me acababa de contar una de sus más oscuras fantasías, y la había tenido con nosotros, con los que diez años antes fuimos los inquilinos del piso de su madre, con aquellos a los que nos limpiaba el piso un par de veces a la semana durante el primer año que estuvimos en él, ¡alucinante! No era para menos, yo había ido a la universidad a pedir unos certificados y al pasar por delante de casa de su madre, había decidido entrar a saludarla, encontrándomela a ella allí. Al principio no la había reconocido, pues su pelo había pasado a ser rubio y lo llevaba liso, pero pronto me di cuenta de que era su cara, de que era su hija. Decidimos bajar a un bar a tomarnos un café y contarnos cómo nos iba todo. De repente, tras contarme que seguía casada con su marido y que no tenía hijos, no sé cómo, empezó a decir que nos echaba de menos y que había disfrutado mucho de nuestra compañía, que era una pena que nunca fuésemos a verla, pues ella seguía teniendo fantasías con nosotros. Entonces me contó lo que acabo de relatar, desde su punto de vista y sin tanto detalle, pero más o menos así.

Mientras yo pensaba en lo que me había contado, me di cuenta de que Rosa seguía esperando la respuesta a su pregunta, por lo que tras dar un sorbo a mi café le contesté:

—Pues me he quedado alucinado y, sobre todo, más duro que una piedra, tanto que voy a tardar tiempo en poderme levantar sin que se note la erección que tu historia me ha provocado.

Rosa sonrió y me cogió la mano diciendo:

—Tranquilo, a mí no me extrañaría nada que cuando me levante deje una mancha de mi calentura en la silla.

—Es que —le contesté—, lo que has contado era demasiado tórrido, menudas fantasías tienes…

—¿Tú nunca tuviste fantasías conmigo mientras os limpiaba el piso? —me preguntó rápidamente.

—Sí, claro —respondí—, que solían acabar en una buena paja a tu salud. Pero nunca habría pensado en hablarlo contigo entonces…

—Pues ya ves —añadió Rosa—, la vida da muchas vueltas. Y dime, ¿crees que estaría bien que tú te fueses a casa tan duro como estás y yo tan mojada como me siento? 

—¡No! —grité mientras se giraba medio bar al oír mi grito, por lo que bajé la voz para seguir—, eso no estaría bien no, ¿podemos solucionarlo?

—Sí, si tú quieres hay solución —me contestó riendo mientras yo asentía varias veces con la cabeza—. Tendré que volver a enseñarte vuestro antiguo piso para que veas cómo está ahora por si te interesa alquilarlo, ya que está vacío… Voy fuera y llamo a mi marido para que no se preocupe si tardo.

Cuando acabó de decir eso, se levantó, sacó el móvil de su bolso y salió hacia fuera contoneándose sobre sus tacones. Yo me quedé mirándola salir con su vestido blanco corto y con su melena rubia suelta sobre la espalda. Seguía estando muy buena y todo parecía indicar que iba a poder disfrutar de ella. Me levanté, llevé cuidado de tapar mi erección poniendo la carpeta que llevaba delante de mi entrepierna y me acerqué a la silla de Rosa a ver si era cierto que la había mojado. Y sí que lo era, había una pequeña manchita en el centro de la silla. La limpié con un par de dedos que luego lamí, sintiendo ese peculiar sabor a hembra en celo que tanto me gusta, a la vez que algo se ponía más duro dentro de mi pantalón. Ya sin más dilación, fui a la barra para pagar los cafés. Al salir, Rosa todavía hablaba por el móvil, cuando acabó nos encaminamos juntos hacia mi antiguo piso, donde esperaba estar con ella de una forma muy diferente a como estuvimos en el pasado. Pero lo que sucedió allí, es otra historia que espero contaros pronto.

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